(reseña de La canción de Carla, de Ken Loach)
Ken Loach nació en Londres en 1936. Estudió
derecho en Oxford. Fue actor y ayudante de dirección. En 1963 empezó a trabajar
en la BBC, donde
dirigió series y documentales. Su primer largometraje, Pobre vaca (Poor Cow), de 1967, fue una de las tardías derivaciones
del free cinema inglés, versión
insular de la nouvelle vague
francesa. En 1983 sufrió la censura gubernamental de una serie de documentales,
A Question of Leadership. En general,
los thatcherianos ochenta no le fueron muy propicios. En los noventa, en
cambio, sus trabajos de ficción (Agenda
secreta, Riff-Raff, Raining Stones, Tierra y libertad) tuvieron un gran
éxito, paralelo al de su colega y contemporáneo Stephen Frears, con el que
tiene varios puntos en contacto, menos el de haber tentado suerte en Hollywood
(con los relativamente pobres resultados conocidos).
No deja de ser asombroso y esperanzador
asistir al trabajo de un tipo que no ha transado con las corrientes principales
de la estética y la ideología de este fin de siglo, lo que antes se llamaba el “sistema”, el establishment, la burguesía, el poder, etc. La canción de Carla es un bello ejemplo de esto, y un ejercicio
sólido del más deliberado anacronismo: un relato ambientado en la Nicaragua de 1987, en la
guerra “sucia” de la CIA
y sus “contras” contra un pueblo revolucionario. Ni tan lejano para ser
historia (como casi lo es el tema de Tierra
y libertad, la Guerra
Civil Española) ni tan cercano como para estar a la moda en
algún ámbito posible.
Pese o gracias a esto mismo, Carla’s Song se sostiene en dos firmes
columnas: sensibilidad sin sentimentalismo y una cuidadosa planificación de cada detalle. La elaborada sencillez del
relato no debe engañar, cada momento tiene su motivación y tendrá su
repercusión en otro momento. (Al respecto, prefiero no ser redundante y remitir
al lector al excelente debate entre los miembros de la redacción, reflejado en
este mismo número.)
Anoto, sí, un elemento importante: el actor
Robert Carlyle, George en La canción...,
es también el protagonista de Riff-Raff.
Si bien su extracción social parece más cercana a la clase media en decadencia
de Raining Stones, su mera presencia
enlaza fuertemente ambas películas (y, por esta última característica, las tres
películas). En cierta forma, el obrero rebelde de Riff-Raff es el chofer rebelde de La canción...
Sin embargo, hay en Loach un cierto cambio
estético. En Agenda secreta, Riff-Raff,
Raining Stones, había una imagen
distanciada, a veces hasta borrosa, mucho más cercana al documental, lo que les
daba una paradójica fuerza incluso a ciertas escenas intimistas; pienso, por
ejemplo, en el momento de Raining... en
que la hija que trabaja le da un poco de plata al padre desocupado y él se pone
a llorar cuando se queda a solas. (Beatriz Sarlo, en una nota de Página/12, hizo un interesante
paralelismo entre Riff-Raff y El juego de las lágrimas, que se había
estrenado para la misma época, claro que con más éxito. La primera salía
favorecida, precisamente por ese “realismo” casi de non-fiction.)
Ya en Tierra
y libertad la imagen cambia un poco. Una foto más clara, una cámara más
“quieta”, situaciones que bordean lo melodramático (sobre un fondo de tesis que
no renuncia a cierto esquematismo) socavan la estética anterior, más
ortodoxamente brechtiana. Parece que Loach ha elegido profundizar en ciertas
instancias comunicativas más directas; sus resultados, en términos emocionales,
son evidentes. Se podría objetar (con ánimo contradictor) que esta última
elección se acerca peligrosamente al chantaje afectivo, al que Hollywood nos
tiene acostumbrados. La canción de Carla,
me apresuro a responderme a mí mismo, no es eso. No hay final feliz, no hay consolaciones
fáciles ni conciencias tranquilas. Hoy por hoy, es mucho.
Parece que Loach ha vuelto, para filmar,
dicen, una comedia, a la
Glasgow extraordinariamente descrita en la primera mitad de La canción... Habrá que esperar,
entonces, qué nueva propuesta nos depara este cineasta que sabe ser fiel a sí
mismo sin repetirse y arriesgándose. Lo cual, en tiempos cambiantes, es la
única forma de ser fiel a uno mismo.
(Publicado en la revista La Vereda de Enfrente, 1997.)
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