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miércoles, 21 de septiembre de 2022

Fe de ausencia

 


      Septiembre y su final. Viernes. Lunes. Miércoles. 23/26/28. Tres poetas amigos hacen lectura y presentación de sus libros en Madrid. Miguel Galanes. Manuel Juliá. Rafael Soler. (Tres mocitos sevillanos tituló Díaz-Cañabate una crónica taurina en ABC por Puerta, Camino y Romero, allá en los sesenta). No son mocitos ni sevillanos estos, sí tres poetas que me importan. Ida y vuelta entre Madrid y La Mancha. No estaré en ninguno de los tres actos. No es mi costumbre faltar de donde debo y quiero, y me duele, por eso escribo. Se anuncian en Madrid y yo estaré lejos, físicamente. Pero animo a los lectores de Mientras la luz que puedan asistir a que deseen asistir. Y asistan. Yo iré con ellos.


      Miguel Galanes, fiel a Vitruvio, edita una nueva trilogía La vida ante todo en un solo volumen. Ya lo hizo con la anterior en 2019, estuve entonces. Desea por tanto repetir modos, camino a sus lectores. José Luis Morales hará, y lo hará bien, de presentador del triple texto. El mundo, la vida, la muerte. Será viernes y en el Centro Riojano. Buen lugar para seguir luego con el copeo y el tapeo celebrativo.


      Manuel Juliá abre la semana en la Alberti y arropado. Por Benjamín Prado como introductor y con las voces de Carlos Hipólito y Manuel Galiana para escuchar a su través poemas de El corazón de la muerte. Fiel a Hiperión, bajo su sello viaja esta antología que firma Jesús Barrajón, profesor de la UCLM, y en donde por algún sopié aparece mi nombre. Hay tabernas cerca que cierran tarde.


      Rafael Soler elige clásico: Libertad8 y 28 miércoles. Recupera en edición exenta el libro venero de su voz, Los sitios interiores, que publicó Adonais cuando Adonais. Fiel a sus amigos, lugar sin duda, Cuadernos de la Errantía, la editora unianual de Raúl Nieto de la Torre, se encarga de darle luz. Quiere celebrar con los mismos de entonces y los mismos de hoy, el renovado aroma de la tinta en flor. Aconsejo el Mercado de San Antón.

      A los tres poetas en trance les reitero desde aquí mi no presencia. A los amigos que ignoren este texto, se extrañen de la situación y pregunten -alguno habrá- por mí y las causas, aclárenles que no hubo falta de voluntad, por favor, por favor, por favor. Y que me duele desde ya.

viernes, 7 de octubre de 2016

Llenos y premios


      En esta época de tanto descreído del hacer poético, dos llenos han restablecido el equilibrio en el ambiente madrileño. La temporada había comenzado con un septiembre vacilante, pero octubre sin lluvias vocea su pujanza. Poco a poco han ido despareciendo del cielo y las terrazas madrileñas ciclos y salas de lecturas. O viven mortecinas. Las presentaciones y las jam´s dominan el escenario. El bar Aleatorio, de la mano de Marcus Versus, referente, procura hacer real el viejo adagio: ni un día sin poesía (o música). Hay nuevos aires. que parece no soplan para sacralizar la poesía ni hacerla templo de iniciados, como tampoco para reducirla al ámbito de lo masturbatorio y/o sectario.  Parece que los poetas, abandonados al contagio de las calles, intentaran que sus textos dejen de ser en exclusiva actos de lenguaje para, sin perder conciencia, infiltrarse en el hacer y los afanes de la inmensa mayoría. Y digo bien mayoría. Otra cosa es que lo sepan conseguir.

Primer lleno

Rafael Soler y José María Merino
Foto: Pablo Méndez
     Ocurrió el lunes, 3. Tiene por costumbre Rafael Soler presentar los lunes y en el local de la Asociación de la Prensa. Y tiene por costumbre reventar sus costuras, hacerlo diminuto. Casi 150 asistentes para su cuarto vitruvio: No eres nadie hasta que te disparan. Llenazo. Casi 150 para escuchar al gran José María Merino acercarse y penetrar la poesía de Rafael. No es fácil. Nunca lo ha sido. No es poeta de muleta y acomodo, de toreo de pico. Pero nuestro novelista lo intentó. Más que otros. Y dio claves suficientes. Otra cosa fue su decisión de ilustrar en demasía con lectura completa de poemas. No es fácil internarse en una poesía que ama el riesgo, la tensión lingüística, la concentración de significados. En una poesía a la que en esta ocasión se añade una negra y ligera trama narrativa que ahorma el conjunto sin enturbiar. A las lecturas de Merino se añadieron, claro está, las del poeta. Justas, potentes. Así supimos que hay damas, niñas swarovski, que ven crecer y mermar la pasión en sus riberas, muertos reflexivos que aceptan su derrota, pero que esperan turno. Que hay vengadores a sueldo con mal final y árboles de buen corazón que pagan sus impuestos. También guionistas de atrezzo y versos flahsback, de ida y retorno, que no ceden. Un silencio respirable, transitivo, a lo largo de toda la sala. Un texto que lo afirma en un hacer poderoso, original, exploratorio, sorprendente, joven, decidido. Humor y sarcasmo. Poesía al ras de la vida, a roce de lo canalla. Para contarla, nunca para la explicación. Un libro Soler en toda su pureza. Un libro que dispara. (Vean aquí el video si lo desean.)
Otro sí. Porque es normal que los libros se agoten en las presentaciones de este poeta, es cuestión que precisa ser prevenida.    

