He vuelto a volver de vacaciones. Sí, es lo que tiene ser maestra (no me odiéis), que el verano da para irte dos veces, o tres, si contamos la escapada que hice antes de que me dieran las vacaciones oficialmente. He vuelto, digo, con los sempiternos kilos de más y un moreno que los disimula (moreno en la piel, no agarrado del brazo, que según lo he escrito parece que me he echado novio), y la cabeza más descansada que cuando me fui. Iba a decir que he vuelto con ganas, pero la verdad, me queda una semana de vacaciones y todavía me da una pereza inmensa pensar en el regreso. Y eso que me gusta mi trabajo. ¿Cómo lo harán los y las que lo odian?
Estos diez días de vacaciones los he pasado durmiendo, leyendo y viendo las olimpiadas. Dormir y leer son cosas que hago a menudo, pero lo de ver deporte es algo muy novedoso y que solo ha ocurrido porque he coincidido con una persona a la que le gustan los deportes y ha terminado picándome. Me he tragado hasta la clasificación de la natación sincronizada, y eso que no me gusta especialmente; seguí la competición de baloncesto de chicos para animar a Argentina (lo siento, pero ninguno de los jugadores de la selección española me cae especialmente bien, y no pienso animar a aquellos a quienes pongo a parir cuando juegan contra el Baskonia) y animé a las chicas en la final contra Estados Unidos, que por un momento (o un cuarto) parecía que podían llegar a ganar. Y, fíjate lo que son las cosas, seguí la final de bádminton, hasta tal punto que he decidido que va a ser el deporte por el que me presente en las olimpiadas de 2020. A no ser que me vuelva a resbalar en la cocina y vuelva a marcarme el espagar fantástico que casi da con mis huesos en el hospital y que me ha tenido amoratada los diez días de playa.
Pero sobre todo, sobre todo, he vibrado con la halterofilia femenina. La imagen de Lidia Valentín levantando 141 kilos todavía me persigue en sueños. Creo que ha sido la primera vez que he conseguido ver a un levantador (o levantadora) terminar su actuación, porque siempre me da miedo que se hagan daño en la espalda o en las rodillas, que es lo que me pasa a mí cada vez que tengo que traer las bolsas de la compra desde el supermercado. No suelen gustarme los deportes en los que no se ve claramente quién va ganando (en una carrera ves quién va primera, pero en halterofilia, gimnasia, salto y demás tienes que hacer cuentas), pero lo de esta mujer no tiene nombre. Y lo de la coreana que ganó, tampoco; a Valentín se la ve grande, fuerte, pero a la coreana se la veía tan poca cosa que aún no me puedo creer que levantara más de 150 kilos. Y su forma de saludar, haciendo una reverencia al público... La puta ama, dicho en castizo.
Lo mejor, para mí, fue la manera de saludar de Valentín. El corazón con las manos tras flexionar los brazos en ese gesto de "que te reviento, ¿eh?", esa sonrisa de felicidad que reflejó realmente lo joven que es, la alegría sin tapujos. Si yo hubiera sido niña al verla, habría querido ser levantadora de pesas. ¿Quién dijo que la feminidad está reñida con la fuerza? ¿Se puede ser más "cuqui", con sus muñequeras rosas y sus ojos pintados, mientras levantas 141 kilos así, a pelo? Dios mío, solo de pensarlo me está doliendo la espalda. Hablaban de que la medalla de plata del baloncesto femenino iba a favorecer a este deporte, pero no me extrañaría nada si se llenaran los gimnasios de chicas con ganas de empezar a ponerse cachas. Qué demonios, si hasta a mí me han entrado ganas; ayer levanté tres kilos, uno y medio en cada mano. Por algo se empieza.
Y sí, la plata de rítmica muy bonita y bien merecida, y olé Gemma Mengual y Ona Carbonell, y sobre todo aupa Maialen y Carolina Marín. Que este año ha sido el de las chicas, y a ver si cunde el ejemplo y nos damos cuenta de que hay vida después del fútbol, aunque como ya ha empezado la liga dudo mucho que vuelva a hablarse de los y las medallistas en el futuro, a no ser en su casa o en su pueblo. Pero es lo bonito de las olimpiadas, que cada cuatro años descubrimos deportes nuevos y a una le entran ganas de apuntarse al gimnasio y empezar a hacer algo con su vida. Aunque sea, una carrera de esas de cinco kilómetros en los que la mitad son andando.