Mostrando entradas con la etiqueta malas palabras. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta malas palabras. Mostrar todas las entradas

15 de febrero de 2008

Las malas palabras

"¿Por qué son malas las malas palabras?, ¿le pegan a las otras palabras?" se preguntaba el poeta Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua en Rosario, en 2004. "Algunas son irreemplazables"-añadía.




(Aquí la primera parte del discurso)
Aquí el texto adaptado de la intervención, en el CVC.

En la última novela de Mercedes Abad, El vecino de abajo, leí un fragmento que transcribo por su fuerza expresiva.

Me pregunté cómo era posible que una palabra tan pronunciada por tanta gente a lo largo de tantos siglos no hubiera perdido en el camino ni un ápice de su fuerza expresiva y su sabor. ¿Había alguna que pudiera jactarse de haber sido pronunciada más veces que hijoputa? No, no debía de haber muchas palabras que pudieran enorgullecerse de haber mantenido tanto tiempo su reinado en lo más alto del hit parade lingüístico. Hijo de puta sonaba más fino, melodioso y descafeinado, porque la suavidad de la de atenuaba en cierto modo el áspero y súbito esputo de la jota y también el estallido final de la te. Hijoputa sabía a ajo y a sudor, a puchero, a guiso fuerte y muy especiado derramando su denso aroma e impregnándolo todos, a carne de caza colgando sobre mis narices al borde de la putrefacción. Sólo de repetirla una y otra vez y amasarla en la boca con voluptuosidad sentía que mi aliento se espesaba y se hacía más acre y ácido, y esa evolución hacia la fetidez me llenó de un extraño placer.
¿Y a qué vienen ambos documentos? Pues, a mi intento por reprimir las ganas de vociferar ciertas palabras (tacos, palabrotas) después del leer el tratamiento informativo de la huelga de la enseñanza que se dio (me niego a usar el término celebrar) ayer en Cataluña. Mi pensamiento discurre por los derroteros de las malas palabras (no soy la única). En la edición de hoy de El País (Cataluña), el tema, que ocupaba la portada, centraba la atención en la disputa sobre las estadísticas de participación. Y sólo unas escasas líneas para destacar asuntos como la evaluación de los docentes, la sospecha de la privatización de los centros... Hablan de normalidad en los centros. Señores, la normalidad en muchos centros fue sinónimo de absentismo (tanto de los docentes firmantes de la huelga como de muchos que, sin suscribirla, hallaron las aulas vacías y se marcharon).
Pues eso, ante situaciones así el insulto es "un arma cargada de poder" terapéutico.

Más sobre el insulto en la web de José Antonio Millán:
Y yo en la tuya
Diccionario del insulto