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jueves, 3 de noviembre de 2011

Dolores de madre

Nada más parir la enfermera me ofreció unos calmantes que yo rechacé toda chula. "¡Bua! tampoco duelen tanto estos puntos..." Al segundo me vinieron unos dolores terribles. "O algo va mal o se han dejado otro niño dentro y estoy de parto. No podía quedarme quieta en la cama y dar de mamar a Iván era una misión imposible.

No tardé mucho en llamar a la enfermera. "Esos calmantes de los que hablábamos...". Me tendió dos pastillas sin comentar nada. "Tómese ésta ahora y a las cuatro horas esta otra". Basicamente era gelocatil y paracetamol, pero me dio la vida. Cómo no suelo tomar medicinas enseguida me hizo efecto. Comenté en alto que me dolía demasiado y que a lo mejor tenía que llamar a un médico o algo. "Ay no, hija. Eso son los dolores de madre". "¿Los queee?" "Los dolores de madre" repitió, "Los entuertos. Son los dolores que te dan tras tu segundo parto", me miró en silencio un rato y después añadió. "Yo también pensaba que me había puesto de parto otra vez". ¿Pero es que nadie te explica estas cosas? Tantas revistas de embarazos y partos, tantas clases preparto... Y mi madre... que lo sabía y no se acordó de comentármelo hasta que lo sufrí en mis propias carnes.

Hablando a posteriori con una amiga me comentó que a ella le pasó lo mismo. Le pilló por sorpresa lo de los entuertos y se asustó muchísimo pesando que se habían dejado algo de placenta dentro. Pero lo peor fue el día que le cambió el pañal a su hija recién nacida y se encontró con sangre. "Menos mal que la matrona estaba aún allí y me explicó que las bebés niñas solían tener una pequeña regla por las hormonas, por que si no me da algo". 

Cuantas cosas más me voy a encontrar en el camino de la maternidad que me sorprendan al máximo, pero que para el resto del mundo sea de los más obvio, aunque se les ha olvidado coméntarmelo.

jueves, 27 de octubre de 2011

La experiencia del segundo parto

No hay dos embarazos iguales, ni dos partos, ni dos niños. Eso me ha quedado muy claro con Iván.

Este pequeño se ha hecho de rogar y ha venido con calma. Todo lo contrario que su hermano, que tuvo tanta prisa por venir al mundo que se manifestó con  una larga e interminable contracción (y muy dolorosa).

Con Iván estuve toda la noche notando pequeñas contracciones. Cómo eran muy seguidas le pedí
a Raúl que me llevara al hospital por si acaso. Cómo todo era zona azul, mi marido aparcó lejísimos, casi no había valido la pena coger el coche. Llegamos dando un paseito agradable a través del parque.

Estaba convencida de que era una falsa alarma porque no podía creerme que estuviera de parto con tan poco dolor cuando con Daniel casi me da algo. Pero sí que estaba de parto. Me ingresaron inmediatamente y me pusieron la oxitoxina, otra novedad. Todo fue una novedad porque con mi primogénito no dió tiempo de nada. Hasta el enema. Buf, me lo podía haber ahorrado esta vez también, que desagradable.

El caso es que me tumbé tan comodamente a esperar a que naciera mi segundo hijo. Me las prometía muy felices y presumía con mi marido de lo poco que me dolía esta vez. Cada vez que me preguntaban las enfermeras respondía "Estoy estupenda". Las muy pillas sonreían sin hacer comentarios. Sabían lo que vendría después.

Al poco tiempo la sonrisa se me borró de la cara. ¡Uau! Eso ya empezaba a doler más de la cuenta. Raúl seguía de charleta, pero algo en mi tono de voz le dió la pista para que se callara. Ahora, cada vez que me preguntaban las enfermeras yo contestaba "¿¿Donde está mi epiduraaal??".

Por fin llegó la anestesista. Raúl creyó conveniente leerme el papelillo que había que firmar, pero un bramido mío bastó para que me lo extendiera diligentemente. Puse un garabato ilegible y le supliqué a la anestesista que procediera. La muy cachonda me sugirió que debía pedir un propinilla por su trabajo y así se haría de oro. ¡De diamante se haría la muy condenada! En ese momento le hubiera vendido el alma.

