Diatribas vacacionales de una fan obsesa con demasiado tiempo libre

Estos días me estoy dando cuenta, más que nunca, de que la realidad que nos rodea está muy condicionada por la forma en que la miramos, y cada persona la mira de forma distinta dependiendo de sus circunstancias y sus intereses personales. En mi caso, por ejemplo, mi visión está condicionada por una fuerte convicción feminista que refuerzo cada día y que, aunque suene a contradicción, se va calmando en el sentido de que ya no me tiro al cuello de nadie que no piense como yo. He aprendido a que cada uno y cada una tiene que llegar a sus propias conclusiones, y si no coinciden con las mías, allá ellos, ya encontrarán el camino correcto algún día (je, je). Para mí, todo lo que pasa ante mis ojos tiene dos lecturas, una superficial y otra feminista. Y cuando digo todo, quiero decir todo: no puedo ver un simple programa de televisión sin analizarlo.
Lo que me lleva a la nueva ida de tarro de hoy.
Aprovechando que tengo fiesta y que mis series favoritas están en parón navideño, me he puesto a ver Firefly de nuevo. Siempre he pensado, como ya he expuesto aquí antes, que esta es una serie genial y digna de llamarse feminista, pero la segunda revisión me ha confirmado aún más esta sensación. Ayer vi la escena que pongo a continuación, y entonces me di cuenta de que uno de los personajes más infravalorados de la serie es, quizás, el más valioso en términos de reforzar lo femenino:



Curioso que sea en esta escena, en la que dos tíos se disputan a una "acompañante" profesional (Mal Reynolds, supuestamente, respeta a Inara como persona, pero no hace más que llamarla puta cada vez que encuentra la ocasión, y el otro es simplemente asqueroso). Kaylee es la mecánica de la nave, poco más que una niña pero con un gran conocimiento sobre naves espaciales gracias a ayudar a su padre en el taller. Es como una florecilla silvestre, le encantan los vestidos con volantes y la idea del amor romántico, y es tan positiva y tan feliz que a veces se hace hasta empalagosa. En este capítulo, el capitán Reynolds necesita ir a un baile de gala por cuestiones de trapicheos varios y decide llevar a Kaylee para congraciarse con ella, tras haberla ofendido antes. Kaylee está encantada porque tiene la oportunidad de ver algo bonito y ponerse guapa, como cualquier adolescente, pero con un matiz: no se pone guapa para nadie, sino para ella misma. Aprecia la belleza en las otras mujeres, le encanta su vestido porque ella se ve guapa, y solo se le cae la cara cuando otra mujer se mofa de ella (minuto 2:00, más o menos), no cuando un chico le da la espalda. Pero la parte que más me gusta de esta escena es cuando se ve rodeada de hombres (minuto 7:00), no por guapa o por lo bien que baila, sino por lo que dice. Es una experta en su campo, sabe más de motores que cualquier hombre, y todos quieren escucharla. Cuando un chico intenta cortejarla y sacarla a bailar, otro hombre le dice: "¡calla, chico, no ves que está hablando!" Me encanta. Sencillamente, me encanta. Por no hablar de que Kaylee comiendo fresas resulta mucho más sensual que cualquier truco de la profesional Inara con sus clientes.
Kaylee se valora a sí misma. Está orgullosa de su trabajo, orgullosa de sus amigos y amigas, orgullosa de su cuerpo. Me llevé una sorpresa tremenda cuando vi fotografías de la actriz que la interpretaba, Jewel Staite, porque la verdad es que es una preciosidad y en la serie no parece gran cosa; incluso tuvo que engordar para acceder al personaje de Kaylee, lo que me parece un acierto (cómo estaría Jewel, madre, porque si Kaylee está gorda... En fin). Y ahí es precisamente donde está la grandeza de esta serie: ninguno de los personajes femeninos (a excepción de Inara, que va más pintada que una puerta pero porque lo pide el personaje) va de guapa. Son guerreras, son mecánicas, son adolescentes maltratadas. No son modelos.
Zoe mola mazo y será siempre mi personaje favorito, pero Kaylee ha subido un par de puestos. Quién sabe, quizás al ritmo que va termine desbancando a los mismísimos Wash o River; de momento, muy por encima del capitán, dónde vamos a parar.

Libros de 2011

Iba a esperar unos días para poner la lista de los libros leídos este año, pero dudo mucho que en tres días termine ninguno más, teniendo en cuenta que estoy con un par que no desmerecen a la Biblia. Este año ha sido un poco extraño en lo que a lecturas se refiere. De enero a junio he leído mucho menos que otros años, por eso de preparar oposiciones y acabar el día demasiado cansada para hacer nada; de junio a diciembre, sin embargo, recuperé la sana costumbre con ansia, así que al final he leído la misma cantidad de libros que en otros años, pero más concentrados. También me ha dado por ampliar un poco los géneros y los idiomas; al castellano y el inglés les he unido este año el euskera, idioma en el que no leía porque me costaba mucho por falta de práctica y al que ya le he cogido el tranquillo. Aparte de novela he leído otro tipo de libros, algunos de no-ficción (algo muy raro en mí). Y cómics, también han caído cómics. Vamos, que ocupada he estado un rato.

Ahí va mi lista; mejor dicho, listas, que va por géneros.

No ficción:

  • Migraña: una pesadilla cerebral, Arturo Goicoechea: Parecerá una tontería (y probablemente lo sea), pero después de leer este libro dejé el tratamiento de la migraña y no he vuelto a tener ninguna de la categoría de las que tenía antes. No sé si será el efecto placebo, y me da igual. A mí me ha funcionado.


  • Tu primer millón, Pedro Queiroga: Ahorra todo lo que puedas (hasta el punto de reducir tus necesidades a lo mínimo), inviértelo en bolsa y muérdete las uñas esperando a que crezca sin perderlo. Vamos, una pérdida de tiempo y dinero. Más me hubiera valido invertir los veinte euros que me costó en, no sé, pipas.


  • Cambia tu cerebro, cambia tu cuerpo, Daniel G. Amen: En mi defensa diré que estaba pasando por una etapa de bajo ánimo cuando compré el libro. Una sarta de perogrulladas que no hacían más que contradecirse unas a otras y que terminaron de ponerme de mala leche. Otra pérdida de tiempo y dinero.


  • Telesailak, Varios autores: Un entretenidísimo estudio sobre algunas de las series de televisión americanas más conocidas desde el punto de vista de distintos escritores. Muy ameno. Recomendable a todo el que sepa euskera, porque me temo que no hay traducción.


  • Ficción:

  • Poem a Day, Anthology: Antología de poemas entre las que descubrí algunas joyas. Mi único acercamiento a la poesía de este año, aunque me esperan obras de Emily Dickinson y Keats entre los libros por leer. A ver si caen.


  • The Reader, Berhard Schlink: Preciosa, conmovedora, sorprendente. Recomendadísima. En mi completa estulticia, lo compré en inglés sin saber que el original estaba en alemán.


  • The Road, Cormac McCarthy: Otra maravilla. Historia depresiva y nihilista como las haya, me hizo pasar hambre, frío y angustia, pero de eso se trataba, ¿no?


  • ¡Chúpate esa!, Christopher Moore: Último libro que leo de este hombre. Supongo que él siempre ha escrito así, que la que ha cambiado he sido yo, pero me pareció tan horrible que hasta le grité. Al libro. Y a él un poco, por Twitter.


  • Pasio hutsa, Annie Ernaux (no sé cuál es el título original): Me lo pasó una amiga. Fácil de leer, tengo buen recuerdo aunque ni siquiera recuerdo la historia (lo que no es muy buena señal). Mi primer acercamiento a lecturas en euskera.



  • To the Lighthouse, Virginia Woolf: Me costó mucho terminar este libro. Difícil, complejo, pero satisfactorio, no sé cómo explicarlo. Creo que tengo que releerlo, a ver si me quedo con algo más.


  • Dubliners, James Joyce: El libro que me ha hecho hacer las paces con Joyce. No, más aún: el libro que ha convertido a Joyce en uno de mis escritores favoritos. Tengo imágenes de estos cuentos grabados en la memoria, tan visuales son. Nadie como él para describir una calle de noche. De obligada lectura para quien quiera conocer un poco a Joyce y no se atreva con el Ulyses (con el que no me atrevo ni yo).


  • El último Dickens, Mathew Pearl: Creí que me iba a gustar este libro porque me había leído La sombra de Poe y El club Dante, pero, o no recordaba bien aquellos títulos, o yo he cambiado, o este libro ha empeorado, porque no me gustó nada, nada, nada.


  • Fikzioaren izterrak, Ur Apalategi: Primer escritor euskaldun que leo en años, más aún en euskera. Preciosa colección de relatos que ha ganado varios premios. Me encantó. No creo que esté traducido, y creo que será muy difícil reflejar ciertos aspectos que cuenta, pero merece la pena leerlo.


  • El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Marquez: ¿Qué decir de este libro que no se haya dicho ya? Mi pregunta es: después de nacer este hombre, ¿por qué siguió escribiendo la gente? ¿Para qué?



  • The Fry Chronicles, Stephen Fry (audiobook): Ir muerta de la risa por la calle y que todo el mundo se vuelva a mirarte pensando que estás loca. Esa es la sensación que recuerdo. Hats off to you, Mr. Fry.


  • La Regenta, Clarín: Leí este libro media docena de veces cuando era adolescente, pero era la primera vez que lo leía de adulta. Impresionante. Me he dado cuenta de que no había entendido ni la mitad de las cosas que se cuentan en el libro, que tiene una profundidad de kilómetros. Obra maestra donde las haya.


  • Lolita, V. Nabokov: No era lo que me esperaba, sino mucho mejor. Lo leí por ver de qué demonios hablaba todo el mundo y terminé enamorada de la historia, pero sobre todo del lenguaje. Precioso.


  • Las niñas perdidas, Cristina Fallarás: Esta mujer no defrauda. Novela negra, negrísima, muy bien escrita y con algunas escenas que te hacen querer vomitar. Final doloroso donde los haya. Genial.


  • Persuasion, Jane Austen: No voy a ser capaz de decir nada que no se haya dicho ya, así que me limitaré a decir que me encantó. Como todas las de Jane Austen.


  • Ana Karenina, L. Tolstoi: Emocionada por el éxito con La Regenta, me animé a leer otra de mis obras de juventud. Con esta, sin embargo, me llevé un chasco. Mi yo feminista se rebeló contra muchos aspectos: solo un hombre podría crear una mujer tan volátil e irreal como Ana.


