Ya
has corrido mundo y te has hecho hombre, mejor que hombre, gaucho. El que sabe
de los males de esta tierra, por haberlos vivido, se ha templado para domarlos…
(de
Don Segundo Sombra)
Es
así. Es así. Se cumple con la ley de la ferocidad. Es así; ¿pero quién le dijo
a usted que es una ley? ¿Dónde aprendió eso?
(de
El juguete rabioso)
En el mismo año, 1926, se publican Don Segundo Sombra y la primera novela de Roberto Arlt.
En El juguete rabioso,
rechazada por Castelnuovo, del grupo de Boedo, y apadrinada finalmente por
Güiraldes, su protagonista roba un libro de Lugones, ideólogo del nacionalismo
de derecha y gran Padre literario que el martinfierrismo quiere superar. He
aquí casi un mapa del campo intelectual argentino de la década del veinte.
Quizás la comparación crítica de ambas novelas, fundamentales en la literatura
argentina de este siglo, nos permita seguir algunas de las principales líneas
de fuerza que cruzan ese campo, en el surgimiento mismo de problemas que aún
hoy no parecen esencialmente distintos.
Algunas advertencias: los riesgos de una comparación así son
obvios. El peor, tal vez, sería que los prejuicios o gustos personales del que
escribe lo inclinen a consignar más divergencias de las que otra mirada
encontraría, con la correspondiente y seguramente menos fundamentada de lo que
cree, valoración. Ese desequilibrio puede extenderse hacia uno u otro lado en
distintas etapas del análisis, por lo cual se tratará de no profundizarlo más
allá de lo que permita el procedimiento más o menos arbitrario de la
comparación propuesta. Que por otra parte no se basará en un concepto
estructural del relato de aprendizaje sino que más bien lo considerará un
supuesto para fijar la atención en otros aspectos de las dos obras.
En todo caso, y se ha dicho muchas veces antes, ambas novelas
exhiben un proceso de aprendizaje, de una larga iniciación, con sus pruebas,
sus fracasos, sus conquistas. Parten de una carencia inicial (simplificando: la
miseria de Silvio en Arlt, el abandono de Fabio en Güiraldes; unificando: la falta
de padre, el pasaje conflictivo a la adultez) y a través de la acumulación de
experiencias (y de ciertas formas de saber) culmina en una transformación
profunda de la conciencia de sus protagonistas. La constitución de esta
subjetividad implicará una determinada visión del mundo presente en los textos,
y nos servirá para reconstruir las variables ideológicas que los cruzan. Esto
tratará de verse especialmente en relación al lenguaje, al mundo representado,
la presencia del dinero (y de la propiedad) y los saberes que los relatos
incluyen.
El lenguaje es el instrumento y el material básico del escritor.
Con él no sólo “expresa”, “muestra”, el mundo, sino que (previamente, si
podemos asignar una temporalidad a este proceso) lo “entiende”. Mejor: en un productor
literario no puede concebirse una relación con el mundo distinta o separable de
una relación con el lenguaje. Y al revés. Entendiendo, por supuesto, mundo como
sociedad de los hombres y lenguaje como habla, lenguajes sociales, la voz de
los otros.
El problema del lenguaje del escritor es uno de los que
caracteriza al campo literario que antes mencionábamos. Quizás el fundamental,
ya que sus múltiples niveles se conectan con otras cuestiones. En este sentido,
la vanguardia martinfierrista pone en escena como su culminación y su límite,
el debate que la ideología del Centenario había instaurado en torno de las
relaciones entre literatura argentina y “ser nacional”. Es preferible no
extenderse sobre este tema más de lo necesario y verlo concretamente en el
análisis propuesto. (1)
Güiraldes no se adscribe totalmente a la revista Martín Fierro
sino como uno de los modelos erigidos a partir de la nueva sistematización de
la literatura argentina que aquélla propone. En ese contexto, representaría la
posibilidad de un criollismo no localista, internalizado, soportado por un
lenguaje que el escritor detenta como “argentino sin esfuerzo”. Suerte de
legalidad, de derecho de sangre más que de competencia lingüística, esta
concepción se complementa con una más o menos evidente xenofobia, el rechazo de
los inmigrantes o hijos de inmigrantes, que hablan y escriben mal el español
del Río de la Plata. Y que constituyen las nuevas clases sociales en ascenso.
