Mostrando entradas con la etiqueta Miguel d'Ors. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel d'Ors. Mostrar todas las entradas

lunes, 2 de septiembre de 2024

25 poemas de Pascoli

Hace tres años compré en la Librería Páramo de Urueña el libro 25 poemas de Giovanni Pascoli, seleccionados y traducidos por Miguel d'Ors y publicados exquisitamente en La Veleta:

Así de primeras no me llamaron mucho la atención los textos. En mi estantería se quedó hasta ahora, que lo he cogido y me ha gustado un montón. A veces pasa eso, que hay que esperar el momento. El libro, leído ahora, me dio mucha alegría. Por ejemplo. este es un poema precioso, en el que unos hombres están arando y los pájaros miran:



lunes, 20 de noviembre de 2023

Una crucifixión de Antonello da Messina y un poema

Había leído el poema de Miguel d'Ors sin ver el cuadro. Se me ocurrió el otro día buscarlo (aquí tenéis el enlace al Museo, para verlo con mucho más detalle) y, aparte de descubrir que a otro se le había ocurrido lo mismo, yo me alegré de observar qué bien describe el cuadro el poema:


Antonello da Messina, "La Crucifixión"
(Londres, National Gallery)

Sobre el dolor nunca se equivocaron
los antiguos maestros. Por ejemplo,
esta Crucifixión: Jesús ha muerto. Pende
frío y abandonado –a sus pies ya tan sólo
su madre y el amigo más querido-,
de la cruz todavía.
                             Y sin embargo,
qué extraña paz, qué luminoso orden
en la mañana.
                       Un gozo misterioso
invade el alma como
un acorde perfecto.
                               (Antonello sabía
que allí murieron todos los pecados
de la Historia, que una
Humanidad distinta estaba amaneciendo
en aquel cuerpo roto. Que empezaba la Vida).

lunes, 23 de octubre de 2023

Paisaje de trazos otoñales

Carretera (Homenaje a A. T.)
INVIERNO gris sobre las sementeras
hurañas de Castilla. Atrás quedaron
-niebla harapienta y hielo- los peñascos
de Pancorbo, y la tarde palidece
tras este parabrisas de mosquitos estrellados.
La carretera, eterna
-en la cuneta, un repentino vuelo
de urracas-, va esfumándose a lo lejos,
en el futuro. Por la radio insisten
los políticos. Pasan camiones
porcinos hacia Burgos. (Y algún tiempo
después pasa su olor). (...)
Este es el inicio de un poema de Miguel d'Ors. Aparte de que mencione Pancorbo, el pueblo de mi padre, me interesa porque me recuerda algunos viajes invernales desde allí a Burgos. 
Me parece que es como un grabado de esos de trazos gruesos, como de los expresionistas. Me impresiona lo de las "sementeras / hurañas"  y lo de la "niebla harapienta". Es un paisaje muy de otoño (busco, ya que el autor fecha siempre sus poemas; sí, el 9 de noviembre de 1991), aunque lo titule "Invierno", con el cielo gris, campos ocres o marrones oscuros, pájaros sueltos. También me acuerdo del olor de aquellos camiones de cerdos. Pasábamos agonías en el puerto del Escudo, rodeados de camiones que se iban adelantando unos a otros y nos encerraban, sanndwicheándonos, cuando había dos carriles de subida en el puerto.

A mí me recuerda a Ortega Muñoz, al que, de hecho, Miguel d'Ors cita en algún poema. Algo así, pero con menos árboles. Ya sé que no es un grabado, pero la idea de por qué me lo recuerda creo que se entiende:

martes, 28 de septiembre de 2021

«Viaje de invierno», de Miguel d'Ors

Lo he traído de Follas Novas, he empezado a leerlo y he seguido y lo he acabado, el último libro de poesía de Miguel d'Ors. Una maravilla. Muy emocionante, con detalles muy graciosos, la perra "Ory / con el rabito eufórico", muy maja. Hay sonetos excepcionales. Todo está lleno de Santiago de Compostela, su pueblo y ahora el mío.

