El comic superheroico, como todos sabemos, está basado en la sorpresa contínua, la renovación sistemática de conceptos, el cambio constante. Todo es All-New, All-Different, y nunca jamás nada volverá a ser lo mismo.
Año tras año, volumen tras volumen, los personajes cambian, crecen, evolucionan... y no precisamente de manera suave y gradual, sino más bien a grandes saltos. A base de... de excéntricas discontinuidades, que permiten llevar a los personajes mucho más allá, mucho más lejos de lo que una simple evolución lógica del personaje habría permitido. Por supuesto, eso pone a veces a prueba nuestra capacidad de suspensión de la credibilidad, pero, eh, si no fuéramos capaces de eso no leeríamos lo que leemos, ¿no es cierto?
De manera que, periódicamente, disponemos de Nuevas y Mejoradas versiones de nuestros héroes y villanos favoritos, cosa que es BIEN. Pero, claro, a veces, el proceso es tan radical y tan rompedor que ahí, junto a los nuevos personajes... o quizás, más bien detrás de los nuevos personajes...
...están los antiguos, dando por c*lo.
Y a veces no es una metáfora.