Segundo lleno
Ana Galán y Tulia Guisado
Foto: Carmen Fabre

      Ocurrió el martes, 4. en la Casa de Fieras, ahora biblioteca, del Retiro madrileño. La editorial Lastura había convocado para la presentación de Detrás de la sonrisa, el nuevo libro de Ana Galán. Público de pie, lleno, público de pie. Casi 100 contadas personas. Abrió Lidia, la editora, con palabras acostumbradas a la ocasión. Tulia Guisado, que presentó, centró pronto el dilema. El libro basa su hacer en la experiencia docente de la autora, en los problemas acuciantes de los adolescentes, alrededor de los cuales se construyen los poemas. Señaló cómo la autora, orientadora en un insti, se acerca a la angustia, al grito de los adolescente, sin superioridad moral, sin consejos de carril. Cómo todo el libro destila una mano tendida, una silla al lado, el respeto a la libertad de los que se enfrentan al aullido de la vida. Que los poemas, en general, se estructuran a dos voces, la del joven y la de la autora, Declaró luego Ana que se pensó mucho su escritura, pero que siguen vivos en ella los rostros de los mordidos, sus caminos cerrados. Cada poema viene introducido por una petición de auxilio: el maltrato familiar, el desprecio por el color de la piel, la gordura juvenil, la homosexualidad, las drogas… los precipicios estudiantiles de la emoción. La lectura de cada poema se introducía por la autora con explicación del contexto. Pero no. El libro es algo más. Algo más que un escaparate de angustias y desvelos, el libro es un libro de poesía. Y de nivel. Poemas que sin perder lo descriptivo no se embarran sino que se alzan serenos en busca de tensión propia. No son meras ilustraciones. Ana Galán es una poeta que recuerda y que decide volar sobre un mundo de sensaciones permanentes. Clara y alta en su voz. Poesía contagiada del dolor. Poesía que sabe su manantial. Poesía impura, sí, y por lo mismo necesaria.     

Dos premios
Antonio Daganzo, José Elgarresta y Nieves Herrero
Foto: FB

      Dos buenos poetas, dos buenos amigos de Mientras la luz, terminan de ser distinguidos con sendos premios. Antonio Daganzo, por su Juventud todavía publicado en Vitruvio, ha obtenido el llamado Premio de la Crítica de Madrid 2015, que concede la Asociación Madrileña de Escritores y Críticos Literarios presidida por José Elgarresta. Por otra parte, El sueño de la vida, del manchego Manuel Juliá, publicada en Hiperión, ha sido señalada como Mejor obra de poesía de habla hispana 2015. Premio que concede, según la nota de prensa, la Asociación de Editores de Poesía.presidida al parecer por Javier Pérez Ayala, en cuyo domicilio social tienen su sede las asociaciones que conceden ambas distinciones. Nuestra felicitación a los dos poetas.
(Aquí entrevista a Manuel Juliá)

miércoles, 17 de junio de 2015

Junio de libros: “El sueño de la vida”, de Manuel Juliá

 
Manuel Juliá en la Feria del Libro 2015
Foto: G. Munárriz
 La gentileza, provocada,
de la editorial Hiperión ha traído a Mientras la Luz El sueño de la vida, de Manuel Juliá, poeta al que hemos prestado atención en ocasiones anteriores. Y ahora con mayor motivo. Con este libro cierra la trilogía abierta con El sueño de la muerte, que continuó con El sueño del amor para terminar con este sueño último. Es un libro generoso de un poeta generoso. 41 poemas. Versos que oscilan entre la tentación versicular y el poema en prosa. Un texto que mantiene con los anteriores señas de identidad tan evidentes que hacen de la trilogía citada un corpus coherente. Hasta tal punto que nos atrevemos a decir que este libro es el culmen, el punto de arribo del poeta que comenzara a tantearse con el aquel lejano De umbría.

