miércoles, 2 de febrero de 2011

Dos llenos

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Dos llenos. Manuel Juliá y Ángel Guinda. No ellos, sus actos. Dicho mejor: los actos que convocaron. Ambos registraron asistencias inusitadas en este mundo de la poesía, del que a veces hablamos. Es posible que no se conozcan personalmente. Manuel, manchego; aragonés, Ángel. Residente Juliá en Ciudad Real, Guinda en Madrid. Llenos auténticos.


Lo de Manuel fue en Ciudad Real, el pasado jueves 27 de enero, en el Aula Abierta de la UCLM, espacio cultural que mantiene en el centro de la ciudad. Poesía nueva y vieja en otros ojos. Manuel Juliá cedió sus textos a las voces de José María Arcos, entonadamente feliz, de Elisabeth Porrero, conciliadora y frágil, y de Manuel Galiana, modulada, contenida. Los tres lectores. En orden rigurosamente aleatorio. Sencilla y eficaz puesta en escena, de la que los chicos de El Camarote dijeron sentirse responsables. Pusieron la firma convocatoria, no es poco. El trabajo venía precedido por la mano férreamente poética del escritor de Puertollano. Sentí el rigor, la emoción, de lo fría y cálidamente dispuesto. Textos en torno al Paisaje: memorable el párrafo sobre Niefla, textos sobre la Memoria: que nos hace, textos desde el Amor: escasamente representado –en extensión lectora- si no es para lamentar la ocasión perdida en Creta, que aún duele, textos para la Muerte: largamente contado su presentimiento. 45 minutos sin pausa para el oyente. La brillantez de un párrafo descansaba sobre sabor de anterior, presagiaba la venidera. Cuarenta latidos, Sobre el volcán la flor, libros. Artículos. Imposible distinguir poema de prosa poética. Bien tramado el final. Lleno. Buena idea. Comedido el autor que cedió protagonismo a sus lectores, a sus oyentes. Lleno. Magnifica experiencia que puede soñar su búsqueda: ser repetida. Estuvo Dioniso Cañas, a quien no saludé ¿por qué? y no me saludó ¿por qué? La amabilidad de Félix Pillet, muy cercano. Diana y David, que están comenzando a leer un libro mío. Juana Pinés, ligera, apresurada, conmigo desde el Guridi. Esteban, Eugenio, José María, amigos de abrazo y claridad. Mari Carmen Matute, sonrisa y alma. Y cientos, a quienes aún no conozco. Lleno, ya digo, lleno. Alguien habló de la normalidad de la poesía.


Lo de Ángel ocurrió la tarde del martes 1 de febrero. En el salón Manuel de Falla de la SGAE, la bicha del apocalipsis patriotero. Llena la acera cuando llegué desde la Antonio Machado con un libro de Nuno Júdice y con Jesús Hilario mostrándome grabados parisinos de sus poemas en edición recluida. Había ambiente de cosa grande. El maestro recluido. Últimos cigarros, escalera y modernismo, lucha por los asientos. Última fila, tendido reservado para la mancheguía. A los habituales, la sorpresa añadida de Paco Gómez-Porro, dicharacheramente contento (contra todo pronóstico) de reencontrarse en el ámbito público. Llenísimo. Gentes de pie, sentados en el duro, en el puto, como cuando jóvenes. Jóvenes que había: los alumnos de Ángel son ahora seguidores. A Ángel Guinda le terminan de conceder el Premio de la Letras Aragonesas. Lo sabía, pero Espectral, el libro presentado, lo llevaba en la faja. Se lo puso Olifante, la editorial que es su casa. La casa de Trasmoz. Habló José Luis Borau, anterior premio. Habló enjuto Ángel, leyeron poemas de Espectral Adriana Davidova, José Cereijo, Carmen Feito, Liberto Rabal y otros, cuyos nombres no acuden. Espectral es un largo poema en pretendida prosa, dividido en fantasmas, promovido por sueños, escrito a lo largo de ocho treintenas, golpeado y abierto, aventador. Leyó Ángel cuanto quiso. Quiso, tras los aplausos, salir a la calle, solo, a fumar, dos minutos y volvía, dijo. No pudo. Le aprisionó el llenísimo. Tan lleno. En el pasillo Olifante vendía a 10 euros los espectrales textos. Juro que se vendían. Juro que eran poetas algunos de quienes los compraban. ¿O no? Lo juro.

Un poema de Espectral
 
Máquina de mi alma, cuerpo amable, testigo del placer y del tormento de mi vida barrenada. ¡Gracias por haber soportado la agresión y el descontrol de todos mis excesos.Por haber sido catedral y ahora ermita, haber sido palacio y ahora cueva. Por tu austera carcasa y tu precisión imperceptible de los engranajes. Por amar el peligro, la belleza, la fealdad, las cumbres, las mesetas, los valles. Por resistir pacientemente el paso devorador del tiempo. ¡Gracias por tu hospitalidad con otros cuerpos desordenamente vivos! Cuando te vayas, que tu alma sea parpadeo de astro, sololoquio de silencio triunfal bajo la tierra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy hermoso este último libro de Ángel Guinda... Leyeron estupendamente sus amigos invitados algunos de los poemas. Adriana Davidova me impactó con su voz y cadencia en cada una de las palabras. Una presentación estupenda.¡Enhorabuena!
A. García