Cuando traía el libro por la Algalia, justo por donde vivió de pequeño Miguel d'Ors, pensaba otra vez en lo emocionante que fue para mí pasear por Santiago los primeros años. Ahora me parece un pueblo agrisado, todo ello empeorado por la pandemia, con tiendas cerradas y a la vez con más tiendas de turistas, de esas de todo a precio de basura.

Y me he leído el libro entero y podría empezar a saquearlo aquí, con el riesgo de citar mal algún verso, pero me conformaré con uno solo de los muchos del Santiago de su infancia:

Aquel ambiente inmóvil de lluvia provinciana

Ay, Señor, que nos queda todo el otoño y todo el invierno aquí. Que al menos tengamos días de sol de noviembre.



martes, 16 de marzo de 2021

Penúltimas virutas de taller


De su padre contaban que tenía escritos que llamaba paralipomena y luego catalipomena, dos palabras griegas, «lo colateral» y «lo dejado»; y libros biográficos, que llamaba autoscopia «autoobservación». Así que su hijo, en el cuarto volumen de la serie, resulta que iba en esa línea: Penúltimas virutas de taller son los textos de los últimos cinco años. Como tiene previsto un último libro, que recogerá lo que haya escrito entre 2020 y 2024, este comienza su ominoso título con ese adjetivo Penúltimas. Lo demás que escriba, dice, será póstumo. 
A mí me han gustado sobre todo sus comentarios literarios. Hay un apartado sobre la Biblia muy bueno, comentando, como en otros volúmenes, con criterios de novela realista los relatos del Antiguo Testamento: es muy divertido el resultado. Con los Evangelios entra en problemas importantes de interpretación de textos, como todos esos tan fascinantes del deseo de Cristo de ocultar su misión tras hacer un milagro. Brillan especialmente sus comentarios a fray Luis de León, pero también a poetas del XVIII y XIX. Debió de ser una delicia asistir a sus clases. Impresiona su dominio de la métrica castellana, pero sobre todo lo bien que sabe leer los textos, la atención que pone en ello, la finura de sus lecturas. Hay unas páginas sobre Bécquer muy buenas. Hasta da ganas de leer a alguien como Torres Villarroel. Tiene un comentario sobre Los bueyes, el poema de Thomas Hardy que tradujo en uno de sus libros de poesía, comparándolo con otras versiones: yo no soy poeta ni lo voy a ser, pero cómo aprendería si lo fuera, leyendo comentarios como este. También explica unos versos del Mio Cid, en torno a diferentes sentidos de la palabra «tornar». Hace un estudio fascinante sobre la palabras «pardillo». La explicación del porqué de la etiqueta de «Generación del 98» en oposición falsa en realidad a «Modernismo» es también para que la lean todos los graduados en Hispánicas, a ver si desfacemos el entuerto de una vez.

Si tengo que poner alguna pega, si hay algo llamativo en este volumen es su esfuerzo denodado por afirmar que no tiene discípulos. A los que se reconocen como al menos admiradores de su obra los trata con despego, por lo menos. No sé si es una visión de paternidad (no reconocida) exigente, para que no se duerman en los laureles, pero es que roñosea sus elogios con los más cercanos.
Otra es que me he dado por aludido; no sé si es mucho presumir por mi parte, pero al menos como colectivo sí que entro, en su crítica a un exceso de amor por parte de algunos a autores anglosajones conversos. Tan aludido me sentí que me puse a hacer un examen de conciencia: aparte de Newman y Evelyn Waugh, que no tengo ningún empacho en admirar sin reparos, de mis ídolos Flannery O'Connor no es conversa. Respiré aliviado. Me gustan Richard Ford y Raymond Carver, nada cristianos. Y Natalia Ginzburg, que no es ni anglosajona ni conversa, ni siquiera católica: buff, no entro en su etiqueta. Por lo demás, se empeña en hablar mal de Tolkien, al que no ha leído (y que no era converso). 
Mi última pega es que incluye una entrevista de preguntas estúpidas de Álvaro Petit, que ya me disgustó cuando la leí en internet. Al menos hay otra de muy buenas preguntas de Rodrigo Olay, que no había leído.