  • The Catcher in the Rye, J.D. Salinger: Eterna. Universal. Genial. Grandiosa. Todo lo que se diga de esta novela es poco. Uno de esos libros que guardo para releer de vez en cuando.


  • Mea Culpa, Uxue Apaolaza: Libro difícil de leer, intraducible, de los que dejan poso agradable por más que crea que no me enteré de la mitad. Necesito una relectura.


  • King Lear, W. Shakespeare: Cada vez que releo esta obra, salen significados nuevos. Sobre todo ahora, que lo conozco más y sé distinguir sus insultos. Genial, Guillermito.


  • La metamorfosis, Kafka: Nota a mí misma: no leer historias de bichos gigantes antes de comer. Por cierto, ¿alguien me puede explicar el significado de la historia? Estaba demasiado concentrada en no vomitar.


  • Ogi hutsa, Mohamed Xukri (no conozco el título en castellano): Obra fácil de leer, difícil de digerir. Te hace valorar mucho más lo que tienes y darte cuenta, entre otras cosas, de que los europeos somos unos cabrones.


  • Lo verdadero es un momento de lo falso, Lucía Etxebarria: Hace unos días amenazó con dejar de escribir. Espero que cumpla su amenaza, pero si no lo hace, me da igual, porque éste es el último libro suyo que leo. Palabra.



  • Maitea (Beloved), Toni Morrison: ¿Dónde he vivido yo todos estos años? ¿Por qué no había leído yo nunca nada de esta mujer? ¿En qué universo paralelo me he criado? Mi nueva escritora favorita, cuyas obras espero vayan cayendo poco a poco. Aunque dudo que ninguna pueda ser tan buena como esta. Os juro que aún cierro los ojos y siento la angustia de Sethe y Baby Suggs.


  • The Bluest Eye, Toni Morrison: Muy buen libro, pero ni de lejos tan bueno como el anterior. Aún así, buena lectura (y mucho más fácil que Beloved).

    Cómics:

  • Julia, Volúmenes 1 y 2: La historia de una criminóloga con un terrible suceso en su pasado. Entretenida. Si encontrara los número siguientes, probablemente los comprara.


  • Poison: Una policía de incógnito en el mundo de la prostitución. Traducido: la excusa perfecta para dibujar tías en pelotas. Una porquería, vaya.


  • Dublinés, Alfonso Zapico: La vida de James Joyce en versión cómic. Precioso libro, fidedigno. Un lujo.



  • Firefly: Those Left Behind (3 vol); Better Days (3 vol); The Other Half; Float Out; Downtime; The Shepherd's Tale, Joss Whedon: Porque una es así de friki, qué le vamos a hacer. Una temporada supo a poco, y algunos de estos cómics cierran historias, como el del Pastor Book (el mejor cómic de todos). Para incondicionales de la serie. Saltaos el de "Float Out", que se supone que es un homenaje a Wash pero no usa a los personajes de la serie y tiene unos dibujos pésimos.
  • Felices fiestas


    Zorionak!

    ¡Feliz Navidad!

    Merry Chirstmas!

    Frohe Weihnachten!

    Bon Nadal!

    [Añada aquí el idioma de su elección, con la esperanza de que el mensaje esté captado.]

    Verdades como templos aprendidas este año.


    -Este año he aprendido que las babas de los niños de cuatro años tienen el mismo efecto en la piel que la baba de caracol, aunque creo que es igual de asquerosa (sobre todo ahora en invierno, que no tienes muy claro si es baba o parte del moco que le colgaba cuando te dio el beso).

    -Una frase del tipo "Ruth, Ruth, two and one Imanol happy birthday" de boca de un niño de cinco años que señala un calendario, consigue que un día que había empezado regular termine siendo el mejor día del año.

    -El contacto directo con niños cura los bajones de ánimo temporales mucho más rápido que cualquier antidepresivo. Y los efectos secundarios se limitan a catarros y virus compartidos.

    -Esperar lo mejor de la gente suele provocar que la gente dé lo mejor de sí. Suele. Para todo hay excepciones.

    -Levantarte una hora antes de lo que debes para hacer lo que más te gusta antes de ir a trabajar tiene efectos muy beneficiosos en el humor y tu perspectiva ante los problemas cotidianos.

    -Pensar, cuando lees algo, "qué majo es este tío, vaya salidas tiene", y tardar cinco segundos en darte cuenta de que a "este tío" lo has creado tú y esas "salidas" son las tuyas, es, sin duda, una de las mejores sensaciones del mundo.

    -Saber que el año que acaba ha sido redondo y que el 2012 tiene visos de seguir por el mismo camino provoca brotes inesperados de gritos, bailes y alegrías varias. Con o sin compañía.

    Fragmento VIII: Mike y Alan

    Alan se ha metido en una pelea, hay un cruce de denuncias y termina en comisaría para aclarar las cosas, aunque no hay detenidos (todavía). Martins y Jacquie son compañeros del instituto que han sido testigos de la bronca.

    (...)
    -¿No me digas que has llamado a tu caballero andante?
    -¿Qué?
    -Mike está aquí. Míralo, ahí llega.
    Alan se volvió a tiempo de verle entrar en la comisaría. Mike, completamente fuera de lugar en aquel sitio con su traje gris y su camisa impoluta, se quedó en la puerta mirando a su marido, las manos levantadas en un gesto que exigía una explicación.
    -¿Dónde está Billy?
    -¿Quién coño es Billy?
    -El motero tatuado de doscientos kilos que tendría que compartir celda contigo y pedirte favores sexuales. ¿No me digas que le han soltado ya? Y yo que venía a mirar...
    Jacquie y Martins estallaron en una carcajada. Alan sacudió la cabeza de un lado a otro, los ojos chispeantes clavados en la sonrisa de su marido. Mike se acercó y le cogió del brazo.
    -¿Qué coño ha pasado?
    -¿No has oído el mensaje?
    -¿Cuál? ¿El de “estoy en comisaría porque le he pegado una paliza al padre de Jennifer”? Sí, claro que lo he oído. He llamado hasta a un abogado.
    -Qué exagerado eres.
    -¿Exag…? -Mike se volvió a Martins y Jacquie, que miraban a la pareja con sonrisa de padres orgullosos-. Le detienen, llamo a un abogado, ¿y soy un exagerado?
    -No me han detenido, solo estoy esperando a ver qué pasa con Valdés.
    -La próxima vez, di eso en el mensaje y nos evitaremos infartos innecesarios.
    Alan miró detrás de Mike teatralmente.
    -¿Dónde está el abogado?
    Mike bajó la vista al suelo.
    -Los buenos eran muy caros y los baratos, muy malos. Y no quería romperle el corazón a Billy.
    Alan le dio una bofetada que más pareció una caricia.

    (...)

    Catarsis

    Creo que fue Aristóteles el primero en mencionar la catarsis en literatura, aunque él se refería más al drama y las epopeyas que a las novelas (que no existían como tales en aquel entonces, claro) o la poesía. Me parece recordar que, según él, el teatro tenía que sacar los más bajos instintos de una persona para, de alguna forma, librarle de ellos, salir del teatro renovado y limpio de pecados, por así decirlo. Seguro que es mucho más complejo que todo eso, pero ese es el concepto que a mí se me quedó de su larga perorata, aunque no sé si es el correcto. Da igual. A mí me vale.

    La catarsis en literatura se puede dar de dos maneras: como lectora o como escritora. Todos y todas conocemos lo que se siente al ponerte en el pellejo del protagonista de una novela (o del antagonista, que también pasa), ver el mundo a través de sus ojos y perderte en otra vida que no es la tuya durante horas. Creo que es por eso por lo que empecé a leer y estoy convencida de que es por eso por lo que he seguido leyendo. Con los años pierdes un poco la inocencia, ya no basta con que te cuenten una buena historia, necesitas que además esté bien contada, pero básicamente es lo mismo: gran parte del placer de una lectura consiste en la evasión, la catarsis, el vivir otras vidas y "conocer" otras realidades. Es bueno para el alma, entendiendo el alma como aquello que va más allá del cuerpo y la mente, no en un sentido religioso.

    Y luego está la catarsis de las escritoras y escritores. Dar salida a tus impulsos más básicos, o, simplemente, poner en boca de un personaje eso que no te atreves a decir tú. Crear un mundo ideal -que no perfecto-, con tus normas y tus condiciones. Hacer, sobre la página, lo que no te atreves a hacer en persona. Las escritoras y escritores suelen ser gente tímida, algo extraños a ojos de los demás, solitarios a veces. No importa; sobre la página son súper héroes, o sufridas amas de casa que terminan dando un sartenazo al marido por coñazo, o empleados de un hombre insoportable a quien le cantan las cuarenta. Todas tenemos mundos imaginarios en la cabeza, pero solo la gente que escribe los hace más cercanos a la realidad. Y no porque sepamos cómo hacerlo, sino porque necesitamos vivir ese mundo, y acaso compartirlo. "Entiéndeme, esto es lo que en realidad quiero ser yo", o al contrario, "he aquí lo que más odio en este mundo y jamás he revelado a nadie".

    La literatura es catarsis, liberación, aprendizaje, qué sé yo. De momento, es diversión. Si alguna vez esa diversión desaparece, habré perdido un poco de mí. Espero que nunca llegue ese momento, ni para mí ni para vosotras y vosotros.

    De alumnos nuevos y el mejor trabajo del mundo

    ¿Os he dicho alguna vez que me encanta mi trabajo?

    Esta semana nos ha llegado un niño nuevo a la clase de cuatro años. El peque, F., es un terremoto nigeriano que no habla ni papa de castellano (ni mucho menos euskera) pero que, por suerte, tiene el inglés como lengua materna. Ayer entré en su clase y traté de saludarle; él, presa no sé si de los nervios, de la falta de escolarización o, simplemente, porque llevaba dos días sin entender a nadie, empezó a corretear por toda la clase sin hacerme ni puñetero caso. Yo le ignoré; mi lema es que, mientras no les dé por pegar, un niño bajo la presión de ser nuevo en un centro puede desfogarse como le dé la gana cuando lo necesite. Empecé a contar un cuento sobre un pollito que busca a su madre, y el peque, viendo que por primera vez en dos días entendía de qué iba el asunto, se fue calmando y empezó a observarnos desde la distancia. Terminó sentado en el corro, participando del juego que vino después y obedeciendo perfectamente todo lo que yo le pedía que hiciera. Cuando empezamos a hablar de la familia, al niño se le soltó la lengua y yo la gocé como una enana.

