Fue en agosto de 1994. Había ido a la playa, a Barinatxe, con la tabla. La marea estaba bajísima. Cogí una ola y cuando me aproximaba a la orilla, entusiasmada por lo larga que había sido, atropellé a una mujer. Miré así, para arriba, ji ji ji, con cara de inocente, de Yo no quería. Era Irune Manzano.
―¿Qué tal, Irune? ―Ella con cara seria, yo con sonrisa horizontal; ella desnuda, yo también. Más vale que no siga.
Y me contó que estaban grabando una serie en euskera para ETB-1: Goenkale.
La serie, que era diaria, se estrenó en el siguiente octubre y estuvo más de 20 años en antena. Con diferencia, el programa más longevo no solo de la televisión vasca, también de la española. Goenkale marcó un hito por muchas razones: por las dimensiones del equipo que había detrás, por la importante escuela y cantera de actrices y actores que supuso, porque sus diálogos otorgaron al euskera una naturalidad y frescura hasta entonces inexistente en las producciones dobladas. En Arralde ―así se llamaba el pueblo de ficción―, el tabernero, sus clientes, los personajes, en general, no hablaban como académicos de número de Euskaltzaindia pronunciando una conferencia, sino como habla la gente de la calle; incluso, como habla la gente sin alfabetizar.
Ya había escrito yo algo sobre ella unos meses antes.
No ha sido la única vez que he obtenido información de la guisa en la que estaba en Barinatxe. Pero esto lo contaré en otra ocasión.