martes, 17 de mayo de 2016

Dos cosas sobre Galicia

Del libro de Miguel d'Ors, me apunté este texto que recoge del diario de su padre, el gran Álvaro d'Ors y que yo aplico a Galicia porque me apetece. Me parece de una sabiduría tremenda; a mí me ha costado un montón entenderlo y creo que todavía no lo he pillado del todo:
En los ambientes rurales no hay que preguntar. La información es una flor de la cultura urbana. Entre aldeanos, las cosas se saben sin preguntar. Si preguntas y obtienes una respuesta, ésta será siempre desorientadora. Pero ten cuidado, no protestes luego, pues se reirán de ti por ignorar lo que todos saben (274).
Y casi al final de libro (349) el autor se pregunta si es realmente gallego en lo sociológico, a partir de cuatro criterios que le han llamado la atención negativamente: 1. rusticidad; 2. fatalismo; 3. chismorroteo; 4. necrofilia.

lunes, 16 de mayo de 2016

Miguel d'Ors, Todavía más virutas de taller


Tras Virutas de taller (2007) y Más VdT (2010), sale Todavía más VdT de Miguel d'Ors, otro libro que he leído sin poder dejarlo. Es todavía más misceláneo que los anteriores: hay todavía más de todo, desde comentarios de poesía a microrrelatos, desde listas de todos tipo (por ejemplo de las cicatrices de su mano -una biografía muy lograda-, pero también de poetas favoritos -varias-, de películas del Oeste o de las cosas que le gustan y las que no) a comentarios bíblicos o unos deliciosos cuentos infantiles políticamente incorrectos para sus nietos. Y no se corta ya al hablar de sus opiniones políticas, como si quisiera quemar todos los barcos y que los que le han estado acusando toda su vida tengan munición a placer para enterrarlo en la tumba de los «políticamente incorrectos», también por el lado religioso  (tiene unos párrafos muy graciosos sobre unos que traducen «Virgo clemens» por «Virgen acogedora» y sobre el vomitivo uso del verbo «acoger» en el mundo clerical).

Especialmente me han gustado todo lo que escribe sobre cómo encuentra Galicia, ahora que ha vuelto a vivir aquí tras muchos años fuera, desde el bachillerato en concreto. Los análisis sociolingüísticos son finísimos y a mí me han resultado muy consoladores (y mucho más realistas que antes). Luego tiene comentarios mínimos pero fascinantes a cosas como el distinto valor de «bastante» o lo que se entiende por «monte» en Andalucía y en Galicia (77).

En las notas lingüísticas y literarias hay lugar para todo tipo de cuestiones menores: por ejemplo repasa los datos sobre si Rosalía era «Castro» o «de Castro», con resultados ambiguos. O se plantea de dónde sale el cambio semántico del «vacilar» antiguo al vacilar (a alguien) actual. Pero sobre todo ha leído mucha literatura española. A mí me rompió el saque descubrir que esto que cita:
De allí vi ya horizontes más abiertos,
y aun también más ajenos de conhorte,
pobres, incultos, rasos y desiertos,

hombres tristes, de oscuro y sucio porte,
casas de barro, calles de inmundicia,
pueblos, en fin, sin dicha ni deporte.

Tal vez en torno de ellos la codicia,
si no ya la miseria, labra un poco,
sin afán, sin provecho ni pericia.

De árboles no hay que hablar; éste es un coco
que asusta al propietario y al labriego,
y a quien los planta le apellidan loco.

«Los habrá, dicen, cuando venga el riego».

era de 1795, de Jovellanos (Epístola a Poncio). Y es que si hay algo en lo que destaca es en el comentario literario de poesía. Ya me gustaría asistir a un curso suyo sobre literatura del siglo XVIII (o del XX o de cualquier época). Su dominio métrico y su oído poético son finísimos, ya se sabe. Lo mismo que los poetas contemporáneos suyos más destacados, con los que se pelea aquí varias veces: fascinante grupo, seguramente los poetas más grandes desde los de inicios del siglo XX.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Berceo y el pan de trigo

En el cielo, «se ceban los ángeles      del buen candïal trigo» (Milagros 137c).

