(Sobre El divino, de Gustavo Álvarez Gardeazábal)
Quisiera
ubicar este trabajo en el marco mucho más ambicioso de un estudio general sobre
los líderes populistas en la literatura latinoamericana, a quienes a su vez
pretendo situar en una taxonomía, un continuum,
que vaya entre los dos polos caracterizados por las figuras tópicas del
dictador latinoamericano y el rebelde primitivo.
Si bien
suele identificarse al líder populista como un caudillo de masas a cargo del
Estado, en este caso voy a proponer el concepto provisorio de líder paraestatal, a semejanza de esas
figuras que tanto conocemos, desgraciadamente, en la política latinoamericana
de las décadas del sesenta en adelante: paramilitares, parapoliciales, etc.
Para esta
caracterización, me voy a valer de la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal El divino, porque se presta idealmente
para eso, tanto por su personaje principal como por la dinámica social e
ideológica en la que lo ubica.
Es fácil ver
que la figura del divino está muy relacionada con la de Pablo Escobar Gaviria,
lo que también me permitirá algunas reflexiones más generales sobre esa
dinámica, en la historia concreta de Colombia en particular, y de Latinoamérica
en general.
***
El divino reelabora
estructuralmente la trajinada parábola del hijo pródigo, en la forma más general
del regreso al pueblo natal, como en Pedro
Páramo, de Rulfo, o El resplandor,
de Mauricio Magdaleno (con la cual tiene muchos puntos de contacto, sobre todo
ese tópico del regreso del coterráneo convertido en un “personaje”, en este
caso un político, de quien se esperan dádivas y “progreso”).
Es, en ese
sentido, también, una novela de “pueblo chico/infierno grande”, coral, en la
que, en cierto sentido, hay un narrador inevitablemente colectivo, como en Recuerdo del porvenir, de Elena Garro.
Efectivamente, algunos fragmentos están narrados por un personaje lateral de la
trama; pero más importante es que la focalización, aparentemente omnisciente,
en realidad va migrando de posiciones.
Mauro, el
protagonista, es un muchacho originario del pueblo de Ricaurte, donde sólo
“votamos... 93 personas, porque a los bobos no los dejan” (p. 20).[1] Los bobos[2] son 39 y, de alguna
manera, el espejeo de los números indica cierta equivalencia. El joven, por su
parte, posee dos virtudes: es un gran corredor (metáfora de su meteórico
ascenso en el hampa) y tiene un sexo descomunal, que le sirve precisamente para
abrirse camino en ese mundo (la metáfora popular de las “tres piernas” tiene
esa doble valencia). Va a la ciudad y allí se hace rico en el tráfico, primero,
de marihuana, y luego, de cocaína (itinerario que reproduce un esquema
históricamente comprobable). Todo esto, de alguna manera, contribuye a su
desmesurado apodo: el narcotraficante como un pequeño dios.
El personaje epónimo, justamente, es definido
de muchas maneras en la novela: “el divino Mauro es de la pesada y anda con
guardaespaldas y carro acompañante y todo ese poco de cosas de los ricos de
ahora” (p. 22); “nuestro benefactor y coterráneo Mauro” (p. 61); “el divino
Mauro le ha ayudado a mucha gente en este pueblo” (p. 74); “rey Midas” (p.
204).
La primera
parte de la novela transcurre en la espera del regreso del divino, para las
fiestas religiosas del Divino (con mayúscula), una imagen sagrada que es el
otro orgullo, arcaico, del pueblito de Ricaurte (como reflexiona sobre sí misma
uno de los personajes: “ella pertenecía a otra época, a otras gentes y a otros
dioses”; p. 43). Las fiestas confluyen, ya que el pueblo, en realidad, le debe
más milagros al divino Mauro que a la imagen del Ecce Homo, quizás falsa
incluso, y en todo caso ya impotente
(todo lo contrario que Mauro). Si alguna vez hizo milagros, no parece dispuesto
a repetirlos; y, en todo caso, ha sido remplazado por una mano más terrenal, y
más efectiva.
Las
expectativas con la llegada del divino van a ir in crescendo hacia un final que se anuncia ominoso ─a causa de una
posible venganza─, como en Crónica de una
muerte enunciada, pero se desinfla irónicamente, con un suspiro o quejido
de placer, en una aristeia
homoerótica[3]
y en un suicidio frustrante.
Mauro llega
a Ricaurte, con su “harem de efebos luminosos” (p. 132), y desata una orgía
sinfín, contracara del culto religioso y celebración de una nueva época que ha
llegado para quedarse. En Ricaurte y en Colombia.
