Hay capachos enormes y repletos tras el cristal de los
escaparates madrileños. Luego de un verano de estallido, el otoño pasa por Madrid
con el color del cobre, con la benevolencia propia de bosques y gobernantes sabios.
La poesía, seta humilde, persistente y generosa, aprovecha los resquicios entre
las piedras de la agitación, la tierra estercolada de las librerías, las suaves
lluvias editoriales y el sol amigo de los cafés para ocupar las laderas y acariciar con
sus voces los escenarios que se le ofrecen. Todo parece dispuesto para la degustación
de sus variedades. Las diferentes formas de su aliño, los chef, los
cocineros, añaden el aliciente de lo diverso a tanta sugerencia. A la vista, a la venta quedan las
de aroma mínimo o fragante, las de potente o flaca carnosidad, las que dejan
memoria, las desposeídas, aquellas que revelan, las pseudos… todas se ofrecen
en los puestos de los mercados otoñales. Otra vez vigorosas.
Jueves 1, la seta geminada
Raquel y Enrique son dos poetas poderosos, largos. Por su enorme capacidad productiva por su disposición abierta hacia todas las provocaciones. Dos acertados candidatos para la propuesta de Alicia Arés, una editora sagaz que celebra el nº 50 de su colección Cuadernos del Laberinto. Tras una portada tan sugerente como confusa, Raquel y Enrique han remozado una práctica literaria: trazar surcos paralelos con poemas de ambos alrededor de temas paralelos. Algunos universales, amor, tiempo, soledad, compromiso; otros de ocasión: entorno, trascendencia... Pero el jueves 1 en el sótano blanco y diagonal del Centro de Arte Moderno lo importante eran ellos, los poetas, sus personas: transparentes, decididas, auténticas. Se presentaron recíprocamente, a la manera EGT, obviando análisis poéticos y buscándose los entresijos personales. Lo importante fue su lectura. Un decir vigoroso en Enrique, susurrante en Raquel, celestemente entonado en ambos. De Raquel Lanseros me emocionó su señero Yago Bazal se deja ver dos horas, que guarda en sí muchas de las claves de su hacer: su respeto a la palabra, lo elegante de sus elipsis, los mundos que se saben deudores de la herencia recibida, el poema como valor en sí, la emoción como aroma del argumento, la claridad que sazona. Raquel es voz principal en el hoy de la poesía española. Y entregada. De Enrique Gracia Trinidad, poeta madrileñísimo, Sic transit gloria mundi, que leyó con la furia creíble que tiene su rebeldía de trabajador a lomo. De entre todos los oficios de Enrique, el suyo es ser poeta. Alguien que observa y cuenta a los demás la cara oculta de la luna, el interior del armario. Que hace instrumento la paradoja, venablo la ironía. Enrique mira cara a cara y prefiere la palabra a los conceptos. Y más si son obtusos. Tal vez piensa que los poetas que ocultan es por que temen. Dos voces necesarias (como se decía en las crónicas de los años sesenta).
10 euros.
Miércoles 7, la seta dialogada
Manuel Rico y Emma Rodríguez (Foto móvil) |
Es un excelente
narrador y periodista, a más de editor y magnífico cronista de paisajes, Manuel Rico presentó,
miércoles 7, en el subte de La Central de Callao, su último libro de versos Los
días extraños. Y lo hizo a través de una entrevista con Emma Rodríguez, una de las grandes críticas literarias de España y mantenedora de la página Lecturas Sumergidas. Esto
de la entrevista, se sabe, es un recurso más propio de las presentaciones de novelas. Los
narradores la aprovechan para desvelar claves de creación y trabajo. Se va
imponiendo también en poesía, en donde la creación no es tan cosnciente y en donde lo habitual era, ¿es?, la lectura del
poeta tras una provocación anterior. Así crece lo nuevo. Las preguntas fueron claras,
esenciales, sin ánimo de segundas intenciones, diversas. Las respuestas fueron claras,
esenciales, sin ánimo de segundas intenciones, repetitivas. Al aire del
poemario, según pudimos comprobar después, en la lectura. Insistió Manuel Rico,
insistió, en que su anterior libro, escrito en época de crisis, Fugitiva
ciudad, atendía a lo colectivo y que en éste había dado prioridad a lo
íntimo, al viaje interior, al huracán de la memoria, a la remembranza de los
momentos que traídos al ahora nos parecen felices. Resumiendo, de la extrañeza que procura el yugo del recuerdo. Dijo que a partir de este eje se fueron forjando los textos
del libro. Los hijos, su crecer, la esposa, las casas, los erizos del verano,
las carreteras abandonadas, las chicas de los setenta, un viaje a Chicago, los afanes
juveniles y el qué se fizieron manriqueño…
El autor defendió (de palabra y de obra) el intento del poema como
emoción frente a quienes lo conciben como revelación lingüística (o como
sugerencia). En el coloquio posterior, José
Elgarresta apuntó a la edad como causa del camino emprendido. Javier Lostalé destacó la corporeidad
en alguno de los poemas. Parece que pueden tocarse, dijo. Buen público y selecto. No se apenen los ausentes, seguro que habrá periplo de presentaciones por la geografía madrileña, como hubo con el libro anterior. Es
edición de la granadina Valparaíso, de Javier Bozalongo. Cada vez más presente, más urgente.
