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22 de octubre de 2017

Consecuencias de hacer limpieza en el despacho

Antes de que comenzara el curso, decidí hacer limpieza en el despacho. Algunas 'azetas' no las había abierto en los últimos cinco años. Allá me fui.
En una de ellas encontré una carpeta en la que, durante un tiempo, guardé los mejores reportajes y entrevistas del alumnado. De uno de ellos, de J. D., los conservaba todos. Los miré sin gran interés, pero tuve curiosidad por saber qué habría sido de aquel excelente periodista. Hoy es tan fácil encontrar a la gente... Di con él en Facebook y le mandé un mensaje por si quería recuperarlos. Habían pasado 12 años. No tardó en responderme que sí, que me lo agradecería.
Esta semana, mes y medio después, me puse a la tarea, los escaneé y se los envié. Antes de hacerlo, me di cuenta de que una de las entrevistas era a un ganadero de Vega de Pas, Cantabria, un lugar con el que tengo fuertes vinculaciones emocionales. Las tengo ahora, pero no en aquella primavera de 2005 en que J. fue mi alumno. Como me causó sorpresa la coincidencia, se lo conté en el email y metí los trabajos en la mochila para leerlos en el autobús hacia casa.
Qué buenos trabajos. En uno de ellos, describe a una vaca de nombre Darlin, más cara que un mercedes, y que había ganado la 'champiunlí' de las vacas; en otro, acompaña al panadero en el reparto del pan ("En mi casa, soy yo quien despierta al gallo"); "Un día negro es ese en el que se produce una riada, un temporal, un incendio...", le dice un empleado municipal.
J. no tardó en contestarme.: "Madre mía qué de recuerdos. Ahora noto la desmesura de la juventud a la hora de escribir y describir, pero me ha encantado releerme, la verdad (hay algo de vanidad, lo reconozco)". Han pasado 12 años. J. tendrá 34 o 35. Me habla de su trayectoria, de sus éxitos profesionales, y se confiesa: "Mis hijos me hicieron ver que no merecía la pena dedicar tantas horas al trabajo y tan pocas a la vida". Abandonó la profesión.
Lo leo y me da pena que el periodismo haya perdido a alguien tan talentoso, pero de inmediato se me transforma en admiración hacia un joven que supo elegir y optó por él, por la familia y la vida.
La docencia proporciona estas oportunidades: Por ejemplo, que un exalumno se despida de este modo: "En definitiva y respondiendo a tu pregunta, estoy fabulosamente bien instalado en la vida".



15 de enero de 2016

In memóriam: Diana Rivero

A la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación llegó primero como alumna. Y se quedó. Diana Rivero se licenció en Periodismo por la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea en 2007. En 2013, y ya incorporada al Departamento Periodismo II, se doctoró con una investigación sobre la situación profesional de las periodistas en los principales medios de comunicación del País Vasco. Esa preocupación suya por escrutar con perspectiva de género las condiciones en las que se desarrolla la tarea de informar y sobre los procedimientos para hacerlo mejor la llevaron a integrarse en 2008 en la recién nacida Red Vasca de Periodistas con Visión de Género-Kazetarion berdinsarea. Esta red surgió de las periodistas que asistieron al encuentro que un año antes la red Internacional del mismo nombre había celebrado en Oviedo.
La enfermedad de Diana fue larga; y dura. Seguir leyendo.