Una ideología estética, una ideología política. (2)
Lo vemos en la obra (3). El narrador, Fabio, resero convertido en
estanciero, gaucho convertido en hombre culto, organiza el material narrativo a
partir del recuerdo. Reproduce con intenciones de fidelidad el habla de los
gauchos en los diálogos (“—Un peso? Te ha pasao la tranca Juan Sosa. —No…,
formal; alcanzame un peso que vi’hacer una prueba” p. 14) y reelabora el resto
de la narración desde un código vanguardista en el que se unen formas de
simbolismo, de invencionismo, de coloquialismo (“El sueño cayó sobre mí como
una parva sobre un chingolo” p. 28, “Mi vista cayó sobre el río, cuya corriente
apenas perceptible hacía cerca mío un hoyuelo como la risa en la mejilla tersa
de un niño” p. 62, “Los balidos formaban como una cerrazón de angustia en el
aire” p. 108). (4) Es coherente: el gaucho mítico es narrado por el estanciero
simbolista. Sólo al debate antes mencionado y el estado del campo literario
argentino relacionado con la situación sociopolítica del alvearismo podía
garantizar el éxito de ese programa estético-ideológico. La distancia que va
del estanciero al resero, del vanguardismo literario al mundo que elige para
representar (para inventar) es la misma que va desde una oligarquía que se
repliega en sus fueros mantenidos duramente a ese mundo real pasado, que no
puede o no quiere ver y por lo tanto mitifica. Buscando a la vez una
justificación espiritualista de su subsistencia.
Se ha dicho muchas veces: el mundo de Don Segundo Sombra es un mundo integrado, armónico. El
hombre se relaciona con la naturaleza tan satisfactoriamente como el escritor
con su lenguaje: por derecho de propiedad. “Quién es más dueño de la pampa que
un resero? … la pampa de Dios había sido bien mía…” p. 182 (5). Y hasta el
dolor del aprendizaje se diluye en una especie de comunión con el ambiente que
cura y santifica: “En la pampa las impresiones son rápidas, espasmódicas para
luego borrarse en la amplitud del ambiente sin dejar huella. Así fue como todos
los rostros volvieron a ser impasibles, y así fue también como olvidé mi
reciente fracaso sin guardar sus naturales sinsabores.” p. 51 (6).
Volveremos otra vez sobre estos temas, pero retengamos el concepto
de mundo armónico porque es un eje productivo para las contraposiciones que
haremos en adelante.
Decíamos: la relación de un escritor con su lenguaje y su mundo.
O, lo que sería lo mismo, su inserción concreta en una literatura, la piense o
no. Y Arlt debe pensarla, está forzado a pensarla. Escribir no es para él un
lujo, sino un esfuerzo, un trabajo, una profesión; sus derechos no son un dato
sino una producción, él mismo debe autorizar su escritura, asumirse en
situación en un medio donde el saber (siempre tan vinculado al poder) está
distribuido excluyéndolo. Algunos textos marginales (el prólogo a Los lanzallamas, el aguafuerte
“cómo se escribe una novela”) organizan una especie de puesta en escena de ésa,
su situación concreta de escritura. Y sus novelas la revelan en una práctica
neta. En El juguete rabioso hay dos escenas claves que entran a
significar en este contexto (7). En el cap. II, cuando Silvio es forzado a
tocar un cencerro en la puerta de la librería para llamar la atención de
posibles compradores (p. 112). Y en el cap. IV, cuando refiriéndose a su nuevo
trabajo de vendedor de papel, dice: “Para vender hay que empaparse de una
sutileza ‘mercurial’, escoger las palabras y cuidar los conceptos…” (p. 180).
Entonces: la escritura como trabajo, situación concreta del
escritor, clase social. Visión del mundo. Lenguaje.
En El juguete
rabioso hay una evidente
saturación de términos desvalorizadores del mundo representado. “La vida
puerca” era su título original y podría señalar el campo semántico en el que se
organiza la adjetivación: mugriento, siniestro, tenebroso, hediondo, vil,
pringoso, miserable, grasiento. Lo que se corresponde con los espacios cerrados
en los que transcurre gran parte de las acciones y que el narrador denomina:
cuchitril, antro, caverna, bulín, letrineja, tugurio, covacha, caserón. Las
mismas calles del arrabal que mitifica Borges y canta González Tuñón, son
“miserables y sucias” y dirigen la mirada embelesada de Astier hacia la “cúpula
celeste”. Mundo contrapuesto al de las casas de departamentos, que “hacen soñar
a los pobres diablos” e incluso a la calle idílica, “románticamente burguesa”
donde vive el ingeniero. Una topografía de abajo/arriba en la cual toda
escapatoria es imposible. Mundo desintegrado, entonces, inorgánico. Recordemos
que también Fabio ve a las casas y los pueblos con antipatía, como prisiones,
pero su fuga está garantizada por los espacios libres, la Pampa y su emblema
libertario (“Pero por sobre todo y contra todo, Don Segundo quería su libertad.