    -I've got one brother -me dijo, en su perfecto inglés con su precioso acento nigeriano-. He's older than me, he's ten years old, I think. His name is [nombre indescifrable para mis orejas que soy incapaz de deletrear, obviamente].

    -I'm sorry? What's his name again?

    Y entonces, el niño que se sentaba a su lado (vitoriano de los de toda la vida, rubio, ojos azules, igualito que F., vaya) me miró con expresión de "profa, tú eres tonta", levantó las manos en un gesto de exasperación y me explicó, en un cuidado y muy lento castellano para asegurarse de que le entendía:

    -Te está diciendo que tiene un hermano mayor que él. ¿Es que no le entiendes?

    Y me pagan por esto, señoras y señores.

    Contra la violencia de género


    A punto he estado de no escribir esta entrada. Me resulta chocante que se reserve un día para luchar contra la violencia de género, porque, por desgracia, debería ser una lucha continua de la que no nos olvidáramos nunca. No sé cuántas mujeres han muerto ya este año a mano de sus parejas, no controlo la estadística, pero sé que son más cada año, o las mismas, nunca menos. Y la culpa es de todos y todas. El único que va a la cárcel es el asesino, por supuesto, pero todos y todas somos responsables de lo que pasa en nuestra sociedad. Porque esos asesinos en su día fueron niños, y en su día aprendieron que a las mujeres se las puede maltratar, y que es lícito tratar a una persona como a una esclava, y que si no es suya no es de nadie. Todos y todas somos responsables de educar a esos niños. Algo estamos haciendo mal.

    Estos días he escuchado mucho una canción de Tracy Chapman que siempre consigue ponerme los pelos de punta. Entre su voz, la ausencia de música y esa frialdad con la que cuenta la historia, creo que es uno de los mejores himnos contra la violencia de género que se ha escrito nunca. Lo triste, lo tristísimo, es que la canción es del ochenta y ocho, y por desgracia sigue estando tan vigente como entonces. Os dejo también la letra. Ejercicio de listening maravilloso que haré cuando tenga alumnos más mayores.




    Last night I heard the screaming
    Loud voices behind the wall
    Another sleepless night for me
    It won't do no good to call
    The police
    Always come late
    If they come at all

    Last night I heard the screaming
    Loud voices behind the wall
    Another sleepless night for me
    It won't do no good to call
    The police
    Always come late
    If they come at all

    And when they arrive
    They say they can't interfere
    With domestic affairs
    Between a man and his wife
    And as they walk out the door
    The tears well up in her eyes

    Last night I heard the screaming
    Then a silence that chilled my soul
    Prayed that I was dreaming
    When I saw the ambulance in the road

    And the policeman said
    "I'm here to keep the peace.
    Will the crowd disperse?
    I think we all could use some sleep."

    Last night I heard the screaming
    Loud voices behind the wall
    Another sleepless night for me
    It won't do no good to call
    The police
    Always come late
    If they come at all

    Fragmento VII: Mike y Alan

    (No he podido resistirme. Es ñoño, está sin revisar, probablemente termine en la basura, pero me hace mucha gracia.)

    Alan bostezó de tal manera que le crujió la mandíbula.

    Con los ojos a medio cerrar, se levantó y se sirvió el tercer café de la mañana, las migajas de las tostadas en un plato frente a él. Hojeó el periódico que habían dejado en la puerta, buscando la sección de cultura. Había una exposición en la Casa de Steinbeck aquel fin de semana. Alan resopló y sacudió la cabeza.

    -Joder con Steinbeck. No tienen otro -murmuró.

    Se oyeron los pasos de Mike bajando las escaleras con paso ágil y Alan miró hacia la puerta. Su marido entró silbando, el pelo castaño aún húmedo tras la ducha, toda su concentración puesta en los puños de su camisa azul. Alan sonrió.

    -Qué bueno estás, cabrón.

    -Guapo -Mike le besó de camino a la cafetera. Su marido no le quitaba la vista de encima. Cuando vio que llenaba un termo de viaje, frunció el ceño.

    -¿No desayunas?

    -Ya comeré algo allí, quiero llegar un poco antes. Nuestro querido Todd quiere que le detallemos la campaña como si no supiéramos lo que estamos haciendo. Lo quiere controlar todo, el cabrón de él.

    -Hasta que os conozca y os dé cuartelillo.

    -Eso espero, porque si no nos va a dar algo. Menos mal que tengo una foto tuya en el despacho, casi no te he visto esta semana.

    -Hombre, si tomas lo de "ver" al pie de la letra, vernos no nos hemos visto, más bien tanteado -Alan dejó la taza y el plato sucios en el fregadero; Mike aprovechó para darle una palmada en el trasero-. Salgo contigo y así preparo la clase.

    -Sí, sí, la clase, dice. Tú lo que quieres es que esté en el jardín.

    -Sabes que me alegra el día.

    Cinco minutos después, los dos salían por la puerta, Mike en su impoluto traje gris y Alan con atuendo desgarbado. En el jardín de al lado, la señora Wordsworth regaba sus rosales como todas las mañanas. Al verlos, frunció el ceño, como todas las mañanas. Y, como todas las mañanas, Alan y Mike se besaron delante de ella, un beso largo e intenso que incluía todo tipo de gruñidos y magreos. Ella gruñó, dejó la regadera y entró en la casa. Mike y Alan ni siquiera se dieron cuenta y siguieron a lo suyo unos segundos más.

    -Pasa un buen día -murmuró Mike cuando por fin se separaron.

    -Y tú. Llámame cuando tengas un rato.

    Cada uno se montó en su coche y los dos salieron en direcciones opuestas. Solo cuando estuvo segura de que se habían ido, la señora Wordsworth volvió a sus rosales, rezongando por lo bajo.

    De inseguridades y consejos

    Soy la persona más insegura sobre la faz de la Tierra (y la más exagerada también, me temo). No sé de dónde viene ese sentimiento, y aunque lo supiera tampoco lo iba a contar aquí, pero la cosa es que, desde siempre, me cuesta mucho creer que yo hago las cosas bien, por más que me esfuerce en conseguirlo. Últimamente, a base de ayuda, tiempo, paciencia y una caña (¿para qué querré yo una caña?, en fin), he mejorado un poco en ese aspecto y ya no me flagelo tanto cuando algo no me sale a la perfección, o lo que yo considero que es perfección. Pero fijaos que he dicho "no me flagelo tanto". Porque el látigo siempre está a mano.

    El área de mi vida que más insegura me ha hecho sentir siempre ha sido la escritura. Yo leía y leía, y luego me ponía a escribir, y no había manera de que lo que yo escribiera sonara siquiera parecido a lo que yo leía (aquí la menda leía los clásicos, o como poco a Gabo, así que no, claro que no había manera). Entonces empecé a comprar libros sobre cómo escribir, a buscar consejos en internet sobre técnicas de escritura, a tratar de calcar las rutinas de mis escritores y escritoras favoritas. Me compré el libro que mi queridísima Elizabeth George había escrito para ayudar a escritores noveles y traté de calcar su proceso (no una, sino varias veces; y cuando digo varias, quizás quiera decir docenas). Ella tiene muy claro lo que va a escribir antes de empezar su novela. Lo tiene tan claro que, durante meses, crea una sinopsis, la vida detallada de cada personaje, un resumen de cada capítulo, la línea temporal... Lo tiene todo tan claro que su primer borrador es perfecto, y apenas le hacen falta un par de retoques antes de enviarlo a su editor. Yo intenté imitarla, como digo, varias veces; lo único que conseguí fue crear un montón de personajes ajenos a mí, fuera de una historia que aún no tenía clara porque no había escrito, y tramas muy completas que no quise desarrollar porque... Coño, porque ya estaban sobre papel.Isabel Allende recomienda escribir una página buena al día, lo que quiera que eso signifique, y así, al final del año, tienes una novela más que decente. ¿Y si no escribes una página buena, sino dos mediocres? ¿Y si no escribes un día? ¿Y quién es el valiente que decide qué es bueno y qué no?

    Me sentía inútil. Completamente idiota. ¿Por qué no puedo escribir una maldita novela?


    Luego leí un libro de Stephen King en el que decía exactamente lo contrario. "Ponte al ordenador, escribe todo lo que puedas lo más rápido que puedas y deja los detalles para la revisión de después". Y ahí mi yo elitista (y un poco gilipollas, la verdad) decía "ya, pero es Stephen King, mira qué mierda de libros escribe este tío" (debería aclarar que entonces nunca había leído nada suyo). Me sonaba a consigna del NaNoWriMo y no me apetecía hacerle caso a un superventas. Sí, vale, Elizabeth George también lo es, y no es que Isabel Allende sea muy "indie", pero es distinto. O eso me decía yo.

    Yo seguía escribiendo, siguiendo todos los consejos que leía sin darme cuenta de que ninguno de ellos funcionaba para mí. "Escribe lo que te gusta leer", decían, y yo trataba de escribir una novela negra, pero no había manera, porque me gusta leerlas, pero no necesariamente escribirlas. "Analiza los mercados, escribe algo que puedas vender", pero me negaba a escribir sobre vampiros adolescentes, que una tiene su orgullo y su tolerancia a la náusea muy baja. "Escribe para publicar", y yo lo hacía, y nada de lo que escribía me parecía suficientemente bueno ni para dárselo a leer a una amiga, mucho menos poner en el blog, ya no digo nada de mandarlo a una editorial, qué vergüenza, madre.

    Y entonces dejé de escribir.

    Porque había perdido el gusto, porque me agobiaba, porque lo pasaba mal.

    Hasta que, por una serie de circunstancias, vi la luz y me di cuenta de que nadie, absolutamente nadie, esperaba que yo me convirtiera en escritora. Nadie en el mundo está esperando que yo ponga palabra sobre página, no hay presión exterior. La única presión es la que yo me impongo a mí misma. Solo yo puedo controlar lo mucho o poco que me agobio.

    Y empecé a escribir por gusto.

