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De admirar y ser admirado

Me encantan las redes sociales. Me gustan más de lo que deberían, la verdad, porque a veces me doy cuenta de que estoy un poco enganchada y vivo pegada al móvil, lo reconozco. He llegado al punto de enterarme de las noticias primero por Twitter y Facebook, aunque luego corro a medios más serios y las corroboro (si es que a los periódicos de hoy en día se les puede llamar "serios", porque tengo la sensación de que cada día nos engañan más). Las redes sociales hacen que las noticias vuelen, que nos enteremos de todo inmediatamente (quizás demasiado, sin información suficiente, a veces engañando, pero rápido, siempre rápido). También sirven, y esto me gusta especialmente, para sentirme más cerca de gente con la que de otra manera no tendría contacto. No hablo solo de amigos y amigas del otro lado del charco con los que no tendría la relación que tengo ahora si no estuviéramos conectados a través de Facebook, sino de esas personas que nunca jamás en la vida vas a conocer en persona (o quizás sí, que la vida da muchas vueltas). Las hace sentir un poco más cercanas, e incluso te llega a dar la sensación de que las conoces, de que están a un solo click, de que puedes dirigirles la palabra cuando quieras. Y puedes, claro, aunque otra cosa es que te vean.

Y algunas veces, como esta semana, te das cuenta de que a ellos y ellas les pasa lo mismo que a ti. Que también siguen a sus ídolos por Twitter, que también son "fans". El otro día, por ejemplo, me encontré con este tuit de uno de los grandes, Stephen King:



Ya solo con esto me emocioné, porque The Underground Railroad es un libro que tengo fichado desde hace unas semanas, el primero en mi lista de "libros a comprar en cuanto cobre". Sigo a Colson Whitehead desde hace poco, y de momento me parece un hombre muy interesante que comparte cosas que merecen ser leídas. Que King, un superventas con chorropocientos seguidores en Twitter, recomiende a alguien es garantía de que muchos de esos seguidores van a terminar comprando el libro de Whitehead, lo que seguro que al otro le viene de perlas. En esas estaba yo cuando leí este otro tuit: 


¡Toma ya! "Leer Carrie en séptimo me hizo querer escribir ficción, así que gracias, amable señor". O sea, que Colson Whitehead es admirador de Stephen King, y ahora Stephen King alaba su obra. ¿Se puede llegar a mayor éxito como escritor? Que alguien a quien tú tienes por maestro (porque le hizo querer escribir ficción, supongo que sería porque le gustó) llegue a decir públicamente que tu novela es tremenda tiene que ser la cumbre de tu carrera de escritor. No me puedo imaginar mayor halago, ni de la crítica ni del público, que recibir una palmada en la espalda de quien te inspiró a escribir. De admirar a ser admirado. De seguirle en Twitter a que te siga él a ti. (Bueno, esto puede que sea una chorrada, pero es que yo estoy todavía en esa fase. Ganar un seguidor hace que me crea alguien.)

Por cosas como esta me gustan las redes sociales. Conversaciones entre escritores, bromas entre actores (hace unos años fui testigo de una conversación divertidísima entre Steve Martin y Stephen Fry) y zascas apoteósicos a racistas y misóginos (aquí JK Rowling se lleva la palma) hacen que merezca la pena ser un poquito adicta a las RRSS. Qué le vamos a hacer, cada una se entretiene como quiere. Al menos yo no soy de las que cuenta con detalle lo que ha desayunado o qué tal ha ido la evacuación del día (con foto). Ya veréis, ya, que pronto se convertirá en deporte olímpico. Espero, porque será la única manera de que yo me lleve una medalla. 



¿Edad mental? Cinco y el cambio, gracias

Los conceptos de tiempo y espacio me han resultado siempre muy complejos, o, más que complejos, flexibles. Para mí, si algo ha ocurrido en un lugar, no importa cuándo, ese lugar guardará siempre ese suceso, y las personas que lo visiten en años venideros -aunque sea siglos después- formarán parte de ese trozo de historia. Visitar monumentos históricos tiene algo de mágico, de unión con las energías que otra gente ha dejado en esos lugares, y aunque sé que es autosugestión, se me ponen los pelos de punta cuando piso según qué suelos, como la catedral de Canterbury, por ejemplo. Qué coño, para qué irme tan lejos: en Vitoria mismo, cuando paso por delante de la Casa del Cordón, siempre pienso "joder, por aquí paseo Juana la Loca y vivió el papa Nosecuantos durante meses. Coño. Qué pasada".

