Esas escrituras invariables.
Siempre regreso al mismo idioma. Un cuero embrujado de animal. Inatrapable, pero presente como la vida de un antepasado. Tejido sobre el tejido, la lengua muerta del amor, fuego que me ha hecho adicto a un culto insinuante.
*
Entra mi sombra.
Trae una serpiente, un búfalo, una mujer, una casa, un muelle.
Intoxicación de cobres salvajes.
Avanza, avanza.
Droga.
Se apodera de lo que miro.
Va marcando aquí y allá, todo.
Luego huye para unirse a un animal.
Se pierde entre las hojas como un ave.
*
Memoria que sale a buscar cosas huidizas. Posesiones que pertenecen menos a su dueño que al aire. Eso que un cofre de madera quiere proteger no nació para las palabras. Sólo yo me empeño en quitárselo a los ojos.
¿Qué lengua traerá los tesoros sin tocarlos?
Al fondo un rey enfermo me ve partir.
Yo le entrego un estuche con un rubí ansioso.
*
Légamos jamás recuperados.
De repente, un roce. El universo de la piel. El hilo extraviado en el viaje.
Estoy bañado por lo que vive, por lo que muere.
Cada día es el primer día, cada noche la primera noche, y yo, yo también soy el primer habitante.
*
Desemboco donde no estoy.
Soy mi jugo, el hueso arrancado a la demencia, la rotura múltiple. Vomito salmos, cuevas, miedos.
(Rafael Cadenas)