3 de diciembre de 2015

Abróchame un botón

Uno de los recuerdos más antiguos que tengo de ella es de una mañana en la sala de redacción electrónica de la Facultad. La clase era de 9 a 11. Llevaban casi dos horas escribiendo con el horizonte del final de la clase, en que tenían que entregar los reportajes. A las 11 menos cuarto, cataclás, se fue la luz en todo el edificio: El escándalo fue monumental, porque el conjunto del grupo se lo tomó por la tremenda.
Diana, al despedirse, se acercó a mí, y me dijo: "Te lo entrego mañana". Su tono de serenidad era un oasis en aquel ambiente de nervios. Me sorprendieron su aplomo y su calma. Tuve oportunidad de disfrutar de esa característica suya muchas más veces. Diana nunca levantaba la voz, aunque estuviera en su momento de mayor asertividad.
Después, hizo el doctorado y se incorporó a nuestro departamento universitario. Hace dos años fue víctima de una de esas puñaladas que las personas mediocres y viles asestan cuando tienen una nanoparcela de decisión en una corporación. Pero no es momento de hablar de miserables, sino de su estatura humana.
Empezamos a frecuentarnos, a organizar cosas juntas, a reírnos. Aprendimos a querernos. Me traía pequeñas cosas de sus viajes: un paquetito de té del Himalaya, un ojo azul de Turquía...
De Diana me fascinaba su belleza. Cuando tras muchas dosis de quimio perdió el pelo, usaba pañuelos y turbantes, y seguía tan guapa y coqueta. Durante el segundo cuatrimestre del curso 2013/14, dábamos una asignatura a medias. Como ya tenía diagnóstico y turbante, antes de comenzar las clases, pactamos acudir al aula del grupo de la tarde con el profesor que la sustituiría cuando la intervinieran. Comencé yo. Me presenté, les hablé del programa. Cuando le tocó el turno a Diana, dio un paso adelante, y con voz dulce, pero firme, les dijo que estaba enferma y que entre los tres profesores íbamos a intentar que su formación no se resintiera por ello. Se los ganó. Entre unos y otras, todas las semanas había alguien en ese grupo que me preguntaba por ella.
Por su cumpleaños, el 21 de octubre, fuimos a verla a casa de sus padres. Salimos a pasear. Ella aferrada al brazo de S. Casi debía pegarme carreritas para alcanzar su paso. Todo el mundo la conocía, la saludaba, la paraba. Nos dijo que, cuando se pusiera buena, crearía una fundación. Quería ayudar a las personas con cáncer que no dispusieran de medios para curarse. Ya tenía elegido el nombre: 'Abróchame un botón'. Había perdido sensibilidad en las manos por el tratamiento y si el frío la sorprendía en la calle y sola, tenía que pedir ayuda a alguna vecina: "Abróchame un botón".
Ese finde, dediqué un rato a crear una comunidad en Facebook para la fundación de Diana. Esta. También reservé el espacio en Twitter. Este.
Diana nunca tiró la toalla. Hace dos semanas, todavía me decía que cuando estuviera mejor iríamos a comer a un elegante restaurante de Sopuerta, que tenía una gran bodega. Iré.
Diana ha muerto hoy en Madrid. Cada 3 de diciembre la recordaré mientras celebro mi cumpleaños.

En la foto, Elvira Altés, Diana Rivero, Rosa María Calaf, yo, Pilar Kaltzada y Begoña Hormaetxe, concejala del Ayuntamiento de Galdakao. La foto es de Ignacio Pérez.

29 de diciembre de 2013

4.000 exalumnos, aproximadamente, en 20 años

En 1993, el 29 de diciembre cayó en miércoles. Ese día, firmé mi primer contrato como profesora de la UPV-EHU.


Algunas veces, los exalumnos, cuando han recibido sus notas, escriben cosas bonitas. A veces, dicen “Ahora que he aprobado y ya no es peloteo…”. Y añaden: “… quería decirte que me pareció que cerraste la última clase de la licenciatura de forma muy especial y creo que esa fue la sensación de todos”.

O: “He sentido que aportas cosas distintas a la docencia”.

O: “Jo, al principio no entendía tus bromas. Qué graciosa eres”.

O: “Ha sido un placerazo conocerte”.

Otros, los más decididos (suelen ser varones), vuelven al despacho, a veces con pretextos, y consiguen decirlo: “Quiero seguir en contacto contigo aunque me haya licenciado”.

O: “Que tirria te cogimos cuando recuperaste tres horas del tirón. Hacíamos apuestas con el contenido del botellín que llevabas a clase. Unos decían que era agua, otros que ginebra, otros que metadona. Yo era de los últimos”.

