Mostrando entradas con la etiqueta victoria de samotracia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta victoria de samotracia. Mostrar todas las entradas

viernes, 7 de mayo de 2010

el último poema (20): la victoria alada de evelyn


No importa el antes ni el después. No importa quién: Evelyn McHale, por ejemplo, de 23 años; ni cuándo: primavera del 47; ni el porqué (tachado en su última nota antes de saltar): «Él está mucho mejor sin mí... Yo no podría ser una buena esposa para nadie»; ni desde dónde: mirador del Empire State Building, planta 86; ni cómo: niebla a través, contra el techo de una limusina de las Naciones Unidas aparcada en la acera. El impacto sonó igual que una explosión. Pocos minutos después, el estudiante de fotografía Robert Wiles se acercó y capturó el instante. (Clic).

El momento. Eso es lo que importa. No la verdad o la mentira. Ni Wiles, turista accidental de la inspiración. Ni la revista Life, donde fue publicada la fotografía semanas más tarde, con la leyenda melodramática exigida por el suceso. Ni Warhol, que multiplicó —cómo no— a la joven en una serie azulona titulada Suicide (Fallen Body). No importa nada. Es arte moderno. Los futuristas se equivocaban con la Victoria de Samotracia. Lo que hace a la diosa sublime, reduciendo el automóvil de carreras a chatarra (justo como McHale con la limusina), es la imagen ausente de su rostro, el cabello sin coronilla ni cuero ni sombra, la mirada invisible; sus brazos mutilados con que abarca la imaginación del espectador. La imaginación sí es moderna (y la muerte de la imaginación, posmodernidad sobre ruedas). No creo en nada, pero es mi nada.

¿Y cómo mirar a unos ojos que nos observan desde la nada? ¿Qué semblante podría completar con armonía la gloria y hermosura de ese cuerpo erguido contra el vendaval del tiempo? Aquí y ahora se te ocurre la cara de Evelyn hundida en el hierro: serena en el estruendo de la muerte. ¿Y qué brazos? Entre cristales, con guantes blancos, los puños cerrados: uno se estira creando espacio para acomodarse en el útero metálico; el otro, cerca del cuello, parece juguetear con un rosario de misterios. ¿Y las alas? Ésas que a la suicida le faltaron en el vacío, Niké se las brinda en su naufragio para el victorioso sueño de la inmortalidad estrellada. (Quid pro quo).

Escribió Rilke: «Cuando un árbol florece, la muerte florece en él tanto como la vida». Del mismo modo, hay árboles que en su caída nos enseñan a florecer; y hay extrañas flores que brotan del tronco hendido en las que intuimos la eternidad. Y la eternidad, aquí y ahora, es un momento. Y ya sólo importa que navegando has encontrado en una isla (virtual Samotracia) esta imagen en blanco y negro, y únicamente puedes pensar que es un montaje fotográfico, un truco de ilusionista, manipulación morbosa, literatura, porque eres incapaz de explicar tanta belleza en un instante de horror.

Un truco de magia. Sí. Retorcimiento trágico, manipulación, escultura. Por supuesto. Literatura. Arte. Realidad y deseo, vida y muerte. (Entremedias: un clic de poesía).