   Escrito desde la conciencia de una fisicidad permeable, el discurso del poeta se ancla en la fascinación por la Naturaleza, por la conciencia panteista de ser en ella, de ella, para ella. Y marcado por la constante conversación con los signos materiales con que la Naturaleza se ofrece en subjetividad. Se hace evidente que fija su atención en el árbol como elemento simbólico esencial. El árbol como signo vertical de la tensión hacia lo alto, hacia lo puro, hacia la perfección que supone existir en plenitud. El árbol como alter ego, como depositario armónico de la serenidad. Estadio que ocupa los dos primeros capítulos para desembocar en un tercero emocionado, el que Manuel Juliá dedica a la memoria de la madre. Algo que ya apuntó en el merecidamente famoso poema “Melocotones” de El sueño de la muerte y que ahora cobra pleno sentido. Como lo tienen esos puentes de niebla que el autor mantiene como metáfora permanente para conciliar el paso del tiempo con la aventura personal que consiste en atreverse a atravesarlos, dicho de otra manera: el desafío que supone vivir lo no esperado.

   Poemas medidos y alejados de acentos y cuentas, pero henchidos de imágenes sorprendentes que surgen con espontáneo azar surrealista. Lejos siempre de lo ampuloso, de lo trascendente, Manuel Juliá permanece instalado en esas suaves maneras cotidiana del hacer anglosajón que sus lecturas refuerzan. No hay sino repasar el origen de la mayoría de sus citas: A. Tennyson, R.W. Emerson, A. Ginsberg, E. Hemingway, M. Lowry, W. Blake.  El libro viene precedido por “Un pequeño relato”, introducción pretendidamente simbólica en donde el mar, visto por el niño con los ojos juntos de toda la familia, se convierte en el símbolo de un universo vital, de una esperanza.

   Manuel Juliá se sitúa con esta entrega -que junto al resto de la trilogía ha venido a enriquecer los fondos literarios de Híperión- en un lugar destacado del paisaje poético español. Es de esperar que la anunciada antología de poetas manchegos que va desde Corredor Matheos a Ángela Vallvey ordene su posición en este panorama tan cambiante. Pero no es en el ámbito regional, tan necesario ahora, donde debe buscársele relaciones sino en el más amplio de la poesía española actual. Su hacer lo exige. Al tiempo.










Sendero de abedules



En el mismo sueño o en la misma muerte
hay una presencia que fuerza a los abedules
a mostrar su belleza rodeando un río seco,
hay un jarabe de luz rodeando el frío y las heridas
donde la yerba y los sonidos del viento
siguen cuando la muerte se pierde, y el río avanza
por deseos que ya no morirán,
en la misma muerte o en la misma vida se esconde
el cauce de una nostalgia que incendia mi garganta,
su vaho levanta muros hermosos que están mirando
las palabras para que tengan sentido
cuando la vida solo sabe ser amarga,
la luz atrapa los árboles en el silencio
de la viejas montañas, habla la muerte
para encontrar una voz que se alimente con la vida,
en la misma vida o en la misma muerte
cuando lo ríos se terminan, hay otro mar más lejos
al que se llega con los sueños
que están presos de amor en cualquier primavera,
en el mismo sueño o en la misma muerte
puedo tocar el pulso de las estrellas más viejas,
seguir un sendero de abedules, que no es de la vida
y ha crecido contra el tiempo, está lleno
de palabras que no mueren en los páramos,
en la misma vida o en la misma muerte
las estaciones amadas del camino son brazos
que se agarran a mi cuello y me limpian la camisa
de tierra que han abandonado en mi cuerpo,
los abedules me dan su última caricia, y dicen
que jamás podré dejar de amar, y que los zapatos
desaparecen porque ya no son necesarios,
mis células son hilos de vida que han decidido
romperse de luz al anochecer,
cuando el fantasma del fuego aparece
abriendo la puerta decisiva.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Apurando: Yolanda, Manuel y J.J.

Los abrigos, esperando, de Yolanda y Elena
Fotomóvil
Yolanda Castaño

   Yolanda dio las gracias por no haberlas dejado solas. Lo hizo al final, tras la lectura del último poema. Antes había dialogado con Elena Medel durante 40 minutos ante siete primeros asistentes en la Librería Alberti (lunes, 15). Después llegaron cuatro más. Elena preguntó por las circunstancias de La segunda lengua, lo último de la gallega en Visor. Dijo esta que se recluyó durante un mes para organizar, redactar, las notas de los últimos 4 años. Y que es el libro en donde el yo poético y agente está más oculto. Y en donde el cuerpo suyo deja de ser protagonista. Se quejó de las críticas recibidas diciendo que repiten clichés anteriores y que ahora ha querido reflejar el conflicto y la enajenación que supone para el hablante las lenguas otras, las dominantes, las aprendidas. Para ella, Yolanda, la poesía es el eje central de su vida desde los 17 años, aunque sabe que ya ha pasado el furor y ve su obra más calmada. Los lectores también. Cosas de la vida, de los 37 añazos, dijo. Que el lenguaje poético llega a donde otros no pueden. Y que es el más egoísta, añadió. La cordobesa sabe entrevistar, sacar menas ocultas, hace decir a la entrevistada aunque no haya demasiado, ni sorpresa, ni discurso nuevo. Para cerrar, Yolanda leyó casi diez poemas, dos de ellos en gallego, la lengua minorizada, y en su defensa. Y en defensa de la lengua como miembro esencial para la fonación, claro. Los once asistentes finales aplaudieron. 