La verdad es que se lo tomó con mucha calma. En venganza llené su inamaculadao unifome de sangre. No fue queriendo claro, pero cuando pegó el gritito me reí un  poco por lo bajini. Eso por lenta. Por fin la droga bendita hizo su efecto y me pude relajar un poco, pero poco, porque enseguida vinieron a sacarme a Iván.

Esta vez la sala de dilatación era también sala de partos, así que ni me tuvieron que mover. Allí mismo vino el pequeñajo al mundo tras un par de empujones. En esta ocasión una enfermera me ayudó a empujar presionando mi barriga. En nada de tiempo tenía a un sanguinolento Iván sobre mí.

Enseguida se lo llevaron a pesar, medir, dedicarle las primeras atenciones médicas y limpiarlo un poquito.Mientras me cosían la episiotomia mi pareja y yo estuvimos comentando lo guapísimo y gordito que era el bebé. Había pesado 3 kilos 430 gramos y medido 50 centímetros.

Ya en la habitación nos acomodamos los tres lo mejor que pudimos para recibir a las primeras visitas. La más importante la de su hermano Daniel. Todo había sido tan rápido que yo aún no me creía que ya fuera madre de dos niños. "Ahora empieza lo bueno" pensé.

jueves, 20 de octubre de 2011

El cordón umbilical

El otro día, estaba yo cambiándole el pañal tranquilamente a Iván, cuando me di cuenta de que le sangraba el ombligo. Le pregunté a la enfermera si eso era normal y si debía limpiarle el cordón umbilical, a lo que me contestó que lo que había que hacer es cortárselo que ahora lo único que le hacía era daño.
Ni corta ni perezosa cogió unas tijeras y "zas" fuera cordón. Yo me puse blanca y me tapé los ojos instintivamente. ¡Qué dentera! Se estuvieron riendo un poco de mi y luego me  preguntaron que si lo quería. "¿El que´?" les pregunté espantada. "Pues la pinza con el cordón" . "¡Iuugh! ¡Qué asco!" la exclamación me salio del alma y llamó la atención del resto del personal.

"¡Pues serás la única que no lo quiere ultimemente!" Me espetó otra enfermera. "Y si se traspapela una la que te montan. Que si tienen todos los cordones del resto de la prole, que si es algo importantísimo para ellos, que si te van a denunciar..." Yo estaba ojoplática. Respeto que la gente se quiera guardar un recuerdo de su bebé, aunque sea algo tan asqueroso (para mi es como si te cortaras las uñas o el pelo y lo guardaras), pero lo que no entiendo es que teniendo al chiquillo ingresado le des tanta importancia a un cacho de tripa. Y mucho menos que te pongas a gritarle a la enfermera que sabes que está cuidando a tu bebé.

Para mí lo más importante en ese momento era que Iván se pudiera venir conmigo a casa y que las enfermeras le cuidaran con cariño y no mecánicamente. Nunca se me ocurriría increparle a una sabiendo que la comodidad de Iván está en sus manos. Afortunadamente no vi que ninguna pagara la bordería de los padres con sus retoños. Se nota que son unas profesionales.

jueves, 13 de octubre de 2011

Complicaciones

Me hubiera encantado que esta entrada hubiera versado sobre mi experiencia con el segundo parto, pero eso tendrá que esperar a momentos más felices. Mi pequeño Iván tiene una malformación congénita en la válvula aórtica, con lo cual no se libra de tener que sufrir una operación. Y probablemente en un futuro haya más. Cuando nos lo dijeron Raúl y yo nos vinimos un poco abajo, pero luego pensándolo en frío decidimos agarrarnos sólo a las buenas noticias: "...tiene solución... hay muchas posibilidades de que el niño haga una vida normal..." Cómo todo depende de cómo evolucione en su primer mes de vida sólo nos queda esperar, aunque hay muchas probabilidades de que le hagan una intervención antes porque, a medida que crece el bebé la patología se agrava.

