Hay alguien a quien todavía no he tenido nunca ganas de matar.
Eres tú.
Puedes caminar por las calles, puedes beber y caminar por las calles, no te mataré.
No tengas miedo. La ciudad no tiene peligro. El único peligro de la ciudad soy yo.
Camino, camino por las calles y mato.
Pero no tienes que temer.
Te sigo porque me gusta el ritmo de tus pasos. Te tambaleas. Es hermoso. Se podría decir que cojeas. Y que estás jorobado. Pero en realidad no lo estás. De vez en cuando te enderezas y caminas recto.
Pero a mí me gustas en las horas avanzadas de la noche, cuando estás débil, cuando tropiezas, cuando te encorvas.
Te sigo, tinieblas. De frío o de miedo. Sin embargo hace calor.
Nunca, casi nunca, quizá nunca haya hecho tanto calor en nuestra ciudad.
¿De qué podrías tener miedo?
¿De mí?
No soy tu enemigo. Te quiero.
Y nadie más podría hacerte daño.
No tengas miedo. Estoy aquí. Te protejo.
Pero aun así también sufro.
Las lágrimas –grandes gotas de lluvia– me resbalan por la cara. La noche me oculta. La luna me ilumina. Las nubes me esconden. El viento me desgarra. Siento una especie de ternura por ti. Eso sólo me sucede a veces. Muy raramente.
¿Por qué tú? No lo sé.
Quiero seguirte hasta muy lejos, por todas partes durante mucho tiempo.
Quiero verte sufrir aún más.
Quiero que estés harto de todo lo demás.
Quiero que vengas a suplicarme que te coja.
Quiero que me desees, que tengas ganas de mí, que me ames, que me llames.
Entonces te cogeré entre mis brazos, te estrecharé contra mi corazón, serás mi niño, mi amante, mi amor.
Te llevaré.
Tenías miedo a nacer y ahora tienes miedo de morir.
Tienes miedo de todo.
No hay que tener miedo.
Es sólo que hay una gran rueda que gira. Se llama Eternidad.
Yo hago girar la gran rueda.
No debes tener miedo de mí.
Ni de la gran rueda.
Lo único que puede dar miedo, que puede hacer daño, es la vida y tú ya la conoces.
(Agota Kristof: No importa.
El Aleph Editores, Barcelona, 2008)