Mª José y Juan Manuel leyendo
Fotomóvil
Manuel Juliá

  Parecía una buena conjunción. Y lo fue. Se alinearon, de vez en cuando sucede, una buena tertulia (la Eduardo Alonso) un buen presentador (Rafael Morales Barba), un buen poeta (Manuel Juliá), dos buenos lectores (Mª José Goyanes y Juan Manuel Sada) y un público expectante. El profesor Morales Barba usó -en su estilo- citas de contemporáneos y etimologías griegas para presentar la poesía del manchego. Porque Manuel Juliá es manchego, de Puertollano, y poeta. Tienen sus versos un aire anglosajón por su manera de añadir trascendecia a la cotidianeidad. Y se halla desde hace un tiempo aplicado en una trilogía sobre las tres heridas hernandianas, que publica Hiperión. Es también un excelente articulista. En su turno explicó su relación histórica, plagada de encuentros y despedidas, con el hecho poético y leyó cuatro textos. El plato fuerte, porque así lo quiso el poeta, fue la lectura por los actores invitados. María José y Juan Manuel interpretaron en espléndido contraste. Voz dramática ella, voz calma y serena él para la réplica. Los poemas de Manuel Juliá, en especial los que forman parte de su última entrega El sueño del amor, supieron de su buen hacer. La palabra así dicha extendió la emoción entre las gentes: público sorprendido y entregado. Cerró Manuel Cortijo tan acertadamente que no quebró el misterio. La charla y los vinos finales fueron más necesarios, más urgentes que nunca. A veces ocurre con los planetas los martes 16 de diciembre.


y J. J. Padrón
Justo Jorge en la lectura
Foto: Valentín Suárez Mojón
    
    De él dice la red que vive rodeado de lauros y traducciones, que tiene más hagiografía que biografía, que es el poeta español que más cerca ha estado del Nobel sin haberlo conseguido, pero aquí estuvo, viernes y 19, en la humildad cotidiana de Libertad 8. Media hora tardó Alfredo Piquer en bien presentarlo. Y resumiendo. Como signo me queda la noticia de su reciente traducción al idioma mongol de Los círculos del infierno, su libro insignia. Justo Jorge Padrón, tal es el nombre, estuvo como único interviniente en la tertulia Odisea Poética. Canario de nación, nórdico de vocación, universal de reconocimientos, tiene más de 30 libros editados y unos 65.000 versos escritos. Su última entrega -actual, asequible- es una antología que editó ha poco Vitruvio. Leyó durante más de una hora ante una sala repleta y con bastante público joven, estudiantil diríamos, que premió con aplausos muchos de sus poemas. Y es que a la bondad de los mismos se une al enfásis con que los dicta y una estudiada provocación final. Dijo ser su tercera lectura pública en Madrid en los últimos 10 años. Piensa, se justificó, que la poesía debe ser leída en soledad. Apareció pleno de forma y con cierto sentido del humor en algunas introducciones de sus poemas. Hubo una primera parte más ligera, construida con sonetos variados y algunos de sus grandes hits: Y si Dios se cansara de nosotros, por ejemplo. En la segunda, tras la música griega de Dimitris Harisis, cuya alianza con el suzuki estremece, quiso mostrar contenido de su inédito Soliloquio del rehén, organizado como un diálogo consigo mismo -con quién mejor- en donde reflexionar sobre la edad, sobre el tiempo, sobre el amor y sobre lo indecible de la poesía. Es poeta de gran facilidad versificadora. Y gustoso de los alejandrinos. A los 21.30 terminó lo que comenzara a las 19:30. 120 minutos. Pocos se movieron, aunque se removieran.

jueves, 20 de junio de 2013

Melocotones. Un poema de Manuel Juliá





Por muchas causas. Porque Hiperión le abrió sus puertas, tan cerradas para todo aquello que no sea libro premiado o traducción. Por las críticas recibidas del profesor Morales Barba, del intuitivo Ramón Tamames, del solitario Dionisio Cañas (en El Mundo). Porque recién ha presentado su libro en La Central del Raval (Barcelona) de la mano de Corredor Matheos. Porque me habló con entusiasmo de la poesía de Dorothy Parker momentos antes de ofrecer su voz a Lur Sotuela. Porque su labor como gestor no puede cegar su mena de hacer poético. Ni debe. Porque El sueño de la muerte es su mejor libro, el más arraigado con sus orígenes, con los puentes de niebla que supone atravesar la vida. Por atreverse a soñar la muerte tras tanto visto, tras tanta ausencia llamando. Por un verso que escapa del corsé de lo castizo. Por beber de los mejores aires de la mejor poesía anglosajona sin olvidar la emoción. Por usar sabiamente el adjetivo. Por muchas causas, este poema de Manuel Juliá (Puertollano, 1954) que titula Melocotones. 


