Volaron las flores del magnolio
y sus grandes pétalos nacarados.
Se alejaron las recolectoras de piel trigueña y abrasada
y se apagaron los valles que poblaban las luciérnagas.
Llegó el momento de las siemprevivas,
de la espiga rota y de la mazorca tierna,
de la lágrima roja de los usados hierros
y el definitivo silencio del alcornoque viejo.
Fue una gran reunión de sueños muertos
traspasados y hambrientos de luz y de misterio.
La fugaz y ruidosa alegría de las cigarras
abandonó para siempre las eras de mi pueblo.
Se exiliaron los árboles de castaños y avellanos
y poblaron otras tierras azules y otros ríos templados.
La eterna alegría del asno tozudo con sus patas de fuego
se sostuvo en el fango como pudo y nunca llegó lejos.
Y yo en esta orilla, en la soledad ondulante de mi barca,
recuerdo el mundo luminoso de mi infancia.
La voz que rompía los silencios y cantaba,
infundía siempre en mí, un rayo de esperanza.
¡Y entonces, medio mundo era de infinitos colores
y mis trenzas oscuras eran campanas volteadas
y llegaban hasta mí las olas a besarme los pies
que yo guardaba enterrados en la arena blanca!
Y el otro medio era un misterio que olía a jazmines
y marcaba los pasos del Destino flamante, abierto
a todos los países, fronteras y caminos
y a la realización de una utopía que aún deseo y todavía espero.
Alcalá de Henares, 7 de agosto de 2009
Texto e imágenes de Franziska