    Me planté de golpe en el ordenador una mañana y empecé desde el principio, trasladando al papel una escena con la que había soñado, ni planificación ni leches. "Qué haces, desaboría, tú estás loca, no la vas a terminar en la vida", decía una voz en mi cabeza, pero la ignoré. Había una historia detrás de aquella escena. Había un par de personajes que me gustaban. La historia no era original, más bien todo lo contrario. "Nadie va a querer leer algo que no es original", decía la voz de mi cabeza, pero yo sabía que se equivocaba. YO quería leer esa historia. Con eso bastaba. El tono era ligero, sin pretensiones. "Lo de lectura de encefalograma plano se queda corto con esta historia, chata". Bien. Estupendo. Me lo llevaré a la playa en verano. Los personajes secundarios estaban tan estereotipados que eran caricaturas de personas, y me hacían reír a carcajadas a las siete de la mañana. "No tienen profundidad. No son creíbles. No son reales". De eso se trata. Esto es ficción.



    Me lo estaba pasando en grande. "Ese no es el objetivo, el objetivo es publicar". Sí, claro, porque tú lo digas.

    Mes y medio levantándome una hora antes para poder escribir (y así ir a trabajar habiendo hecho lo que más me gusta, pasara lo que pasara luego), más de ciento cincuenta páginas, dos personajes que adoro y una historia que me hace sonreír cada vez que pienso en ella. El primer borrador está acabado y, lo más importante, me encanta. Tiene tantos fallos que no es leíble, algunos a la vista, otros no tanto, pero da igual. Ya llegará el momento de corregirlos. He vuelto a encontrarme con la escritura, y eso no tiene precio.

    La pregunta ahora es si hago caso a los consejos y la dejo reposar un par de semanas antes de meterme a corregirla o la ataco ya mismo. ¿Os he dicho alguna vez lo insegura que soy?

    Fragmento VI (Uno cortito)

    El techo del salón estaba inmaculado, ni una sola grieta en la pintura que el decorador eligió para ellos cuando arreglaron la casa, antes de casarse. A ojos de cualquiera, el tono era blanco, pero Mike y Alan sabían que ese no era el término correcto. Blanco roto, había dicho el decorador, tras enseñarles varias muestras de distintos blancos que a Alan le habían parecido idénticos. Mike se había pasado diez minutos dudando entre dos tipos de blanco indistinguibles sobre el papel, y Alan se había pasado dos semanas tomándole el pelo con el tema. Incluso después de tantos años, cada vez que tenían una conversación sobre colores con alguien -y era increíble la de veces que el tema salía cuando Mike estaba presente-, Alan mencionaba el tono del techo del salón y fingía un interés que todos los presentes sabían irónico.

    -Ríete todo lo que quieras, pero no habría quedado tan bonito con un blanco perla -le decía siempre su marido. Y Alan se desternillaba de risa.

    (...)

    Bienvenidas a esta nuestra comunidad



    El otro día tuvimos reunión de vecinos a cuenta de que pronto vamos a empezar las obras para poner el ascensor y cambiar la escalera y el portal. Vino el arquitecto y nos estuvo explicando los últimos detalles sobre accesibilidad durante las obras, acabados, etc. Una vecina hizo hincapié en que el portal tenía que quedar muy bonito; como es muy pequeño, por más que lo apañen no supondrá mucho gasto. El arquitecto le contestó que nos iba a traer materiales y demás para que eligiéramos los acabados cuando llegara el momento de dar los toques finales.

    El vecino del quinto hizo un aspaviento airado.

    -A mí eso me da igual, de eso que se encarguen las señoras. A ver, a ver, ¿qué decías de las vigas?

    Yo le miré, ojiplática, sin poder creerme que en pleno siglo XXI todavía se puedan escuchar comentarios así; me sorprendió, sobre todo, que ni siquiera era el mismo vecino que, en una reunión anterior, al comentario que hizo alguien de que había ceniza en la ropa tendida, contestó con un "ah, yo de eso no sé nada, no soy mujer" (es que en esta nuestra comunidad, lo de tender y recoger la ropa se lleva en los genes, debe ser). Aturdida, y temiendo soltar una bordería si seguía mirándole, aparté la vista y me encontré con los ojos de la vecina del primero, que se mordía los labios en un esfuerzo sobrehumano por no reír. En cuanto nos supimos acompañadas, las dos soltamos una carcajada que el resto de vecinos -todos hombres menos una- no entendió.

    Mejor reír. Para qué hacer mala sangre. Pero al próximo que me diga que se ha logrado la igualdad entre géneros, le escupo. En un ojo.

    Fragmento V, o Nadie es perfecto (ni siquiera Alan).

    El despacho del orientador del instituto estaba en el mismo edificio que la secretaría, lo que significaba que las secretarias, el director, la subdirectora y todos los profesores y padres que necesitaban ir a arreglar algún asunto con el personal administrativo podían ver quién entraba y salía de él. Como resultado, los alumnos y alumnas evitaban ir a hablar con el orientador siempre que podían. Tom Martins se había convertido en el empleado del distrito escolar de (...) que menos trabajaba, y a su vez uno de los que más cobraba por antigüedad y titulación. Su puesto, sin embargo, era intocable por ley, y cuando había recortes de personal era el único que no temblaba. No era la persona más apreciada en la sala de profesores.

    Alan llamó a la puerta y esperó a oír la voz de Martins dándole permiso para entrar. El orientador estaba trabajando en su ordenador, varias pilas de papeles rodeando todo el perímetro de su mesa. Llevaba las gafas apoyadas en la punta de la nariz, lo que le obligaba a echar hacia atrás la cabeza en un ángulo extraño para poder mirar a través de ellas, cosa que necesitaba porque apenas podía ver sin ellas. Entre eso y el pelo rizado que siempre llevaba como si acabara de levantarse de la cama, Martins parecía más un profesor de física alocado que un psicólogo con varios másters universitarios. Sonrió cuando vio a Alan.

    -¡Alan! Justo el hombre en el que estaba pensando.

    -Te lo he dicho muchas veces, Tom, estoy casado y pienso seguir estándolo, así que deja de pensar en mí cuando estés a solas, por favor.

    Martins rió con ganas. Alan apartó un fajo de papeles de la única silla libre en el despacho y se sentó frente al escritorio. Miró a su alrededor con una sonrisa.

    -¿Por qué está tu despacho siempre lleno de papeles?

    -No me hables, anda, no me hables. La maldita burocracia se va a cargar el país. Por cada chaval que me mandan, tengo que rellenar el equivalente a cuatro árboles en papeleo.

    -¿No puedes hacerlo en el ordenador?

    -Piden dos copias, una digital y otra física. No me preguntes qué hacen con tanto informe.

    -Unas fogatas de miedo, me temo.

    Martins sacudió la cabeza y resopló, haciendo un gesto con la mano.

    -No quiero ni pensarlo. Oye, me alegra verte, te tengo que pedir un favor.

    -Y yo a ti otro.

    El orientador le miró sorprendido.

    -Ah, ¿sí? Pues tú primero, porque hace siglos que nadie me pide nada.

    -No te hagas ilusiones, sigo enamorado de mi marido -Nueva carcajada-. Me gustaría que hablaras con una de mis alumnas, Jennifer Valdés, de la clase de apoyo. Me tiene algo preocupado.

    -¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

    Alan suspiró y se tomó unos segundos antes de contestar.

    -Sospecho que es víctima de algún tipo de abuso.

    Martins frunció el ceño.

    -¿En qué te basas?

    -En su comportamiento. Nunca ha sido la alegría de la huerta, pero últimamente está mucho más seria, más agresiva. Y reacciona muy mal ante insinuaciones de abuso.

    Alan le contó lo que había ocurrido en clase. Martins le escuchaba con gesto de concentración. Al final de su relato, Martins suspiró y negó con la cabeza.

    -No sé, Alan, puede que tengas razón, pero no sé. A veces esos cambios son propios de la adolescencia.

    -Llevo quince años trabajando con adolescentes, creo que sé distinguir a una chavala hormonada de una que sufre abusos.

    -Estoy seguro de ello, tú eres muy perceptivo con tus alumnos. Mira, si tan convencido estás, pon una denuncia por sospecha y partimos de ahí.

    Alan hizo un mohín.

    -Ya, esperaba que dijeras eso, y ahí entra lo del favor. ¿No podrías hablar con ella en plan informal, ver si a ti te chirría algo? Tú sabes qué buscar, yo no tengo más que una intuición.

    Martins negó con la cabeza.

    -Lo siento, Alan, sin una denuncia no puedo hacer nada. Se me caería el pelo.

    -¿Por qué? Es solo charlar con una alumna.

    -Una alumna a la que no conozco de nada. ¿Qué quieres, que vaya al comedor y me siente a tomar un sándwich con ella? Hola, Jennifer, soy el señor Martins, y me ha dicho un pajarito que puede que tengas problemas en casa. Se enteran sus padres de que ha corrido la voz de algo así y al distrito se le cae el pelo. Sin un informe con el que guardarme las espaldas, no puedo hacer nada.

    Alan le miraba con los ojos abiertos como platos.

    -No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Hasta ahí hemos llegado? ¿Ni hablar con ellos podemos ya?

    -Y cosas mucho peores que no vienen al caso. Mira, Alan, si tan seguro estás, pon la denuncia -insistió Martins-. Lo investigamos y, si no pasa nada, se queda como está.

    -Y esa cría queda marcada de por vida.

    -Si está pasando algo, esa cría ya está marcada. Pon la denuncia, Alan.

    Alan suspiró y asintió. Se echó hacia atrás en la silla y negó con la cabeza. Martins le miró en silencio.

    -Lo sé. A veces tengo una mierda de trabajo -dijo al cabo de un rato.

    -No es culpa tuya, es el puto sistema. Oye, ¿qué favor era ese que me querías pedir?

    -Ah, sí -Martins rebuscó por su escritorio hasta encontrar una carpeta de colores. Alan levantó una ceja al ver el distintivo NOH8. Se sentó más derecho en la silla-. Se ha puesto en marcha una campaña a nivel nacional para tratar de evitar los acosos a los homosexuales en los institutos, y nos han mandado una programación que me ha parecido interesante. Quería pedir tu ayuda.

    Alan alzó las cejas, pero no dijo nada. Martins siguió hablando.

    -Proponen hacer grupos de apoyo, y la verdad, me parece muy interesante. Había pensado que podíamos juntarnos después de las clases, hacer un grupito con los chicos y chicas que quieran unirse y hacer mesas redondas, que cuenten sus experiencias. Y sería un puntazo que tú estuvieras ahí.

    -¿Quieres que un grupo de adolescentes reconozca públicamente que son homosexuales y encima se queden después de clase? ¿Tú de qué guindo te has caído?

    Martins ladeó la cabeza, pensativo.