Alguna vez, suena el teléfono: “¿Lucía? Soy tal, no sé si te acordarás de mí. Estudié contigo tal año”. Y cuentan. “Estoy trabajando en un diario, y me han ofrecido dirigir los informativos de la televisión de mi provincia. No sé qué hacer”.
-¿Qué dicen tus padres?
-Que soy yo quien debe decidir.

O: “Soy Xandra. Ahora llevo la comunicación de una empresa. Hemos organizado un acto en un hotel de Bilbao y me gustaría que vinieras”.
-Huy, qué perezón, Xandra.
-Es que lo presento yo.

O: “Soy exalumna tuya. Trabajo en una publicación y tengo una duda con esta frase. ¿Me la miras?”.

O: “Esto… Trabajo en una tele pública. Hago entrevistas a gente… A gente así… A gente, ya sabes… Quería hacerte una entrevista a ti”.

O: “He mirado másteres. No sé cuál hacer”. Y luego me piden la carta de recomendación.

O: “Ahora estoy en un periódico. Todos los días tengo que proponerle al jefe temas, como hacíamos contigo”.

O: “La última no fue una clase, ¿no?”.
-¿Cómo?
-No sé. Como llevaste papeles, parecía una conferencia.

A veces dicen que han aprendido, que no entienden cómo han tardado tanto en saber que el adverbio ‘etcéteramente’ no existe, si lo utilizaron en al menos 5 exámenes.

Otras, lloran.

Traen historias muy íntimas que procuro no permitirles contar hasta que superan la asignatura: “Mi madre fue maltratada. Quiero ser periodista para contar eso y que no suceda más”. “Esperaba haber dado más en lo tuyo, pero se murió aitite esta semana”. “Quiero presentarte a mi padre. ¿Estás casada?”.

Se matriculan en la Escuela de Periodismo ‘Juantxu Rodríguez’ de la UIMP, que dirijo desde hace años: “He convencido a mis padres de que me paguen la matrícula. Si he aprendido tanto contigo este curso, quiero aprender más”.

Otros (dos en estos años) escriben desde emails anónimos: Me insultan, me ofenden, lo consiguen. Saldan sus cuentas.

Otras veces, se plantan en el despacho; se sientan en esa silla que en oficinas se llama ‘del confidente’, y que no es otra que la de atenderlos. Se quedan callados, miran, escarban en su cerebro y no encuentran las palabras que necesitan. Mientras los observo, y a veces me troncho de risa íntimamente, pienso que han ensayado cosas que decir, pero ahora no les convencen.
Estos son los que más me enternecen. Suelen ser grandes tímidos (o tímidas), escriben en la soledad de su ordenador de casa, llevan años haciéndolo, reniegan, se pelean contra sí mismos, no saben si están en el camino o son locos. Un día se desmelenan y escriben una aproximación bastante precisa a eso que creen que es la buena literatura a que están destinados. Llegan a clase, con dos o tres espinillas (reventadas) en la barbilla. Comienzo la disección del texto, abandono el ratón y al acabar, si les miro y les doy la enhorabuena, ya no se sienten locos.

Me dejan el disco de su grupo de garaje, la foto de la promoción,  o de su gato, perro o ternerita. Y esas veces que he participado con ellos en la ceremonia de licenciatura, me han presentado a sus padres, a sus novios, a la que creen será su pareja de por vida…

Si miro muy atrás, veo el tumulto de unos 4.000 exalumnos en los 20 años de docencia en la UPV-EHU. Conservo vivos recuerdos de muchos de ellos. De muchos. De al menos dos o tres de cada curso.

De nadie como de June Fernández: una alumna, mientras lo fue, distante, un poco fría, algo protestona, que he frecuentado mucho después de que se licenciara. Es, con diferencia, la exalumna de la que más he aprendido.

¿Hay forma humana de sentirse más vieja, más anciana, acaso más sabia?

