Los conceptos de tiempo y espacio me han resultado siempre muy complejos, o, más que complejos, flexibles. Para mí, si algo ha ocurrido en un lugar, no importa cuándo, ese lugar guardará siempre ese suceso, y las personas que lo visiten en años venideros -aunque sea siglos después- formarán parte de ese trozo de historia. Visitar monumentos históricos tiene algo de mágico, de unión con las energías que otra gente ha dejado en esos lugares, y aunque sé que es autosugestión, se me ponen los pelos de punta cuando piso según qué suelos, como la catedral de Canterbury, por ejemplo. Qué coño, para qué irme tan lejos: en Vitoria mismo, cuando paso por delante de la Casa del Cordón, siempre pienso "joder, por aquí paseo Juana la Loca y vivió el papa Nosecuantos durante meses. Coño. Qué pasada".
Hasta ahí se me podría considerar un poco rarita, pero no más que los millones y millones de personas que hacen "turismo histórico" y se pasan quince días sacando fotos a las piedras. Mi problema es que no me hace falta que el suceso ocurrido en ese lugar sea histórico
per se. Lo de histórico, en realidad, es una etiqueta que le han puesto unos pocos eruditos a unos momentos concretos de la humanidad, pero que en realidad solo importaron a la clase dominante de una sociedad patriarcal y, si lo analizamos desde la perspectiva del Nuevo Historicismo, resulta que...
Qué hostias. Que a mí lo que me mola es pisar suelo que han pisado los famosos. O donde se rodaron películas que he visto.
Cuando vivía en California, me volvía medio loca. Por las cuestas de San Francisco no hacía más que acordarme de las persecuciones de coches de esa película tan famosa que nunca he sabido como se llama, con ese actor rubio de cuyo nombre tampoco me acuerdo. Más al sur, en Santa Barbara, andaba con mil ojos, no fuera a ser que apareciera Brad Pitt comprando el pan. No, os engaño; lo que de verdad me emocionaba era pensar "dios mío, puedo estar pisando una baldosa que ha sido pisada por Brad Pitt". Y eso que me cae como una patada en el culo, pero el tío es quien es. Lo que ya clamaba al cielo y hacía que una amiga mía se descojonara de mí (y con razón), eran mis paseos por la zona de Belgravia, en Londres, buscando la casa donde "vivía" el protagonista de una serie de novelas que me encantan. Protagonista ficticio, por supuesto, pero la calle existe (Eton Square, para quien quiera pasar por ahí; preguntad por Thomas Linley, inspector de Scotland Yard. Quién sabe, igual alguien os da razón).
Eso en lo que respecta al espacio. Porque ahora, con la llegada de las redes sociales y sobre todo de Twitter, lo que me fascina es la flexibilidad (o quizás quiera decir constancia, o relatividad, no lo sé, soy de letras, qué pasa, Einstein se equivocó) del tiempo.
Soy de las que siguen a famosos (en la red, no en persona), eso ya lo sabéis. Les escribo tweets de vez en cuando, a algunos más que a otros; a veces es para mostrar mi apoyo (como cuando Sean Maher salió del armario), otras para dar mi opinión sobre la serie en la que trabajan (a Shonda Rhymes la tengo frita con Anatomía de Grey y Sin Cita Previa) y las más porque me hacen gracia sus tweets, o algo me hace acordarme de ellos. Les escribo, toda
cool y guay, con mi parte más lógica y cuerda convencida de que ni siquiera lo van a leer y mi subconsciente dando grititos de adolescente y mirando Twitter cada cinco minutos, por si han contestado. Por supuesto, entre los miles de tweets al minuto que esta gente recibe, los míos pasan desapercibidos y nunca contestan.
Hasta que contestan.
Y entonces pego unos saltos y doy unos gritos que me oyen hasta en Chicago.
Porque si hay algo más excitante que pisar por las mismas baldosas que ha podido o no pisar Brad Pitt es saber que, al otro lado del océano, en otra zona horaria, alguien a quien solo conoces de vista (o de nombre, porque a Shonda Rhymes no la he visto en mi vida) ha leído algo que has escrito tú hace equis minutos, se ha tomado el tiempo y la molestia de contestarte y te ha llegado al otro lado del océano, de donde salió el mensaje original para empezar. Y sé que es una chorrada, que ni siquiera se han quedado con mi nick, que al segundo de darle al "send" se han olvidado de lo que han puesto... Pero a mí me han alegrado el día, la semana y el mes. Y, en el caso del tweet de Alan Tudyk (que levante la mano quien alguna vez haya oído hablar de este hombre; sí, utilizo el término "famoso" con generosidad, pero seguro que os puedo nombrar tres películas donde sale él que habéis visto; otro día), en el caso de Alan Tudyk creo que todavía me dura el subidón de su respuesta de seis palabras, que releo día sí y día también. Esto fue hace como tres meses. Sí, una es así de fatua. Qué le vamos a hacer.
-¿Edad?
-Cinco. Y medio.
(Lo que me hace pensar en cuántas pequeñas cosas haremos el resto de los mortales todos los días que alegrarán la vida a alguien sin que nosotros seamos conscientes de ello.)