El error del realismo tradicional era pensar que el mundo se ofrece
a la percepción y es pasible de una descripción imparcial, “objetiva”,
perfectamente comunicable.
Pero, a la luz de la dialéctica entre conciencia y mundo que es el
conocimiento, “mostrar” no es inocente, es una elección y es ya empezar
a cambiar el mundo. La percepción es una acción, y la descripción, la
mostración, un llamamiento a la libertad sumergida del lector, para que asuma
su responsabilidad.
Esta situación de “libre elección”, de estar “condenados” a ser
libres, es la premisa fundamental del existencialismo: el hombre, entonces, es
su propio proyecto; la vida y la historia no tienen un sentido, un fin,
se trata de dárselos.
Por otra parte, la característica de la prosa es su predominio del
significado sobre el significante. Esto no quiere implicar una ingenuidad, una
actitud natural hacia el lenguaje: su condición de útil social lo expone al
desgaste, a la tentación de destruirlo para superarlo (el surrealismo).
Una tarea central del escritor es, entonces, devolverle la dignidad
al lenguaje; es lo único que tenemos para revelar al mundo y comunicarnos, y lo
incomunicable es fuente de toda violencia.
La intención de Viñas parece ser la de constituir una subjetividad
en su enfrentamiento con el mundo, en su toma de posición. Una conciencia que,
en cierto nivel, al mismo tiempo que debe construirse, da el testimonio de esa
auto-construcción.
Empresa peligrosa, que va más allá (o quiere ir más allá) de un
problema de técnicas novelísticas. Aunque, sin duda, habría que analizar, al
respecto, cómo usa Viñas un moderado fluir de conciencia, descripciones
“objetivas”, diálogos muy cortados, asociaciones mentales que se contraponen a
las percepciones de lo exterior, etc.
Así como en todo momento hay una dialéctica entre esa subjetividad
que se constituye y una cierta objetividad que querría lograr (dialéctica que
la primera persona no quiere anular sino potenciar), hay una contradicción
permanente entre el deseo de Ferré de no definirse maniqueamente y los
resultados concretos de su acción.
Admitir al otro, para Ferré, narrar al otro, para la
escritura, son tareas vinculadas y cuya suerte corre pareja.
No existiendo absolutos (y el Dios de Ferré no lo es), no hay
tampoco seguridades. Hay que elegir, inevitablemente, drásticamente. Jugarse. Y
no sólo no hay garantías de estar haciendo lo correcto en cuanto a las
consecuencias de los actos: tampoco las hay en cuanto a sus motivaciones. La
elección de escribir, sartreanamente, no es ajena a esta problemática, es una
de las formas más conscientes que puede adquirir. Escribir es un acto, con
pretensiones de una unidad totalizadora de causas-medios y fines. Y, si la
novela plantea el problema ético de Ferré, el problema ético de Ferré plantea
el problema de la novela.
Ferré cree que su decisión de oponerse al maniqueísmo paterno es una
elección libre, consciente y fundamentadora de su posición fluctuante,
tolerante.
Pero la duda final es que la verdadera causa de su actitud
conciliadora puede ser una impotencia total (no sólo sexual; pero
tampoco necesariamente real, en la medida en que él la reconoce como
mandato paterno y la ve confirmada por su fracaso con Bruno). Y, en el final,
la voz (o, mejor, la escritura) de los otros, le informa que ni siquiera
ha obtenido el resultado que esperaba.
Y, habida cuenta de las relaciones entre proyecto vital
(ético-político) y proyecto narrativo, ¿tal “presunción de impotencia”
no revierte sobre la escritura? ¿Cómo superar el maniqueísmo cuando se está
obligado a elegir por sí o por no (que es siempre), cuando se elige narrar, es
decir, tomar la voz desde la escritura y sostenerla desde una subjetividad
inevitable, desde una autoridad incuestionada?
Dice Sartre: “Bajo el análisis del crítico estas novelas se
resuelven en problemas, pero el crítico se equivoca, porque hay que leerlas en
el movimiento (…) nace una literatura de la Praxis (…). Si el escritor
toma conciencia (…) propondrá soluciones en la unidad creadora de su
obra.”
Creo que la novela de Viñas trata de lograr su unidad en sus
contradicciones; en el hecho de mostrar los fantasmas de su impotencia al
tratar de exorcizarlos; finalmente, en plantear el problema ético del sujeto no
(sólo) como tema sino como sustancia misma de la escritura.
30/9/1986
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