Rodrigo
es un estudiante despierto y un tanto inquieto. A decir de su profesora de
primero de Primaria “progresa adecuadamente usa las herramientas a su alcance obteniendo
el resultado apetecido”. Lee con entonación, marca las pausas y observa los
signos “algunos de mi clase –dice a veces- leen así: lo-se-le-fan-tes pue-dennn vi-virrr muu-chhhosss aaa-ñoos; y claro,
así no lo entienden”. Rodrigo lee muy bien para su edad, se está formando como
lector.
Leyendo Sefarad me identifico con Rodrigo, noto
que me estoy consolidando en el oficio de lector con esta herramienta
que establece relación con
la vida misma como anuncia Muñoz Molina en su dedicatoria: “deseándoles que
vivan con plenitud las novelas futuras de sus vidas”. En ella aparecen,
desaparecen, se entrecruzan y mezclan voces, temas y objetos simbólicos. Si
prestamos atención a la multiplicidad de personajes, los cambios en la voz
narrativa, y la estructura de la
narración un tanto al margen de las
características de lo que entendemos habitualmente como novela, estaremos
inmersos en una lectura activa:
Al salir de la última curva de la
carretera verás de golpe todas las cosas que ella no volvió a ver, las últimas que tal vez recordó y añoró mientras agonizaba en su cama del hospital… (Valdemún negrita mía).
La
voz principal se dirige a la segunda persona en futuro (verás) para narrar el
pasado (volvió, recordó, añoró), los tiempos se entrecruzan en un juego apto
para lector atento. Verás, intentarás, irás, se repiten con frecuencia en este
capítulo.
También
la voz narrativa pone a prueba y sorprende hasta la confusión, al contar una
historia en tercera persona pasando sin trámite a un relato en segunda:
Él se había salvado así muchas veces
al filo mismo de una desgracia que abatía a otros por casualidades […] y que le dejó una huella mucho más duradera
que el vértigo insensato del coraje y el peligro.
Había habido una inspección de nuestro sector y el comandante de mi batallón me pidió que hiciera de guía de los oficiales alemanes. (Narva negrita mía).
El
aprendiz de lector casi perece en el intento. Tras el punto y aparte vuelve a
releer ambos párrafos, -he vuelto a despistarme, piensa- esperaba una nota
aclaratoria antes del cambio de identidad, pero se da cuenta que no ocurre así en Sefarad y buscando razones encuentra una: se trata de un recurso
para provocar su empatía participativa.
En
ocasiones el relato centra la atención en objetos o actos (el tren, fumar, la
concha…,) para que actúen como elemento
identificador de un personaje que da cuenta de sus vivencias a través de la
narración. El objeto o la situación confluyen en algún momento con él y es
entonces cuando si la retentiva ha funcionado el lector establece la relación.
Me permito dos reflexiones:
Otro lugar surge cuando la penumbra
empieza a volverse oscuridad y fosforecen en la luz de la pantalla del
ordenador y la de la lámpara baja que me ilumina las manos sobre el teclado. La
mano que se posa sobre el ratón deja de ser la mía. La otra mano, la izquierda
roza distraídamente la concha blanca y
gastada que recogió Arturo en la playa
de Zahara (Berghof, negrita mía).
Pero lo que ahora tengo delante de
mí en mi cuarto de trabajo, junto al teclado del ordenador y la concha blanca pulida por el agua que
Arturo encontró hace dos veranos en la playa
de Zahara. (Sefarad negrita mía).
También
descubrimos que lo que en principio se presenta como identidades múltiples en
principio dispersas y sin aparente conexión se reunifican mediante objetos o
situaciones con los que el lector reconoce al personaje. Estos reencuentros
personaje-lector por medio de objetos vienen a buscar la renovación de la
corriente de empatía y la sensación mediante el recuerdo de haber participado
en la historia:
Allí las mujeres fuman en público igual que los hombres,
llevan pantalones, van en auto a las oficinas. (América: Sor maría del Gólgota).
Y además cuando era muy joven yo
quería escaparme de España y venir a América, porque aquí las mujeres podían fumar y llevar
pantalones y conducir automóviles.
(Sefarad la bibliotecaria de ojos
jóvenes). (En ambos párrafos negrita mía).
En
la novela las palabras sin dar tregua se agolpan en largos párrafos como los
obligados viajeros de los largos trenes atenuándose en doble espacio para dar
respiro al lector y advertir de que el tema cambia. Con esta lectura activa de Sefarad
mi formación como lector corre pareja a la de Rodrigo. Me ayuda a progresar
adecuadamente y perseverar en el intento.