    -Ya. No había pensado en eso. También podemos hacer una reunión con todos los alumnos y explicarles que no pasa nada por ser homosexual. Los chavales te aprecian, si tú les hablaras de tu vida, de lo bien que te va…

    Alan le hizo un gesto con las manos para detenerle.

    -¿Todo el instituto? Creo que estás apuntando demasiado alto. Empieza por pequeñas campañas, yo que sé, carteles o eslogans, o un buzón con dudas, y a partir de ahí analiza qué necesidades tiene el centro. De hecho, ¿tú crees que es necesario hacer una campaña así en este instituto? ¿Ha habido algún caso de agresión a un homosexual?

    Martins frunció el ceño.

    -La intención no es solo corregir, también prevenir. ¿Por qué esperar a que pase?

    -No tiene por qué pasar. Igual está normalizado. Igual los gays del instituto llevan una vida normal y no les apetece que nadie saque el tema. Yo sé que a mí no me gusta que me lo estén mencionando a diario.

    -Ah. Vale. No me había dado cuenta. Tus alumnos no lo saben, ¿no?

    Alan se puso tenso.

    -Algunos lo sabrán, me imagino, no es un secreto, pero no hablo de mi vida privada en clase. Ningún otro profesor habla de su heterosexualidad, ¿por qué iba a hacerlo yo?

    Martins asintió, pero seguía con el ceño fruncido. Alan, visiblemente incómodo, se levantó.

    -Tengo clase en diez minutos y necesito unas fotocopias. Oye, gracias por lo de Jennifer. Voy a ver qué hago.

    -Ya siento no poder hacer más. Pon la denuncia. No le hará daño.

    -Ya. Sí. Hasta luego.

    Alan salió del despacho en dos zancadas. Cuando hubo cerrado la puerta, sacudió la cabeza la cabeza de un lado a otro. Sonrió.

    -Vaya ideas de bombero, Martins -murmuró para sí.

    En el patio, los alumnos y alumnas disfrutaban de los últimos minutos del descanso para comer. Alan vio a David sentado a solas en un banco, apartado del grueso de los alumnos mientras comía una manzana y hojeaba un libro. Dos chicos de décimo pasaron junto a él; uno de ellos le dio un golpe en la mano que le tiró la manzana. Cuando David fue a recogerla, tratando de no mirarles, el otro dio una patada a la fruta que pilló también la mano. Desde donde estaba, Alan pudo oír cómo le decían “¿vas a llorar, mariquita?” antes de seguir su camino. David no había levantado la vista en ningún momento.

    Alan dio media docena de pasos hacia los chavales, pero se detuvo enseguida. David había cerrado su libro y caminaba hacia su clase, la cabeza baja pero el paso firme. Los otros dos se habían perdido entre la marabunta de adolescentes. Alan miró a uno y otro lado. Nadie había visto la escena.

    Se quedó unos segundos parado antes de enfilar sus pasos hacia su siguiente clase.

    El comienzo del mundo.

    Hoy os voy a revelar una verdad que muy poca gente conoce. Os voy a demostrar que os han estado engañando toda la vida. Primero la religión, después la ciencia, todos han mentido como bellacos. Hoy os voy a revelar la verdadera fecha del principio de los tiempos.

    El Mundo no empezó, como dice la Biblia, hace unos pocos milenios con el capricho de un ser superior a quien le dio por hacer manualidades con materia viva. Tampoco empezó con una explosión hace millones de años, como nos hizo creer un monje católico que se pasaba por científico. No. La Vida, el Ser, la Existencia, empezó el 13 de noviembre de 1975, o sea, un día como hoy hace 36 años*.

    Que no os engañen. Hay un complot universal para confundirnos a todos/as. No seas una más.

    *Fecha variable dependiendo del nacimiento de cada uno/a.

    Fragmento IV

    (...)
    -Jennifer, tu turno.
    -Hoy paso, señor Peterson. No estoy de humor.
    -Vale. ¿Dan?
    -Me ha molado el libro, señor Peterson. Me ha molado mogollón.
    Alan sonrió.
    -Me alegro. Y gracias por esa frase de entrada, porque ya podemos sumergirnos en el maravilloso mundo de El guardián entre el centeno. ¿Todo el mundo lo ha leído?
    Hubo un silencio. Incluso Dan, que acababa de admitir haberlo leído, bajó la vista. Alan ahogó una sonrisa.
    -¿Alguien tiene algo que comentar? -Silencio-. Vale, empiezo yo. El Caulfield este es un gilipollas.
    Todos levantaron la vista y le miraron con los ojos abiertos como platos. Alan jugueteó con la copia del libro que tenía ante sí.
    -Es… tonto. Tonto de remate. Se pasa el libro yendo de un lado para otro, sin hacer nada, sin decidirse por nada. Le pegan y no responde. Le roban y se queda tan ancho. Podría haberse fugado de casa, y ni siquiera hace eso. Y se pasa no sé cuántas páginas intentando encontrar a su hermana pequeña. ¿En serio? ¿Para qué quiere un tío de dieciséis años ver a una niña de diez? No sé, a mí este tío me cae mal. Es un… soso. Un pringao.
    -¿A dónde quiere usted que vaya? -apuntó Felipe, el ceño fruncido-. No tiene un duro, no tiene trabajo, es menor de edad. No… no… no puede… hacer nada.
    -Y no conoce a nadie. No tiene amigos. Está solo -dijo Joe.
    -Conoce a Jane -dijo Alan-. Y a esa tal Sally.
    -Sally es asquerosa. Y Jane… Jane está jodida, macho.
    Alan fijó la vista en Joe, haciendo un gran esfuerzo por no mirar a Jennifer, sentada junto a él.
    -¿Por qué dices eso? A mí me parece la única cuerda de todo el libro.
    -Sí, cuerda será, pero bastante tiene con lo suyo.
    -¿Qué es lo suyo?
    Joe resopló, negó con la cabeza y no contestó. Felipe saltó en su defensa.
    -Lo del padrastro. Lo de que le mete mano, o la viola, o lo que sea.
    Alan frunció el ceño y rebuscó en su libro.
    -Yo no he visto nada de eso. ¿Dónde viene la palabra violación?
    Felipe hizo un mohín.
    -No lo dice, pero, joder, está claro.
    -Cuando se echa a llorar -dijo Ana María-. Cuando están jugando a las damas y el padrastro le pide su tabaco y ella se echa a llorar y Holden… -Se calló, sonrojándose. Nadie se burló.
    -¿Todos habéis entendido lo mismo? ¿Todos habéis visto ahí un abuso?
    Toda la clase, menos Jennifer, asintió. Jennifer estaba medio tirada en su silla, los brazos cruzados sobre el pecho con tanta fuerza que le temblaban los hombros. Alan la miró de reojo, pero no le dijo nada.
    -Imaginaos en el lugar de Holden, o en el de Jane. ¿Qué habríais hecho vosotros?
    -Entrar en la casa y darle una paliza a ese hijo puta -dijo Felipe. Joe asintió.
    -Yo me hubiera ido de casa -dijo Ana María-. Si fuera Jane, me habría largado de allí.
    -¿Y a dónde hubieras ido, gilipollas? -saltó Jennifer de repente, los brazos aún cruzados-. Decís que Caulfield no se puede ir de casa porque no tiene un duro y es menor de edad, pero Jane, que tiene qué, tres años menos cuando cuentan lo de las damas, ¿se puede ir? ¿A dónde? ¿Con quién?
    -Con Holden mismo, yo qué sé -dijo Ana María, sorprendida.
    -Se lo podía haber dicho a su madre -apuntó Dan.
    -Sí, capullo, porque ella no lo sabía, ¿no? -siguió Jennifer-. ¿Te crees que puede pasar algo así en tu casa y que tu madre no se entere? Claro que lo sabe, pero no hace nada porque no quiere quedarse sola con su puto consolador. Joder, esta clase está llena de gilipollas, hostias, y este libro es una puta mierda. Métaselo por el culo, señor Peterson -Se levantó, dejó caer la silla con un golpe, cogió sus cosas y salió de clase dando un portazo.
    Alan se mordió el labio inferior y tragó saliva. No miró a sus alumnos durante unos segundos. Nadie parecía saber qué decir. Fue Joe el que rompió el silencio.
    -Creo que ésta también deja a todos los reyes en la última fila -dijo. Dan asintió.

    This is my friend

    L. es un niño de segundo de primaria que tendría que estar en tercero. Llegó a la ikastola hace dos años, a una clase bien asentada, un poco revoltosa pero llena de pequeños genios, y, como niño nuevo que era, tuvo su periodo de adaptación. Decir que L. tiene problemas es quedarse corto. No hablo de problemas cognitivos, el chaval no tiene un pelo de tonto, pero todo lo demás que una se puede imaginar, lo tiene. Padres separados. Violencia doméstica. Fines de semana con un padre que no debería tener, a mi entender, ningún derecho sobre sus hijos. Problemas de lenguaje derivados de que en su casa nadie habla con él. Instintos violentos de los que se arrepiente inmediatamente. Falta inmensa de cariño. Nulos recursos sociales. La primera semana en la ikastola, se dirigió a una niña y le dijo, ni corto ni perezoso: "Tú vas a ser mi novia. Para siempre. Para siempre, ¿eh?" Solo de acordarme se me ponen los pelos de punta.

    Mi relación con L. ha mejorado muchísimo. El año pasado intentó pegarme. No levanta un palmo del suelo, no es ni mucho menos una amenaza, pero que un niño de siete años te suelte la mano es poco menos que curioso. Cuando lo saqué fuera de clase para hablar con él, me dijo bien a las claras que yo no mandaba, que su padre le había dicho que a él nadie podía decirle qué hacer. Una joya, el padre. Por la misma época, a la logopeda que trabaja con él le soltó otra perla: o me dejas jugar, o le voy a decir a mi padre que me has pegado. Nos tenía algo preocupadas, por decirlo en fino.

    Pero este año, no sé por qué, L. está mucho mejor. Se lleva mejor con los compañeros, se esfuerza más en clase, intenta llegar, aunque le cuesta, mucho. Su retraso es severo, lleva mucho bagaje encima (de nuevo, nada de esto es cognitivo, su hermana está igual), pero su actitud es completamente diferente. A su "novia" la tiene frita a regalos. Le hace dibujos, le trae juguetes, la mima, la aprecia. Ella está hasta el gorro de él (y del otro pretendiente que tiene; es que la cría es una pocholada, no por guapa, sino por maja), pero acepta sus cumplidos y de vez en cuando hasta le da un abrazo. Llevo un par de meses viendo que L. está cada día más aceptado, y me alegra, y me alivia. Ningún niño debería sufrir por culpa de sus padres.