La Virgen le reprocha a un canónigo que ande buscando, en vez de su devoción, «mejor de pan de trigo» (341c = cosas mejores que el pan de trigo, algo imposible).

Fernando Baños, en nota a 137c, remite con Devoto a Del sacrificio de la Misa (172-173):
Aún del Corpus Domini otra cosa vos digo,
el pan de que se face debe seer de trigo;
otra mezcla ninguna no la quiere consigo:
yo esto bien lo creo e só ende testigo.

Si se vuelve en ello nula otra cebera,
esto atal se finca tal pan cual ante era;
el trigo sólo torna en carne verdadera,
la que mete las almas en la buena carrera.
Y en Milagros 659a un mercader se dirige así a la Virgen:
Reina de los cielos, Madre del pan de trigo,
Sobre esto hizo una glosa en tres poemas Miguel d'Ors. Aquí algunos versos:
I (...) Eres la tesorera del silencio,
el sauce que se inclina a toda pena;
eres la que se queda fuera de las palabras;
sólo un nombre ojival puede nombrarte:
madre del pan de trigo, sí. La sombra
de una sonrisa tuya iguala a mil cerezos, (...)

II (...) Afuera las posadas, su tráfico políglota,
la púrpura y el crimen, los remotos
camellos y las jarcias afanosas;
afuera el mundo entero, pero dentro
una niña con gesto de tórtola asustada
que deja su costura de novia,
que sonríe,
que dice inmensamente: Hágase en mí según
tus palabras y vuelve a su silencio,
mejor, mejor, mejor que el de los astros. (...)

III (...) Eres madre del pan, eres un cuenco
de leche hospitalaria, bien caliente;
eres humildemente la cerilla
que alumbra un apagón
de cuatro siglos; (...)

Yo no digo nada, pero, ejem, Miguel d'Ors va a estar en el próximo Curso de verano.

