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sábado, 15 de abril de 2023

Duermevelas 9/X

  


 

La poesía ama el discurso y a la vez lo odia. La poesía ama la música y a la vez la necesita. La poesía puede y debe ser un rapto. Una intuición no exenta de cuido y laboreo, de mimo sabio. La poesía, lo escribió en hexámetros Horacio, es incompatible con lo mediocre. Y alguien debe decir que también repudia lo obvio, el descuido. En la duermevela -que no remite y en ocasiones es frutal- de la noche pasada, me recuerdo con ella en la sierra madrileña, ribera del Alberche. Y en el recuerdo digo que dejamos caer los antebrazos sobre una ganadera cerca de líquenes y losas de granito. Que el compás de nuestras respiraciones prolongaba la tarde, su penumbra cernida, lo blando del sosiego. Están ahí, atiéndelos, pon –me dijo entonces– en ello tu cuidado; entre las zarzas, ahí, son los instantes, los ojos asustados que, cómplices, nos miran, los que callados piden estar en tu poema. Entre las zarzas -me decía-,, ocultos a mi primer mirar, mas tan próximos que casi eran roce, mas tan dificultoso, tan por captar. Sentí las llamas bíblicas. Por ese motivo, pensé, por lo que amagan, tal vez arden las zarzas en lo sagrado. Por esa razón, solo el auténtico poeta es quien puede atravesar los daños sin daño, quien puede entrar en la maraña que protege de los necios a la fugacidad necesaria de la belleza. Y no romperla ni romperse. Y hacerlo antes que el fuego consuma. En mi ingenuidad pensé que tal vez entre las zarzas tupidas del Alberche, esperando al poeta, estaba el olor tierramojada, tan tenue como penetrante y lábil, del jueves. Desperté sobresaltado, pensé que Bécquer prefirió decir arpa a decir zarza, y Rilke ángeles. Tomé un papel y escribí de urgencia: ... la poesía nace de los deslumbramientos, llámese poetas a quienes, asumiendo el riesgo, los recojan, los hagan crecer.

 

viernes, 17 de marzo de 2023

Duermevelas 8/X

 



     A veces mediosueño que no tiene el olmo ninguna necesidad de explicarse a sí mismo para saber que es un olmo. Que no es preciso que pare al caminante para pedirle que le reconozca como olmo, ni pasarse días, minutos, siglos analizando sus esencias sin llegar a encontrarlas jamás, pero regodeándose en la introspección. A veces me despierto creyendo que el olmo no precisa del metaolmo para nada. De buscarse, o dejar que otros le busquen, más allá del acto de ser en sí. A veces me da por creer que la poesía tampoco. Lo que no obsta para sean (seamos) legión lo que entretenemos nuestro hacer y nuestros desvelos en escribir de, sobre, para, por... la poesía, en un autoflagelarse masoquista que no tiene fin porque no tiene meta. Como si nos obsesionase el tema o fuera objeto de nuestra preocupación, cuando no es -eso pienso en mi duermevela- sino un señuelo escapista. Un oficio que produce (nos produce) cierto placer, cierta adicción. Miro ahora, que ya es tiempo de alba, desde ese balcón verde de la poesía que es mi patio, una realidad que me llevó incluso a publicar "Cuaderno de Boccaccio" y "Locus Poetarum", papeles que reunían una pequeña parte de mi aportación a este pantano sin salida que es la metapoesía. No me arrepiento ni siento orgullo, pero miro y me miro desde el balcón verde con ciertad piedad pretérita. Al olmo le basta mostrarse para existir y ser. Ni se explica ni necesita que lo expliquen para ser lo que es. La poesía es un olmo.



martes, 21 de febrero de 2023

Duermevelas 7/X

 





La poesía escrita –bien sea pasquín, almanaque, página–, la nacida oral, no sabe que alguien la observa, la mide, la cuantifica, la tizna de apuntes, la valora, la estudia, la corrompe. La poesía es la inocencia frente a los eruditos. Un ser para la aventura, jamás un animal para la disección. Una barrera frente al acecho del miedo y los estúpidos. La poesía es, cuando se eriza, flor de cactus, una fugacidad que busca la mano de agosto que desee encenderla. O un insecto. Lo leve y lo voraz en armonía. A veces cuenco, a veces dardo. Palabras trizadas, trilzadas, que desconocen el concilio, pero se aman.