MELOCOTONES

Hoy estoy triste, quizás no pueda subir en este momento
a través de las calles sin luces
a las primeras lluvias del colegio,
estoy triste porque escondo en los sueños
de una habitación quieta en el papel amarillo
una imagen que está sola, velando
los recuerdos que aún no la abandonan,

y por eso no puedo hacer otra cosa que pensar en ti
mientras llevo un albaricoque a mis labios
como si tuviera sangre, y cuando lo muerdo
pienso que estás enfrente, que me lo arrebatas,
que con una inmensa dulzura lo desnudas
para que pueda consumir su carne
con el olor de tus dedos,

estoy triste porque hay una soledad
en el vestíbulo magullado, una soledad sin alma,
algo parecido al silencio de la ropa sucia,

y un álbum que se abre y una ventana que se cierra,
una inmensa piedad herida en cada una
de las fotografías que observas callada
meciéndote en el sillón,

la casa derrumbada es un mundo recién vivo
que tiene tu ternura y tus ojos pequeños,
tu alma de pan blando, de vino dulce,
tus labios delgados dentro de una manta
alrededor de mi congoja interminable, madre,

hoy estoy triste porque vuelve a salir el sol
sobre el mundo aunque ya no haya mundo
y tu mirada en el comedor
observa como recojo mis juguetes, siguen vivos,

y los árboles siguen moviéndose
en una llamada de auxilio imperecedera
y no encuentro tus brazos, el sol y el viento
siguen su viaje por la bruma buscando
palabras viejas para dormirse en ellas.

lunes, 16 de abril de 2012

TONELADAS DE VIDA


Al conocer el hecho, al ver la fotografía, mi buen amigo, mi buen escritor y mi buen poeta Manuel Juliá, ha vertido esta su reacción en su columna del diario manchego La Tribuna. Me la ha envíado porque quiere que más personas sepan de su vómito. (El blogero no desea poner la imagen que ya conocéis)

    Apagaría mi corazón, o lo escondería en la penumbra del silencio antes que apretar el gatillo y segar una vida que respira el oxígeno libre, que se mueve bajo las nubes rojas de un atardecer o rumia su placidez en una pradera llena de verdes pastos y árboles silenciosos. Y jamás sentiría placer por ver cómo se disuelve en el viento el humo de la pólvora, y un trozo de metal avaricioso se dirige hacia la piel de la pieza y la destroza por dentro, la desordena, la amarga, la vuelve hielo que apaga el calor de los latidos. Jamás sentiría gozo por ver cómo se extingue el oxígeno, cómo toneladas o kilos o gramos de pulmones se van apagando y una mente y unos ojos que vieron la luz del sol, o se durmieron en un refugio en la noche, o se llenaron del vaho refrescante de la lluvia, se cierran para siempre. Ya no podrán ver los ojos tiernos de la madre, el latido del compañero de juegos, el ronquido o grito del celo en el otoño y no sé cómo se puede sentir placer por producir esa oscuridad donde antes reinaba la luz, ese dolor donde había serenidad silenciosa, esa sangre donde antes el latido de las venas se asomaba a la epidermis.
    
Toda la vida que Dios entregó se sentía dichosa sólo por ser, por cumplir los dictados de la naturaleza. Gozar de la luz, aspirar el viento, aparearse, llevar dentro otra vida, abrir la placenta para que salga, proteger, alimentar, enseñar a las crías a sobrevivir, sufrir, alegrarse hasta que un día, una vez concluida la enseñanza, lanzarlas al mundo para que continúen con el proceso biológico. Una vida que nace de una vida. Qué maravilloso. Cuerpos que respiran, sufren, huyen, miran, se esconden, y no puedo entender, y sólo escribo para aquellos a los que no tengo que explicar lo que escribo, que alguien encuentre placer en guiñar el ojo, apretar el gatillo, disparar una bala que deje al animal deshaciéndose, muriendo en cualquier agonía, no puedo entender a esa gente que mata por vicio, por placer, por aburrimiento. Y tampoco a los que dejan luego el espectáculo de unos galgos famélicos, esqueléticos, con sus tristes ojos humanos, perdidos por las carreteras o por las calles o ahorcados en olivos porque ya son viejos y no sirven para correr por el campo.
   
