(Los años despiadados,
de David Viñas,
y La boca de la ballena,
de Héctor Lastra)
El cuerpo es traición contra sí mismo
Nicolás Rosa
Es también lo que ocurre, sin voz,
en el “Poema conjetural” o en “El Sur” de
Borges,
y con voz en “La fiesta del monstruo”.
El desafío del monstruo se dirige siempre al
cuerpo
del hombre de letras y cielos.
Josefina Ludmer
El trabajo que presenté en las jornadas del año pasado (Valle, 2010) se
llamaba “El cuerpo y la letra: líderes carismáticos y razón populista
(de Facundo a Evo)”. Como
su título indica, se trataba de rastrear las figuraciones del líder, y de su
ascendencia sobre la masa, en algunos textos literarios de cierta importancia,
como Facundo, Los sertones y novelas de la Revolución Mexicana.
Ahora
trataré de rastrear el revés de la trama: la seducción que ejerce, no el líder,
sino la masa. Sobre quién y de qué manera. Por eso la ambigüedad de la
preposición “de” en el título de este trabajo.
Voy a
hablar de dos novelas que tienen muchos puntos en común, aunque la separen casi
veinte años en cuanto a su fecha de escritura.
Los años despiadados (LAD) se editó en 1956; es la primera
novela escrita por Viñas, aunque la segunda publicada (Valverde, 1989: 94 y
ss.), y esto es muy importante, porque está dedicada temáticamente a la gran
obsesión del escritor, el peronismo, e inaugura muchas de las líneas maestras
de su obra. Es un verdadero “comienzo” (beginning),
en el sentido de Edward Said (1975), algo que permite una re-construcción a
posteriori, más que un inicio meramente temporal.
La boca de la ballena (LBB) se publicó por primera vez en
1973 y fue prohibida al poco tiempo por razones de “moralidad”. Esto no deja de
ser curioso, ya que en ese momento había un gobierno peronista, y la novela,
sin ser abiertamente peronista, explora sin ninguna condescendencia el interior
en descomposición de las clases oligárquicas que produjeron el derrocamiento de
Perón.
LAD
transcurre en 1951, apogeo del peronismo clásico. Evita aún está viva, y no se
avizora ningún final de época, al contrario. (También es el año de publicación
en libro del cuento de Cortázar “Casa tomada”, al que LAD alude un par de
veces.)[1]
LBB, en
cambio, transcurre en 1955, durante la finalización violenta gobierno peronista.[2]
El
protagonista de ambas novelas es un chico, un preadolescente. Rubén, en LAD,
vive con su hermana y su madre en una casa de departamentos de Buenos Aires, a
la que se mudan al principio de la novela, en un movimiento social descendente
atribuible al peronismo. El chico de LBB, que narra en primera persona y nunca
es nombrado por otros, vive en una familia oligárquica, también venida a menos,
pero en San Isidro.
Ambas
familias carecen de padre, lo cual es muy significativo en tanto ausencia que
es evidentemente llenada por el gran Padre de todos, Perón.[3]
Por último, y lo más importante, las dos novelas
tienen una referencia clara en “El matadero”, de Echeverría.
Como es sabido, “El matadero” ha sido considerado
el texto fundante de una tradición narrativa que trata, por un lado, de
ejemplificar la dicotomía sarmientina y, por otro, de resolver, si bien
precariamente, el problema narrativo-ideológico de “contar al otro”.
Entonces, esta literatura, la “literatura
nacional”, como también suele repetirse, empieza con una violación. Y la violación es el acmé de las dos novelas
que estoy comentando.
La otredad, ya en Echeverría, se carga con
las connotaciones que trazan una línea, una serie literaria que quisiera leer:
es una fuente de constante amenaza (a la propia vida, pero asimismo a la
integridad de sentido y, también por este lado, a la tranquilidad, a la
seguridad); consecuentemente, es un polo de seducción: se desea lo otro,
lo que no soy yo mismo, pero —al reconocer en ese otro parte de mí mismo, o a la
inversa (y esto está clarísimo en Sarmiento)— se reinstala el verdadero objeto
del deseo, la Totalidad perdida.
Entonces, la dicotomía que va a estructurar estos
textos es la de amenaza/seducción.