7 de diciembre de 2013

Un viaje de verdad a los infiernos de verdad



Llegué a Víctor Hugo Viscarra desde el libro 'Los mercaderes del Che. Grandes hazañas de personajes minúsculos', de Álex Ayala.
Álex había sido alumno mío en la Facultad y cuando tuvo el libro editado, quiso compartirlo conmigo. Nunca se lo agradeceré lo bastante, porque es un estupendo libro periodístico y porque a través de él he sabido historias sorprendentes y muy bien narradas. Una de ellas, la de Viscarra.
Este verano me acerqué con cierto escepticismo a la librería y para mi sorpresa me dijeron que sí, que me podían conseguir el título que les había pedido: 'Borracho estaba, pero me acuerdo'.
Es una obra demoledora publicada justo un mes antes de la muerte del autor.
El pequeño Víctor Hugo comienza a vivir en las calles de La Paz con 12 años. Antes ha sufrido toda clase de maltratos de su madre. Una pelea con su madrastra lo aboca finalmente a quedar sin hogar. Lo cuenta así: "...cuando mi padre llegó de su trabajo, se armó una discusión tan violenta que tuve nomás que darle a elegir: la mujer que había traído de la cantina del Arsenal o el hijo que había recogido de la Policía. Mi madrastra se quedó y yo salí con la intención de no volver nunca más". Y unas líneas más allá: "Lo que iba conociendo a medida que caminaba por la zona, no había visto ni en mis más terribles pesadillas; me impresionó de tal manera que tuve miedo de enloquecer" (Pág. 30).

A partir de ahí comienza un viaje de verdad a los infiernos de verdad. El submundo de la ciudad, los bajísimos fondos, la miseria más cruel, las estampas más sórdidas. Es un libro duro duro duro de leer. Gentes que viven y muere en las calles, buscan el calor de tabernas infames y sucias, follan en váteres llenos de mierda, beben en jarras que nunca se limpian porque están encadenadas a las mesas para que nadie las robe, toman sopa hecha con el agua de fregar platos inmundos, se dan navajazos a sí mismos, se contagian todo tipo de enfermedades y hasta comen mierda humana. Y putas, putas de malísima vida, mujeres bellas o no que se prostituyen a veces solo para tener un camastro en qué dormir. O para caer de borrachera y no sentir el frío de la calle. Buf. Y todo es verdad. Es la biografía de Víctor Hugo Viscarra. Es el infierno con el que convivimos. Está ahí, a escasos minutos andando de nuestras cálidas viviendas.
El léxico, pura jerga, es difícil de entender, pero en las últimas páginas hay un pequeño vocabulario. Por ejemplo: ¿Qué crees que es acaycuchir, hacer acaycuchir?

El libro acaba en septiembre de 2002. Te dejo una de sus últimas frases: "No solicito ni pido comprensión a lo que expresan sus páginas. Eso sería un absurdo que ni de ebrio ni de sano lo cometería. Tan solo espero que el tiempo sea benevolente para quienes hemos vivido insertos en él" (Pág. 249).
Viscarra, Víctor Hugo. Borracho estaba, pero me acuerdo. Madrid, Mono azul ed., 2006.