Figueroa
Sánchez (2005) lo resume bien:
En El divino, está presente el poder del
narcotráfico, lo que le permite al autor hacer una radiografía política de la
nación, partiendo de la crisis de valores que ha sufrido la sociedad
colombiana, a partir del surgimiento del narcotráfico como fenómeno. Es
importante rescatar el contexto histórico, que se especifica de la siguiente
manera: [citando el libro de Tittler sobre nuestro autor] “Estamos frente,
pues, a un drama moral ─pero no moralizante─, una alegoría sobre la coyuntura
nacional donde el villorrio de Ricaute representa en sus términos más
elementales Colombia, y aun muchas otras partes de América Latina, donde sus
sociedades han saltado de lo feudal a lo postmoderno, sin pasar por una
modernidad ordenada o sustanciosa”. Es más, el poder “Es el producto de un
desequilibrio temporal ocasionado por el chorro repentino de narcodólares en
una sociedad tradicionalista”.
Mauro
reflexiona sobre el poder en términos más complejos aun: “El poder, en el
fondo, no ha sido más que eso, un equilibrio de acciones y reacciones, de
amores y odios, de influencias y resquemores, y el divino Mauro... lo sabía
ejercer para no perderlo. Era un dominio por el dinero, pero de todas maneras
era un poder y a veces mucho más difícil de comprender y ejercer... Allí
residía el poder, en saber tomar la determinación precisa en el momento
adecuado... La mano triste de la pérdida de libertad por el exceso de poder” (pp.
153, 154, 155).
Por otro
lado, Fonseca (2009) ha resumido la novela de la siguiente manera: “En la
novela de Álvarez Gardeázabal, la llegada del mafioso Mauro a un pueblo del sur
de Colombia desemboca en una serie de cambios en la vida diaria de los
habitantes y en un des-colocamiento de las tradiciones de su región con la
llegada de carros de lujo, helicópteros y bienes”.
Fonseca se
propone, en su tesis Cuando llovió dinero
en Macondo, examinar “la trayectoria de la narco-narrativa en Colombia y
México a finales del siglo XX, enfatizando el período 1990 y 2005…”.
Mi estudio
analiza los personajes de las narco-narrativas desde la lógica del dinero fácil
del narcotráfico... Productos de un fenómeno global como es el tráfico de
drogas, las narconarrativas dialogan con los discursos oficiales y crean nuevas
maneras de aproximarse a las ideologías que subyacen al tráfico y también a la ‘guerra
contra las drogas’ en los países productores. [Recordemos las referencias de la
novela a los Estados Unidos, principal país consumidor de drogas.] En el caso
colombiano, el deseo de ingresar al mercado del consumo de bienes de lujo llevó
a muchos jóvenes a entrar en el narcotráfico como sicarios, paleros,
transportadores y guardaespaldas... Tanto en Colombia como en México, el
negocio del narcotráfico produjo cambios en la esfera económica y social con la
emergencia de una nueva escala de valores... el lujo y el derroche de las
fiestas del narcotráfico hacen pensar que ‘el dinero llueve en Macondo’...
Estas
novelas “desmitifican los valores tradicionales de una sociedad letrada y miran
críticamente los discursos de orden y progreso de la sociedad tradicional
frente a los cambios que trae el narcotráfico...”. Resaltan la “emergencia de
tipos sociales como sicarios, narcotraficantes, mulas y chicas ‘prepago’... Sectores
excluidos ven en el narcotráfico la posibilidad de acceder a nuevos cánones de
consumo”. A su vez, “las clases tradicionales se ven gradualmente desplazadas
por la entrada de nuevos ricos...”.
[esta
narrativa] subvierte un imaginario del mafioso, retrata una sociedad que
empieza a rendir homenaje solamente a los hombres capaces de enriquecerse
rápidamente... las narco-narrativas colombianas reflexionan sobre la
culpabilidad de una sociedad que cedió al narcotráfico... la relación entre la
Iglesia y el narcotráfico y la recepción de filantropías en las que flota el
aroma del narcotráfico y el lavado de dinero... Pablo Escobar en la ciudad de
Medellín y Amado Carrillo en México... repartían dinero, casas y regalos a las
familias pobres...
Especialmente
los jóvenes ven en el narcotráfico una
posibilidad
de escalar socialmente y vencer el determinismo social... un imaginario social
que vio en el dinero ilegal la manera más fácil de superar la crisis económica,
social y política de estos dos países... En regiones donde el poder del Estado
es casi nulo,[4]
delincuentes y narcotraficantes han llenado un vacío social y se han convertido
en hombres promotores del desarrollo económico.