 

La poesía, nacida oral, arde en las zarzas y ama a las moras. La poesía, desde los Homeros, es un acto de legítima defensa, la única prueba irrefutable de la existencia de Dios. Es anterior a cualquier intención, a cualquier argumento. La poesía es mundo en voz e ignora a la poética (esa palabra de postas, esa sobrepelliz que sólo busca justificar, justificarse). Ni simbolismos ni objetividades la turban, la enturbian. La poesía es una sábana púrpura tendida a secar, y es también el viento que la orea, mueve y convoca. Es tan hija del canto como del discurso. Y en Cuenca, donde ahora me sueño, es son, tañido que la luz difunde de hoz en hoz, de otero en otero, una cuesta empedrada, un pinar pregonado. Es un ave y su derrota, es un Júcar susurro que nos habla.

 

Hablo de ese rumor que en ocasiones se ofrece sobre mesas a los curiosos: poesía escrita: callado consuelo de papel editado, que Zeus iracundo volverá, no tardando, a trocear. Poesía fénix que sabe del sabor de la ceniza. Poesía. Lugar en donde la penumbra se llama vuelo.   

 

miércoles, 25 de enero de 2023

Duermevelas 6/X




 

    Escribió José Manuel Arango: La mano/ que ha sopesado un pájaro/ y una moneda/ la que empuñó el cuchillo/ es la misma que ahora/ te toca y te crea. O sea, la que te escribe. Y es que la poesía, nacida oral, exige desde ha mucho ser expuesta a los aires y a los soles. En pasquines clavados a los postes de la luz o pegados en los muros-tapias de las audiencias y las pantallas. Ofrecida al desgaste, a los ruidos, a los cuervos, a la contaminación. Algo que se toma y se da. La poesía es materialidad truncada y un eco permanente, prolongado. Papel que traspasa los nidos y las murmuraciones. La poesía, nacida oral, es un edificio poblado de ventanas o de vómitos, y es un libro-cobijo para los desamparados, para los ingenuos. Un refugio en la mitad exacta de los páramos. Y en el amarillo de los rastrojos, es un pozo de agua fresca, de agua izada a cuerda y zinc. O, como dice Colinas, el último calor con que el sol del oeste tiñe de tibieza piedras y muros. La poesía, nacida oral, es el ojo de una cerradura que extravió la llave, a su través es posible mirar, contemplar los fragmentos de un escenario impasible, y anotar la fugacidad que cruza, la que jamás podremos represar.

La poesía conoció a Vallejo. La poesía odia las palabras inútiles.


Ilustración: Foto de Efi Cubero

jueves, 15 de diciembre de 2022

Duermevelas 5/X

 






Decía Borges que la estética se impone al intelecto cuanto más nos acercamos a ese vértice, a ese cruce de caminos donde se deben encontrar poesía y poema. Digo con él. A la vez, creo que jamás lo pisaremos, que sólo sabemos de tal vértice por aproximación. Que para lograr su cercanía debemos construir senderos rectos, los del lenguaje, y hacerlo con la misma terca precisión con que los ingenieros construyen carreteras o vías del ave, claro que ellos saben el punto de llegada, el lugar a donde se dirigen, y nosotros no. Aunque pongamos cara de éxtasis trascendente, sobre todo en España. Siempre hice consideración de que el trazado debe ser económico y tierno, a la vez que tenso y vigilante. Sé que hay otros modos.