6 de noviembre de 2013

Acaban de nacer y ya poseen un medio, su trabajo

Este trimestre, mis lunes en la uni son de despacho, o hemeroteca. Son territorios de eficacia, de sacar cosas, de no ver gente, o poca. Y cuando no se espera a nadie, cualquier visita es una sorpresa. Ayer, a eso de las 10, mientras atendía a la vez el teléfono y la pantalla del ordenador, me pareció oír que llamaban a la puerta. Incrédula, por si acaso, me giré hacia ella. Era Eneko, Eneko Ugarte.
Cuando acabé la llamada y salí a buscarlo, no estaba solo. Había venido con Jabier Izquierdo y tres carros rojos, de los de la compra.
No es la primera vez que están juntos en el despacho. Es la primera vez que vienen con tanto peso y con una razón de tanto peso.
En el barullo de reencuentros (no nos hemos visto desde final de curso), no sé quién habla primero ni quién tiene más cosas que decir.
Me cuentan que han sacado adelante Alirón, un semanario en papel con información, sobre todo, de fútbol. Vienen a compartir ese primer número (Anotación mental: guardar en el despacho una botella de cava y copas para estas celebraciones).
Una vieja profesora no puede sentir más satisfacción: Acaban de licenciarse, conservan el anhelo de ser periodistas, se agrupan, emprenden, editan un medio y vienen a mi despacho, donde tantos momentos de tensión han vivido, a mostrarme su trabajo. Hazaña, matizaría yo.
¿Te imaginas adónde llegarán si nada más licenciarse son capaces de esto?
Cuida a tus alumnos, me dijo Ander que decía un exprofe suyo, porque son quienes en el futuro te darán trabajo.
Eneko y Jabier son dos de aquel grupo de la tarde. Siempre se sentaban en el mismo sitio: en la primera fila de la parte posterior del aula. Como esa que, en los cines, tiene el pasillo al frente y en la que se pueden estirar las piernas sin molestar al de delante. Serían 5, 6, 7... Estaba garantizado que acudirían al menos cuatro. No tomaban apuntes. Miraban muy atentamente. Para quien imparte docencia, la mirada es el escrutinio del interés.
Han dado forma a su sueño. Han tirado 20.000 ejemplares. Han pagado los gastos de esa primera rotativa en marcha.
Y os lo cuento porque ellos vinieron a contármelo.
Mucha suerte.

8 de octubre de 2013

De reconocimientos en restaurantes

Hoy por la mañana, hemos celebrado en el Bizkaia Aretoa una jornada sobre posmachismos en los medios. La hemos organizado por iniciativa de Diana Rivero, una joven compañera del Departamento de Periodismo II de la UPV-EHU. Además de Diana y yo, participaban como ponentes Miguel Lorente y Rosa María Calaf. La jornada contaba también con el auspicio de Emakunde, cuya directora ha asistido de principio a fin, y de la Dirección de Igualdad de la universidad.
Pero no es de eso de lo que quiero hablar.
Concluida la jornada, hemos ido a un restaurante cercano a comer. Al sentarnos, nos hemos percatado de que las sillas llevaban unas pequeñas placas doradas. Calaf se ha sentado en la que antes ocupó Rosa, de Operación Triunfo.
No sé cómo se miden los méritos de los comensales de un restaurante, pero, para una persona como yo, Calaf ha acumulado en su vida infinidad de razones para ser objeto de un reconocimiento como ese. Como era de esperar, ninguna de las camareras la ha reconocido. Y nunca pondrán una placa con su nombre.
Hace unos años, coincidieron el Gran Wyoming y Manuel Alcántara en otras jornadas que organizamos en la universidad. El almuerzo se desarrolló en el restaurante del Guggenheim. Al acabar la comida, la responsable de sala le ofreció el libro de autoridades a Wyoming, quien, en aquel momento, estaba al frente de 'Caiga quien caiga'. No me parece mal, ni me lo pareció entonces, que trajeran el libro a Wyoming, ni que firmara. Me pareció improcedente que, por estar a su lado, firmara en el libro una tipa a la que ni siquiera 10 años después se le conocen méritos.
Eché en falta en aquella ocasión que la jefa de sala se dirigiera a los anfitriones, que éramos nosotros, y nos preguntara si había alguna otra persona merecedora de tal honor entre los comensales. Ese gesto le hubiera permitido tener las bellas palabras que Alcántara es capaz de escribir cada vez que coge un bolígrafo.

23 de agosto de 2013

Una historia de maltrato con final feliz



Voy a contar una historia de maltrato con final feliz.

La llamaremos Sonia. Se sienta al fondo del aula y no se pierde un movimiento. Es muy coqueta y atrevida con la ropa y los peinados. Grandes escotes. Atrae la mirada. Siempre está atenta. Su voz es dulce. Tiene un acento que no puedo identificar. Cuando sonríe, gira un poco la cara hacia la izquierda, mientras la inclina hacia abajo.

Ese año, no cumple los objetivos del programa y suspende. Me protesta, pero no hay caso.
El septiembre siguiente me la encuentro en la puerta del aula.
-Hola, Sonia.

Me sorprende que haya elegido esa optativa. Es entonces cuando me doy cuenta de que se sienta al fondo del aula y percibo lo del primer párrafo.

