Mostrando entradas con la etiqueta olimpiadas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta olimpiadas. Mostrar todas las entradas

Lidia Valentín y la importancia de modelos como ella


He vuelto a volver de vacaciones. Sí, es lo que tiene ser maestra (no me odiéis), que el verano da para irte dos veces, o tres, si contamos la escapada que hice antes de que me dieran las vacaciones oficialmente. He vuelto, digo, con los sempiternos kilos de más y un moreno que los disimula (moreno en la piel, no agarrado del brazo, que según lo he escrito parece que me he echado novio), y la cabeza más descansada que cuando me fui. Iba a decir que he vuelto con ganas, pero la verdad, me queda una semana de vacaciones y todavía me da una pereza inmensa pensar en el regreso. Y eso que me gusta mi trabajo. ¿Cómo lo harán los y las que lo odian?

Estos diez días de vacaciones los he pasado durmiendo, leyendo y viendo las olimpiadas. Dormir y leer son cosas que hago a menudo, pero lo de ver deporte es algo muy novedoso y que solo ha ocurrido porque he coincidido con una persona a la que le gustan los deportes y ha terminado picándome. Me he tragado hasta la clasificación de la natación sincronizada, y eso que no me gusta especialmente; seguí la competición de baloncesto de chicos para animar a Argentina (lo siento, pero ninguno de los jugadores de la selección española me cae especialmente bien, y no pienso animar a aquellos a quienes pongo a parir cuando juegan contra el Baskonia) y animé a las chicas en la final contra Estados Unidos, que por un momento (o un cuarto) parecía que podían llegar a ganar. Y, fíjate lo que son las cosas, seguí la final de bádminton, hasta tal punto que he decidido que va a ser el deporte por el que me presente en las olimpiadas de 2020. A no ser que me vuelva a resbalar en la cocina y vuelva a marcarme el espagar fantástico que casi da con mis huesos en el hospital y que me ha tenido amoratada los diez días de playa.

Pero sobre todo, sobre todo, he vibrado con la halterofilia femenina. La imagen de Lidia Valentín levantando 141 kilos todavía me persigue en sueños. Creo que ha sido la primera vez que he conseguido ver a un levantador (o levantadora) terminar su actuación, porque siempre me da miedo que se hagan daño en la espalda o en las rodillas, que es lo que me pasa a mí cada vez que tengo que traer las bolsas de la compra desde el supermercado. No suelen gustarme los deportes en los que no se ve claramente quién va ganando (en una carrera ves quién va primera, pero en halterofilia, gimnasia, salto y demás tienes que hacer cuentas), pero lo de esta mujer no tiene nombre. Y lo de la coreana que ganó, tampoco; a Valentín se la ve grande, fuerte, pero a la coreana se la veía tan poca cosa que aún no me puedo creer que levantara más de 150 kilos. Y su forma de saludar, haciendo una reverencia al público... La puta ama, dicho en castizo.

Lo mejor, para mí, fue la manera de saludar de Valentín. El corazón con las manos tras flexionar los brazos en ese gesto de "que te reviento, ¿eh?", esa sonrisa de felicidad que reflejó realmente lo joven que es, la alegría sin tapujos. Si yo hubiera sido niña al verla, habría querido ser levantadora de pesas. ¿Quién dijo que la feminidad está reñida con la fuerza? ¿Se puede ser más "cuqui", con sus muñequeras rosas y sus ojos pintados, mientras levantas 141 kilos así, a pelo? Dios mío, solo de pensarlo me está doliendo la espalda. Hablaban de que la medalla de plata del baloncesto femenino iba a favorecer a este deporte, pero no me extrañaría nada si se llenaran los gimnasios de chicas con ganas de empezar a ponerse cachas. Qué demonios, si hasta a mí me han entrado ganas; ayer levanté tres kilos, uno y medio en cada mano. Por algo se empieza.