    El jueves les hice escribir una pequeña descripción, lo primero que escribían en inglés en toda su vida. Eran solo tres frases cortas para trabajar she/he ("This is X. She's/He's my friend. She's/He's 7") que debían acompañar de un dibujo; según fueron terminando, las expuse. L. terminó de los primeros -y lo hizo bastante bien, la verdad-, y luego se dedicó a mirar lo que habían escrito los demás. Cuál no sería su sorpresa cuando se encontró con que cuatro personas de la clase le habían elegido a él para hacer su descripción, y los dibujos que hicieron de él eran absolutamente geniales. Al crío no le cabía la sonrisa en la cara. Se pasó cinco minutos repartiendo abrazos.

    A L. le han tocado una mierda de cartas en lo que a familia se refiere, pero tiene la grandísima suerte de estar en una clase llena de chavales estupendos. No sé qué será de él, no soy pitonisa y no se me ocurriría nunca hacer predicciones sobre la vida de un niño, pero tengo esperanzas para L. Lo malo es que no lo veré, porque probablemente este sea mi último año en el centro. Lo del jueves me lo llevo como uno de los mejores recuerdos de este año. Y cruzo los dedos para que siga así y la influencia familiar sea cada vez menor.

    De la imposibilidad de leer todo lo que quiero



    Esta foto la saqué en julio, después de una semana en la que lo único que se me antojaba eran libros y en la que no me hicieron hija predilecta de ninguna librería, lo que me cabrea bastante, la verdad, porque yo sola levanto al menos el uno por ciento del mercado editorial. En la foto hay unos treinta libros, creo, todos ellos por leer (quería darme el atracón en verano; siempre he comido con los ojos, creo que me liquidé tres). La última vez que conté mi sección de "no leídos", hace dos semanas, había unos treinta y tres. Si a eso le sumamos los que tengo en formato pdf, son unos cuarenta. Y hoy he vuelto a casa con otro.

    Ya sé que lo he dicho antes, pero de vez en cuando la realidad me golpea en la cara y me doy cuenta de lo de siempre: nunca voy a ser capaz de leer todo lo que quiero. El mayor problema es que me gusta todo. No es que me guste cualquier libro, por suerte voy haciendo gusto literario y he empezado a seleccionar (qué sería de mí si no, por dios), pero me gustan todos los temas, no solo los libros de ficción. Filosofía, lingüística, teoría literaria (¿cómo he podido sobrevivir hasta ahora sin Foucault, por dios, cómo?), pedagogía, clásicos en inglés, clásicos en español, clásicos alemanes traducidos a inglés o español... Y, como no tenía bastante con eso, ahora me ha dado por leer en euskera, idioma que domino pero en el que no leo (algún trauma de la infancia, me temo, vaya coñazos nos hacían leer), y me he apuntado a un club de lectura, con lo que he conseguido añadir "autores vascos que escriben en euskera" a mi lista de "tengo que leer". Teniendo en cuenta que leo bastante despacio y que caen una media de treinta libros al año (que no sé si son muchos o pocos, son los que son, aunque según un artículo que leí la semana pasada no soy ni lectora ocasional), comprenderéis que no doy abasto.

    Y me encanta. Me encanta saber que, cuando acabe ese pedazo de libro que tengo entre manos (El Rey Lear ahora mismo, otra vez, pero desde la perspectiva deconstruccionista, o sea que parece otro), aún me quedan millones más a los que echarle el diente. Saber que Jeffrey Eugenides tiene un nuevo libro, que aún no he leído nada de Shalman Rushdie, que me quedan todas las mujeres de la literatura inglesa del siglo diecinueve, que la literatura vasca está más viva que nunca y hay joyas escondidas e intraducibles que tengo la fortuna de poder entender... No sé si eso me convierte en pedante (seguramente), gafapasta (más quisiera yo, después de ver lo que vi el jueves en el club de lectura no llego ni a gafa de metal) o simplemente gilipollas, pero me entusiasma que el ser humano haya llenado el mundo de tanta belleza y que toda ella esté a mi alcance. Bueno, toda no, la que me dé tiempo a leer en una vida. Hasta que golpee el alzeimer o me quede ciega.

    Basta. Me voy a leer.

    Fragmento III

    Cuando Alan entró en clase se topó con un grupo de alumnos y alumnas reunidos alrededor de una mesa que se disolvió en cuanto le vieron entrar. Algunos de ellos se apresuraron a guardar un papel en el bolsillo de sus pantalones o en la mochila antes de sentarse a la mesa; las chicas le miraban y soltaban risitas mal disimuladas mientras sacaban el material de literatura. Alan se detuvo antes de llegar a su mesa frente a la clase.

    -¿Todo bien? -dijo. La clase soltó un murmullo de asentimiento entre sonrisas y guiños-. Vale. Espero que lo que estéis tramando pueda esperar hasta después de clase.

    Risas. Alan sonrió, sacudió la cabeza y se giró a la pizarra. Pulsó una tecla del ordenador y mostró un castillo en penumbra.
    -Ya dijimos el otro día que la época del romanticismo fue una de las que menos duró, pero quizás la que más perduró. No sé si ese concepto ha quedado claro. ¿Alguien se atreve a explicarlo?

    -Significa que estuvo poco de moda en su tiempo, pero que tuvo mucha influencia después -dijo una chica en la primera fila.
    -Exacto, muy bien. El romanticismo recuperó los mitos y las leyendas del pasado, trataba de regresar a una época donde todo era más sencillo, más idílico. Castillos, princesas, encantamientos, cuentos de miedo… Nada es real, porque la realidad no es bonita, no gusta. E incluso cuando el autor o autora habla del presente, lo pinta de color de rosa. Pensad en Jane Austen. Sí, habla de su vida y de su clase social, pero ¿de verdad creéis que todas las historias de amor de la época terminaban así de bien?

    Alan hizo una pausa y proyectó en la pizarra una foto de la campiña inglesa.

    -El romanticismo fue un fenómeno global. Ahora estamos muy acostumbrados a esa palabra, pero pensad que os estoy hablando de hace más de doscientos años, cuando no había internet y viajar entre continentes costaba más de una semana. Aún así, el mundo occidental al completo se sumergió en el romanticismo, con mínimas diferencias. Incluso los realistas que vinieron después utilizaron la herencia del romanticismo en sus obras, aunque fuera para burlarse de él. Y, muchos años después de que el movimiento dejara de estar de moda, todavía encontramos obras románticas.

    La foto del monstruo de Frankenstein inundó de nuevo la pantalla.

    -¿A alguien se le ocurre otro monstruo famoso que llegó más de cincuenta años después que éste?

    Alan escrutó las caras de los adolescentes frente a él. Algunos tenían el ceño fruncido en señal de concentración, otros evitaban mirar al frente, no fuera que les llamara a ellos. Los menos, apenas dos o tres, parecían dormitar en sus pupitres. Entre las caras conocidas, un rostro desconocido le llamó la atención. Le señaló con el dedo.

    -Vaya, si tenemos un chico nuevo -dijo-. Perdona, ¿cómo te llamas?

    El chico, de tez oscura y aspecto asiático, se hundió en la silla cuando Alan se dirigió a él, los ojos negros abiertos en expresión de susto. Alan sonrió.

    -Tranquilo, no muerdo. Me han avisado esta mañana de que llegabas, pero se me ha ido de la cabeza y me he dejado tu ficha en el despacho. ¿Cómo te llamas?

    Pero el chico no contestaba. Alan frunció el ceño.

    -De verdad, no es tan difícil. No es pregunta para nota. Tu nombre. Solo necesito tu nombre -Él seguía mudo, cada vez más hundido en la silla-. ¿Hola? ¿Hay alguien hay? ¿Te ha comido la lengua el gato? En serio, no te va a pasar nada, no hay error posible. A no ser que me des un nombre que no es el tuyo, claro. ¿Me estás escuchando?

    David levantó la mano tímidamente.

    -Señor Peterson, creo que no habla inglés. Es de Paquistán, me parece.

    Alan cerró los ojos un segundo. Cuando los volvió a abrir, puso los brazos en cruz.

    -Os doy permiso para que me tiréis lo que más a mano tengáis, por capullo.

    Una lluvia de lápices y gomas de borrar le golpeó suavemente, entre las carcajadas de todos. Se giró a su ordenador y buscó un traductor de urdu y otro de punjabi. Toda la clase pudo leer en la pizarra: “Perdona. Me llamo señor Peterson. ¿Cómo te llamas?”, y la traducción al urdu que solo el chico nuevo entendió. Éste sonrió y se sentó erguido en su silla.

    -Munib -dijo, con voz potente. La clase aplaudió. Alan siguió escribiendo: “Encantado de conocerte. Hablamos después de clase”. A lo que Munib contestó con una sonrisa y un enérgico cabeceo. Alan lanzó un suspiro de alivio. La clase rió.

    -Ha estado usted a punto de perder el primer puesto, señor Peterson -dijo alguien desde el centro de la clase.

    -¿El primer puesto de qué?

    Pero todos sonrieron y nadie quiso contestarle. Alan sacudió la cabeza y volvió a su presentación. El monstruo de Frankenstein desapareció para dar paso a Dracula.

    -Dracula, de Bram Stoker. ¿Os suena?

    -Ah, sí -dijo una chica al fondo de la clase-. Ese es como lo de “Crepúsculo”, pero en feo, ¿no?

    Alan se quedó inmóvil, cerró los ojos y se llevó la mano al pecho.

    -La próxima vez que intentes matarme -dijo al fin-, utiliza una pistola. Será más rápido y menos cruel.

    Solo la mitad de la clase rió. La otra parecía confusa.

    Joni Mitchell

    No soy melómana. No soy una gran experta en música. Así como en literatura tengo una ligera idea de qué es bueno y qué no (aunque vaya usted a saber, porque esto es muy subjetivo), en la música me dejo guiar más por el instinto que por la cabeza, y más por mi estado de ánimo que por lo que dicen los críticos. Durante cinco años tuve la suerte de compartir piso con una persona que sí sabía de música, y, aunque en aquel momento yo me agarraba a lo que sonaba en la radio y defendía la "comercialidad", parece ser que algo se me pegó, porque hoy en día no puedo con la música que suena en Los 40 o cualquier otra emisora de esa índole de las que tanto abundan. Esta semana me ha dado por Nick Drake. No sé si eso es bueno o malo.

