Con los exámenes finales, en los centros docentes cunde el pánico... el estudiante brillante y entregado, que a lo largo del año lo ha dado todo por la asignatura y ha seguido cuidadosamente el camino señalado por su maestro, se pregunta si podrá arañar alguna décima más que le permita culminar sus estudios con nota. Los más, tratan de sobrevivir trampeando aquí y allí, en la confianza de que un último esfuerzo suplementario les permitirá superar la dura prueba. Pero los más díscolos... los más díscolos, ay, tratan desesperadamente de absorber en cuestión de minutos los conocimientos que a sus profesores les ha costado meses y meses de trabajo preparar, exponer, transmitir.
Todos, en fin, llegan a estas fechas preocupados por la justicia. Los unos, la anhelan; los otros, la exigen; los otros de más allá, sin duda, la temen. Aún diría más: los disipados entre los disipados, aquellos que se han pasado el curso tocándose los h*evos a sí mismos y, sobre todo, tocándoselos a los demás, cesan en sus habituales maneras y se preguntan, inquietos, si su pretérito comportamiento les pasará factura en esta delicada situación que es un examen final.
Por favor.
No os preocupéis por nada.
Tranquilos.
Somos profesionales.
Pero si hasta tenemos un uniforme especial para las correcciones de los exámenes finales...