CANTO A TERESA. (Canto II de El diablo mundo) José de Espronceda
Lejos
quedan los años de instituto y lejos ¡Ay! la irresoluta adolescencia en que,
ora apurando un cigarrillo a lo James Dean, ora suspirando por la mirada de
Mariví compañera de 3º; amada y naturaleza se fundían en un todo para el púber
estudiante en tanto que, día sí, día también, conservaba en la memoria la
octava 13 del Canto a Teresa.
¡Una
mujer! En el templado rayo
de
la mágica luna se colora,
del
sol poniente al lánguido desmayo,
lejos
entre las nubes se evapora;
sobre
las cumbres que florece el mayo,
brilla
fugaz al despuntar la aurora,
cruza
tal vez por entre el bosque umbrío,
juega
en las aguas del sereno río.
«¡Tempus
fugit!» Hoy, desde la distancia de los años, el desocupado lector más
pragmático y menos emocional centra su atención en la nota al pie que el autor
de El diablo mundo sitúa en el CANTO II[1]
en el que certifica: «Este canto es un desahogo de mi corazón» lo que nos lleva,
teniendo en cuenta que en el conjunto del poema sí aparecen los grandes temas
poéticos – el destino, el amor, la vida, la muerte, los sueños – a contemplar
el Canto II desde la perspectiva autobiográfica. «No está ligado de manera alguna
con el poema», concluye la nota.
«José
Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda y Delgado» nace en el
seno de una familia acomodada de la clase media. «Teresa Mancha Arroyal»,
en el seno de una distinguida familia andaluza venida a menos. En 1829, su
padre la casa con Gregorio de Bayo hijo de una rica familia de negociantes
vascos. En octubre de 1832 Teresa y Espronceda, escapan juntos a la Alta Saboya
francesa. En 1836, Teresa, abandona a su amante. En 1839, muere. Diez años de
vida intensa que, a mi juicio, Espronceda recoge en su intitulado Canto II.
Teresa
y Espronceda al modo y manera del estudiante de 3º, eran –en el comienzo de su
relación –dos jóvenes inocentes y llenos de entusiasmo.
Que
yo, como una flor que en la mañana
Abre
su cáliz al naciente día,
¡Ay!
al amor abrí tu alma temprana,
Y
exalté tu inocente fantasía,
Yo
inocente también ¡oh! cuán ufana
Al
porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo! (Octava 37)
¿La
Teresa que pinta Espronceda en estos versos es real? ¿es una ilusión?, ¿una
ficción del poeta? ¿tal vez una mujer desengañada?
Y
esa mujer tan cándida y tan bella
Es
mentida ilusión de la esperanza:
Es
el alma que vívida destella
Su
luz al mundo cuando en él se lanza,
Y
el mundo con su magia y galanura
Es
espejo no más de su hermosura: (Octava
16)
O quizá el joven dandi romántico se
ama así mismo en la mujer.
Es
el amor que al mismo amor adora (V.
1628)
El
desocupado lector sigue hilvanando conjeturas en torno al poema, algo ha
cambiado en la relación de los amantes, el sueño de Espronceda se desvanece, el
futuro se hace presente y la idealizada mujer: realidad.
Los
años ¡ay! de la ilusión pasaron,
Las
dulces esperanzas que trajeron
Con
sus blancos ensueños se llevaron,
Y
el porvenir de oscuridad vistieron:
Las
rosas del amor se marchitaron,
Las
flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria. (Octava 30)
La
esposa de Gregorio Bayo posiblemente cansada de las frecuentes ausencias y distintas
compañías de Espronceda lo abandona en 1936 como hemos dicho. Sin medios para vivir, tuvo que habitar
un sótano de la calle Santa Isabel de Madrid donde murió.
¡Oh!
¡crüel! ¡muy crüel! ¡martirio horrendo!
¡Espantosa
expiación de tu pecado!
Sobre
un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir
el corazón desesperado!
Tus
mismas manos de dolor mordiendo,
Presente
a tu conciencia tu pasado,
Buscando en vano, con los ojos fijos,
Y extendiendo tus brazos a tus hijos. (Octava 42)
¿Cuál
es el pecado de Teresa al que se refiere Espronceda…? Dejémoslo ahí.
Que
la tierra le fuera leve.
[1] Este canto es un desahogo de mi corazón; sáltelo el
que no quiera leerlo, sin escrúpulo, pues no está
ligado de manera alguna con el poema. (N del A).