Iván está estupendo a primera vista. Sonrosadito, come como si le fuera la vida en ello, está muy gordito y precioso. Lo tienen ingresado en neonatos porque está en constante observación, como es lógico. Raúl y yo intentamos sacar tiempo para estar con los dos, porque Daniel también nos necesita. Pregunta siempre por Iván, se vuelve loco de alegría cuando su padre le enseña fotos del hermanito y ahora está cuidando del osito de Iván mientras no pueda venir a casa.

Menos mal que mi madre se está ocupando de él y de la casa en este momento. Si no fuera así sería todo mucho más complicado. Sólo queda esperar y estar al pié del cañón. Seguro que pronto estemos los cuatro juntitos en familia. Con miles de visitas a médicos y millones de preocupaciones, pero juntos.

martes, 11 de octubre de 2011

Iván


Ya está aquí. Por fin tengo a Iván en mis brazos. Se ha hecho de rogar, pero luego ha salido muy rapidito. Parece un santito. Daniel también fue muy tranquilo los primeros días. Cómo nos engañó el muy sinvergüenza. Ahora no pongo la mano en el fuego por el nuevo bebé.

Daniel vino emocionado a ver a su hermano. "Iván, Iván" chillaba. Intentaba tocarlo y besarlo todo el tiempo, bajo la atenta supervisión de Raúl y de mi madre. A su madre le hizo poco caso. Sólo un escueto "Hola mamá". A ver si la que me voy a poner celosa soy yo.

sábado, 8 de octubre de 2011

¡¡Contracciones!!

Llevo ya casi un mes con contracciones dispersas, pero que cuando llegan vienen pisando fuerte. Normalmente me dan en la calle y cuando más prisa tengo. Sí señores, la ley de Murphy se cumple siempre en mi vida.

Ayer tenía que ir a hacerme un registro. Es decir, a que le hagan un electrocardiograma al corazón del niño. Así que me presenté en el hospital con unas contracciones subiditas y casi renqueando.

Me llamaron enseguida y me hicieron acostarme en una cama para conectarme a los monitores. Una vez sentada o tumbada me suele bajar el ritmo de los dolorcillos, así que me relajé tanto que casi me duermo. Me sacó de la ensoñación la enfermera preguntándome si me dolía. "Puueeesss no, no mucho" "Ajá" me contestó con tono monocorde y cara de póker. Ummm, que rayos significa eso. Nada, nada yo a lo mío.

Después de un rato veo que se van las dos chicas que habían entrado después de mí. Buf, que aburrimiento ¿por qué no me dejan que me vaya yo también? Ni idea, porque la enfermera se pasa a ver los monitores con su cara de poker, me agita la barriga, me recoloca los cachivaches y se vuelve a ir sin decir esta boca es mía.

Cuando ya pasaba demasiado tiempo para mí (mis riñones se quejaban a gritos de estar tanto tiempo en la misma postura) por fin se digna a dirigirme la palabra. Me manda a la sala de espera y me indica que me llamarán para que me vea la doctora porque tengo contraciones. "¡¡Pero no estaré de parto!! ¿Verdad?" "Si estuvieras de parto no estarías tan tranquila". Buena, respuesta. ¡Ale! A levantarme por fin de la cama y a esperar. Humpf, humpf. No va a ser tan fácil. "¡Vengaaaa! ¡Ánimo! Que ya casi lo consigues" canturreaba la enfermera. Menos ánimos y dame un empujoncito maldita. Pero nada no se la veía dispuesta a ayudarme, así que con un esfuerzo sobrehumano logré ponerme de pié. Llego a caerme y le muerdo un ojo.

Con toda la paciencia del mundo me senté de nuevo en la sala de espera. Esta vez tampoco tardaron nada en llamarme. Tocaba despatarrarse. Con lo poco que me gusta. Tras un momento tenso por mi parte la tocóloga llegó a la conclusión de que no estaba de parto, pero que tenía contracciones y estaba dilatando, así qué me iba a hacer una desagradable prueba y a casa. "¿Entonces me puedo poner de parto hoy mismo?" le pregunté ansiosa ."Puede" me contestó cautelosa. "Pero puede que no" insistí,  "Puede que no". Estupendo. la mejor manera de no decirte nada. "¿Y puede que no para al niño en tres días?" "Pues por poder..." Vale, me queda claro, que Iván va a venir cuando le dé la gana.