Era un espíritu anárquico y solitario…” p. 64). Esta topografía adentro/afuera
es reversible como toda la dialéctica que el texto establece.
El lenguaje del mundo desintegrado. Se ha dicho hasta el
cansancio: Arlt escribe torpemente, en un español de traducciones (pelafustán,
majadero). También, reproduce fonéticas de cocoliche: don Gaetano, el zapatero
andaluz. Y un lunfardo con comillas: bondi, jetra, yuta, cachar, leonera. Como
tomando distancias (8). Sus palabras, en verdad, son como la mujer de Gaetano
le arroja: “pesadas, salitrosas”.
Y el mismo movimiento de alienación se registra en uno de los
códigos metafóricos del texto, el que corresponde a un cierto saber
tecnológico, científico (o cientificoide, para usar un sufijo caro a Arlt):
“Amor, piedad, gratitud a la vida, a los libros, y al mundo me galvanizaba el
nervio azul del alma” p. 177, “y a cada movimiento que hacía el lecho gañía, chirriaba
con ruidos estupendos, a semejanza de un juego de engranajes sin aceite” p. 87.
Alienación en la medida en que la tecnología puede representar una forma
mediatizada de relación con la naturaleza, especialmente cuando la relación
directa aparece imposible, como desde la ciudad arltiana. Además de proponer
una forma de poder (de voluntad de poder), compensatorio en varios sentidos,
que como resultante de una carencia nos reenvía a lo mismo: insatisfacción,
conflicto, falta de armonía.
Veamos la relación que los textos establecen con el saber,
especialmente a través de sus protagonistas, de los sujetos del aprendizaje. Es
en esta zona, en efecto, donde las características de bildingsroman están más lexicalizadas. En El juguete rabioso, luego de un
principio revelador (“Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y
afanes de la literatura bandoleresca…” p. 17), la cuestión aparece más
lateralmente (“El aprendizaje de ratero tiene esta ventaja” p. 39).
En cambio, en Don
Segundo Sombra las lexicalizaciones
son más abundantes, tal vez porque sus características de relato iniciático
quieren estar más a la vista. Bastaría ver la enumeración de saberes que abre
el cap. X, cuando han pasado cinco años desde que Don Segundo llevó a Fabio
“tras él, como podía haber llevado un abrojo de los cercos prendido en el
chiripá” (p. 63) Como sea, lo importante es consignar las relaciones que Fabio
tiene con los saberes que el texto despliega desde el principio. La primera
oposición (coincidente con la topografía antes mencionada de adentro/afuera) es
la de escuela/calle; esto podría aproximarse a la experiencia “truhanesca” de
Silvio, pero evidentemente no es así: primero porque ante el riesgo de concluir
“viviendo de malos recursos”, “una desconfianza natural me preservó de sus
malas jugadas” (p. 14) y principalmente porque este adelanto rudimentario de su
aprendizaje es sólo un curso de ingreso al otro, al básico, el que don Segundo
y la pampa “ilimitada” van a ejercer sobre él. Para no entrar en detalles,
remitimos nuevamente a la enumeración del cap. X. Que a su vez, y esto es lo
fundamental, es la base de la inflexión final, la puesta a punto del estanciero
que va a ser Fabio. Don Leandro reemplaza a don Segundo y “nos llamaba a su
lado, para enseñarnos el manejo de un establecimiento” (p. 183). A lo que se
suman “mis primeras inquietudes literarias” (p. 184). “Baste decir que la
educación que me daba don Leandro, los libros y algunos viajes a Buenos Aires
con Raucho, fueron transformándome exteriormente en lo que se llama un hombre
culto”. Esta suerte de posgrado es la culminación no sólo del aprendizaje,
exitoso y hasta placentero de Fabio, sino de todo el programa de la novela.
Ya adelantamos que en Arlt el problema es bien distinto. Silvio
Astier hace un verdadero aprendizaje del mal, de la humillación y la miseria.