lunes, 24 de junio de 2013

Pájaros y flores de cuneta

Nos habíamos creído que Sol de noviembre (2005) inauguraba una época poética, pero dentro del crepúsculo creativo de la obra de Miguel d’Ors, por el título y porque él bien que se empeñaba en decirlo allí, entre insistentes quejas de que pasaba por periodos largos de sequía poética. Pero ya había hecho un poema ¡en 1984! titulado «Donde el poeta se despide del cotarro»: habrá que concluir que además de aprender en Pamplona a coger el toro por los cuernos tiene de siempre esa actitud tan torera de anunciar su retirada para desdecirse repetidamente, porque se lo pide el cuerpo (y se lo pide la afición, pero eso no importa para el argumento). En 2010 publicó Sociedad limitada, y ahora nos sorprende –qué alegría- con un nuevo libro, Átomos y galaxias (Sevilla, Renacimiento). Podría haber racaneado sacando fascículos –plaquettes, los llaman los enterados de la secta poética- de poemas entecos y escasos, a ser posible oscuros, arcanos y herméticos, pero no: nos sorprende –y vaya cómo nos alegra- con un libro de cien poemas -100-, que es como encerrarse con seis Mihuras, a una edad en la que mejor se está haciendo de ganadero en la gran finca con cortijo, bien ganada con los sudores de las tournées por América. Claro que los pitones de los toros siguen ahí –en realidad más cerca-, que además los reflejos no son los mismos, que esos pases de pecho ya el respetable los cuenta a beneficio de inventario: pero qué valentía a pesar de todo: «que sepa también yo (…) / hacer de los adioses mi música mejor», nos dice (40) y se nos escapa  un olé bien de dentro.
Y entramos en el libro y nos encontramos –la primera en la frente- con una traducción –no recuerdo otra mejor en castellano, aunque de Carlos Pujol había una muy buena- de Pied Beauty, de Gerald Manley Hopkins. Ahí, estos versos (4-6):
las brasas nuevas de las castañas que caen, las alas del pinzón,
el paisaje parcelado y repartido –redil, barbecho, labranza-
y todos los oficios, sus faenas y aperos y jaeces.
Eso es este libro, la naturaleza con todas sus motas, pintas y parcelas, en su variedad –plantas, flores, sobre todo las más sencillas; y aves, principalmente pájaros (Avecedario acaba con los gorriones, «que son / la calderilla del cielo» 21)- y la vida humana en ella, la delicia y la dificultad de vivir junto a ellos y de saber que los perderemos, en 100 poemas ordenados alfabéticamente, donde hay de todo: grandes logros y otros que nos recuerdan a otros suyos.
Están los temas que nos gusta volver a ver en él: la infancia en Santiago (aunque la Compostela real no le llegue ahora a la altura a esos recuerdos) y los veranos del campo –nombres que se repiten, como Almofrey- con abejas «buscando la flor del tojo / por las laderas ariscas / de mi infancia» (9), su padre –unidos el latín y el frente de guerra en 1938- como primer eslabón en la cadena del ser que le enlaza con sus antepasados en la solidaridad con la humanidad originaria y la reivindicación de lo que yo podría llamar aldeísmo, esa glorificación a mi ver excesiva de una vida primitiva, ludita, en torno a la artesanía (Francisco Lois, 54, Herencia 63), solo engañosamente más verdadera.
Todos los montañeros –dejadme soltar una afirmación incomprobable- están tentados de panteísmo. Nuestro poeta se ve atacado, claro, pero bien claro comprende que la armonía con la naturaleza es siempre limitada, que existe el extrañamiento, por más que sus extraordinarias enumeraciones caóticas –es el mejor poeta que yo conozca en ese palo- den la sensación de que todo está en todo, por ejemplo en la palabra Cereza (31) o solo al encanto de la mención del Miércoles de Ceniza (81). Pero la naturaleza es extraña a lo humano, bien que lo medita en varios poemas (una emocionante Necrológica 85), y por supuesto sabe bien que tampoco es arte (Cuervos, 38), por más que vea también en Cézanne la «indiscutible consistencia» de la realidad (raras palabras en d'Ors: creo que está citando a Guillén). Y a eso aspira en su poesía, ya lo sabíamos, a salvar la realidad. Anotemos que en el terreno del arte en este libro vuelve a mencionar el Taj Mahal (mal) y a Ella Fitzgerald la sustituye Chet Baker (y eso también me parece mal). Berceo vuelve (¡bien!) y vuelve por suerte la luna y su inmediatez (o no, en aquella serie de poemas conversando con Victor Botas).
Pero por lo menos aquel dolor de Ella Fitzgerald sigue ahí, fecundando la belleza de este mundo construido sobre él: el azul de nuestro planeta, las majestuosas gaviotas aunque de cerca son «ratas del aire», el jilguero que se alimenta de cardos borriqueros, el sapo que se parece tanto a un corazón (123), las sombras que hacen de peana de un Cristo de Ribera (114), las flores de cuneta (64, 16-23):
(…) simples margaritas,
collejas, corregüelas, malvas, dientes
de león, digitales, las niñas amarillas
de la xesta y el tojo y esas otras
tan bonitas –no sé cómo se llaman-
que lucen, agrupadas como en constelaciones,
una versión barata del azul
de las gencianas de los Pirineos.
Y seguimos encontrando en sus poemas el amor de después de tantas cosas –aquellas manos ajadas por el detergente- en un poema titulado Arrugas. Y a la vez todas las posibilidades de amor, todas las opciones que se dejaron (Elecciones 41-42, Helena 60), también la otra vida que podría haber tenido con quien ama, en un poema deudor de Szymborska (El poema que nunca escribiré 43). Y no se retrae de hablar del amor de Dios, por ejemplo cuando se ve, con su cuerpo muerto corrompiéndose, «echado a los brazos de la Misericordia» (37). Ese Dios que sabe ya aquí, aun «cuando te has puesto ese disfraz de Nada» (Fe, 50).
Novedosa –y consoladora para mí, que no nací en Santiago, pero que además de disfrutar la vida de esta santa ciudad, padezco su lluvia excesiva- es la frecuencia de menciones a la alegría de después de escampar. Creo que voy a recitar muchas veces estos dos versos a modo de exorcismo (Campanadas, 25, 3-4):
mirando cómo llueve, llueve, llueve,
qué anochecida sigue la mañana.
Y sobre todo el inicio de Luz, pura celebración (80):
Después de un mes de cielo enmorriñado
por una lluvia parda y sorda y lenta,
vuelve la luz como resucitada.
Absolutamente novedosos en temática son los poemas a sus nietos, con una ligereza y una tendencia al juego (y hasta un leve caligrama; ya los había estudiado teóricamente en un libro de 1977, todo vuelve) que los hace especialmente refrescantes. Quizá por eso ahora reaparece su padre, pero no solo el de Virgilio en las trincheras de 1938: también el joven de 1931 y el de 1946, cogiéndole de la mano de recién nacido (y más novedoso todavía: de blanco y ¡jugando al tenis! en 1958).
Me resulta también nuevo que junto a los nombres del Pirineo recuerde aquí otros de Granada, esos montes «color de pana pobre» y esos topónimos tan curiosos: Soportújar, Cauchiles (73). Y el Guadarrama fugazmente desde el tren, en Llamada (77).
No es poco lo que nos ha dado d’Ors en este libro. Los que disfrutamos estos días de las flores del tojo –de lejos, desde el coche, que así no pinchan- no podemos menos de conmovernos al ver que se compara con él (Tojo, 127):
que igual que tú, soy áspero y montuno,
que daño a quien me abraza