    Relaciono las canciones con momentos y estados de ánimo. Me gustan las letras en inglés, y me gusta descubrir el significado de esas letras. A veces pillo solo una frase que destaca y pongo atención al resto; otras veces me arrepiento de haberle buscado significado, porque ya no puedo disfrutar de la melodía si sé que lo que dice son chorradas. Hoy me ha pasado lo primero con Joni Mitchell. "Both Sides, Now" lleva en mi ipod años, más o menos desde que Emma Thompson me hizo llorar porque el capullo de Alan Rickman (¡ay!) planeaba ponerle los cuernos en "Love Actually". Siempre me han gustado la melodía y la voz de esta mujer a la que no conocía antes de ver la película, pero hoy además he buscado la letra. Y se me han puesto los pelos como escarpias cuando me he encontrado con el sentido de la vida -o la falta de él- resumido en una canción de cinco minutos. Igual soy muy simple. Igual estoy hoy especialmente sensible, o igual la canción es genial. De cualquier manera, ahí os la dejo, con la letra debajo. Siento no traducirla. Hay cosas que se entienden en cualquier idioma.




    Bows and flows of angel hair and ice cream castles in the air
    And feather canyons everywhere, I've looked at clouds that way.
    But now they only block the sun, they rain and snow on everyone.
    So many things I would have done but clouds got in my way.

    I've looked at clouds from both sides now,
    From up and down, and still somehow
    It's cloud illusions I recall.
    I really don't know clouds at all.

    Moons and Junes and Ferris wheels, the dizzy dancing way that you feel
    As every fairy tale comes real; I've looked at love that way.
    But now it's just another show, and you leave 'em laughing when you go
    And if you care, don't let them know, don't give yourself away.

    I've looked at love from both sides now,
    From give and take, and still somehow
    It's love's illusions that I recall.
    I really don't know love at all.
    I really don't know love at all.

    Tears and fears and feeling proud to say "I love you" right out loud,
    Dreams and schemes and circus crowds, I've looked at life that way.
    But now old friends are acting strange, and they shake their heads,
    and they tell me that I've changed.
    Something's lost but something's gained in living every day.

    I've looked at life from both sides now,
    From win and lose, and still somehow
    It's life's illusions I recall.
    I really don't know life at all.

    ¿Edad mental? Cinco y el cambio, gracias

    Los conceptos de tiempo y espacio me han resultado siempre muy complejos, o, más que complejos, flexibles. Para mí, si algo ha ocurrido en un lugar, no importa cuándo, ese lugar guardará siempre ese suceso, y las personas que lo visiten en años venideros -aunque sea siglos después- formarán parte de ese trozo de historia. Visitar monumentos históricos tiene algo de mágico, de unión con las energías que otra gente ha dejado en esos lugares, y aunque sé que es autosugestión, se me ponen los pelos de punta cuando piso según qué suelos, como la catedral de Canterbury, por ejemplo. Qué coño, para qué irme tan lejos: en Vitoria mismo, cuando paso por delante de la Casa del Cordón, siempre pienso "joder, por aquí paseo Juana la Loca y vivió el papa Nosecuantos durante meses. Coño. Qué pasada".

    Hasta ahí se me podría considerar un poco rarita, pero no más que los millones y millones de personas que hacen "turismo histórico" y se pasan quince días sacando fotos a las piedras. Mi problema es que no me hace falta que el suceso ocurrido en ese lugar sea histórico per se. Lo de histórico, en realidad, es una etiqueta que le han puesto unos pocos eruditos a unos momentos concretos de la humanidad, pero que en realidad solo importaron a la clase dominante de una sociedad patriarcal y, si lo analizamos desde la perspectiva del Nuevo Historicismo, resulta que...

    Qué hostias. Que a mí lo que me mola es pisar suelo que han pisado los famosos. O donde se rodaron películas que he visto.

    Cuando vivía en California, me volvía medio loca. Por las cuestas de San Francisco no hacía más que acordarme de las persecuciones de coches de esa película tan famosa que nunca he sabido como se llama, con ese actor rubio de cuyo nombre tampoco me acuerdo. Más al sur, en Santa Barbara, andaba con mil ojos, no fuera a ser que apareciera Brad Pitt comprando el pan. No, os engaño; lo que de verdad me emocionaba era pensar "dios mío, puedo estar pisando una baldosa que ha sido pisada por Brad Pitt". Y eso que me cae como una patada en el culo, pero el tío es quien es. Lo que ya clamaba al cielo y hacía que una amiga mía se descojonara de mí (y con razón), eran mis paseos por la zona de Belgravia, en Londres, buscando la casa donde "vivía" el protagonista de una serie de novelas que me encantan. Protagonista ficticio, por supuesto, pero la calle existe (Eton Square, para quien quiera pasar por ahí; preguntad por Thomas Linley, inspector de Scotland Yard. Quién sabe, igual alguien os da razón).

    Eso en lo que respecta al espacio. Porque ahora, con la llegada de las redes sociales y sobre todo de Twitter, lo que me fascina es la flexibilidad (o quizás quiera decir constancia, o relatividad, no lo sé, soy de letras, qué pasa, Einstein se equivocó) del tiempo.

    Soy de las que siguen a famosos (en la red, no en persona), eso ya lo sabéis. Les escribo tweets de vez en cuando, a algunos más que a otros; a veces es para mostrar mi apoyo (como cuando Sean Maher salió del armario), otras para dar mi opinión sobre la serie en la que trabajan (a Shonda Rhymes la tengo frita con Anatomía de Grey y Sin Cita Previa) y las más porque me hacen gracia sus tweets, o algo me hace acordarme de ellos. Les escribo, toda cool y guay, con mi parte más lógica y cuerda convencida de que ni siquiera lo van a leer y mi subconsciente dando grititos de adolescente y mirando Twitter cada cinco minutos, por si han contestado. Por supuesto, entre los miles de tweets al minuto que esta gente recibe, los míos pasan desapercibidos y nunca contestan.

    Hasta que contestan.



    Y entonces pego unos saltos y doy unos gritos que me oyen hasta en Chicago.



    Porque si hay algo más excitante que pisar por las mismas baldosas que ha podido o no pisar Brad Pitt es saber que, al otro lado del océano, en otra zona horaria, alguien a quien solo conoces de vista (o de nombre, porque a Shonda Rhymes no la he visto en mi vida) ha leído algo que has escrito tú hace equis minutos, se ha tomado el tiempo y la molestia de contestarte y te ha llegado al otro lado del océano, de donde salió el mensaje original para empezar. Y sé que es una chorrada, que ni siquiera se han quedado con mi nick, que al segundo de darle al "send" se han olvidado de lo que han puesto... Pero a mí me han alegrado el día, la semana y el mes. Y, en el caso del tweet de Alan Tudyk (que levante la mano quien alguna vez haya oído hablar de este hombre; sí, utilizo el término "famoso" con generosidad, pero seguro que os puedo nombrar tres películas donde sale él que habéis visto; otro día), en el caso de Alan Tudyk creo que todavía me dura el subidón de su respuesta de seis palabras, que releo día sí y día también. Esto fue hace como tres meses. Sí, una es así de fatua. Qué le vamos a hacer.

    -¿Edad?
    -Cinco. Y medio.

    (Lo que me hace pensar en cuántas pequeñas cosas haremos el resto de los mortales todos los días que alegrarán la vida a alguien sin que nosotros seamos conscientes de ello.)

    Fragmento (más de Alan)

    Faltaban quince minutos para que empezara la primera sesión del día y Alan aprovechaba para leer las redacciones sobre The Raven que le habían entregado sus alumnos. En la pila que tenía frente a él había un poco de todo, desde pulcros ensayos mecanografiados con portada incluída (uno de ellos tenía incluso el dibujo de un cuervo hecho a carboncillo) hasta legajos de papel manuscritos con manchones de algo que lo mismo podía ser ketchup que sangre. Alan leía con absoluta concentración, las manos libres de bolígrafos, el cuaderno de notas guardado en el cajón.

    “A mí ma gustao mucho el poema”, leyó. “Ma dao algo de miedo a ratos, porque acojona un poco que un pajarraco tan feo te diga siempre lo mismo y no se balla. Pero pa mí que la culpa es del tío que le abla también, porque le podía aver preguntao otras cosas en vez de lo mismo tol rato. Podía aver preguntao si le ivan a pasar más cosas malas en la vida pa quel pajarraco le digera que nunca más, por ejemplo. Aunque supongo que no podía, porque creo que estava deprimido. Cuando mi ermano murió mi madre tanvien se deprimió y solo ablaba de mi ermano y de que le echaba de menos y de que quería morirse, y eso que nos lo decía a mi padre y a mí, que intentábamos ponerla contenta con música y comida y eso, no le decíamos “nunca más”. Pero cuando algien muere solo puedes pensar en que se a muerto y que nunca lo berás otra vez, y por eso el pajarraco decía “nunca más”. Yo creo que ni siquiera decía “nunca más”, que igual decía otra cosa pero el tío solo oía “nunca más”. Porque estaba deprimido, y eso”.

    Alan se echó atrás en la silla, sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro. Jenkins, que trabajaba en la mesa de al lado tachando líneas enteras con su boli rojo, levantó la vista.

    -Tan malo, ¿eh?

    -No, qué va. Es cojonudo, de lo mejorcito que he leído. Aunque creo que se ha cargado todas las normas ortográficas inventadas en los últimos dos mil años.

    -Yo no sé qué hostias les enseñan en primaria. No hay manera de que pongan una hache en su sitio. Luego llegan aquí y hala, soluciona la papeleta antes de que tengan que escribir su ensayo para la universidad. Así va el país, lleno de analfabetos que no valen más que para recoger patatas…

    Alan miró a Jenkins, abrió la boca, pero se lo pensó mejor y la volvió a cerrar, sacudiendo la cabeza. Cogió el boli verde con el que comentaba sus redacciones y se detuvo. Después de pensar unos segundos, apuntó al final del papel:

    “Has entendido el poema mejor que muchos críticos que se ganan la vida con esto. He disfrutado con tu redacción. Déjate guiar siempre por tus experiencias, como has hecho aquí, entenderás la literatura mucho mejor. Un diez bien merecido.
    P.D: La próxima vez usa un ordenador y dale al corrector ortográfico. Tienes varios en la biblioteca, o habla conmigo y usa el de mi despacho”.