Y sí, la plata de rítmica muy bonita y bien merecida, y olé Gemma Mengual y Ona Carbonell, y sobre todo aupa Maialen y Carolina Marín. Que este año ha sido el de las chicas, y a ver si cunde el ejemplo y nos damos cuenta de que hay vida después del fútbol, aunque como ya ha empezado la liga dudo mucho que vuelva a hablarse de los y las medallistas en el futuro, a no ser en su casa o en su pueblo. Pero es lo bonito de las olimpiadas, que cada cuatro años descubrimos deportes nuevos y a una le entran ganas de apuntarse al gimnasio y empezar a hacer algo con su vida. Aunque sea, una carrera de esas de cinco kilómetros en los que la mitad son andando.

Ni Phelps, ni Bolt: Cid


Comentaba Maripuchi hace unos días que no era justo decir que Phelps era el mejor olímpico de la historia porque no se pueden conseguir tantas medallas como en natación en ninguna otra disciplina. No es justo decir que es mejor que un atleta que compite en cuatro pruebas, o que un tenista que sólo puede ganar una o dos medallas. Todos tienen su mérito independientemente de la cantidad de metales que acumule su cuerpo.

Un ejemplo, la guapísima, elegantísima, estupendísima y vitorianísima Almudena Cid, que a sus 28 añazos se ha colado en su cuarta final olímpica en gimnasia rítmica, nada menos, una disciplina donde a los 20 ya se es una vieja. Ahí la tenemos, haciendo historia, dejando el pabellón vitoriano bien alto e iluminando Pekín con esa sonrisa que ocupa más que ella. Las medallas quedan muy lejos, son territorio exclusivo de las deportistas de los países del este, pero ser una presencia constante en una final olímpica desde los dieciséis años ya vale un oro.

Almudena, Vitoria está contigo. Quedes primera, segunda o décima, ya has hecho historia y has vuelto a ganarte el cariño de todos y todas. Volverás con la cabeza bien alta, con el orgullo intacto y con el objetivo cumplido. Zorionak berriro, Almudena!

Michael Phelps y su profesora de lengua

Me acabo de enterar de que Michael Phelps se ha acordado "cariñosamente" de una profesora de lengua de la secundaria que le dijo que nunca llegaría a nada en la vida. Se lució, la señora.

Esto me vuelve a demostrar, como ya he sabido siempre, que hay gente a la que no se le puede dar posiciones de poder. Un docente tiene una posición de poder; tiene el control de mentes en formación y, nos guste o no, los críos se suelen tomar a pies juntillas lo que decimos, aunque estemos equivocados. El gran error es creérnoslo nosotros también.

Yo jamás he juzgado a ninguno de mis alumnos en clase. Es más, sé que tienen más posibilidades de triunfo esos niños y niñas que nunca prestan atención, que están más preocupados por actividades extraescolares o que pasan olímpicamente de lo que su profesora o su madre puedan decirle. Demuestran una seguridad en sí mismos que no poseen los alumnos más aplicados de clase, esos que siempre se preocupan por la nota del último examen, aunque me cuido muy mucho de decírselo a unos y a otros, claro. Además, con las vueltas que da la vida y todas las características de un ser humano, ¿cómo puede la profesora de una sola asignatura decir si un chaval va a triunfar o no? Yo era pésima en física, y no me ha ido nada mal. Si mi profe de física me llega a decir que iba a fracasar en la vida (ganas no le faltaron, cómo se reía de mí cada vez que suspendía, qué cabrón era el tío), quizás me hubiera hundido y me hubiera apartado de mi vocación, la enseñanza. O, quién sabe, quizás hubiera sido campeona olímpica y ahora sería la mejor nadadora de todos los tiempos (eso va a ser que no: la de gimnasia nunca me lo dijo porque era una bellísima persona, pero ella sí que podía haberme dicho "maja, no te dediques a esto").

Imaginaos lo que le tuvieron que escocer a Phelps las palabras de su profesora para acordarse de ella en un momento como el que está viviendo. Me gustaría ver la cara de ella, que seguro que lo ha oído y se ha reconocido en sus palabras.