Salí del hospital con más contracciones todavía. Uy que no llego a mi casita, que no llegoooo. Con estas perspectivas hay que actuar rápido. Mañana viene mi madre por fin, pero esta noche estamos sólos Raúl y yo ante el peligro. ¿Y si me pongo de parto? Habría que despertar a Daniel a la hora que sea para llevarlo con nosotros al hospital. Más vale prevenir que curar, así que marqué el número de la abuela Chari, que se prestó encantada, no sólo a tenerlo con ella esa noche, sino también a recogerlo en la guardería y cuidarlo esa tarde para que yo no hiciera esfuerzos. Se agradece en el alma. Ya me quedo mas tranquila. Aunque las contracciones siguen. Uf, que dolor.
Ya en casita me siento, me tumbo, me pongo de un lado, me pongo de otro. No hay manera, sigo igual. Empieza a ser preocupante, así que... a la ducha de cabeza para estar bien limpita por si acaso. Bueno, parece que el agua caliente sí que hace efecto. Los dolores bajan y el niño se ha debido dormir. Menos mal. De todas formas, me quedo más tranquila si Daniel duerme hoy con Chari. No vaya a ser...

Cómo son las cosas. Daniel fue chimpum pim pum "¡Aquí estoy!" E Iván parece que va avisando "Cuidado que voooy, que voooy". Sólo queda seguir esperando.

lunes, 7 de diciembre de 2009

En el hospital

Una vez arreglado el niño me lo enchufaron conmigo en la cama-camilla y vuelta a Dilatación a esperar que se quedara libre una habitación en planta. La familia política había llegado hacía horas a pesar de que Raúl les había dicho que aún quedaba un rato para que Daniel asomara su cabecita coniforme. Mientras esperábamos el feliz acontecimiento entraban de uno en uno para darme ánimos, pero una vez expulsado el enano se congregaron todos en la mini habitación. A todos le pareció muy guapo el niño, lo que demuestra su mal gusto o lo bien que se les dan las mentiras piadosas porque el pequeñazo parecía sacado de la serie “Alien nation”. Eso sí, desde su primer minuto de vida ya le encontraba yo una gracia especial. No porque sea mío, noooooooo. Es que la tiene. Ejem, ejem.

Los únicos que se acordaron de la pobre madre en ese momento fueron mis cuñaditos Luis y Marta que aparecieron con una caja de lenguas de gato. Ummmmm, chocolaaaaaaaaaate. Puntualizaré que he sido una triste embarazada diabética, aunque he de confesar que a partir del 13 de agosto, mi boda, pequé, pequé y pequé repetidas veces. Es que la Luna de miel la pasamos en Portugal y que dulces, bollos y repostería varia encuentras allí, de cinco estrellas, para chuparse los dedos, slurp, slurp. No hay palabras.

Una matrona entró y me enchufó el niño en el pecho. Oye, no se lo pensó dos veces y me estrujó el pezón con ahínco. Se podía oir perfectamente como succionaba. Impresionante y un pelín doloroso.

Por fin me dieron habitación y hasta la cuarta planta que nos llevó el celador. Pero una vez allí nos quedamos en el pasillo. Nos habían anunciado la vacante de forma precipitada, así que la enfermera le ordenó displicente al celador que nos dejara en el pasillo o de nuevo donde nos había recogido. Al celador se le hincharon las narices y le espetó que en el pasillo iba a dejar a su madre. Con lo cual se enzarzaron en una incómoda discusión que presenciamos madre, hijo y familia política mientras disimulábamos que no iba con nosotros. Finalmente el celador cogió las riendas de la camilla de nuevo y me devolvió a Dilatación despotricando contra las enfermeras de la cuarta planta. Así es la Seguridad Social. Así y, a veces, peor. Al rato, otra vez para arriba. Ahora sí. Ya tenía habitación y Daniel cunita.