Un lunes, me para antes de entrar en clase.
-La semana pasada no vine porque estuve enferma.
-Sonia, no tienes que darme explicaciones.
-Pero quiero hacerlo; para mí es importante.

Acaba el curso. Ha aprobado las dos asignaturas, la optativa y la obligatoria. Ya están firmadas las actas cuando viene a mi despacho. Se sienta. Viene a decirme algo. Me preparo para largas vacilaciones, dudas, arranques y estrincones en el mensaje, en lo que ha pensado decirme y cómo hacerlo. Es lo habitual. A veces, se quedan callados un rato, mirándome sin ver, rebuscando esa frase que, cuando la han ensayado, les parecía casi perfecta.
Sonia no. Arranca con esa seguridad que he percibido en ella este curso y no el anterior.

-Ya me he licenciado. Quiero contarte una cosa porque sé que a ti te preocupa. Tú, que puedes hacer algo, debes saberlo.
-Adelante.
-Soy de un pueblo de Navarra, pero he estudiado con una beca del Gobierno vasco. La beca era por el maltrato de mi exnovio. Me la concedieron porque estos cursos anteriores tenía fijada la residencia en Bilbao. Este último año, como solo tenía tu asignatura, volví a casa de mis padres y venía a tus clases. Me quitaron la beca y en Navarra no hay. He acabado los estudios por el apoyo de mi madre y mi hermana.
-¿Cuándo fuiste consciente de que te maltrataba?
-Estábamos de vacaciones. Me dio una paliza en el hotel. Cuando bajé a la recepción a pedir ayuda, no me reconocía en el espejo. Llamé a mi madre y me dijo que cogiera el primer avión.
Luego, las presiones de amigos y vecinos en el pueblo, que apoyaban más al maltratador que a ella. A partir de ahí, me cuenta una historia de entereza, de ayuda familiar, del amor de su madre y su hermana.

La miro. Tendrá 23 años. Está en pie. La abrazo, me sonríe y se va.

Va por ti, Sonia.

28 de mayo de 2013

3 consejos para jóvenes periodistas que quieren trabajar

Enzo Vizcaíno es un joven periodista con talento, ideas y ganas de trabajar. El 13 de mayo colgó en Youtube un vídeo en el que cantaba su CV en el suburbano. Para hacerlo, escribió la letra, la música y se fue dos veces al metro a grabarlo; después, hizo el montaje y lo subió a Youtube. La idea era tan buena que tuvo una importante repercusión.



Y lo mejor de todo: ya está trabajando. Aquí

Es una buena noticia. El 17 de mayo, di la última clase a una nueva promoción de periodistas de la UPV-EHU a punto de salir al mercado laboral. 
Para despedirme, les di dos grandes consejos que yo recibí a su edad, cuando acabados los estudios, me enfrenté a ese abismo que es la salida de la Facultad.
El primero me lo dio Antonio Petit Caro, a quien fui a pedir trabajo: "Si te levantas todos los días con ánimo y vas a buscar trabajo, antes de tres meses estarás trabajando". Se cumplió.

El segundo me lo dio José Manuel Alonso. Había sido profesor nuestro en la Facultad. Un año, se vino de excursión a Madrid y cuando paramos en la mitad del trayecto nos invitó a todo el autobús, a todos, en el bar. Cuando acabamos los estudios, él, como presidente de la Asociación de la Prensa de Vizcaya (hoy AVP-EKE), dirigía La Hoja del Lunes. Fui a pedirle trabajo y le llevé mi CV. Ahí me dio el consejo: "Eres periodista. No me traigas currículos, tráeme noticias". Le llevé una sobre una exposición. Aún conservo esa página.
Después, fui tropezando de vez en cuando con él. De hecho, él era presidente de la AVP-EKE cuando le tomamos el relevo en la Junta. Es un hombre respetado en la FAPE. Suya fue la propuesta de que las asociaciones se llamaran '... de Periodistas' y no '... de la Prensa'. Suyo fue el eslogan de 'Sin periodistas no hay periodismo, sin periodismo no hay democracia'.
El tercer consejo es mío: "Sigue los consejos de estos dos grandes maestros".

