El Ángelus,
Jean François Millet
La
naturaleza, exuberante, salvaje y desnuda, presente constantemente en Los pazos juega un papel fundamental en
la novela.
En algún lugar de nuestra entrada anterior de cuya posición no es preciso acordarse, figuraba -posiblemente con
alevosía- el anterior párrafo. Pedro Ojeda desde La Acequia en los últimos
párrafos de su entrada Contexto para
comprender los pazos de Ulloa afirmaba que:
Emilia
Pardo Bazán nos propone su propia adaptación del naturalismo frente al
seguidismo ciego de otros novelistas europeos del momento.
Este no muy diestro artesano,
quisiera, entretejiendo ambos mimbres, elaborar un cestillo en el que recoger
el “Naturalismo a la española” de Doña Emilia Pardo Bazán. Veamos lo que
resulta.
Tal vez, debiéramos empezar por decir
que el Realismo, movimiento literario (también artístico y cultural) que el
novelista francés Stendhal definió como “un espejo que refleja todo lo que ve
en la realidad: lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo”; sustituyó al Romanticismo en toda Europa. El salto
cualitativo de uno a otro movimiento fue muy importante: se pasó de la
narración idealizada:
“Llegaron
dos doncellas que en el menor espacio de tiempo posible recogieron sus hermosos
cabellos sobre su frente y los prendieron con una rica diadema de esmeraldas…” El doncel de don Enrique el doliente
(Mariano José de Larra).
a la real:
“Nunca
había parecido su cabeza [Julián fue decapitado][1]
tan poética como en el momento en que iba a caer. […] Cuando Fouqué reunió las fuerzas suficientes para mirar, [Matilde][2]
había colocado encima de una mesita de mármol, ante ella, la cabeza de Julián y
la besaba en la frente…” Rojo y negro
(Stendhal)
En España, el descarnado y analítico
realismo francés no fue asumido en su integridad; evolucionó, partiendo del
romanticismo rebelde de Larra, hacia supuestos locales con mayor carga de
sentimientos apuntados ya en El cantar de
Mío Cid, la novela picaresca y El
Quijote. No todos los autores adoptaron las nuevas formas, algunos optaron
por el mantenimiento del orden moral y la Iglesia Católica, otros por una
sociedad progresista, liberal y anticlerical. Entre
estos están Galdós, Clarín, Blasco Ibáñez… y Emilia Pardo Bazán; los
tradicionalistas como Pereda o Alarcón no aceptaron el Naturalismo.
Acotado el contexto, se impone hablar
ahora de Emilia Pardo Bazán, sin perder el norte de lo que en su tiempo suponía:
ser mujer, escritora, católica practicante, condesa, y para asombro de la época,
defensora en parte de la particular forma en que Zola concebía la realidad. Doña
Emilia rechaza de Zola los aspectos morbosos y repugnantes pero admite cierta aspereza
en descripciones y lenguaje; defiende en suma la forma, no el objetivo. “Le
agrada el espíritu moderno y científico de la época, pero rehúsa reducir al
hombre a máquina determinada por causas exteriores y ciegas” (Manual Pedraza, Literatura del Realismo).
En Los
Pazos, el Naturalismo es más humano que el de Zola, podríamos decir que:
optimista, tierno y compasivo. Su visión
de lo natural señalando la contraposición entre la idílica visión del
campo y los instintos primitivos de la
vida rural tiene un papel importante en
la narración. Mantiene temas recurrentes en el movimiento como la crítica
contra algunas realidades: la oligarquía, el caciquismo, la corrupción política, la moral corroída
por el adulterio, las diferencias sociales y la manipulación de los votos. Contiene descripciones detalladas y extensas, posiblemente excesivas para el lector de
hoy. La figura del sacerdote, consejero y guía en unos casos, encubridor manipulador
a veces; enamorado en otras. A este respecto, Pardo Bazán cubre la relación de Julián bajo la envoltura de la
protección al débil (Nucha y Manuela) dotando al cura de un aire de ingenuidad:
“Desnudose honestamente colocando la ropa en una silla a medida que se la
quitaba”.
Historia, naturaleza, religiosidad, paganismo,
violencia, sensualidad, feudalismo, barbarie, ciudad, campo y naturaleza forman
el entramado de Los Pazos de Ulloa que,
bajo el marco de la vida rural gallega, se refleja en el espejo Naturalista
de Doña Emilia Pardo Bazán.