Las habitaciones eran compartidas. La chica que nos tocó al lado también era primeriza, pero se la veía muy ducha en estas lides. Su marido era un huevón que no hacía nada de nada. Solo estar. Afortunadamente, en mi caso Raúl se hizo cargo de la situación rápidamente, porque los efectos de la anestesia comenzaban a disiparse y el dolor se hacía notar. Me costaba moverme un mundo. Teniendo en cuenta qaue la chica de al lado se movía sin problemas y lo orgullosa que soy yo, me estaba entrando la depresión posparto.

Nuestro vecinito bebé se llamaba Hugo y no hacía más que llorar. Más tarde nos enteramos que lo que tenía el pobre era hambre. Le dieron un poquito de leche y le cambió la cara de demonio berreante a angelito durmiente. Parecía un milagro.

La primera noche la pasé muy bien. Estaba tan cansada que dormí casi del tirón. La verdad es que me costó hasta oir llorar a mi hijo. Aunque finalmente me desperté y lo enchufé al pecho. Mi niño, pobrecito. En cambio Raúl tenía una versión muy diferente de su primera noche y sus grandes ojeras le sirvieron de testigo. "El niño Hugo berreando, el marido roncando, estuvieron con una tele portatil hasta las mil grrrr, grrrr. El suelo estaba duro y frío...¡Mi espaldaaaaaaaa!".

Menos mal que al día siguiente venía mi madre al hospital y él se pudo ir para ducharse y descansar. A pesar de todo le costó despegarse de su hijito. Casi le tuvimos que echar a patadas.

Por la tarde nos concentramos un grupo más numeroso en la habitación. La enfermera cogió a Daniel y le quitó la venda del a cabeza. Se hizo un silencio sepulcral. Vaya pepino que tenía por cabeza. "Eso se arregla", "En un mes ya tiene la cabeza redondita", "Aun así es guapo".

Al principio el comentario era unánime: "¡Este niño es un santo!" "Nunca llora" "¡Angelito!". No sabía la que me esperaba luego.

El trato en el hospital fue bueno en general, pero todavía no entiendo por qué casi me voy con la vía a casa. Me cansé de pedir a las enfermeras que me la quitaran y nunca tenían tiempo porque, según ellas, estaban superadas. Poco antes de dejar el hospital, 48 horas después del nacimiento, una de ellas me la quitó en un minuto. ¡¡En un minutoooooooooo!!! Y hasta entonces cuidadito al moverme, cuidadito al ducharme, ay ay me dí en la vía y se me ha movido la aguja. ¡Qué grima!

El caso es que no veía el momento de irme a mi casa y cuando por fin me dieron el alta empezaron a venir familiares, Raúl se fue a buscar el coche, tardó una eternidad...El caso es que parecía que no me podían sacar de la habitación ni con aceite hirviendo y eso que hubo mucha presión por parte de las enfermeras. "¿¿¡¡Todavía aquí!!?? Pero al final nos fuimos, rumbo a lo desconocido.

