Se nos ha ido Manu Leguineche. Se ha ido sin ruido y a una hora casi perfecta para llegar bien a los informativos de las dos de la tarde. Todo un profesional hasta para eso.
Yo conocía a Manu de las guerras que nos fue contando, sobre todo por TVE. Y cuando ya fui periodista, hice mucho uso de una anécdota que le oí y que siempre me tomé como un buen consejo. Contaba que en los lugares en conflicto, los reporteros solían tener grandes dificultades para enviar sus crónicas y que, en más de una ocasión, él había tenido que provocar pena en las telefonistas asegurándoles que o enviaba la crónica o era hombre muerto. De ahí, decía él, o aprendí yo, que cuando se apela a la bondad, se produce el milagro de que las personas, aunque no lo sean, se comportan como buenas.
En enero de 2007, ya enfermo y en silla de ruedas, nos fuimos a su casa de Brihuega con la idea de organizar bien la entrega del Premio Periodistas Vascos, que en su primera edición le concedimos en la Asociación Vasca de Periodistas. Lo cuento aquí y aquí. En esta otra entrada cuento lo del premio y Ander Izagirre aporta su versión.
Luego fuimos más veces a verle, a celebrar en familia la amistad. Nos alojábamos en su casa, en las habitaciones de los pisos superiores. Las primeras veces lo sentí como una profanación, porque parecía no haber pasado el tiempo. Tanto su salón de trabajo como el dormitorío permanecían exactamente como aquel aciago día en que enfermó y quedó varado en la silla de ruedas. En la mesilla de noche, una lamparilla, las zapatillas de casa, algún medicamento; sobre el alféizar de la ventana, algunas cartas todavía sin abrir y un libro. Un libro que me era muy familiar: 'Los sótanos del mundo', de Ander Izagirre. El marcapáginas estaba como por la página 50. Tardé en darme cuenta del valor que tendría este hallazgo para Ander.
Después del premio de nuestra Asociación de Periodistas, se sucedieron unos cuantos, como el de la FAPE, que propusimos nosotros y cuya defensa hice yo ese mismo año en la asamblea que celebramos en La Coruña.
En junio de 2008, sus vecinos de Arratzu fletaron un autobús para ir a verle a Brihuega. Como el vehículo no cabía por las callejas del pueblo, me recuerdo a mí misma guiando a aquellos vecinos hasta la casa de Manu. Y allí, en el jardín, nos recibió y le bailaron un aurresku. Se llevaron hasta al txistulari. La imagen era divertidísima porque Manu fue recibiendo a todos en fila, y dedicándoles un recuerdo. Ellos le iban dejando tomates y lechugas de la huerta, un queso, una reproducción del escudo del pueblo, una maquilla... Como al padrino.
Ese mismo año le concedieron el Euskadi de Literatura. Cuando le llamé para felicitarle, me dijo que la marea de premios la habíamos comenzado nosotros con el Premio Periodistas Vascos. Me sentí muy bien.
Brihuega, el pueblo al completo, le estaba muy agradecido por el hecho de que hubiera asentado allí los reales. Tanto que pusieron su nombre a la plaza en la que está su casa. No solo el pueblo, toda la provincia le mostró su agradecimiento en el homenaje que le rindió la Diputación. Aquella iniciativa fue muy bonita porque además abrieron una web con su nombre. Tenía hasta un libro de visitas.
Hoy, que era el día para que todos escribiéramos en ella, descubro que está inactiva. Un disgustillo que cae sobre el disgusto. En ese acto en Guadalajara conocí a Enrique Meneses, que se nos fue el año pasado, también en enero.
Recuerdo aquellas charlas al sol de Brihuega en el jardín que cuidaba Jesús, el jardinero de Manu, como momentos de gran serenidad. Cuando estábamos en silencio, se oía el mecer de los altos plátanos del entorno de la iglesia. A veces, las campanas irrumpían. Para mí siempre han sido de mucho gusto su tañer, pero a Manu le molestaba tanto o más que una sirena de fábrica. Cuando el sol se metía detrás de las colinas, Gabri o Diana, las mujeres que cuidaban de Don Manu, como ellas lo llamaban, venían a buscarlo para recogerse al interior. Esa pena de que se fuera es la misma que siento ahora, pero multiplicada por mucho, por muchísimo. Además, hoy sé que con Manu ya no habrá mañana.
La foto es de noviembre de 2007, en su casa de Brihuega. Era sábado y hacía frío. Encendimos la chimenea del salón. Comimos muy tarde porque Manu había querido aprovechar que El Corte Inglés abría en Guadalajara, la capital de la provincia, y mandó a dos vecinos a comprar chuletones de Berriz y piña fresca. El tumulto que se montó en la tienda por el entusiasmo de los guadalajareños hizo que volvieran tardísimo. Pero la piña estaba muy buena. Después, cayó un puro.
Si hoy tuviera uno, me lo fumaría por ti, Manu.
Hace 7 años