10 euros
Viernes 9, la seta del yo diluido
Sereno y contenido, certero, el texto de Javier Lostalé para introducir a uno de los grandes, a José Corredor-Matheos, poeta de manchego origen, siempre renovado, hombre de vida y habitación barcelonesa. El Ateneo servía de marco, en su ciclo Viernes de la Cacharrería, a las palabras de Lostalé recordando las características que desde Carta a Li-Po (1975) sostienen -tiñéndola de especias orientales- la poesía de Corredor Matheos: la disolución del yo, el cuestionamiento de la propia identidad entre, por y con las cosas, el vacío como actitud biológica, la quietud, el recogimiento como manantial, el oído atento a todo lo que habla con el silencio, la atención a todo lo que sucede sin apenas suceder: el poema incluido, la paradoja del ser que busca ser en otro y al mismo tiempo la conciencia del no ser, la fusión con la Naturaleza, la confusión con la Naturaleza. Todo dicho con el recato del que sabe que nada averigua, del que sabe que describe lo manifiesto. Luego, la pureza vital, el vigor desconcertante y la alegría lectora de los 86 años de Corredor-Matheos hizo del tiempo un diamante. Leyó decidido una selección de su poesía reunida y del último Tusquets, Sin ruido, a un publico numeroso y conocedor que rememoraba en su voz unos textos que no desmentían a quien lo presentó. Leyó con presteza, con calidad de brinco, con la ilusión del que esparce. Estuvo feliz e hizo feliz a los presentes. Quiero recordar sobre todos el poema Yo soy un pez que va por el jardín, cuya circunstancia situó el poeta en el silencio ajardinado del Monasterio de Montserrat, y al que advertimos como paradigma de su modo de sentir, de una manera de ser todo y nada en los demás, de su sinceridad al disolverse en pez, en vuelo, en árbol con el agua, con el ave, con las hojas. El aplauso, tan inhabitualmente cerradísimo como prolongado, negó la cortesía, abrió las puertas a la sinceridad. Entre los que tal hicieron creo recordar a José Cereijo, a Ángel Guinda, a Pilar Gómez Bedate, a Antonio Daganzo, a Rafael Contreras, a Fernando López Guisado, a Jesús del Real, a José Ramón Ripoll, a Aurora Auñón, a Cristóbal López de la Manzanara, a Juana Vázquez, a Juan Antonio Marín… tan cercanos en la sala. Y en el bar.
Javier Lostalé y Corredor Matheos (Foto móvil con perdón) |
Sereno y contenido, certero, el texto de Javier Lostalé para introducir a uno de los grandes, a José Corredor-Matheos, poeta de manchego origen, siempre renovado, hombre de vida y habitación barcelonesa. El Ateneo servía de marco, en su ciclo Viernes de la Cacharrería, a las palabras de Lostalé recordando las características que desde Carta a Li-Po (1975) sostienen -tiñéndola de especias orientales- la poesía de Corredor Matheos: la disolución del yo, el cuestionamiento de la propia identidad entre, por y con las cosas, el vacío como actitud biológica, la quietud, el recogimiento como manantial, el oído atento a todo lo que habla con el silencio, la atención a todo lo que sucede sin apenas suceder: el poema incluido, la paradoja del ser que busca ser en otro y al mismo tiempo la conciencia del no ser, la fusión con la Naturaleza, la confusión con la Naturaleza. Todo dicho con el recato del que sabe que nada averigua, del que sabe que describe lo manifiesto. Luego, la pureza vital, el vigor desconcertante y la alegría lectora de los 86 años de Corredor-Matheos hizo del tiempo un diamante. Leyó decidido una selección de su poesía reunida y del último Tusquets, Sin ruido, a un publico numeroso y conocedor que rememoraba en su voz unos textos que no desmentían a quien lo presentó. Leyó con presteza, con calidad de brinco, con la ilusión del que esparce. Estuvo feliz e hizo feliz a los presentes. Quiero recordar sobre todos el poema Yo soy un pez que va por el jardín, cuya circunstancia situó el poeta en el silencio ajardinado del Monasterio de Montserrat, y al que advertimos como paradigma de su modo de sentir, de una manera de ser todo y nada en los demás, de su sinceridad al disolverse en pez, en vuelo, en árbol con el agua, con el ave, con las hojas. El aplauso, tan inhabitualmente cerradísimo como prolongado, negó la cortesía, abrió las puertas a la sinceridad. Entre los que tal hicieron creo recordar a José Cereijo, a Ángel Guinda, a Pilar Gómez Bedate, a Antonio Daganzo, a Rafael Contreras, a Fernando López Guisado, a Jesús del Real, a José Ramón Ripoll, a Aurora Auñón, a Cristóbal López de la Manzanara, a Juana Vázquez, a Juan Antonio Marín… tan cercanos en la sala. Y en el bar.