viernes, 4 de diciembre de 2009

El parto

“Raúl déjame tu móvil que tengo que llamar al trabajo”, “¿Pero no sería mejor llamar luego?” Este chico siempre me lo tiene que poner difícil, discutiéndome hasta la cosa más nimia. “Es que prefiero llamar ahora”, “Ya, pero es que ahora estás pariendo” Paciencia, paciencia. “Sí, pero con la epidural ya soy otra. Dammme el teléfono gñ gñ”, “Pero…”, “Groarl”, “Vale, vale. Toma el teléfono”, “Mil gracias amor”. La verdad es que la epidural es una maravilla, me sentía mejor que nunca. Marqué el teléfono de la oficina. “¿Síiiiiii?”, era Rocío, la secretaria de la Jefa. “Estoy de parto”, “¡¡LO SABÍAAAAAAAAAAAA!!, ¡Lo sabía! Desde que he visto que no aparecías me dije: ésta está de parto. Pero como es que llamas tú, ¿Ya ha nacido? ¿Cómo estas?” Que maja ¿verdad? Le dije que aun no había nacido y que ya nos veríamos dentro de cuatro meses. En ese momento sonaba bien. No sabía lo que me esperaba.
Ahora a llamar a mi madre: "Mama, estoy de parto". "¿Qué? ¡¡¡¿Cómo?!!! ¿No me has esperado? No te lo voy a perdonar en la vida ¡hija desnaturalizada!", "Pero mamá, si la fecha límite para pariera el 10 de octubre y tú te venías a Madrid desde Las Palmas el 8. Era bastante fácil que el niño naciera antes" "Nada, nada. Desheredada y maldita para toda tu vida. Y te cuelgo que tengo que comprar un billete de avión. Besos, besos". Que poco le gusta viajar. Pero en esta ocasión no le quedó más remedio. Aunque sugirió que me fuera a Las palmas a parir. Si por intentarlo...
Las matronas entraban y salían como Pedro por su casa. Te miraban las constantes del bebé y las contracciones, te soltaban un comentario amable y se iban de nuevo. De vez en cuando te despatarraban de una forma humillante y comprobaban por dónde iba la cabeza del chiquillo “Este nace ahora mismo” me decían. Según Raúl estaba teniendo contracciones a lo bestia, pero a mi plim. No notaba más que un agradable cosquilleo y una modorrilla interesante. Una de las matronas nos aseguró que ya se veía la cabeza “Mira futuro papá, ¿ves el pelito?” “Ummmmm, siiiieh”. “Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ¿lo ves? ¿lo ves?" Le pregunté emocionada, pero en seguida le noté en la cara que ni pelito, ni cabeza ni nada de nada. Supongo que hay que ser matrona para ver tan en mi interior.

“A ver. Intenta subir una pierna para ver como va lo de la epidural” me mandó una de las matronas, así que yo le obedecí diligente. “mmmmmmmmmññññññññprrrrrrrffff”, “grrrrrrrrrrrrrmmmmmfprrrrrrrmmmmmmmmmm”, puf, puf, que gran esfuerzo. “Bueno, ya ¿no?”, la cara de la enfermera me lo dijo todo “la verdad es que no, no la has subido nada de nada. Creo que será que te bajemos la epidural” No. No. Nooooooooo. Pero no tuvo compasión de mí y me la bajaron. Menos mal que seguí sin notar dolor.

Por fin me metieron en el paritorio. “¿El marido va a entrar?” Miré expectante a Raúl. Estas cosas no suelen ser su fuerte. Pero para mi sorpresa se mostró más que dispuesto. Y no se limitó a quedarse en un rincón. Lo vio todo desde la primera fila. No lo podía creer. Yo pensaba “Y ahora es cuando no lo resiste más y se desmaya”, pero no. De hecho se le veía muy feliz.

“Vamos a ponerte sentada para que puedas ver como sale tu hijo” Si no tengo interés… “Bueno, como quieras” Ay, que poca personalidad tengo. “Sujétate con las piernas” Difícil. “Pero incorpórate ya, ummm, ¿A qué esperas?”, “es que se han pasado un pelín con la epidural” La matrona no insistió y se conformó con que pariera de la forma tradicional.

“Empuja, ahora” “Ummmmmmmmmmmmmmpff, Ummmmmmmmmmmpff” “Muy bien, empujas de maravilla, tu segundo hijo saldrá propulsado y se estrellará contra la pared de enfrente” Me alegro mucho, pero agradecería que nos centráramos en éste primero. Me dijo que en tres empujones estaría fuera y puedo asegurar que yo conté más de tres, unos cuantos más. “A ver si nace de una veeeez” pensaba para mis adentros sintiéndome un poco engañada. Y al fin salió. Me pusieron encima una cosita sanguinolenta y desorientada con cara de “Qué pasa, qué pasa”. Enseguida me lo quitaron y lo llevaron para arreglarlo un poco y medirlo. Entonces lo oí. Ese “Buaaaaaaaaaaaa” penetrante que me taladraría lo oídos durante mucho, muuucho tiempo. Y me eché a temblar.