Exactamente el camino que va de LAD a LBB.[4]
El misterio de lo desconocido, lo indefinible, lo
opaco, lo indecible (lo incomunicable es fuente de toda violencia, decía por
entonces Sartre). Objetivación y exteriorización de lo irracional, lo intuitivo
(a veces valorado positivamente tanto desde el pensamiento populista como desde
la intelligentsia culposa). En suma, reificación de un polo de una
contradicción real ideologizada. Como siempre, bajo la forma de hipóstasis o
elipsis, de negación o desplazamiento, reencontramos, más sencillamente, la
lucha de clases.
En LAD, desde el título mismo, se plantea una polisemia triangular.
Si esos “años despiadados” son los del peronismo y a la vez los de la
adolescencia, el texto postula (“transitivamente”) la época peronista como una
forma de adolescencia: transición, crecimiento desgarrante y, sobre todo, aparición
de lo que está oculto, latente. El
peronismo es un país que sale de la infancia
y se encamina hacia una adultez cuya forma aparece aún incógnita.
Aquí, el adolescente prototípico es Rubén, con su ambigüedad sexual,
sus vacilaciones, su inserción de clase (Sebreli, por esta época, decía que la
juventud es un mito de la conciencia burguesa, que el proletariado pasa
directamente de la niñez a la adultez). Rubén-Rube-Rubi-el rubio representa esa
suerte de “pecado original” de la clase media que Masotta iba a analizar en su
libro sobre Arlt. Sus relaciones con Mario, el “morocho”, el hijo del portero,
son de una dominación aparentemente reversible: si Mario es todopoderoso, hace
lo que le da la gana, “se los coje a todos”, Rubén lo domina discursivamente (por
ejemplo, en el capítulo VI, donde juegan de acuerdo con sus reglas y logra que
Mario se vista de mujer).
Rubén mira al mundo desde arriba, desde su “torre”; su poder es
visual, discursivo, ficcional, masturbatorio. “Rubén contemplaba todo desde su rincón. Allí estaba seguro… ‘Nadie me ve’…
Se sentía poderoso… Y él veía todo: era invulnerable y podía ser implacable… Desde ahí arriba… algo inesperado para los de allá abajo” (p. 9; subrayado mío).
Pero “conocer desde arriba —le dice Mario, más
adelante— no es conocer… Conocer a alguien es haberlo visto de cerca, haberlo
tocado…” (p. 112). El lugar de Mario (del peronismo) es
la realidad, “las cosas”, el mundo verdadero, sobre todo la calle. Y
éste es finalmente el escenario de la violación, que consuma lo no explicitado
de “El matadero”, y de alguna manera lo justifica. El peronismo aparece,
entonces, no sólo como lo oculto de la sociedad argentina (lo “invisible” de
Mallea), sino también como una especie de culpa que la clase media debe
—o incluso quiere— expiar. El objeto (inerte, explotable, narrable) que se
vuelve sujeto. La mirada desde arriba, correlativamente, se vuelve
mirada desde abajo (la posición del que es violado).
Habría que agregar a este esquema sus ratificaciones laterales (o no
tanto), especialmente en el personaje de Ofelia, hermana de Rubén, en la que la
ambigua fascinación hacia el peronismo está explicitada con otras formas de
consumación. Ella concurre a las manifestaciones para experimentar el contacto
corporal con las masas y alcanzar una forma de satisfacción libidinal apenas
sublimada: “Ahora me siento cansada… pero me gusta” (p. 52).
El texto se construye en base a estas tensiones: el peronismo sigue
siendo la masa informe, agresiva, poderosa, inorgánica; pero también síntoma,
emergente de una realidad social de cuyas contradicciones la novela quiere
hacerse cargo. Esta realidad es vista bajo una forma sartreanamente
totalizadora en la que cada elemento puede y debe ser relacionado con otros, y
cada nivel tiene su correlato en otro nivel, apuntando hacia la recuperación de
un sentido global. De esta manera, la lucha de clases tiene su manifestación en
los cuerpos, en la sexualidad,[5]
y ésta, por lo tanto, ser metáfora de aquélla.
El peronismo como amenaza,
como misterio, como tentación, como seducción. Pero
también como un callejón sin salida (salvo imaginarias).
El chico de LBB, igual que Ofelia en LAD, se siente atraído por “el
bajo”, la zona pobre que está enfrente de su casa, la mansión familiar en la
que se van clausurando habitaciones, para ahorrar. Él pasea por la villa
miseria como terreno propio, para aislarse de su familia decadente, pero
también para internarse en el descubrimiento de una otredad que resulta al fin reveladora
de su propia definición sexual.