Veo a este rey en una fotografía con la escopeta abrazada. Está delante de la gran masa de vida de un elefante muerto. El animal dobla su trompa en la corteza de un árbol. Tanta vida majestad, vértebras, vísceras, neuronas muertas. Sabed que me repugna vuestra hazaña. Y que me gustaría vomitar sobre vuestra corona la rabia que tengo. Porque si no tenéis sensibilidad por esa mole de existencia, no quiero que me representéis. Sois, majestad, un completo hipócrita insensible

jueves, 9 de junio de 2011

De oca en oca

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Tirando sin azar el dado, recorriendo casillas, tardes y calles oscuras, este blogero sigue, con decisión sedente, en su tour obligado y/o querido por tertulias y presentaciones. Estaba firmemente decidido a no contar nada de lo visto, de lo oído, y menos de lo vivido, pero las exigencias profesionales y mercantiles (el blogero tiene que dar de comer a su prole) le han hecho recapacitar su decisión. De oca en oca anda el hombre hasta el silencio granado y veraniego.

Primera tirada

La primera tirada lo depositó en la casilla jueves 26, junto al puente manchego de Manuel Juliá, que presentaba entre los muros jesuitas del Icade su corazón lento, de 40 latidos, que le edita Endymion. Poesía a renglón prolongado. La h/ojeó con delicado humor y buen criterio Moncho Alpuente, coetáneo mío de Castañuela 70, insumiso y autónomo cotizante de la SS. Manolo leyó después aquello de la mili y los olores acres, aquello del verano que pasó junto a Dionisio Cañas (autor con cuyos versos vive, a quien mantiene frescamente édito). Escribe bien este manchego amigo, provocador, sin él saberlo, de nocturnales conversaciones y nuevas amistades.

Un cinco

Nueva tirada. El dado muestra en su faz un 5. Saca ficha el blogero. La coloca al seguro de la sala repleta, por fin, de la Tertulia Montesinos. Espiritual, más que nunca yepes, traspasado o herido, redivivo casi, apareció Juan Carlos Mestre. El temblor aguzado de su voz agradeció la maestría de Niall Binns, escocés y chileno, en su presentación. Habló, leyó la casa y roja, leyó nuevo. El sastre de las mariposas ha hecho con él un buen trabajo, para nuestro gozo. Hace falta fortaleza para atravesar un desierto, hace falta ternura para vivir confundiendo poesía y sed. Marisa Montesinos, elegantísima, tuvo la generosidad de evitar preguntas.

Tres unos seguidos

Un 1 dicta el dado. Miércoles y 1 en el Ateneo. Mi Elvira Daudet. Por nada del mundo este blogero se perdería su lectura. La precedieron, contándola, torre izquierda: Rafa Soler, sereno y blanco; torre derecha: Carmina Casala, rosa y alma. La tertulia siguió en el remozado bar del Ateneo. Hubo vino y cosas. Hubo Maxi. Hubo calle León. Vuelta a lanzar. Otro 1. La ficha, movida por el dedo o el deseo, llega a Arganda. Se cierra Poesía de OídAs por este año. Las dos voces, los dos corazones de Carolina y Antonio hablan, para la radio, de Machado. Y sin descanso apenas, el tercer 1. Para su suerte, deja el blogero su ficha, viernes 3, en la celda de Trovador. Con alegría le advierte Jesús Javier Lázaro de El verano de los flamencos, su nuevo libro en Polibea. Lee Carmen Rubio poemas del agua, de varias lluvias envueltos. Lee Rafa Soler poemas nocturnos, de debidas madrugadas epistolares. El blogero comenta con Isabel Miguel y Laura Gómez Recas la próxima jugada. La posibilidad de ser comido.
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miércoles, 2 de febrero de 2011

Dos llenos

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Dos llenos. Manuel Juliá y Ángel Guinda. No ellos, sus actos. Dicho mejor: los actos que convocaron. Ambos registraron asistencias inusitadas en este mundo de la poesía, del que a veces hablamos. Es posible que no se conozcan personalmente. Manuel, manchego; aragonés, Ángel. Residente Juliá en Ciudad Real, Guinda en Madrid. Llenos auténticos.