19 de mayo de 2013

Réquiem por una licenciatura

Desde que me licencié en Periodismo hace 30 años hasta mucho después, no se produjeron cambios en los planes de estudios. De hecho, cuando al de una década de acabar los estudios volví a la universidad, esta vez a subirme a la tarima como profesora, la asignatura que me asignaron era idéntica a una que yo había cursado el mismo año. En cuarto, los caminos se bifurcaban: Periodismo o Publicidad.
Era profesora cuando se implantaron los nuevos planes, que reducían los 5 años a 4 y establecían la docencia por cuatrimestres en lugar de cursos enteros. El 'plan nuevo' lo llamamos. No nos cabía nada. La carga horaria era tal, que los alumnos se movilizaron y lograron reducirla, más. El 'plan nuevo' pasó a llamarse 'renove'.
En 2010, arrancó un nuevo plan, el adecuado a Bolonia. Acabará de implantarse por completo este curso que entra de 2013/14. A la vez, el 2012/13 hemos impartido el último de la Licenciatura de Periodismo.
La asignatura de Periodismo Especializado —la mía— estaba ubicada en el segundo cuatrimestre de cuarto curso. El grupo 1, horario de mañana en castellano, la recibía el viernes: De 11 a 11:50, la teoría; de 12 a 13:50, la práctica de una de las subdivisiones del grupo. Este 17 de mayo de 2013, último día de clase del calendario escolar, en el aula 0 y cuando faltaban 5 minutos para el mediodía, con 56 estudiantes como testigos y sin presencia de autoridades académicas, la licenciatura de Periodismo de la UPV-EHU pasó a mejor vida.

 Este fue su réquiem:


Dos horas después, en la sala Mulmedia 7, frente a un Mac, la última alumna en recibir la clase práctica fue Carolina Llorente.
-Has sido la última, Carolina.
Su respuesta queda entre nosotras, porque para entonces sus compañeros habían abandonado la sala.

22 de septiembre de 2011

¿Por qué creo que no deben hacerlo?

La noticia de que los partidos políticos han acordado que el consejo de RTVE acceda a la elaboración del telediario puede leerse aquí: En Público; en El País; en El Mundo; en ABC.
O sea, que pretenden controlar el contenido de los informativos de la tele pública. Pero claro, todo eso no cabe en un titular de prensa.
Los políticos se equivocan, porque si quieren jugar a ser periodistas, que lo sean. Pero para ello deben renunciar a ser políticos. Son tareas absolutamente contrarias.
La mayor característica, la mejor, la que define a un buen periodista, es precisamente su independencia de criterio, mientras que los políticos (al menos en este país) están sometidos a la disciplina de su partido y están entrenados para defender cosas en las que no creen. Sus propios compañeros, idealistas al principio, les han convencido de que lo que creen es inalcanzable y de que a veces deben recurrir a medios bastardos e indignos, radicalmente contrarios a lo que persiguen. Porque les han convencido de que el fin justifica los medios. Y cualquiera sabe que no hay fin. Solamente hay medios, caminos para llegar a esos fines.
La mejor, la única garantía de un información veraz e independiente es que los periodistas trabajen con libertad, que puedan decidir qué contenidos introducen en un telediario y qué enfoque les dan. Y si se confunden, que pierda audiencia esa tele, que no la vea nadie.
Esto de que los partidos políticos establezcan la composición de un consejo de redacción es una cacicada impropia de un país democrático. ¿Qué temen?, ¿a qué tienen miedo?
Temen la verdad.
Temen que en ese informativo se dé una información que les sea desfavorable. Y presionan para que esa cara fea que tienen ni se asome a los medios públicos.
Se confunden, porque así descalifican a esos medios. La estrategia posterior es descalificar a quien no sigue los criterios de las teles y radios que ellos se creen capacitados para controlar.
Si esto es así ahora con el PSOE en el Gobierno, ni quiero pensar qué será cuando en el bipartidismo que sufrimos se haga el PP con el poder.
Llevo cosa de un año acudiendo más o menos una vez a la semana a la tertulia matutina de Radio Euskadi. Ni sé las veces que en la entrevista de las 9.00 de la mañana he coincidido en los estudios con representantes políticos. Lo excepcional es que esa entrevista se la hagan a un representante de otros ámbitos. Y no es porque los responsables informativos de esa radio no quieran o no sepan entrevistar a civiles, sino porque, como es una radio pública, está extraordinariamente controlada por quienes gobiernan. Y quienes gobiernan, para acallar las voces de quienes están (provisionalmente) en la oposición, les ceden un espacio parecido al que ellos usan. O sea, que se reparten su presencia en los medios públicos. Y lo hacen según su representación parlamentaria. Como si eso fuera un criterio periodístico, como si eso tuviera interés para la ciudadanía.
Cuando éramos niñas, hacíamos algo parecido en casa: cuando encontrábamos el chocolate que mamá escondía, lo compartíamos entre las hermanas para que ninguna se chivara.
No saben si interesan o no a la ciudadanía, pero les da lo mismo, se comportan como el gorila alfa que manda porque tiene fuerza. Imponen su músculo. Y ni se preguntan si es democrático o no exhibir el músculo.
Por cierto, en este año que he compartido cuartos de hora de entrevista con esos políticos en los estudios de la radio, tengo que decir que se han hecho entrevistar para en muchas ocasiones no decir nada. Quieren estar en los medios por estar, aunque no tengan mensaje alguno que colocar. Y muchas veces, la mayor parte de las veces, nada que decir. La mediocridad triunfa y apaga cuanto brillo delata su grisidad.
La tele pública es hoy el chocolate, el chocolate que le quitan al loro para que no radie sus miserias.
Y es una lástima que mañana no tenga clase en la Facultad, porque entraría con toda la cacharrería.