y que también, desde las mismas ramas
que sustentan mis púas, como tú, contribuyo
al esplendor del mundo
con unas pocas flores amarillas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

En Fontefrida

AVECEDARIO
La golondrina, aguzada
como un flechazo de Amor;
el mirlo madrugador,
gayarre de la enramada;
la tórtola que, enlutada,
borbota su desconsuelo
en Fontefrida; el mochuelo
dando ejemplo de atención.
Y los gorriones, que son
la calderilla del cielo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Urracas

Por seguir con las urracas, esto de Sociedad limitada:

p. 30 si de repente notas que te empiezan / a gustar las urracas.

p. 47 (...) dos urracas cruzan / el asfalto lustrado por la lluvia / primaveral.

Y sobre mirlos en el mismo libro de Miguel d'Ors.

viernes, 2 de julio de 2010

Le merle moqueur

En el nuevo -y otra vez excelente- libro de poemas de Miguel d'Ors*, me encuentro tres menciones de mirlos:
-En el primer poema del libro (Desde mi ventana), lleno de humor, esta primera estrofa:
Me asomo a la ventana a degustar
la tarde. Hay aquí un mirlo algo coplero.
Cantaba hace unos meses, con Aznar,
igual que hoy con Rodríguez Zapatero.

-En Amapola, un poema enorme, esto:

[la amapola] contenta
como el canto de un mirlo en un cerezo.

-En Vida Nueva, todo gira en torno a un mirlo. Sólo pongo aquí el inicio:
1 de enero. El mirlo de mi barrio
amanece cantando la misma partitura
de todas las mañanas.

Y a mí me ha alegrado mucho pensar que todo tenga que ver con Le temps des cerises, aquella canción que descubrí hace dos meses.

*Sociedad limitada, Renacimiento, Sevilla, 2010

miércoles, 7 de abril de 2010

Más virutas de taller [2004-2009]

El nuevo libro de Miguel d'Ors lo he disfrutado tanto o más que el anterior, Virutas de taller, y lo hubiera disfrutado el doble si hubiera ocupado el doble de páginas.
Son luminosos sus comentarios al hilo de sus lecturas (incluso aunque sea de literatura del XVIII, de la que no sé nada), sus análisis sobre arte poética en todos sus aspectos teóricos y técnicos, sus observaciones de todo tipo, sus anotaciones breves.
Sólo le pongo una pega: su cierta ingenuidad respecto al clima cultural en Galicia. Así como sabe ver (p. 45) que en la base de todos los nacionalismos está la mitología y el victimismo (y la ignorancia como madre de esos dos), no quiere ver que muchos que "pertenecen" al "sistema cultural gallego" (esa frase es muy de mi Facultad) han entronizado -y en eso tienen mucha culpa la gente de su generación- una visión demasiado idealizada de la lengua gallega y de la literatura en gallego.
Quizá al final se deba todo al mito de los inuits, que él quizá acepte -no sé- y yo no: esos valores intangibles de una lengua que se mamarían en la infancia y que no serían comunicables. Algo de eso debe de estar en el comentario que hace a su poema Tierra de Cotobade, formado exclusivamente de topónimos de esa zona: viene a decir que si no conoces esos pueblos, el poema no te dirá nada. Y eso no acabo yo de verlo: al final, si se estirara la idea, acabaríamos en que toda poesía sería incomunicable, y eso no es así -por suerte. Él mismo es un excelente traductor: una refutación por la vía de hecho.
Pero ya hablé largo y tendido sobre lo que pensaba de todas esas cuestiones de las lenguas y no voy a aburriros otra vez con lo mismo.