Lo de Manuel fue en Ciudad Real, el pasado jueves 27 de enero, en el Aula Abierta de la UCLM, espacio cultural que mantiene en el centro de la ciudad. Poesía nueva y vieja en otros ojos. Manuel Juliá cedió sus textos a las voces de José María Arcos, entonadamente feliz, de Elisabeth Porrero, conciliadora y frágil, y de Manuel Galiana, modulada, contenida. Los tres lectores. En orden rigurosamente aleatorio. Sencilla y eficaz puesta en escena, de la que los chicos de El Camarote dijeron sentirse responsables. Pusieron la firma convocatoria, no es poco. El trabajo venía precedido por la mano férreamente poética del escritor de Puertollano. Sentí el rigor, la emoción, de lo fría y cálidamente dispuesto. Textos en torno al Paisaje: memorable el párrafo sobre Niefla, textos sobre la Memoria: que nos hace, textos desde el Amor: escasamente representado –en extensión lectora- si no es para lamentar la ocasión perdida en Creta, que aún duele, textos para la Muerte: largamente contado su presentimiento. 45 minutos sin pausa para el oyente. La brillantez de un párrafo descansaba sobre sabor de anterior, presagiaba la venidera. Cuarenta latidos, Sobre el volcán la flor, libros. Artículos. Imposible distinguir poema de prosa poética. Bien tramado el final. Lleno. Buena idea. Comedido el autor que cedió protagonismo a sus lectores, a sus oyentes. Lleno. Magnifica experiencia que puede soñar su búsqueda: ser repetida. Estuvo Dioniso Cañas, a quien no saludé ¿por qué? y no me saludó ¿por qué? La amabilidad de Félix Pillet, muy cercano. Diana y David, que están comenzando a leer un libro mío. Juana Pinés, ligera, apresurada, conmigo desde el Guridi. Esteban, Eugenio, José María, amigos de abrazo y claridad. Mari Carmen Matute, sonrisa y alma. Y cientos, a quienes aún no conozco. Lleno, ya digo, lleno. Alguien habló de la normalidad de la poesía.


Lo de Ángel ocurrió la tarde del martes 1 de febrero. En el salón Manuel de Falla de la SGAE, la bicha del apocalipsis patriotero. Llena la acera cuando llegué desde la Antonio Machado con un libro de Nuno Júdice y con Jesús Hilario mostrándome grabados parisinos de sus poemas en edición recluida. Había ambiente de cosa grande. El maestro recluido. Últimos cigarros, escalera y modernismo, lucha por los asientos. Última fila, tendido reservado para la mancheguía. A los habituales, la sorpresa añadida de Paco Gómez-Porro, dicharacheramente contento (contra todo pronóstico) de reencontrarse en el ámbito público. Llenísimo. Gentes de pie, sentados en el duro, en el puto, como cuando jóvenes. Jóvenes que había: los alumnos de Ángel son ahora seguidores. A Ángel Guinda le terminan de conceder el Premio de la Letras Aragonesas. Lo sabía, pero Espectral, el libro presentado, lo llevaba en la faja. Se lo puso Olifante, la editorial que es su casa. La casa de Trasmoz. Habló José Luis Borau, anterior premio. Habló enjuto Ángel, leyeron poemas de Espectral Adriana Davidova, José Cereijo, Carmen Feito, Liberto Rabal y otros, cuyos nombres no acuden. Espectral es un largo poema en pretendida prosa, dividido en fantasmas, promovido por sueños, escrito a lo largo de ocho treintenas, golpeado y abierto, aventador. Leyó Ángel cuanto quiso. Quiso, tras los aplausos, salir a la calle, solo, a fumar, dos minutos y volvía, dijo. No pudo. Le aprisionó el llenísimo. Tan lleno. En el pasillo Olifante vendía a 10 euros los espectrales textos. Juro que se vendían. Juro que eran poetas algunos de quienes los compraban. ¿O no? Lo juro.

Un poema de Espectral
 
Máquina de mi alma, cuerpo amable, testigo del placer y del tormento de mi vida barrenada. ¡Gracias por haber soportado la agresión y el descontrol de todos mis excesos.Por haber sido catedral y ahora ermita, haber sido palacio y ahora cueva. Por tu austera carcasa y tu precisión imperceptible de los engranajes. Por amar el peligro, la belleza, la fealdad, las cumbres, las mesetas, los valles. Por resistir pacientemente el paso devorador del tiempo. ¡Gracias por tu hospitalidad con otros cuerpos desordenamente vivos! Cuando te vayas, que tu alma sea parpadeo de astro, sololoquio de silencio triunfal bajo la tierra.

miércoles, 12 de enero de 2011

A cuatro manos: Dionisio Cañas / Manuel Juliá

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Manuel Juliá y Dionisio Cañas
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No sé si se ha dicho en alguna ocasión, no sé si mis lectores lo habrán oído decir, pero me creo en la obligación de advertir que Dionisio Cañas es un poeta que ha vivido durante casi 30 años en Nueva York y casi el mismo tiempo entre otros lugares y Tomelloso. Con esas dos luces, con esos dos ruidos vive. Antes, en Nueva York, junto a la cercana sabiduría poética de José Olivio Jiménez, ahora en Tomelloso, en el estómago de un bombo: esas ballenas blancas y campesinas de La Mancha. Dos territorios para un solo lugar.

Hace unos meses, Manuel Juliá, escritor, también poeta, excelente lector, sintió la necesidad de agrupar la obra de Dionisio, dispersa y semidesconocida, como todas, en una antología que procuró a Hiperión para ser editada. Así apareció LUGAR, algo distinto a una antología. Digo algo distinto porque el antólogo así lo ha querido. Manuel Juliá ha querido hacer un libro, quiero decir un libro nuevo, con lo ya publicado por Cañas. Tanta claridad de concepto hace que no haya reflejo de los libros editados que han sido cantera de los poemas de la selección. Desprecia otra obra editada que no se atiene a su plan y apenas insinúa cronologías, a no ser para indicar que la parte central contiene los inéditos y la final sus antiguos poemas. Digo esto para resaltar que Juliá ha recreado con su intervención.

