
En El amor llamó dos
veces (The more the merrier, 1943), de George Stevens, debido al incremento
de la población en Washington y a las dificultades de conseguir alojamiento,
una mujer, Constance (Jean Arthur), se encuentra en la circunstancia de compartir su piso con dos hombres,
Benjamin (Charles Coburn) y Joe (Joel McCrea), tras que el primero, que tiene
que esperar dos días a que esté disponible la suite del hotel, alquile la mitad
de su habitación al segundo porque este necesita un provisional alojamiento
hasta que embarque hacia África. Apreturas y dificultades de convivencias en
tiempos de guerra en una notable comedia, y una de las más logradas obras de
Stevens. Al año siguiente, en otra producción de la Columbia, de nuevo con Jean
Arthur y Charles Coburn, Días
impacientes (The impacient years, 1944), Andy (Lee Bowman), tras año y
medio de ausencia, retorna del campo de batalla, disfruta de su primer permiso
y se reencuentra con la mujer con la que se casó, Janie (Jean Arthur), a la que
había conocido cuatro días antes de casarse. Conoce por fin a su hijo pero
también se encuentra con que comparte la casa no solo con su padre, William
(Charles Coburn), sino también con un hombre joven, Henry (Phil Brown). ¿Es
otro campo de batalla? La torpeza y el desconcierto determinan que ese
reencuentro más bien derive en una colisión cuya única solución, según
consideran ambos, es el divorcio. De hecho, la narración comienza en los
tribunales donde se dirime la petición de divorcio; la narración es la
declaración de William, o la aclaración de qué circunstancias y sucesos
determinaron una situación que podría haber evolucionado de otra manera si no
hubieran sido tan impacientes y no se hubieran dejado llevar por conclusiones
apresuradas. De entrada, porque eran dos personas que, tras tanto tiempo sin
verse, se desenvolvían torpes como si fueran casi extraños, y en segundo lugar,
porque la figura de ese otro hombre suscita unas dudas en Andy que no sabe cómo
compartir con Janie. Infiere lo que no es (dado qué bien se desenvuelve Henry
en sus tareas paternales). Y como Janie no sabe lo que él siente interpreta su
decisión de no dormir en la misma cama que ella, sino en el suelo, como
evidencia de que no se siente ya atraído por ella. Los equívocos y
malentendidos determinan la reacción airada de ambos.

La decisión del juez (Edgar Buchanan) determina una singular
redirección argumental. Ambos deben recrear los cuatro días durante los que se
gestó y consolidó su amor, visitando, paso a paso, los mismos lugares, por si
de esa manera recobran esa conexión que creen haber perdido, como si hubiera
sido una pasajera enajenación. Los espacios son los mismos, pero ellos no, son
como actores que torpe y desganadamente recrean lo que se dijeron e hicieron,
sea en el bar donde se conocieron o en la oficina de registros o en lugar junto
al mar donde se besaron. Y por otra
parte, se encuentran con las interferencias de quienes interpretan su
circunstancia de otro modo, como el conserje (Grant Mtchell) y el botones
(Charles Grapewin) del hotel donde se alojan, quienes piensan que él puede ser
una amenaza (como si encarnaran el sentimiento agraviado de ella). Los intentos
de comunicación de Andy se interpretan como molestia y acaba recluido en su
habitación cual prisionero (como prisioneros de los malentendidos se encuentran
ambos). Incluso, el mismo padre de Janie, y Henry, creerán que el intenta
matarla cuando le sorprenden poniendo una almohada sobre su cara (sin saber que
lo hace para quitarle su ataque de hipo). Pero los equívocos lograrán
desenmarañarse y conseguirán verse, discernirse, de nuevo ya desprovistos de
miedos, recelos e inseguridades, con el espacio (mental) despejado
adecuadamente para que las emociones se desplieguen sin cortapisas e
interferencias (propias y ajenas) y posibilite la reconexión sentimental.


El sugerente guion es obra de Virgina Van Upp, quien había
escrito varios guiones desde mediados de los treinta, entre ellos el de la
notable
You and me (1938), de Fritz
Lang, y que ese mismo año, por su exitosa participación en el guion de
Las modelos (1944), de Charles Vidor,
había apuntalado de modo más firme su posición de poder en la industria,
incluso como productora o supervisora de proyectos, en la Columbia (en aquel
entonces solo otras dos mujeres detentaban ese cargo, Joan Harrison,
colaboradora de Alfred Hitchcock, y Harriet Parsons, hija de la columnista
Louella Parsons). Fue determinante su buena conexión con Rita Hayworth, para la que supervisaría
Gilda (1946), de Charles Vidor y
La dama de Trinidad (1953), de Vincent Sherman, así como el
remontaje de
La dama de Shangai
(1948), de Orson Welles. El director de
Días impacientes era Irving Cummings,
uno de esos directores a los que no se ha prestado atención alguna, considerado
mero impersonal artesano, y con el infortunio de ni siquiera haber dirigido una
película popular, o que haya calado de un modo u otro en el imaginario
colectivo. La misma
Días impacientes, que
fue un éxito en su momento
, está
protagonizada por un actor tan escasamente conocido como él, Lee Bowman, que
centraría a partir de 1950 su trabajo en televisión, en donde su rol más
destacado sería como protagonista de Ellery Queen (1950-55); quizá su rol más
significativo fue su condición de pionero en la labor de asesoría de
interpretación o dominio escénico para políticos (fue contratado en 1969, durante
la administración como presidente de Richard Nixon, para asistir en tal materia
a los más jóvenes representantes republicanos). Por su parte, Jean Arthur quizá
fuera la actriz que mejor representa al periodo dorado de la comedia
estadounidense, entre mediados de los treinta y mediados de los cuarenta, pero
nunca fue considerada una estrella, ni ha generado atracciones fetichistas
remarcables, pese a ser una actriz admirada por sus memorables interpretaciones
en obras del calibre de
Una chica
afortunada (1937), de Mitchell Leisen,
Cena
a medianoche (1937), de Frank Borzage,
Vive
como quieres (1938) y
Caballero sin
espada (1939), ambas de Frank Capra,
Solo
los ángeles tienen alas (1939), de Howard Hawks o
El asunto del día (1942), de George Stevens. Con
Días impacientes concluiría su contrato
con Columbia. Se dice que salió gritando,
¡Soy
libre!. Posteriormente, solo interpretaría dos películas más,
Berlín Occidental (1948), de Billy
Wilder, y
Raíces profundas (1952),
de nuevo con George Stevens. Con respecto a Cummings, entre sus ochenta y dos
películas, dirigió sobre todo comedias y musicales, en particular durante la
última década de su carrera, que concluiría en 1951, con
Don dólar, con Groucho Marx, aunque también algún western, como
Belle starr (1941). Colaboró de modo
recurrente con Warner Baxter, Shirley Temple o Betty Grable. Quizá su obra más
conocida sea su biografía sobre Alexander Graham Bell,
El gran milagro (1939), lo cual da la medida del escaso interés que
ha suscitado su cine, o lo poco que ha calado en la memoria cinéfila. De todos
modos, quién sabe, entre tantas obras que dirigió, en general desconocidas,
quizá haya algunas obras tan estimables como esta sugerente comedia.