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martes, 14 de junio de 2016

(La promoción del 60)


      Excepto a Manuel Ríos Ruiz, a quien no conocíamos personalmente, la tarde nos permitió saludar a algunos de los componentes de la promoción (hubo mucho cuidado en no llamarla generación). Se la conoce como “la del lenguaje” porque, con las debidas diferencias, pareció a los críticos que cuidaban más el medio que sus predecesores, los poetas de la bien conocida y divulgada Generación del 50: Claudio, Blas, Ángel González, Gil de Biedma, Pepe Hierro… que sí tienen un lugar en los libros de texto. Estos no. Estos no han logrado ese estrado desde donde puedan ser advertidos por la masa estudiantil. Bien se dijo allí, en presencia de ellos mismos. De Antonio Hernández, de Benito de Lucas, de Paca Aguirre, de Carlos Álvarez que asistieron junto a Rios Ruiz. Bien lo explicaron, hasta la saciedad, Manuel Rico como estudioso del grupo, e invitado al acto, y los responsables del libro Los poetas del 60. (Una promoción entre paréntesis). Estudio y Antología, los malagueños Francisco Morales y Alberto Torés. Sobre todo éste último como responsable máximo del estudio editado. Se trata de los poetas del 60, los que no lograron despegarse de la herencia de sus padres famosos del 50,  los que siempre han vivido como epígonos, aunque no lo sean. Tampoco lo niegan. No tuvieron, parece ser, la intención ni el estímulo para iniciar un nuevo tiempo, a pesar de su gran valía. Hay varios premios nacionales entre ellos.

Carlos Álvarez, Joaquín Benito de Lucas, Manuel Ríos Ruiz,
Francisco Morales, Paca Aguirre, Alberto Torés,
Manuel Rico, Antonio Hernández
Foto MCBarri
      No estuvo Jesús Hilario Tundidor (tampoco Ángel García López y Rafael Ballesteros), lo que no impidió que se hablase de él como uno de los valedores históricos del grupo, de su conciencia. También se habló de José Luis García Martín, crítico airadamente negado a calificar a estos poetas como generación. Ni siquiera como grupo. Uno de los lugares comunes entre los oradores fue el lamento por su coincidencia con la aparición de los nueve nuevos, de los venecianos, de aquel fulgurante fogonazo mediático que impuso al culturalismo como daga edípica con la que asesinar y enterrar a los sociales. La genialidad de Castellet los eclipsó. Luego aparecieron los muchachos de la experiencia, a finales del XX, para alejarlos definitivamente de los focos. El llamado “grupo del 60” careció de llamarada y/o razón para ser visible. Asunto que pretende remediar el libro que se presentó. Algo complicado parece con el desbarajuste actual en donde nadie se acuerda ni reconoce a nadie y se edita como si el mundo acabare mañana. La comidilla actual se centra en la banda corintellada de los Marwan´s y el sofoco de sus ventas. Ellos, los del 60, ya están mayores para estas pendejadas. O muertos. Como Soto Vergés, como Félix Grande, como Pérez Estrada y José Miguel Ullán. O, salvo claras excepciones, solos.

      La convocatoria, en el Ateneo de Madrid, apenas atrajo a sus personas y sus familias. JC Mestre, tan solo, representaba a la tribu. Poca farándula en un viernes, 10 de junio, caluroso, de casi verano. Por cierto, se aprovechó su presencia para traer a la sala la memoria de Diego Jesús Jiménez encargándole (Társila a Juan Carlos) la lectura de uno de los poemas del de Priego. Los poetas presentes leyeron por turno. Alberto Torés desveló que Manuel Vázquez Montalbán dijo sentirse más cerca de ellos que de los novísimos, causa de su inclusión en el grupo y en el libro. Y que, por el contrario, Martínez Sarrión se incomodó en extremo cuando conoció que pretendía incluirle. Cosas de los egos.

      Es el caso que el libro, que hubiera merecido un recibimiento como el del venezolano Rafael Cadenas en la Casa de América, hace justicia a una generación dignísima, de buenos poetas, que por las circunstancias externas que se dijeron, o por otras intrínsecas, no han logrado un lugar al sol, un balcón en el frontispicio del edificio poético español. Siguen siendo bien conocidos para sus lectores, pero desconocidos, en gran parte, para el público no avisado. Para el canon, que se dice. Y no digamos para los cuarentones de la crítica actual. Recordamos un artículo de Ángel L. Prieto de Paula en Babelia -durante un agosto, para más inri- en donde los despachaba a todos juntos, tres líneas para cada, al hilo de la publicación en Calambur, tras subvención autonómica, de la obra reunida de algunos de ellos. Y no es eso, y no era eso.

      Lo contrario, ya hemos dicho, de Rafael Cadenas, venezolano de su misma época. A reventar el auditorio de la Casa de América el lunes 30 de mayo. Donde algunas intervenciones antológicas, la de Álvaro Valverde y Jordi Doce, por ejemplo, o muy respetuosas como las de Antonio López Ortega y Manuel Rico, señalaron el nivel de consideración que un gran poeta necesita. Y hay algunos grandes en la promoción entre paréntesis del 60. Entre visillos. Porque esa es otra: Negada desde el inicio su cualidad de generación, se les disminuye a promoción y no basta, hay que añadirle “entre paréntesis”, como pidiendo perdón. Y esto lo hacen sus grandes defensores. Con todo, nos gustaría que el libro, tan a contracorriente, no pasara desapercibido. Es una cuestión de justicia hemos dicho.