Hay un prólogo extenso y documentado con varias ideas motrices: la emoción, la conmoción, como necesidad; la distinción entre espacio y lugar, entre ámbito y refugio; la posibilidad de roce del hacer poético de Cañas con ciertas corrientes que toman los suburbios como escenario, Cioran como referente; la muerte en connivencia con la vida, ambas en sola realidad. Hay un desusado epílogo –del mismo Juliá-, un literario paseo donde la metáfora del crepúsculo ahonda la reflexión del diálogo entre crítico y poeta. No es extraño por tanto que antólogo y antologado ocupen el mismo espacio (casi) en las notas de la contraportada. Esta edición hubiera sido espiritual y materialmente imposible sin la intervención de Manuel Juliá.

La poesía de Dionisio Cañas merece el esfuerzo realizado para convencer a Hiperión. LUGAR es un libro preciso y orientador. Habla de la poesía española de fin de siglo a través de unos de sus protagonistas y de sus testigos. El camarote marxiano donde vivía Cañas en Nueva York era el punto de arribada de numerosos poetas iberos. Una poesía, que de hacer único caso a lo aquí editado, se mueve, desde mucho tiempo, en las orillas de la desolación, de la más íntima búsqueda, de la insatisfacción en las huellas halladas. Una desolación que proviene de la disolución de un miedo permanente en una soledad nunca despejada. De ahí la presencia de la muerte como excusa y puerto a tanta inseguridad. Lo demás que habita su poesía son escenarios provocadores, máscaras: la presencia de lo manchego en la metrópolis y viceversa, la exhibición de la manías homosexuales, la cotidianeidad de lo turbio, las substancias, el amor o la carne como sábana y cuchillo, el criminal ridículo que siempre es el poeta. Máscaras. Tan solamente soledad y miedo. Y auténticos.

Lo leí cuando llegó a mis manos, lo he leído después. De cabo a rabo. Merece la pena. Ha merecido la pena sacar las palabras de Dionisio Cañas de rincones, del seco polvo y manchego, de las torres de ceniza de las dos gemelas, de la invisibilidad. Mi felicitación a ambos.

(Addenda. No conocía, no conozco apenas a Dionisio, a su persona. Coincidimos un momento tomando café frente a la sede de Hiperión, con su alma mater, cuando se cocinaba la edición. Cuatro palabras. Hoy he leído una entrevista suya en la que acusa a las instituciones y a los partidos políticos de la falta de lectores que ahoga a la poesía. Lo de siempre, leña al otro y cero responsabilidad en los poetas. No estoy de acuerdo con él. No es posible tanta marginalidad en lo escrito y reclamar más amplio el paraguas de los impuestos. Con el que alguna vez se ha cubierto, nos hemos cubierto, de la lluvia.)

(Otra. Manuel Juliá termina de colgar en su página el artículo que publica en El Invisible Anillo y que aclara su relación literaria con Dioniso Cañas. Aquí http://www.manueljulia.com/verArticulo.php?intId=498 )



Dead end







Ha llegado el momento
de irse a la mierda,
pisando un camino que no existe,
con la boca llena de un polvo que no existe,
con los ojos cegados
en búsqueda de un padre que no existe,
con el recuerdo de quien fue cien veces
el mismo desconocido que ya no existe.
Un presente sin historia, por favor, que me
llegue un presente desconocido y hermoso,
un presente como la boca de un ángel o de un demonio,
en este día infame donde la nieve
huele a carroña y mi cuerpo busca sin remedio
su fantasma,
que me venga un presente,
un presente con pájaros,
un presente cualquiera.
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miércoles, 21 de abril de 2010

José Luis Morales y el Pago del Vicario

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El próximo sábado, 24 de abril, tan sólo un día después del Día del libro, a las 20 horas, o sea a las 8 de la tarde, en las instalaciones hoteleras de la bodega Pago del Vicario, próximas a Ciudad Real (carretera de Picón), presentada su persona por el profesor Juan Gómez Castañeda y su obra por el escritor Manuel Juliá, el poeta José Luis Morales, manchego de nacimiento y sentimiento, aunque de residencia habitual madrileña, dará a conocer su último libro, obra que mereció el premio Miguel Hernández 2009, leerá poemas en ella incluidos, poemas que se mueven alrededor del hombre que es, que fue, del tiempo y de la casa como lugar donde se guarda el mundo, lugar a veces herrumbroso, a veces atravesado por la redención. El próximo sábado 24 se presenta en Ciudad Real “El viento entre las ruinas”.