El inicio de La evasión (Le trou, 1960), de Jacques Becker,
que adapta, junto al autor, Jose Giovanni, la homónima novela, publicada en
1957, no deja de ser singular. La cámara se desplaza en un espacio abierto
hasta encuadrar a Roland (Jean Karaudy), quien, inclinado sobre el motor de un
coche, está arreglándolo. Se incorpora y se vuelve para dirigirse a la cámara y
decir, escuetamente, que se nos va a narrar la historia de un intento de fuga
de una prisión en la que él participó (en 1947, en la prisión de La Santé). En la
película su personaje tendrá otro apellido (su nombre real es Roland Barbat, y
su personaje se apellida Darbant; Jean Keraudy es nombre artístico), pero
introduce la vertiente de documento, patente, en particular, en la atención a
los procedimientos, al tratamiento del tiempo, o puntual fusión de tiempo
fílmico y tiempo real. Precisamente, una de las principales cualidades de
Roland es la habilidad con las manos. No sólo interpreta al cerebro de la fuga, sino que su maña es
crucial (cómo utiliza, por ejemplo, uno de los hierros de la cama para usarlo
como piqueta). La pericia y precisión narrativa de La evasión se acompasa a la
del personaje. De alguna manera, puede parecer un documental dado cómo dedica
minuciosa atención, y planos de dilatada duración, a mostrar cómo los guardas
registran la comida que reciben los presos, cómo, durante cuatro minutos sin
cambiar el plano, los reos pican el suelo de su celda, o sus desplazamientos y
sus actividades por los subterráneos, que es descripción y análisis de
situación (corte de barrotes, pique de las paredes menos gruesas, deducción de
cuándo hacen ronda los vigilantes, corte de un hierro para hacer del mismo la
ganzúa que les abra todas la puertas).
Su concisión es condensación, expresión de la concreción y
esencia de las acciones. Y el tiempo es crucial (de hecho, tienen que idear el
modo de medir la duración de sus actividades en los subterráneos para saber
cuánto tienen que estar picando antes de volver a la celda). Todo es medición,
cálculo, constancia, método. Es la labor depurada de un artesano. Ontología de
la tarea. Los mismos personajes están descritos con precisos trazos, en sus acciones
y reacciones, sin necesidad de saber de su pasado: la templanza de Roland, la
suspicacia alerta de un sanguíneo Manu (Philippe Leroy), que acaba reflejando
los difusos límites entre el recelo y la intuición, la jovialidad, o aparente
desapego de Monsignore (Raymond Menier), que no puede camuflar en algún momento
su nervioso temperamento, o el relajo con el que se lo toma todo (hasta ponerse
a trabajar) Geo (Michel Constantine), quien puede aparentar que se implica
menos (pero no dejará de colaborar aunque renuncie a la fuga para evitar que su
madre sufriera por la tensión cuando se enterara). Los personajes son lo que
parecen, pero también pueden parecer lo que no son, y reaccionar de un modo
inesperado. Lo incierto de las apariencias se manifiesta de modo más claro en
el recién llegado a la celda, Gaspard (Mark Michel), del que sí sabremos su
pasado, porque será interrogado, explorado,
por los otros cuatro, ya que es el extraño, por lo tanto incógnita, en un grupo
bien definido. Ya en la previa secuencia introductoria queda patente su
persuasiva capacidad para influir en la percepción sobre él de los demás, como
es el caso del mismo alcaide de prisión. Logra evitar, tras una infracción
cometida, que sea castigado. Por eso, su relato del por qué está ahí no deja de
estar teñido de ambiguedad, cuando menos en las motivaciones. Sus rasgos
suaves, cual bello ángel, y sus maneras educadas inspiran confianza, pero la
duda no deja de sobrevolar, como una sombra, sobre sus posibles reacciones, a
veces percibido en algún gesto elusivo.
La evasión es una obra ante todo de acciones, en un sentido
amplio, no sólo por su minuciosa atención a los procedimientos o procesos. Las
acciones (o reacciones), mediante gestos, expresiones, e incluso omisiones, son
elocuentes: Cómo se refleja la sensación de grupo, de unidad y lealtad, entre
los cuatro hombres, que aceptan a Mark como parte del mismo, pese a algunas
reticencias de Manu; cómo alguien decide no fugarse pero no deja de colaborar
con sus compañeros en la fuga; cómo alguien, Manu, ante la vista de una fuga
factible, cuando ven la calle desierta, piensa en sus compañeros y vuelve para
realizar la fuga conjunta al día siguiente, mientras en el otro, Gaspard, se ha
apreciado la vacilación, la disposición a coger uno de los taxis que ven pasar;
cómo alguien, ante la posibilidad de que su condena se conmute decida pensar en
sí mismo antes que en los demás. Una elipsis, al respecto, no es omisión que
genere expectativa sino elocuente correspondencia con quien se camufla bajo su
apariencia angélica. Cada acción define a los personajes, porque en la acción
nos definimos, como un grupo se define por el hecho de que todos colaboren
entregados sin pensar primero en sí mismos, excepto la nota discordante, aquel
que se mueve por sus propios intereses, que no deja de ser su real condena o
miseria: ese pobre Gaspard que le
dice Roland tras que los gendarmes hayan intervenido e impedido la fuga en el
último momento; no es una mirada de reproche ni de rabia sino de conmiseración.
Jean Pierre Melville dijo que La evasión era la mejor obra que había dado el
cine francés. Fácil de comprender si se considera su mismo cine, otro prodigio
de precisión y capacidad de condensación, en el que los personajes, también,
ante todo, se definen por sus acciones, un cine de presencias que deja entrever
lo incierto en sus intersticios, del mismo modo que el método, el sentido
profesional de una labor o un objetivo se ve trastocada por los imprevistos y
por la voluntad e intereses de los otros. O, al mismo tiempo, cómo la
honestidad y la solidaridad se quiebra por la egoísta mezquindad. La evasión es
uno de los ejemplos más depurados de narración cinematográfica, en cuanto
lógica, concreción y extracción de lo accesorio, en cuanto precisión y fluida
modulación, como también son, precisamente en este particular sub género que es
el de las fugas o evasiones, Un condenado a muerte ha escapado (1959), de
Robert Bresson, La gran evasión (1963), de John Sturges o Fuga de Alcatraz
(1979), de Don Siegel. O, en otro particular subgénero, el de los robos y
atracos, Rififi (1955), de Jules Dassin y Círculo rojo (1970), en especial, por
sus dilatadas secuencias de la ejecución de los atracos, con una duración de
alrededor de media hora, en la que los personajes no emiten palabra alguna. Atracos
y fugas, acciones y procedimientos para entrar o para salir, para superar, o
transgredir, un férreo sistema de alarmas y vigilancia, obstáculos e
impedimentos, códigos y normas. La transgresión: un agujero (como el título
original, Le trou) o una fisura en el cerco de un sistema.