¡Gran libro que sabe a poco!

miércoles, 30 de abril de 2008

Folklore apócrifo

Provechosa y gozosa relectura de Virutas de taller, de Miguel d'Ors. Me río a placer con su lectura literalista del Génesis y aprendo de sus explicaciones de poesía.
Y en la página 65 esta frase y mi cabezada de reconocimiento: El folklore tiene una rara tendencia a ser apócrifo.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Disfrazado de nada

Releyendo Sol de noviembre, el libro de Miguel d'Ors, me encontré subrayada por Dal (en mi memoria, no en el papel, por suerte), esta frase: disfrazado de nada, como sueles. Es del Por un azul y un amarillo. La estrofa es así:

Minuto de belleza
que no es azar: desde antes del comienzo del tiempo
lo tenía previsto Tu amor, y, disfrazado
de nada, como sueles
, manejaste
los siglos y los climas para que esta mañana
(...), yo recibiera,
sin entender por qué, sin merecerlo,
este regalo (...)

En realidad Dal ya dijo todo lo pertinente: se podría hablar de un anonadamiento de Dios Padre; su providencia, ese inmenso poder, se disfraza de nada, de azar, de casualidad, de debilidad.
Yo me acordé de eso releyendo Virgen del Camino, ese gran poema de Andrés Trapiello:
Y es entonces cuando comienzo un rito,
un viejo rito íntimo, igual todas las noches:
rezo un avemaría mentalmente.
Durante muchos años esto me avergonzaba.
“Qué buscas”, me decía, “en oración tan simple.
Eres un hombre ya, no crees mucho
que el destino del hombre obedezca a unas leyes
divinas ni que el orbe, engastado de estrellas
en las ruedas del sol y de la luna
sea maquinaria de un reloj,
al que un ser bondadoso
da cuerda cada noche en su vasto castillo,
esa vieja mansión que Nietzsche llamó Nada
y Bergson llamó Tiempo.


domingo, 30 de septiembre de 2007

Difícil poema

Manzanos florecidos
en las frescas praderas. La mañana
azul, las incesantes golondrinas,
los juncos invertidos en el río,
todo llama a vivir. Oigo sobre el alero
zureo de palomas. Y risas a lo lejos.

[...] yo nunca
me he estrechado bastante contra tu pecho, oh mundo.


De mis lecturas de agosto traigo hoy la relectura de Punto y aparte, la antología de Miguel d'Ors (La Veleta, Granada, 1992, p. 30); en el epílogo (p. 209), que equivale a un tratado sobre la poesía, esto: "todavía recuerdo las semanas de lucha que me costó la primera estrofa de Manzanos florecidos en las frescas praderas..., frente a un pinar rechinante de chicharras, en aquel verano catalán de 1974. El verso final es deudor del que inicia God's world de Edna St. Vincent Millay".
Aquí tenéis el poema de Edna St. Vincent Millay: precioso. Y aquí os podéis bajar un mp3 con la lectura del poema.
Buscando en Google descubro que d'Ors se autocita más adelante, en las Elegías de Cotobade, II, v. 11: las cosas de Google.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Vivir en los pronombres

No sé si estoy empezando a abusar, pero cómo me gusta usar adjetivos / pronombres interrogativos como cómo o qué para intentar expresar emoción. Quizá le estuviera copiando a Miguel d'Ors (ya me gustaría):

Desde la tierra, cómo se levanta
el espeso verdor de los carballos,
y el rojo florecido, que alboroza
la ceñuda ladera del Coirego,
y cómo va subiendo, secreta, la fragancia
a las ramas hirsutas de la xesta.

