La comedia moratiniana
saca a la luz las debilidades sociales mediante una crítica sin estridencias,
simplificando la intriga y aportando toques sentimentales a los personajes. Los
autores neoclásicos eran conscientes de la importancia del teatro no solo como
diversión pública, sino también como vehículo educador. Esta comedia de
costumbres burguesas llega a España a través de Molière y junto a ella llega la
llamada “lacrimosa” también de origen francés (comédie larmoyante), un híbrido
entre la comedia y la tragedia que suele rayar en lo folletinesco. El sí de las
niñas se sitúa en la frontera de esta última y solo la gran sensibilidad de
Moratín, consigue la detención de la lágrima y la conversión de la risa en sonrisa
con una fórmula que arraigó en el público. El teatro espectacular y costoso de
tradición barroca fue quedando atrás.
El espectador de El sí de
las niñas ve personajes desvalidos (Paquita) junto a otros jocosos (Calamocha)
ridículos y/o egoístas (doña Irene), unidos por lazos de convivencia o
afectivos. Al unir lo egoísta a lo sensible, lo divertido a lo lloroso la
comedia alcanza la valoración de drama romántico. Todo ello amalgamado con un
final feliz y la resignación del perdedor (don Diego), lleva a la lección final
pretendida. Si educar es señalar y corregir defectos, la educación está servida.
Una lectura rápida de
Luces de bohemia deja un sabor a sainete de
costumbrismo madrileño con tono desgarrado, a teatro arrabalero. Encontramos alusiones a personas y sucedidos contemporáneos y conocidos con marcado trasfondo de protesta social. Acomodados
en esa primera lectura podríamos quedarnos en un paralelismo con la obra de
Moratín –que lo hay - con óptica y objetivos diferentes.
En el entorno de Moratín,
más reformista que revolucionario, era la autoridad paterna malentendida y la
falta de libertad individual especialmente en la mujer el hecho denunciable. El
de Valle-Inclán es el de una España caduca enfermiza y sin arraigo. Los periódicos de los años 1919
y 20 recogen con frecuencia la noticia de alguien que muere de hambre y frío en
algún lugar de la ciudad, la muerte tiene reflejo constante (y final) en Luces
de bohemia como también lo tiene la
realidad sangrante de la vida modernista de poetas y escritores luchando con la
pobreza desde colaboraciones mal pagadas. En ambos casos, por convencimiento o
por la fuerza hay sometimiento a la autoridad impuesta.
Ambos autores manejan a
sus personajes a través del diálogo. Moratín lo hace en función de la edad, el
sexo y el estado social con gracia y alegría acompañadas del justo dolor.
Valle-Inclán se aparta del habla pausado y comedido de sus personajes anteriores
(Bradomín) llenos de un romanticismo tal vez deseosos de escapar de la realidad.
Los actuales hablan deformando la realidad para escapar también de ella.
Tanto El sí de las niñas
como Luces de bohemia pretenden y son denuncia y enseñanza desde perspectivas
diferentes, con lenguaje diferente y un siglo de separación. Las lágrimas
contenidas tras las que se contemplan ambas realidades coinciden en ambos casos.
La conclusión final es
que no sé porqué me meto yo en estos jardines.