Hasta ahí se me podría considerar un poco rarita, pero no más que los millones y millones de personas que hacen "turismo histórico" y se pasan quince días sacando fotos a las piedras. Mi problema es que no me hace falta que el suceso ocurrido en ese lugar sea histórico per se. Lo de histórico, en realidad, es una etiqueta que le han puesto unos pocos eruditos a unos momentos concretos de la humanidad, pero que en realidad solo importaron a la clase dominante de una sociedad patriarcal y, si lo analizamos desde la perspectiva del Nuevo Historicismo, resulta que...

Qué hostias. Que a mí lo que me mola es pisar suelo que han pisado los famosos. O donde se rodaron películas que he visto.

Cuando vivía en California, me volvía medio loca. Por las cuestas de San Francisco no hacía más que acordarme de las persecuciones de coches de esa película tan famosa que nunca he sabido como se llama, con ese actor rubio de cuyo nombre tampoco me acuerdo. Más al sur, en Santa Barbara, andaba con mil ojos, no fuera a ser que apareciera Brad Pitt comprando el pan. No, os engaño; lo que de verdad me emocionaba era pensar "dios mío, puedo estar pisando una baldosa que ha sido pisada por Brad Pitt". Y eso que me cae como una patada en el culo, pero el tío es quien es. Lo que ya clamaba al cielo y hacía que una amiga mía se descojonara de mí (y con razón), eran mis paseos por la zona de Belgravia, en Londres, buscando la casa donde "vivía" el protagonista de una serie de novelas que me encantan. Protagonista ficticio, por supuesto, pero la calle existe (Eton Square, para quien quiera pasar por ahí; preguntad por Thomas Linley, inspector de Scotland Yard. Quién sabe, igual alguien os da razón).

Eso en lo que respecta al espacio. Porque ahora, con la llegada de las redes sociales y sobre todo de Twitter, lo que me fascina es la flexibilidad (o quizás quiera decir constancia, o relatividad, no lo sé, soy de letras, qué pasa, Einstein se equivocó) del tiempo.

Soy de las que siguen a famosos (en la red, no en persona), eso ya lo sabéis. Les escribo tweets de vez en cuando, a algunos más que a otros; a veces es para mostrar mi apoyo (como cuando Sean Maher salió del armario), otras para dar mi opinión sobre la serie en la que trabajan (a Shonda Rhymes la tengo frita con Anatomía de Grey y Sin Cita Previa) y las más porque me hacen gracia sus tweets, o algo me hace acordarme de ellos. Les escribo, toda cool y guay, con mi parte más lógica y cuerda convencida de que ni siquiera lo van a leer y mi subconsciente dando grititos de adolescente y mirando Twitter cada cinco minutos, por si han contestado. Por supuesto, entre los miles de tweets al minuto que esta gente recibe, los míos pasan desapercibidos y nunca contestan.

Hasta que contestan.



Y entonces pego unos saltos y doy unos gritos que me oyen hasta en Chicago.



Porque si hay algo más excitante que pisar por las mismas baldosas que ha podido o no pisar Brad Pitt es saber que, al otro lado del océano, en otra zona horaria, alguien a quien solo conoces de vista (o de nombre, porque a Shonda Rhymes no la he visto en mi vida) ha leído algo que has escrito tú hace equis minutos, se ha tomado el tiempo y la molestia de contestarte y te ha llegado al otro lado del océano, de donde salió el mensaje original para empezar. Y sé que es una chorrada, que ni siquiera se han quedado con mi nick, que al segundo de darle al "send" se han olvidado de lo que han puesto... Pero a mí me han alegrado el día, la semana y el mes. Y, en el caso del tweet de Alan Tudyk (que levante la mano quien alguna vez haya oído hablar de este hombre; sí, utilizo el término "famoso" con generosidad, pero seguro que os puedo nombrar tres películas donde sale él que habéis visto; otro día), en el caso de Alan Tudyk creo que todavía me dura el subidón de su respuesta de seis palabras, que releo día sí y día también. Esto fue hace como tres meses. Sí, una es así de fatua. Qué le vamos a hacer.

-¿Edad?
-Cinco. Y medio.

(Lo que me hace pensar en cuántas pequeñas cosas haremos el resto de los mortales todos los días que alegrarán la vida a alguien sin que nosotros seamos conscientes de ello.)

