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De samosas que pican o dónde colocan diferentes culturas el umbral del dolor.



Una de las cosas que más me gusta hacer en Londres es comer en un restaurante indio. No me suele gustar ir a una de esas cadenas en las que cualquier parecido con un curry de verdad es pura coincidencia, pero esta última vez que he ido, qué cosas, terminé en un restaurante enorme que me da a mí que era franquicia (aunque había mucha gente de aspecto indio o pakistaní comiendo allí, lo que siempre es garantía de autenticidad, o eso me digo yo a mí misma). Entré sin mucha hambre, pero ya llevaba recorrida la calle Carnaby varias veces y no me apetecía tomar otro té; me dieron la carta y yo comprobé con horror que los nombres de los currys eran distintos a los del restaurante indio-irlandés (sí, indio-irlandés) que tanto me gustaba en San Francisco. Como siempre, los distintos niveles de picor venían marcados con dibujos de guindillas que yo interpreté a mi antojo: una guindilla, roza el umbral del dolor pero no llega; dos guindillas, solo apto si tienes el extintor a mano. Miré los platos que no tenían ni guindilla ni advertencia de ningún tipo. Las samosas estaban en este grupo, bien. Si hay algo que me gusta de la comida india, más que cualquier curry, es esa pasta similar al hojaldre con relleno de verduras por dentro, pero normalmente las ponen tan picantes que es difícil paladearlas. Pedí al camarero que me recomendara un curry que no picara y pedí las samosas como entrantes. 
Con el primer mordisco supe que quien había escrito el menú tenía una mente muy retorcida. El picor no atacó de golpe, sino que se fue apoderando de mi boca lentamente, un “qué me está pasando que me arde la lengua” paulatino, de forma que antes de darme cuenta de que aquello picaba horrores ya me había comido media samosa. Intenté calmar el picor con la guarnición de garbancitos que había a un lado, pero aquello fue una mala idea, porque picaban más. Yo seguía comiendo, que una es vasca y no se va a dejar amedrentar (y aquello estaba riquísimo), y trataba de mitigar el dolor con tragos de cerveza Cobra (que también estaba buenísima). Cuando terminé la primera samosa, tenía lágrimas en los ojos. El camarero me vio de lejos y me preguntó con un gesto si todo estaba bien. Yo hice gesto de “joder cómo pica esto” (ese gesto internacional en el que te abanicas la cara y haces una O con los labios), y él, ojiplático, se acercó a mi mesa. 
—¿Está muy picante? —me dijo. 
—Mucho —contesté. Para qué mentirle, si me caía una lágrima por la mejilla—. Pero está muy rico. Muy rico. 
Él soltó una carcajada que hizo que los comensales de alrededor miraran a mi mesa. 
—Pues las samosas ni siquiera están marcadas como picantes en el menú.
—No, si ya —Quería añadir “so capullo”, pero me pareció poco apropiado porque en inglés suena muy fuerte. El hombre no dejaba de reírse, pero estaba un poco mortificado. 
—Le voy a traer algo de yogur.
—No, deje, deje, si ya me las he comido. Oiga, ¿el curry es tan picante como esto?
El camarero alzó las cejas y me miró con cara de susto.
—Uy… Pues yo creo que no, pero ya no me atrevo a decirle nada. Deje que le traiga un poco de yogur, ande. 
—No, de verdad, estoy bien. 
Estaba de cine: me había acabado las samosas y tenía un par de minutos antes de que llegara el plato fuerte. Y cerveza. 
El curry, en efecto, no picaba en absoluto, pero como veis en la foto podía haber alimentado a una familia de cuatro miembros y no me lo pude acabar. Una de las camareras se acercó a traerme el dichoso yogur, “que ya veo que lo está pasando mal”, cuando el problema no era ya el picor sino el llenazo inmundo que tenía. El curry, todo hay que decirlo, estaba buenísimo, y las dos cervezas que lo acompañaron también. 
Eso sí, la noche que me dieron las putas samosas no se puede describir. Al día siguiente cené yogur con cereales comprados en el súper de al lado del hotel. 



El retonno

He vuelto.

Regreso a la rutina, al estudio, al trabajo, al gato.

Regreso a esa sensación de que yo pertenezco a otro lugar. Y a otro tiempo. Y a otro cuerpo.

Regreso, pero aún tengo la cabeza en las nubes. En lugar de refrescarme, este viaje me ha confundido más.

Pero estoy de vuelta. Al menos físicamente.

Londres


Queridos y queridas visitantes, aquí la menda se va a visitar el Big Ben y a sacarse fotos con los autobuses de dos pisos, así que de aquí al treinta de diciembre no os leeré ni podréis leer nada nuevo por estos lares. Pasadlo bien, digerid bien las cenas varias y que os sean leves las fiestas. Yo estaré practicando el nuevo acento RP que tan encarecidamente me piden en la carrera y que tan poco se parece a mi General American (para una vez que tengo acento, no vale).