31 de mayo de 2011

El último día de clase

Lleva años siendo así: mi última clase de curso en el grupo 16 es su última clase de la carrera. Fue el 13 de mayo. Salió un viernes soleado, pero al final de la tarde la melancolía lo fue transformando en domingo.
Organizaron una merendola a la que cada cual hizo su aportación. Ixone Pascual y Tania Quijana pusieron en marcha la idea; Héctor Amorrosta se preocupó por una música que no se dejaba sentir del lío de voces; Xabi Martínez se encargó de las fotos;  Sandra  y Virginia Melchor enredaban con el vídeo; Jose Tellería llevó unas trufas tan buenas que casi provocan la tercera guerra mundial. Estoy sopesando la posibilidad de suspenderle para volver a probarlas el curso que viene.
La foto la hicimos con la biblioteca central de fondo, el paisaje que durante meses hemos visto desde la ventana del aula.
De izquierda a derecha empezando por arriba (si hay errores o ausencias, me dejáis comentarios, por favor, para que los subsane):
Ana María Cosmi, Isabel Fernández, Montse Pintado, Cintia Fernández, Diego Silva, Ibai Gómez, Sandra de Pedro, Jose Tellería, Borja Odriozola, Gorane Urresti, Sonia Pérez.

María Torre, Nancy Fernández, Eva Mora, Marta Cabrera, Mari Tere Ayestarán, Arkaitz Aramendia, Fernando Alcauzar, menda, Álvaro Bohórquez, Flor Arriola, Myriam Merhy Andion, Sandra Martínez, Sergio Ovejero, Virginia Melchor, Héctor Amorrosta.

Aidel Díez Mejías, Roberto San Millán, Diego Coterón, Pedro Cañizo, Xabier Martínez, Alan Behal, Aitziber Iradi, Beatriz Sánchez-Serrano, María García, Ixone Pascual, Irantzu Ureta.

Daniel Aguado, Aitor Martínez; del otro lado, Tania Quijada y Yolanda Tamayo.

Si alguien del grupo 1 me envía la foto escaneada, la colgaré con ésta.  Y todos los enlaces serán bienvenidos.

Quise, otra vez, ver con ellos el vídeo de la crema solar.

Ha sido un buen año y una gran cosecha. Gracias a todos.