Cotilleos modernos

Me encanta Twitter. Estoy enganchadísima. Me chifla lo de poner un hashtag sobre un tema y ver todo lo que los demás han escrito sobre eso. Y, para qué negarlo, me encanta la proximidad que me da con los actores y actrices que me gustan, porque nunca logré superar que Kirk Cameron no me contestara. Una se entera de un montón de cosas en Twitter que de otro modo no sabría. Y mi vida no cambiaría lo más mínimo, pero a una le hace ilusión tener conocimientos inútiles, qué le vamos a hacer. En las últimas semanas, han pasado varias cosas:

  • Por fin han derrogado la norma del "Don't ask, don't tell" en el ejército de USA #goodforobama.
  • Otro preso, probablemente inocente y ciertamente negro, ha sido asesinado en nombre de la "justicia" #obamasucks.
  • Sean Maher, actor de Firefly y The Playboy Club, ha salido del armario #goodforsean #ittookyoulongenough #hadntyoudonethatalready #iknewit.
  • El bullying contra los adolescentes gays sigue causando suicidios #noh8 #stopthebullying #RIPJayme
  • Santiago Segura se levantó ayer con el oído taponado #porcomentar
  • Molly Quinn (Alexis en Castle) es pelirroja natural #yamiquecoñomeimporta
  • Feminist Frequency mola mazo y hace unos vídeos muy interesantes #soyfeministayamuchahonra
  • Jim Carrey es un pesado y he tenido que dejar de seguirle #coñazoconelboingleñe
  • Dejé de seguir a Ashton Kutcher y a Demi Moore y ahora empiezan a poner cosas "interesantes" #defineinteresante #anunciatudivorcioentwitter
Esto de las nuevas tecnologías está llevando la revista del corazón a la ruina, me temo.

Redes sociales



Lo reconozco. He caído en la red. En la red social, se entiende. Por si no fuera suficiente con tener dos blogs, ahora tengo un perfil en Facebook y otro en Twitter. Cada vez que enciendo el ordenador, después de mirar el correo, visitar los blogs y leer los titulares del día, me paso por mis páginas de inicio para ver si alguien ha escrito algo interesante. Que nunca lo han hecho. No es que no escriban, que lo hacen, pero lo que se dice interesante... Creo que estas herramientas no van a servir para salvarle la vida a nadie.

En Facebook tengo metidos entre mis amistades a un potrollón de primos a los que hace siglos que no veo (hablamos de más de una década) con los que ni siquiera intercambio mensajes, pero cuyas fotos curioseo y a los que felicito los cumpleaños. No tenemos nada que decirnos, porque no nos conocemos. También tengo metida a toda mi cuadrilla (cuadrilla=pandilla, que ya sé que a los que no sois vascos esto os hace mucha gracia), lo cual me parece una soberana estupidez porque les veo a menudo y no me hace falta ponerles "qué frío hace hoy", porque ya lo saben. No digo yo que a otro tipo de gente no le venga bien la paginita de marras, pero a mí, la verdad me sobra. Ahora, no pienso desapuntarme, porque es lo más "in" que hay, y yo soy "in", que a nadie le quepa ninguna duda. Quizás algún día lo use como es debido y empiece a comunicarme, en vez de tomar test tipo "qué tanto de bueno es tu español".

Al Twitter, sin embargo, no le veo mayor utilidad que la excusa de hablar solo en una sala completamente vacía. Si nadie te sigue y nadie te lee, ¿estás escribiendo? ¿Existes? ¿Estás ahí? ¿Para qué coño me he abierto una cuenta en Twitter si ni siquiera sé qué escribir en Facebook, y últimamente me cuesta horrores encontrar un tema para el blog que no haga que todos salgáis corriendo? ¿A quién coño le importa que esté a punto de cenar, que me haya lavado los dientes, que me duela la cabeza? Porque no mucho más se puede poner. Sólo a tus más allegados les va a hacer gracia, y si son allegados, ¿por qué tienes que obligarles a meterse en el ordenador para ver cómo te ha ido el día? ¿No existe el teléfono, o en su defecto -¡¡horror!!- los encuentros cara a cara? ¡Queda para echar unas cañas, leches, que es mucho más ameno y te da el aire fresco!

Pero lo peor, lo peor de todas estas redes, es que te quitan tiempo de hacer lo que realmente te interesa. Mira Jennifer Aniston, que parece que ha roto con el novio porque pasaba demasiado tiempo delante del ordenador. Mírame a mí, que hace media hora que tenía que estar escribiendo y sigo aquí, escribiendo, sí, pero no lo que me había propuesto. Paseo por Facebook, puesta al día, toma de algún test; paseo por Twitter, puesta al día, mensajito chorra al canto. Pérdida de tiempo. Y como soy una persona que termina lo que empieza, me estoy viendo enganchada a las redes sociales hasta que algún alma caritativa las desconecte y nos deje a todos colgando del hiperespacio...

Os dejo, que me voy a abrir una cuenta en Tuenti. No vaya a ser que me quede fuera de la onda de lo guay por no estar en ello.