    El guardián entre el centeno

    El guardián entre el centeno es uno de esos libros que no importa cuántas veces leas, siempre encuentras algo nuevo en él. A pesar de que el protagonista es un chaval de dieciséis años interno en un colegio de Nueva York, cualquier persona, adolescente o adulta, hombre o mujer, europeo, americano o asiático, puede encontrar algo que le emocione en este libro. Lo estoy leyendo de nuevo, marcando las páginas que me gustan mediante el viejo método de doblar la esquinita, y os puedo decir que hay más páginas marcadas que sin marcar. He llorado -de nuevo- con la parte en la que habla de cómo reaccionó cuando murió su hermano. Se me han puesto los pelos como escarpias -otra vez- en el trozo en el que besa a Jane "en toda la cara, menos en la boca" al sospechar que el novio de su madre abusa de ella. La imagen de Holden Caulfield, con su gorro de caza rojo, paseando por Nueva York y preguntando a taxistas a dónde van los patos del lago cuando el agua se congela en invierno, está grabada a fuego en mi subconsciente literario. No hace mucho alguien me dijo que había leído el libro y que no le había parecido para tanto. No le entendí. No le entenderé en la vida.
    No sé nada de JD Salinger. No sé nada de su vida, ni si fue buena persona, ni si trató bien a su familia. No me importa. No quiero saberlo. Porque soy de esas personas que, si saben que el autor es tal o cual, ya no leo su obra, o deja de gustarme. Y este libro es uno de mis favoritos, de esos que leería una y otra y otra vez, así que no quiero cagarla encontrándome que Salinger era partidario de los nazis o que violó a una mujer en su juventud. Fijaos si me gusta este libro, que lo prefiero a la serie de Harry Potter. Sí, lo he dicho. Y está en internet, así que no lo puedo retirar.
    Os dejo una joyita que he encontrado en Youtube y que fue lo que me animó a leer otra vez el libro. Que sepáis que este hombre es mi alter-ego, yo quiero ser él cuando me reencarne en hombre blanco estadounidense; de momento, me conformo con seguirle en youtube y pretender ser tan "nerd" como él. Que no lo soy. Ni de coña.
    (Por cierto, mi edición del libro es la misma que la suya. Cosas tan nimias como esa me hacen una ilusión terrible.)





    Fragmento


    (...) Alan mostró la ilustración de una ciudad con calles empedradas y carteles en inglés. Era de noche y resultaba algo tenebrosa.

    -¿Dónde diríais que es esto?

    -Estados Unidos.

    -Bien. ¿Reciente?

    La clase negó con la cabeza, pero nadie habló.

    -¿Qué siglo calculáis? -Silencio. Alan les dio unos segundos, pero nadie contestó-. ¿Quince? ¿Trece? ¿Antes de Cristo?

    -¿Dieciocho? -dijo la tímida voz de una chica en primera fila.

    -Por ejemplo. Es un poco más tardío, del diecinueve, pero muy bien. ¿Alguien se atreve a decir qué ciudad es?

    Nadie contestó.

    -Boston. El Boston de principios del diecinueve. Y si alguien es capaz de decirme por qué el Boston del siglo diecinueve es importante en literatura, os tiro cacahuetes.

    -¿Allí nació Charles Dickens?

    Alan apuntó al chico que acababa de hablar con el dedo y lo sacudió lentamente, la vista fija en la pizarra digital.

    -Charles Dickens, nacido en Boston. Ostras. Todos su biógrafos acaban de sufrir un aneurisma. Y algunos llevan cien años muertos -Carcajada general-. Pero has acertado con el siglo, así que te mereces por lo menos la peladura de un cacahuete. ¿Alguien más se atreve?

    Nadie habló. Alan pulsó una tecla del ordenador y el daguerrotipo de Edgar Allan Poe llenó la pantalla.

    -¿Sabéis quién es este? -No hubo respuesta. Alan no pareció sorprendido-. No me vais a creer, pero es uno de los guionistas de Los Simpson.

    Nuevas carcajadas. Alan asintió con la cabeza y pidió silencio con las manos, una sonrisa bailando en su cara.

    -Si os digo Edgar Allan Poe, ¿a qué os suena?

    -A coñazo -murmuró alguien; la clase rió por lo bajo y miró a Alan, que entrecerró los ojos sin dejar de sonreír.

    -Eso me dice que no habéis leído nunca a Poe -dijo. Otra imagen inundó la pantalla: una figura envuelta en un sudario, sin rostro, con un reloj al fondo que marcaba la media noche, todo rodeado de un brillante color rojo. Algunos chicos y chicas alzaron las cejas y sonrieron; un par de ellos miraron confusos a la pizarra-. Algunos críticos dicen que Poe fue el inventor de las historias de terror. Yo no diría tanto como inventor, pero que las borda es cierto. Por no hablar de sus misterios y sus detectives aficionados, esos sí que fueron los primeros de la historia. ¿Qué habría sido de Colombo sin Poe?

    -¿Quién?

    -Nadie, déjalo -Alan se pasó la mano por la cabeza, atusando su mata de pelo rubio, y sonrió para sí-. Poe descubrió la ciencia ficción, por decirlo así. Sin él no hubiéramos tenido escritores que vinieron luego y se basaron en lo que él ya había escrito, lo que significa que hoy en día no tendríamos historias como La Guerra de las Galaxias, o incluso El Señor de los Anillos.

    -Vaya, qué pena -murmuró con sarcasmo una chica en la primera fila; varias personas, entre ellas Alan, la abuchearon.

    -También era poeta -continuó-, y aquí es donde entran en juego Los Simpson. ¿Os suena “The Raven”?

    La clase negó con la cabeza. Alan cogió un papel y leyó para la clase, con voz pausada y profunda:

    Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary,

    Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,

    While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,

    As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.

    “ ‘Tis some visiter,” I muttered, “tapping at my chamber door —

    Only this, and nothing more.”

    Leyó un par de estrofas más y terminó el texto con un sonido que parecía un gemido. Al levantar la vista, vio a varios alumnos inclinados hacia delante en sus sillas, el resto expectante. Alan dejó el papel en la mesa y ocultó una sonrisa. Se puso serio antes de volverse de nuevo a la clase, pero había algo en su mirada que dejaba bien claro que se estaba riendo por dentro. Habló despacio, en un tono bajo y profundo. La clase estaba en completo silencio mientras él paseaba entre las filas de pupitres, la mirada fija en un punto indistinto.

    -Imaginaos en casa, de noche, descansando en vuestra habitación, pensando en vuestras cosas. Quizás os estéis acordando de esa chica con la que acabáis de estar, o de ese chico que tanto os gusta -sonrisas, codazos, risas ahogadas-. Puede que os hayan partido el corazón. Puede que hayáis perdido algo que apreciáis mucho. De repente, por la ventana abierta se cuela un ave. No un ave cualquiera, no un gorrión o un canario, sino el ave de mal agüero por excelencia: un cuervo. ¿Sabíais que los cuervos pueden reproducir sonidos? Algo así como los loros, pero en macabro. Y este cuervo que se os ha colado solo sabe decir “nunca más”. Nunca más. Empezáis a preguntarle cosas, y a todo os dice “nunca más”. ¿Ganaremos el campeonato de fútbol? Nunca más. ¿Se me quitará el grano de la nariz? Nunca más. ¿Me llamará? Nunca más. Así, hasta la eternidad -Alan se detuvo al frente de la clase y bajó aún más la voz-. Porque ese cuervo, ese cuervo que no estaba ahí hace diez minutos, es mucho más que un cuervo. Es vuestra conciencia, vuestro pesimismo, vuestro lado más oscuro. Y no saldrá de vuestra habitación. Ya no se irá jamás. No os dejará nunca. Nunca más.

    Guardó silencio. La clase estaba inmóvil. De repente, Alan dio una palmada que les hizo saltar a todos en sus asientos. Algunos rieron, otros se dejaron resbalar en la silla y cambiaron rápido el gesto, poniendo cara de aburrimiento. El profesor se giró a su ordenador.

    -Y con la clase de hoy doy por empezado el ciclo del Romanticismo, que, como iréis viendo paulatinamente, tiene poco que ver con la palabra romanticismo como la entendemos hoy día. Deberes: vais a leeros el poema “The Raven” y el cuento “The Mask of the Red Death” que os he mandado por email. Subrayad vuestras partes favoritas y buscad el vocabulario que no entendáis, no seáis vagos. Y antes de que os marchéis, y para que veáis que no miento, he aquí el capítulo de Los Simpson escrito por Poe.

    Alan apretó una tecla y Bart y Lisa Simpson aparecieron en la pantalla interpretando el poema de Poe. Cuando terminó, al mismo tiempo que sonaba el timbre del final de la hora, la clase aplaudió. (...)


    Cotilleos modernos

    Me encanta Twitter. Estoy enganchadísima. Me chifla lo de poner un hashtag sobre un tema y ver todo lo que los demás han escrito sobre eso. Y, para qué negarlo, me encanta la proximidad que me da con los actores y actrices que me gustan, porque nunca logré superar que Kirk Cameron no me contestara. Una se entera de un montón de cosas en Twitter que de otro modo no sabría. Y mi vida no cambiaría lo más mínimo, pero a una le hace ilusión tener conocimientos inútiles, qué le vamos a hacer. En las últimas semanas, han pasado varias cosas:

    • Por fin han derrogado la norma del "Don't ask, don't tell" en el ejército de USA #goodforobama.
    • Otro preso, probablemente inocente y ciertamente negro, ha sido asesinado en nombre de la "justicia" #obamasucks.
    • Sean Maher, actor de Firefly y The Playboy Club, ha salido del armario #goodforsean #ittookyoulongenough #hadntyoudonethatalready #iknewit.
    • El bullying contra los adolescentes gays sigue causando suicidios #noh8 #stopthebullying #RIPJayme
    • Santiago Segura se levantó ayer con el oído taponado #porcomentar
    • Molly Quinn (Alexis en Castle) es pelirroja natural #yamiquecoñomeimporta
    • Feminist Frequency mola mazo y hace unos vídeos muy interesantes #soyfeministayamuchahonra
    • Jim Carrey es un pesado y he tenido que dejar de seguirle #coñazoconelboingleñe
    • Dejé de seguir a Ashton Kutcher y a Demi Moore y ahora empiezan a poner cosas "interesantes" #defineinteresante #anunciatudivorcioentwitter
    Esto de las nuevas tecnologías está llevando la revista del corazón a la ruina, me temo.