Es la primera estrofa de un poema que podría ser gallego, si un poema gallego pudiera estar escrito en castellano (aliis si licet, tibi non licet!).

viernes, 5 de mayo de 2006

Poesía gallega de Miguel D'Ors

De una excelente entrevista de Ana Eire a Miguel D'Ors*
Creo que, pese a estar escritos en castellano, mis versos son profunda, sustancialmente gallegos. No sólo porque aluden a Galicia, sino porque también, en un plano más hondo, "están sentidos en gallego", o, dicho de otro modo, porque en ellos se manifiesta lo que me atrevería a llamar una forma gallega de estar en el mundo. Me refiero a la importancia de lo sentimental, al talante elegíaco y melancólico, a la presencia de la naturaleza y la comunión con ella, a la actividad crítica, a la ironía... Todo esto, que está en Celso Emilio Ferreiro, y en Rosalía, y en los cancioneiros medievales, me parece mucho más determinante que el mero hecho de usar la lengua gallega.
* Ana Eire, Conversaciones con poetas españoles contemporáneos, Renacimiento, Sevilla, 2005, p. 20.

sábado, 1 de abril de 2006

Comentario sobre los comentarios

1. Frivolizo dándomelas de crítico de arte contemporáneo y me llega esta genial definición de Andrés de lo que hago:
Creo que sería mejor que visitase las exposiciones sin la media sonrisa melancólico-altiva; si deslastrase algún que otro prejuicio: no todos los artistas contemporáneos son adolescentes tardíos de las juventudes socialistas que no leyeron a los clásicos.
2. Digo una tontería después de mirar por encima una colección de poesías completas de Alberti, y eso da pie a buenos comentarios de cuáqueros y poetas. El poeta García-Máiquez hace un comentario muy bueno sobre Alberti, y me alegro de haber dicho una chorrada si le ha servido para escribir eso en su nuevo blog, altamente recomendable. Visitadlo pinchando aquí encima.
Y ya puestos a hablar de nuevos blogs: aquí el de Fernando Lillo, sobre Cultura Clásica, también muy bueno.
3. Digo que la flor de asagao es una prímula con toda desfachatez, esperando que Antón me corrija; y sí, me corrigió, era una corregüela (convolvulus). Veamos:

Yo soy un hombre
que come su arroz,
ante la flor de la prímula.

No, no queda bien; demasiado delicado.

Yo soy un hombre
que come su arroz,
ante la flor de la corregüela.

Suena a jota castellana, pero no me imagino a nadie de Castilla comiendo arroz ante una flor. Habrá que dejarlo como tradujo D'Ors:

Yo soy un hombre
que come su arroz,
ante la flor de asagao.

4. Pero de los últimos comentarios mi favorito hasta ahora es una formulación preciosa de la cenosis de Cristo, bien que en un comentario muy crítico con mis ideas:
Usted, que venera una imagen sanguinolenta de un hombre azotado, escarnecido y crucificado hasta la muerte.
¿No es una definición magnífica?

martes, 21 de marzo de 2006

Flor de asagao

No me consigo quitar de la cabeza el haiku de Matsuo Basho que traduce Miguel D'Ors en su último libro:
Yo soy un hombre
que come su arroz,
ante la flor de asagao.
Se lo he dicho a varios amigos, que me miran con cara de ¿se estará volviendo loco?
En la red he encontrado otros dos haikus con la flor de asagao, el primero de Hokushi y el segundo de Chiyo (sean quienes sean):

Las flores de asagao
florecen a la vez
y se ajan juntas.

Capturado mi pozo
por la flor de asagao,
salgo a pedir agua.
Seguramente parte del encanto viene de la propia palabra asagao: ¿será una orquídea? ¿será una rosa? No, es una prímula. ACTUALIZACIÓN 25.III.06: no es una prímula, es una corregüela (convolvulus).

Y ya que estamos con haikus, podéis ver aquí uno en latín de Gabriel Laguna (con traducción / original español).