(Ilustración: Manuel Sánchez Galán)

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Duermevelas 4/X

 




     Nadie que no conozca la exacta geometría de la red puede ser tenido por cazador, por poeta, ni ser admitido en la Academia. Somos multitud –la importuna infantería, que diría Lope– los que vivimos extramuros de la ciudadela, muchos los sin cobijo, los que escribimos en eriales, errantes y a la intemperie. Claro que saberse náufrago, ser en tal conciencia, abre vías de redención y/o de consuelo. Sólo el vero poeta es consciente del daño o el bien provocado, del bien o el daño recibido, como sólo él puede atravesar el vientre embarazado de la verdad y no romperlo, y no mancharlo. La poesía y el poema: dos convergencias, dos rectas que anhelan vértice. Lugar donde la espera y el encuentro, que diría Federico. Y no llamen, por favor, a ese vértice literatura. Dicen que dijo Wittgenstein. Que lo que existe exista es asombroso. Y con él os pregunto: ¿la poesía es un asombro? ¿convenimos que existe?


(Fotografía: McBarri)

domingo, 4 de diciembre de 2022

Duermevelas 3/X

         




    Sin dejar jamás de ser canto, eco, arcilla, punzón o almádena, en nuestros tiempos la poesía precisa ser escrita para poder repartirse en vuelos. Y ya sabemos que escribir significa siempre intención de presencia, de permanencia. Es el caso que el poeta debe estar entonces prevenido, atento a que lo escrito contenga voz verdadera, algo reñido, desde que lo advirtiera Horacio, con la rutina, con la mediocridad. Solamente el hecho de intentar apresarla, retenerla en la celda del poema –los versos son barrotes, no lo olvidemos– convierte al poeta en cazador, en solitario explorador de territorios, en riesgo asumido. Y es noble su afán de lazo y unicornio, y es noble su voluntad de acecho. Pero afán y voluntad son cualidades que a veces nos resultan insuficientes en el empeño. Voz propia y mundo propio suelen ser necesarios. Alguien dijo (sé que fue Jovellanos): Quien desee pasar en los papeles por poeta, que lo sea.


(Ilustración: Pedro Castrortega)

lunes, 28 de noviembre de 2022

Duermevelas 2/X

         





     Todo buen poeta es un saber indeciso, un saber levantado al hilo de los pedazos que logre reunir de cuantos Hermes aventó. Todo buen poema debe estar al borde de no entenderse. Por eso, por ser hijos de lo inestable, de las aristas y los acantilados, los poetas consiguieron de los dioses que rechazasen el ruego de Aristóteles, aquel que pedía que las palabras significasen siempre lo mismo en cualquier lugar, modo y tiempo. Hubiera representado el fin de su oficio. Hubiera abierto las puertas de la muerte a la canción, a la sugerencia. Sabemos que la poesía nació del canto, con el canto, para el canto colectivo (hubo muchos Homeros, no uno solo), pero también para la trasgresión del lenguaje, para la metamorfosis, para proporcionar nuevos caminos a los significados, a lo no definible.


(Ilustración: Magali Pezzolano)

viernes, 25 de noviembre de 2022

Duermevelas 1/X

       

(Serie)


      Todo y nada a la vez, se nos dirá luego, tal es la poesía, conciencia de lo absoluto por un lado y gozo de lo inasible por el otro. Tales son nuestras debilidades y muestras murallas. Tal el huerto en donde labran los náufragos de la melancolía. Dicen que Zeus ordenó romper en pedazos breves el libro de la vida, de lo vivido, y encargó a Hermes que repartiese sus fragmentos por caminos y fronteras del mundo. Llamamos hoy poetas a los encargados de buscarlos, de encontrarlos, de darles sentido. Llamamos hoy poetas a los que escarban, excavan en el todo o en la nada, en el lodo o en el alba. Por eso, el del poeta es un saber contradictorio, un saber que puede construir y destruir a la vez, incluso dentro del mismo poema. Depende de los fragmentos hallados

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(Ilustración de Ricardo Ranz)