Mostrando entradas con la etiqueta luis buñuel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta luis buñuel. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de julio de 2011

el último poema (29): mi último suspiro

Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero.

Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?

Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.

(Luis Buñuel: Mi último suspiro, fragmento concluyente del capítulo final, titulado: «El canto del cisne».
Estas memorias fueron escritas con la ayuda de su amigo Jean-Claude Carrière a lo largo de dieciocho años.
Se publicaron en 1982, en París, con el título original: Mon dernier soupir. Poco tiempo después, en Ciudad de México, habría de expirar el genio de Calanda, sordo, casi ciego, huraño, releyendo obsesivamente y a duras penas La vejez de Beauvoir; desconectado del arte, la cultura, la sociedad...; imaginando para sus adentros la hilarante película del fin del mundo).

miércoles, 6 de julio de 2011

lucille y sus tres peces

Cada mes de abril, tres peces rojos, tres peces japoneses cruzaban y descruzábanse en silenciosas espirales sobre la dulce faz de Lucille. En su discreta frente hasta entonces sin nubes ni cometas locos, habían quedado impresas tres suaves ondas.

Un buen día, al llegar la última primavera desapareció uno de los peces, aquel a quien Lucille bautizó con el nombre de Tejedor de ensueños.

Y al llegar el otoño, desapareció el segundo pez japonés, aquel Punzón de ondas como le habíamos llamado entre sonrisas corteses los amigos.

La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de planta: porque el pez tercero, el Ovillador silencioso de deseos, tampoco estaba... ALLÍ.

Cuando Lucille con su boquita pintada de corazón dice «ALLÍ» entornando deliciosamente su ojo izquierdo por el derecho, como por una pecera, atraviesa sonámbula la sombra del tercer pez japonés, la del Ovillador silencioso de deseos.

(Luis Buñuel: Escritos.
Páginas de Espuma, 2000)