Esta “influencia
del narcotráfico en la axiología social”, como dice Fonseca, se ve muy bien la
novela, a través de una mayoría de personajes que caen rendidos a los pies del
divino: “no es de extrañarse en este mundo donde todos los valores han
cambiado” (p. 39). Hasta el obispo ha sido cooptado por el narco (situación a
la que alude uno de los apellidos principales del pueblo, ligados a la Iglesia,
los Borja).
Y esta
temática aparece de manera amplia en las dos discusiones[5] que tiene Melba y “el
doctor”, un político tradicional que se resiste a dejarse llevar por los nuevos
tiempos.
A primera
vista, esta postura del político, mostrado como prácticamente el único “puro”,
parece una ironía, o una broma al menos, del autor implícito. Pero no hay que
olvidarse que el autor real también ha sido un político, que fue intendente de
Tulúa y que se vio involucrado en varias acusaciones cruzadas respecto de su
actuación en contra (o a favor) del narcotráfico. Y tampoco hay que olvidar que
muchos políticos y otros hombres públicos colombianos fueron asesinados por el
narco, debido a su resistencia a ser cooptados, como Luis Galán, que alguna vez
se postuló como sucesor del lamentado Jorge Eliecer Gaitán (explotando incluso
la paronimia de sus apellidos).
La segunda
discusión, justamente, finaliza con una (astuta) opinión del doctor: “Si alguna
oligarquía es inteligente en América Latina es la oligarquía colombiana” (p. 222).
Que hace juego, en espejo, con la célebre frase de Pablo Escobar que Fonseca ha
usado como epígrafe de su tesis: “Qué pobres son los ricos de este país”.[6]
Sabemos que
Pablo Escobar Gaviria, el narco más famoso de todos los tiempos, capo del
cartel de Medellín, fue asesinado en 1993 por una heterogénea y desmesurada
coalición entre el gobierno colombiano y el norteamericano, grupos
parapoliciales y paramilitares, y su cartel rival, el de Cali.
Mark Bowden,
autor de Matar a Pablo Escobar, nos
da algunas pinceladas maestras sobre esa vida y esa muerte paradigmáticas:
Medellín
era la ciudad de Pablo: había sido allí donde había amasado sus miles de
millones de dólares y donde aquel dinero había levantado bloques tic oficinas,
edificios de apartamentos, discotecas y restaurantes; y también donde había
dado casas a los pobres, aquellos mismos que hasta entonces se habían cobijado
debajo de chabolas de carrón, de plástico y de lata, y que, con la boca y la
nariz tapadas por un pañuelo, habían hurgado en las pestilentes montañas de
desperdicios del basurero municipal en busca de cualquier cosa que pudiese ser
recuperada, limpiada y vendida. En ese lugar, don Pablo había construido
canchas de fútbol iluminadas para que los trabajadores pudiesen jugar de noche,
y allí era donde tantas veces había ido a inaugurar instalaciones y cortar
listones. En ocasiones, cuando ya se había convertido en una leyenda, don Pablo
incluso participaba en aquellos partidos. Todos estaban de acuerdo en que don Pablo
se había escondido allí durante dieciséis meses mientras la policía ponía la ciudad
patas arriba; allí había vivido de escondrijo en escondrijo, rodeado de gente
que, de haber conocido su verdadera identidad, tampoco lo habría entregado.
Porque era en aquel barrio de Medellín donde fotos de él colgaban en marcos
dorados, donde la gente le rezaba para que viviera muchos años y tuviera muchos
hijos, y también donde —y él lo sabía bien— aquellos que no rezaban por él, le
tenían terror... Cualquiera puede ser un criminal, pero llegar a ser un
forajido requiere admiradores. El forajido representa algo que va más allá de
su propio destino. Sus actos delictivos, por más egoístas o absurdos que
fueran, transmitían un mensaje social. Los actos de violencia y los crímenes
que cometían eran ataques a un poder lejano y opresivo... Su éxito se debió
fundamentalmente a la particular cultura e historia de su tierra, a la tierra
propiamente dicha y al clima, ingredientes indispensables para las cosechas de
coca y de marihuana. Pero el otro ingrediente de la leyenda era el propio
Pablo, porque a diferencia de los forajidos que le precedieron, él comprendía
el poder de ser considerado una leyenda. Él creó la suya y la nutrió. Era un
matón y un violento, pero tenía conciencia social. Era un capo despiadado y
brutal, pero también un político dotado de un estilo personal y cautivador que,
al menos para algunos, trascendía la bestialidad de sus actos. Era sagaz y
arrogante y lo suficientemente rico como para sacar provecho de esa
popularidad. En palabras del presidente colombiano César Gaviria, Escobar
poseía “una especie de genio innato para las relaciones públicas”. A su muerte,
miles lo lloraron. Y lo era en gran medida por su genial habilidad para
manipular la opinión pública.