“El bajo, Margarita y el pueblo seguían siendo, hasta ese entonces,
mi único escape y mi única posibilidad de nuevos descubrimientos” (p. 103); “el
bajo es mío” (p. 150). No deja de ser curioso que el chico experimente la
relación con el bajo (al que también llaman “el pueblo”) y con sus personajes en
los modos de la posesión, de la propiedad. Quizás por esto no hay redención
allí; porque —y en la medida en que— no hay (verdadero) desclasamiento.
El bajo es el infierno, pero también la tentación. Sodoma (como se
dice en la novela), con sus múltiples significados y connotaciones.
Al final de la novela, cae el peronismo, y el “pueblo” es
parcialmente incendiado (entre otras cosas, como venganza contra la “quema de
iglesias”). Cuando el chico pasea por esas ruinas, tratando de recuperar
aquello que él creía suyo, lo único que
era suyo, ocurre la violación final, definitiva.
Y esta violación final resulta prolegómeno de la muerte (simbólica,
ya que se narra desde “después”).
Otra vez, la necesidad de humillarse como para pagar culpas (personales,
de clase), pero encontrando en ese mismo gesto un placer que en definitiva realimenta
la culpa.
Bibliografía
Avellaneda,
Andrés, 1986, “Héctor Lastra. Testimonio, Hispamérica,
Año 15, N.º 43, abril (http://www.jstor.org/stable/i20539143).
Lastra,
Héctor, 1984, La boca de la ballena,
Buenos Aires, Legasa (primera ed., Corregidor, 1973.
Rosa,
Nicolás, 1969, “Sexo y novela: David Viñas”, en Crítica y significación, Buenos Aires, Galerna, 1970.
Said, Edward, 1975, Beginnings: Intention and Method, Columbia University Press.
Valle,
Pablo, 2010, “El cuerpo y la letra: líderes carismáticos y razón populista (deFacundo a Evo)”, en las Jornadas de Investigación,
Instituto de Literatura Argentina, octubre (en prensa).
Valverde,
Estela, 1989, David Viñas: en busca de
una síntesis de la Historia argentina, Buenos Aires, Plus Ultra.
Viñas,
David, 1967, Los años despiadados,
Buenos Aires, Ediciones De la Flor (primera ed., Letras Universitarias, 1956).
[1] “Que toda la casa, la calle, toda la ciudad habían
sido tomadas” (p. 34)
[2] Sin embargo, o por eso mismo, el narrador llega a
decir: “Es que en esos años, el peronismo no era para mí un sistema político
sino una cosa natural, un elemento más dentro del mundo en el que había nacido
y en el que me tocaba vivir” (p. 212).
[3] Aunque hay algunas sugerencias veladas respecto de un
carismático y omnipresente tío Pablo, que quizás sea su padre.
[4] Pasando, para mencionarlo nuevamente, por el primer
Cortázar, el de “Ómnibus”, “Casa tomada” y, más que nada, “Las puertas del
cielo”, sin excluir la temprana novela, publicada póstumamente, El examen. Podríamos insertar aquí “La fiesta del
monstruo”, de Borges-Bioy, pero con otras connotaciones más despiadadas,
justamente.
[5] “El cuerpo simboliza la existencia, es la existencia,
puesto que actualiza el ser: la hace presente. La novelística de Viñas es, al
nivel estructural, una fenomenología del cuerpo, lo que implica,
ideológicamente, una descripción completa del cuerpo como tal —la carnalidad
orgánica—; del cuerpo y sus relaciones con los otros cuerpos —el cuerpo como
existente—; y del cuerpo y sus relaciones con el mundo —la ‘corporalidad’ en
situación. (...) La vida corporal y el psiquismo están en estrecha relación.
(...) El cuerpo es, pues, el ser y, al mismo tiempo, el mundo (...). En las
novelas de Viñas el cuerpo está siempre presente (…). La presencia carnal de
los cuerpos es para Viñas la presencia del Mal; su ausencia: la muerte, la
negación de la materia, del mundo (…). La corporalidad es la carne en acción,
es decir en el tiempo, en la historia” (Rosa, 1969).
(Ponencia en las I Jornadas de Investigación "Latinoamérica, literaura y política. Homenaje a David Viñas", Facultad de Filosofía y letras, Buenos Aires, 13 y 14 de octubre de 2011.)