Si no recuerdo mal, un excelente artículo
de Alan Pauls pasaba revista a las transformaciones que había experimentado en
la pantalla el cuerpo de Arnold Schwartzenegger, desde su fisicoculturismo
ostentoso y banal del principio ¡hasta aparecer embarazado en Junior!
Algo similar podría hacerse con Demi
Moore. Pocos la recuerdan en sus comienzos, como una cuasi teenager regordeta y rubiona. En Ghost, con un look
exteriormente parecido al de la exquisita estrella del cine mudo Louise Brooks,
marcó cierto estilo de fines de los ochenta, que entre nosotros imitó con mucho
éxito Araceli González: delgadita pero sensual, pizpireta, levemente new age. La famosa tapa de revista en la
que se la ve desnuda y embarazada marcó un punto de inflexión. En Acoso sexual ya es una mujerona
agresiva, contundente. En Strip Tease
estrena lolas nuevas y un cuerpo trabajado, fibroso, similar al de Linda
Hamilton en Terminator 2. En Hasta el límite está pelada, look al que ya se atrevió Sigourney
Weaver, y su cuerpo es sometido a esfuerzos “supremos”.
¿De qué se trata todo esto? De nada
nuevo, quizás: el cine es una máquina de dar
cuerpo, en todos los sentidos literales y figurados de la expresión. Los
actores y actrices no sólo corporizan
a sus personajes, sino también a los espectadores. Nuestros cuerpos se modelan
de muchas maneras: con gimnasia, con torturas, con películas. Por ejemplo:
millones de chicas en todo el mundo se miran al espejo y no se ven a sí mismas.
Ven que no son Demi Moore. A esto, un
epifenómeno de los medios masivos de comunicación
(?), del cine industrial, etc., lo llaman bulimia-anorexia, tal vez una
histeria de fin de este siglo. ¿Dónde estará el Freud que la estudie?
(1997)
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