Con
lo cual nos abrimos a la propuesta —sólo una propuesta inicial—, de este trabajo.
El divino Mauro, como Pablo Escobar, resulta caracterizado como lo que
podríamos llamar un líder populista
paraestatal. Digo “paraestatal” por analogía irónica con “parapolicial”,
“paramilitar”, etc., pero también como contraposición al hecho de que
habitualmente se estudian los líderes populistas que detentan directamente el
poder del Estado: Perón, Vargas, Cárdenas, etc.
De Mauro se
dice también en la novela: “Él sabe muy bien qué le gusta a su pueblo” (p.
203). Y el hecho de que la afirmación contenga también una alusión sexual refuerza el aserto.
Una última
cuestión, entre tantas, para referirnos a la postura del autor implícito (ya
que los narradores y los focos van variando). Al respecto, una pista nos la da
el mismo texto, como debe ser. Se dice de Ebelina, la que calcula los
biorritmos, que “se apartó para estar acaso mucho más cerca” (p. 169).
Bibliografía
Álvarez Gardeazábal, Gustavo, 1986, El
divino, Bogotá, Plaza & Janés.
Bowden, Mark, 2007, Matar a Pablo Escobar, Barcelona, RBA.
Figueroa Sánchez, Cristo Rafael, 2005, “Reseña de
Jonathan Tittler: El verbo y el mando.
Vida y milagros de Gustavo Álvarez Gardeazábal”, Tabula Rasa. Revista de Humanidades, Tulúa, UCEVA,
pp. 264.
Fonseca, Alberto, 2009, Cuando llovió dinero en Macondo: Literatura y narcotráfico en Colombia y México, University of Kansas.
Hobsbawm, Eric, 2001a, Bandidos, Barcelona, Crítica.
Hobsbawm, Eric, 2001b, Rebeldes primitivos, Barcelona, Crítica.
Página web de Gustavo Álvarez Gardeazábal:
[1] Cito por Gustavo Álvarez Gardeazábal,
1986, El divino, Bogotá, Plaza &
Janés.
[2] Sobre los famosos “bobos” de
Ricaurte, ver: http://aupec.univalle.edu.co/informes/diciembre00/retardo.html.
[3] Que Mauro sea “homosexual” (bisexual
o pansexual, en realidad) implica, entre otras cosas, un desafío al estereotipo
sexista del narco machote; pero es más también: una figuración del narco como
rey griego (Midas), dios andrógino o criatura mítica en general.
[4] Esto nos abre a otra línea de análisis,
la aportada por Eric Hobsbawn sobre el “bandolerismo social”, en su clásico
libro Bandidos. “El bandolerismo como
fenómeno de masas, es decir, la acción independiente de grupos de hombres
violentos y armados, aparecía sólo donde el poder era inestable, estaba ausente
o había fallado. Con el declive e incluso la ruptura y disolución del poder del
estado que estamos presenciando a finales del siglo XX, es posible que gran
parte del mundo esté entrando de nuevo en otra era semejante”. Hobsbawn hace
también referencias a Colombia: “Incluso hoy, por ejemplo, el gobierno de
Colombia no puede controlar varias zonas de su territorio excepto por medio de
incursiones militares periódicas...”. Pero luego relativiza el concepto: “Sea
cual sea la imagen que perdura en el siglo XXI de los guerrilleros de las FARC,
los paramilitares y los pistoleros del cártel de la droga, ya no tendrán nada
en común con el antiguo mito del bandido”. Esto último exige profundización.
[5] Ver pp. 190-191 y 219-222.
[6] “Entre 1976 y 1980 los depósitos en los
bancos colombianos se incrementaron más del doble... Llegaban tal cantidad de
dólares norteamericanos ilegítimos que la élite dirigente comenzó a concebir
maneras de participar en la bonanza sin infringir la ley. El Gobierno del
presidente Alfonso López Michelsen permitió una práctica que el banco central denominó
‘abrir la ventana lateral’: la conversión legal de cantidades ilimitadas de
dólares en pesos colombianos. Toda la nación estaba dispuesta a unirse a la
fiesta de Pablo Escobar... El patrimonio de las familias más influyentes se
había construido sobre los cimientos del crimen: la trata de esclavos, el
tabaco, el tráfico de quinina y tantas otras actividades de dudosa ética”
(Bowden, 2007).
(Ponencia en las
III
Jornadas de investigación “Escenas de literatura latinoamericana”,
Buenos
Aires, Instituto de Literatura Argentina “Ricardo Rojas”,
27-28 de septiembre
de 2012.)