La conjunción Alerta-4 solsticio de invierno confunde al personal, se rinde tan pronto la tarde que a las siete uno piensa en el “toque de queda” y tiende a recogerse en casa, en esas estaba caminando con rumbo por el paseo casi desierto paralelo al río. Chopos, durillos y pinos compitiendo en carrera con la noche difuminan objetos y personas; metros de por medio una silueta sinuosa, botas altas, falda leve ligeramente corta y chaquetón liso de paño, ajena a pasos próximos, camina contoneándose al ritmo que presumiblemente marcan los inalámbricos ocultos por su media melena. En el suelo, al alcance de mis deportivos, una lata de “Alhambra especial”. Contengo la primera reacción y respeto el reposo de la abandonada lata de cerveza, si la alcanzo con la puntera la silueta se sobresalta y rompo el hechizo.
“Eran otros tiempos”, lo sé, “ya no estás en edad”, también lo sé, pero una lata en el suelo siempre fue tentación irresistible a una buena patada, tan irresistible como la oportunidad de un charco que salpica al pasar sobre él, si bien para esto se requiere colaboración, hacen falta niños; y ellos necesitan un mayor, preferentemente abuelo, al que sus padres y a la sazón hijos de este no se atreven a replicar, o lo hacen con escaso resultado.
Caminar por el sendero de hojas que en otoño descansan al abrigo de un
remanso en el paseo torna frustración en creatividad: trazar nuevos caminos entre ellas; darles nueva
vida a cada paso; sacarles del marasmo físico; hacer que tras cada nuevo vuelo surja una nueva
composición, es para el caminante vanguardia pura.
Solo eso.