La matrona comenzó a darme puntos en el desgarro. No me cortaron porque la matrona estaba convencida de que cabía “Que sí, hombre, claro que cabe, no te voy a hacer ningún corte, si tiene una cabeza pequeñita, pequeñita. Tú empuja, a ver, si empuja, más. Bueno, parece que la cabeza no era tan pequeña. Anda como me ha engañado el niño. Pues a lo mejor no cabe, pero el caso es que ya no puedo hacer nada. Ay ay que no cabe…vaya, pues al final te ha desgarrado un poquito, ejem, ejem”. Llegado un momento, la matrona requirió la ayuda de Raul. “Y dime nuevo papá ¿Tú crees que esto era más o menos así? Cómo tú ya lo has visto otras veces...”. Que estén hablando así de tus partes pudendas no suele ser agradable. Os lo aseguro. Raul se encogió de hombros y corrió a coger a su hijo en brazos. Estaba exultante.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Los dolores

Llevaba un par de noches durmiendo mal, la anterior no había pegado ojo y ésta parecía que iba por el mismo camino. Me levanté de la cama y cogí un comic de Enigma que me picaba la curiosidad desde hacía tiempo. Tenía muy buena pinta, pero no había tenido tiempo ni de ojearlo. De repente noté una presión familiar. “Otra vez al baño” suspiré. Era realmente un engorro, pero está claro que el embarazo viene unido a hacer del váter tu mejor amigo.

Me llevé un pequeño susto cuando vi que el papel higiénico estaba teñido de un leve rosita (Y no es que yo tenga la costumbre de mirar el papel higiénico cuando me limpio mis partes, pero me obsesionaba manchar y no darme cuenta. Puede ser el inicio de un aborto). Aparentando toda la tranquilidad de la que fui capaz entré en la habitación donde Raul roncaba muy bajito. ¡Dichoso de él! Muy pocas cosas le quitan el sueño. Le llamé en susurros y le expliqué de forma concisa que tocaba irnos a urgencias. Ahora a seguir las instrucciones de la matrona: duchita, comprobar la canastilla, mucha tranquilidad y al coche. Eran las cinco de la mañana, me pareció una señal extraña que coincidiera con la hora a la que me levanto de lunes a viernes para ir a trabajar.

Una vez en urgencias Raul se fue a buscar sitio y yo me encaminé a la sala de espera hasta que llegara él. Y allí nos pusimos todo lo cómodos que pudimos, cargándonos de paciencia para lo que sabíamos iba a ser una pesada espera. Para mi sorpresa no tuve que esperar tanto. Ahí estaba…EL DOLOR, el dolor en letras mayúsculas. Vino sin avisar y me dejó sin aliento. “Raul me estoy poniendo muy malita”. “Pues ve a buscar a la enfermera” me contestó con toda su pachorra. Así que me levanté con dificultad y le expuse a la enfermera que me dolía mucho y que la cosa iba en aumento. “Bueeeno, pues siéntate allí y ahora te atenderemos” Ya sabéis como van los "ahora" de la seguridad social. A lo mejor no fue mucho rato el que esperé, pero se me hizo eterno. Cuando por fin apareció alguien. Yo ya no podía sentarme recta en la silla. “¿Cada cuanto te dan las contracciones?” “¡Yo que sé!” “¿Cada cuanto te duele?” “¡¡¡SIEMPRE!!!” “Que venga de inmediato el tocólogo”. “¡Hombre! ¡Por fin!” pensé en ese momento, pero enseguida me di cuenta de mi error “Inmediato” en la seguridad social tiene un significado subjetivo. Para entonces a mi ya se me escapaban los gemidos. Al fin llegó el tocólogo y me despatarró en la típica camilla infernal para estos efectos.