Los títulos de los capítulos del libro son ilustradores al respecto: de “Los
ladrones” a “Judas Iscariote”, pasando por “Los trabajos y los días”.
Coincidente con lo conflictivo de la relación entre el hombre y el ambiente y
entre el hombre y los otros hombres, se da una relación con el saber no menos
problemática. Podemos relacionar esto con lo que decíamos antes respecto del
discurso científico y tecnológico que cruza el texto, como parte de ese saber que
Silvio procura. Un saber libresco (los folletines del principio, los libros que
roban en la biblioteca pública, la librería de viejo, los “libros viciosos”, la
biblioteca del ingeniero: una verdadera saturación) y marginal respecto de las
instituciones (recordar cómo lo refuta el militar, p. 136). En este sentido, el
robo a la biblioteca es una verdadera transgresión, que el personaje siente
como ajeno, vedado. “Y yo era el que había soñado ser un bandido grande como
Rocambole y un poeta genial como Baudelaire” (p. 82) Todo el relato puede verse
como la lucha por obtener un saber que es también un lugar en la sociedad, un
derecho: de hablar (aunque sea de delatar; en todo caso, autorización para
emitir el discurso propio: Arlt como escritor). En definitiva, un cambio de
posición respecto del poder.
Lo que nos lleva al tema del dinero y de la propiedad (9). En El juguete rabioso está en un primer plano. Dinero y
saber (“por algunos cinco centavos de interés me alquilaba sus libracos”, p.
18, el precio de los libros que roban en la biblioteca, p. 57 y 63, las
dificultades de Lila para estudiar, p. 73). Dinero y sexo (“un beso de propina”
p. 109). Dinero y poder (“la voluptuosidad de las gentes poderosas en dinero”
p. 103) (10). Y, se ha dicho, para Arlt hay dos clases de dinero: el que se
gana “a fuerza de trabajo” es “vil y odioso”, en cambio el que se adquiere “a
fuerza de trapacerías”, habla con “un expresivo lenguaje” (11). Si humillar y
ser humillado son tensiones básicas en la obra de Arlt (12) esos tipos de
dinero son las materializaciones de esas dos relaciones antitéticas con el
poder. Y vamos viendo que esa desarmonía esencial con el mundo no es metafísica
o meramente psicológica, sino que responde a una determinada y muy concreta
visión de la realidad social.
En Don Segundo
Sombra, siempre en su misma línea, ni el dinero ni la propiedad plantean
problemas irresolubles. El primer sueldo de Fabio como resero le sobra para
comprar el potrillo. Así como gana en las riñas de gallo (p. 87) pierde en las
carreras (p. 140), sin mayores inconvenientes ni lamentos. Diríamos: una
relación “aristocrática” con el dinero, como si fuera indigno de un gaucho (o
de un hombre, a secas) preocuparse por él. Especialmente justificado si nunca
falta trabajo ni solidaridad social como para reemplazar las posibles
carencias. Que por otra parte están tan obturadas en el texto como los
alambrados, que sólo aparecen para ser destruidos (simbólicamente) por la
arremetida del ganado libertario, sin que se produzca ningún conflicto. Lo que
se reproduce aquí es lo que a otro nivel se condensa en la expresión “orgullo
de dueño y domador”, vale decir, la consecución de un derecho “natural” (o en
todo caso “naturalmente” adquirido) de ser dueño, propietario, estanciero,
argentino, escritor.
La traición final, la delación del Rengo, es la extraña
culminación del aprendizaje de Silvio. Podríamos decir que en Don Segundo Sombra también hay una traición. Cuando Fabio
recibe su herencia (“consejos, plata y nombre”, p. 173), de pronto siente que
“había dejado de ser gaucho” (p. 175) y acude a su padrino, el símbolo de esa
vida que va a abandonar: “—¿Es verdad que no soy el de siempre y que esos
malditos pesos van a desmentir mi vida de paisano?”. Ante la duda, punto
crucial del relato, don Segundo viene a cumplir su función: “—Mirá— dijo mi
padrino, apoyando sonriente su mano en mi hombro— Si sos gaucho en de veras, no
has de mudar, porque andequiera que vayas, irás con tu alma por delante como
madrina’e tropilla”. Donde toda la dialéctica de autovalidación del texto
culmina en el ademán simbólico de sacralización y justificación eternas (13).
Además, paradójicamente equivalente al del ingeniero con Silvio Astier: “Y su
mano estrechó fuertemente la mía” (p. 222).
