Este puso en las hierbas, y sobre este
la almea, parietaria y doradilla,
la cabeza del lobo y gato agreste,
Tereo con las plumas de abubilla:
el rojo y blanco pájaro celeste,
que nunca a tierra el alto vuelo humilla
La hermosura de Angélicala almea, parietaria y doradilla,
la cabeza del lobo y gato agreste,
Tereo con las plumas de abubilla:
el rojo y blanco pájaro celeste,
que nunca a tierra el alto vuelo humilla
Lope de Vega
Frente a la cada vez más extendida costumbre de delimitar terrenos o fincas con vallas metálicas, por la sierra de Aracena tenemos la suerte de que aun predominan los tradicionales muros de piedra flanqueando los caminos y que aparte de servir para guardar uno de los más preciados tesoros de estas tierras, el cerdo ibérico, son un auténtico ecosistema en si mismos, y uno de sus elementos más característicos es nuestra protagonista de hoy: la doradilla (Ceterach officinarum).
Este pequeño helecho debe su nombre a las escamas doradas de su cara posterior que lo protegen del calor y reflejan la luz. En épocas de sequía la doradilla se reseca y enrosca sobre si misma mostrándonos su envés dorado, dando la impresión de estar marchita, pudiendo permanecer así un largo periodo. Sin embargo en cuanto retornan las lluvias sus hojas se embeben mostrando de nuevo toda su lozanía. Las plantas que como la doradilla no son capaces de controlar su nivel de agua y dependen del nivel pluviométrico se denominan poiquilohídricas, y son un magnífico indicador de la situación hidrológica.
Dioscórides menciona en su tratado variadas aplicaciones terapéuticas de la doradilla: tratar el hipo, la ictericia, la estranguria, la esterilidad... no dice nada sin embargo del tratamiento de la dismenorrea, respecto al cual en Alburquerque puede escucharse esta coplilla:
Dama descolorida
te has de quitar el dolor
aunque el doble
te cueste la doradilla