¡Qué casualidad! El tocólogo era canario como yo. En ese momento maldecí para mis adentros la coincidencia porque le desató la lengua. Él no paraba de hablar mientras yo me retorcía en la camilla. No me extrañó mucho su comportamiento poco solidario, ya que enseguida me di cuenta de que era chicharrero. Es muy posible que me torturara conscientemente, pues él también tenía muy claro que yo era canariona. ¡Dios!! La rivalidad fronteriza me tenía que perseguir hasta un hospital de Madrid, ¡Y en qué momento más delicado! “Acelera Pepe que nos pare aquí mismo”, menos mal que la enfermera era más realista. “Bueno, pues ya está. Hacedle la ficha y la mandáis directa a Dilatación”.
¡¡¡La ficha!!! Pero si me estoy muriendo. Mandadme directamente a una cubeta llena de epidural malditos sádicos. Pero no lo hicieron. La enfermera metió el turbo y, afortunadamente, acabó la ficha en un periquete (como se nota que ella no era chicha).

Así que me vi volando por los pasillos en una silla de ruedas y con el dolor en letras mayúsculas creciendo a cada segundo. En Dilatación me esperaban tres matronas para subirme a una cama-camilla y hacerme entrar en razón. Nada más difícil. En esos momentos mis gritos se oían en Sebastopol. “¡¡¡Epidural!!! ¡¡Epidural!! Seré buena, por favor, no me torturéis máaaaaaaaaaaas”, pero las insensibles sólo sabían responderme con exasperantes “Respira” “Calmate” “Tranquila”. Odio que me digan “Tranquila”, si quisiera estar tranquila no estaría gritando como una energúmena. Para más INRI se atrevieron a comentar divertidas anécdotas de su vida personal entre ellas mientras yo agonizaba, con lo que tuve que redoblar el volumen de mis chillidos para que no se pudieran oir entre ellas y pusieran su atención donde debían: en mi, por supuesto.

De repente Raúl asomó la nariz por la puerta de la habitación. Y debió pegarse un buen susto cuando descubrió que su dulce mujercita se había convertido en la niña del exorcista. Pálido tomó asiento en un rincón, aunque no por mucho tiempo. Una de las matronas lo mandó al pasillo temiendo que acabara convirtiéndose en una urgencia más. Raul no se lo pensó dos veces y salió escopetado de la habitación. “¡Que pasa con la maldita epidural, incompetentes!”, está claro que esta situación sacó lo peor que hay en mi. Afortunadamente esto lo pensé y no lo dije en voz alta. Mi yo interno es un contestatario, pero mi yo externo es encantador y siempre sonriente. Es una pena que el interno de vez en cuando salga a tomar el aire y la tome con la pobre víctima propiciatoria que se cruce en ese momento. Y…sí. La víctima suele ser Raul, pero no hay de qué preocuparse. Ya está acostumbrado a estos arrebatos.

“¡Aleluya! Ahí llegaba la epidural. Rápido, rápido metedla en vena”. Pero no iba a ser tan fácil. “Fuiste a las clases preparto?” “Sí, síiiiiiiiiii ¡Epidural!” “¿Te acuerdas de la postura del gato?” “El Gato, sí, el gato, epiduraaaaaaaaaaaaaaaal” “Es muy importante que te acuerdes de cómo era” “Aaaaaaaaaaaaaaaaaaarg”. “A ver, encógete así, saca la columna vertebral hacia afuera…pero mujer, pon más empeño que no es así”. Para mis adentros “matar, matar”. “Muy bien, así, muy bien. Ale! Ya está el pinchacito, a que no has notado nada”. “Pues no, la verdad es que si te cortan la pierna no notas el dolor de cabeza, so vacaburraaaaaaaaaaaaaaa”, esto también lo pensé, pero no lo dije. En realidad sólo podía decir: “Aaaaaaaaaaah, aaaarg, ayayayayay”
De repente la droga salvadora empezó a correr por mi mitad inferior y todo cambió. Oye, que majas eran todas de repente, que amables, que calidad humana, que…zzzzzzzzzzzz. Pero no, no llegué a dormirme, casi, pero no. Me dió vergüenza en pleno parto.

Raúl volvió a la habitación y seguro que se alegró al ver cómo me había cambiado la cara. El dolor se había ido. Estaba tan a gusto que por mi el niño podía haber tardado una semanita en nacer. Pero Daniel no quiso esperar tanto.