Se han propuesto varias “explicaciones” para la delación arltiana:
acto gratuito, creación de un mundo a través de un relato, autodestrucción por
un chivo emisario, mostración de determinadas estructuras sociales (la relación
entre humillados; la actitud básica de la clase media) (14). Lo que nos
interesa rescatar acá es la culminación de lo que venimos viendo: en un mundo
inarmónico, donde el conflicto y la insatisfacción son sus marcas básicas, la
traición es el acto ideal y simbólico que cancela toda posibilidad de
reconciliación, toda ilusión de consuelo (en Don
Segundo, hasta esa “traición” del resero es reabsorbida y resemantizada por
la armonía preestablecida).
Es, también, una relación con el lector. Si Güiraldes arroja la
edición de Xamaica en el pozo de su estancia (en otro
ademán emblemático que por ello se ha vuelto, con justicia, legendario) luego
se volverá hacia sus admiradores iniciáticos del martinfierrismo, en quienes ve
por fin a los deseados interlocutores, lejos de un público filisteo que no lo
comprende. Tal vez no haya imaginado el éxito futuro de su última obra, que
perdura como lectura escolar, aparentemente expurgada de los contenidos
históricos e ideológicos que estuvimos tratando de dilucidar. La traición final
de Silvio (y de Arlt) es, quizás en este sentido, una trampa permanente para
cualquier posible comodidad o neutralización, un “cross a la mandíbula”. Como
sea, no se lee El juguete
rabioso en las escuelas.
Notas:
(1)
Para este tema ver Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, “La Argentina del
Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, “La
fundación de la literatura argentina”, “Vanguardia y criollismo: la aventura
del Martín Fierro” en Ensayos Argentinos, Buenos Aires, CEAL, 1983; y
Beatriz Sarlo, “Sobre la vanguardia, Borges y el criollismo” en La crítica
literaria contemporánea (antología), Bs. Aires, CEAL, 1981.
(2) Este tema, en relación con Güiraldes, lo
desarrollé en mi monografía anterior: “Don Segundo Sombra: ser nacional yxenofobia”.
(3)
Cito según Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra, Bs. As., Losada, trigesimotercera
ed., 1973.
(4)
Esto se verifica graciosamente en otro nivel: si en un diálogo Fabio dice
“culo”, más tarde como narrador dirá “nombre desdoroso” (el otro lado de la
taba).
(5) Un excursus:
en un programa de televisión durante la dictadura, el entonces famoso comodoro
Güiraldes, de la familia del escritor, dijo algo así como que “a un gaucho
verdadero (sic) jamás se le ocurriría pensar que las vaquitas son ajenas”, en
obvia alusión a la canción de Yupanqui.
(6)
Ver la célebre escena del rebencazo “casi insensible” (p. 56) y comparar con
las escenas de Silvio en la Escuela Militar. “Obedeciendo a las voces de mando
dejaba entrar en mí la indiferente extensión de la llanura. Esto hipnotizaba el
organismo, dejando independientes los trabajos de la pena” (p. 132).
(7)
Cito según Roberto Arlt, El juguete rabioso, Barcelona, Bruguera, 1981.
(8)
Ver al respecto David Viñas, “El escritor vacilante: Arlt, Boedo y Discépolo”
en La crítica literaria contemporánea (op. cit.)
(9)
Ver Ricardo Piglia, “Roberto Aflt: una crítica de la economía literaria”, Los
Libros, Bs. As. nro. 29, marzo/abril, 1973 y Ricardo Piglia, “Roberto Arlt: la
ficción del dinero”, Hispamérica, Bs. As., año II, nro. 7, 1974.
(10)
Registramos incluso una curiosa metáfora: “sólo una vez pudimos sangrar de su
dinero a un cajón sin timbre de alarma”, p. 35, que recuerda el proverbio
latino: “pecunia alter sanguis”.
(11)
Dinero, ciencia, saber. Magia. “Nos parecía que en aquel momento (cuando
prueban el cañón) habíamos descubierto un nuevo continente, o que por magia nos
encontrábamos convertidos en dueños de la tierra”. Poder.
(12)
David Viñas, op. cit.
(13)
Ver David Viñas, Literatura Argentina y Realidad política, Bs. As.,
CEAL, 1982 (cap. sobre “Amos y criados…”).
(14)
Ver Oscar Masotta, Sexo y traición en Roberto Arlt, Bs. As., CEAL, 1982
(julio de
1986)