He hecho un artículo sobre Galdós, Antonio Machado, Valle y Unamuno en relación con el campo y la regeneración; ya se lo he mandado a algunos amigos, aunque está todavía sin publicar.
Me dejé fuera a Baroja. Esto podría considerarse como
Addenda:
En
Camino de perfección, novela que me ha parecido bastante floja, aunque mejora algo al final (en concreto con el cambio de narrador), el protagonista, Fernando Ossorio, -atención al apellido- intenta salir de su vida disipada y sin sentido huyendo de Madrid (como
Nazarín, como
Halma, como en cierto modo
El caballero encantado de Galdós); para en Toledo (como
Ángel Guerra, de Galdós), vive en un pueblo manchego, que es para él como una etapa de vida purgativa, lo que se refleja en el paisaje (p. 128):
Eran de una melancolía terrible aquellas lomas amarillas, de una amarillez cruda calcárea, y la ondulación de los altos trigos.
Pensar que un hombre tenía que ir segando todo aquello con un sol de plano, daba ganas, sólo por eso, de huir de un tierra en donde los ojos no podían descansar un momento contemplando algo verde, algo jugoso, en donde la tierra era blanca, y blanco también y polvorientos los olivos y las vides...
El protagonista acaba en Levante, no sé si por el Maestrazgo, donde encuentra todo lo que le faltaba. Y eso, claro, se refleja en el paisaje (p. 278-9):
Aquí no se ven pedregales como en Marisparza; todo es jugoso, claro y definido, pero alegre. A lo lejos veo montes cubiertos de pinares negruzcos; más cerca, entre los viñedos, un cerrillo poblado por pinos de copa redonda. Arriba, muy alto, en el espacio azul, sin mancha, resplandeciente, se divisan los gavilanes, que trazan lentas curvas en el cielo.
Es la vida, la poderosa vida que reina por todas partes; las mariposas, pintadas de espléndidos colores, se agitan temblando sobre los sembrados verdes; las altas hierbas vivaces brotan lánguidas, holgazanas, en los ribazos; pían, gritan los gorriones en los árboles; revolotean en algarabía chillona golondrinas y vencejos; corren como flechas las aéreas libélulas de alas de tul verde y dorado; los mosquitos zumban en nube; pasan como balas los grandes insectos de' caparazones negros, brillantes; rezonguean las abejas y los moscones, curioseando por los huecos de tapias y paredes, y el gran sol, padre de la vida, el gran sol, bondadoso, sonríe en los campos verdes y claros de alcacel, incendia las rocas del monte, con su luz vivísima, y va rebrillando en el agua turbia y veloz de las acequias que se desliza con rápido tumulto, y ríe con gorjeos misteriosos por las praderas florecidas y llenas de rojas amapolas.