Este sábado yo quería llevar a Daniel a una función de teatro de la que leí muy buena crítica en el blog de Menos de 1000 y más de 30, pero mi marido tenía otros planes, el muy ladino. Sin consultarme nada se puso de acuerdo con mi madre para dejarle a mis dos príncipes y raptarme toda la tarde. De nada me valió explicarle que era el único día que podíamos llevar al peque a algo así porque el domingo venía a verme una amiga Mexicana que sólo iba a estar unos días en Madrid y el próximo sábado volamos a Las Palmas. Sólo mi madre, los niños y yo, aunque Raúl vendrá un fin de semana también. Pienso que después de todo lo que hemos pasado hay que relajarse y cambiar un poco de aires.
El caso es que se aliaron contra mí y el pobre Daniel se quedó sin teatro. Otro día será, que hay más días que longanizas. Mi marido me sacó de casa entre protestas y quejas. Estuvo aguantándome todo el viaje en metro hasta el centro: Que si era mejor una salida con los niños, que con mis hijos los paso mejor, que si cómo estarán los chiquillos, le darán mucha lata a mi madre, se estarán portando bien... Lo típico.
Una vez en el centro decidí darle una oportunidad. No quería chafarle toda la cita de pareja con mis lamentaciones. Así que nos pusimos a hablar de muchas cosas, entre ellas los niños, es imposible se padres y no hablar de tus hijos en toda ocasión.
Nos recorrimos Sol, la plaza Mayor, la zona del Palacio Real, las callejuelas de la Latina, estuvimos en un bar precioso y bastante pijo tomando unos vinos él y unas cervezas sin alcohol yo (es que entre los embarazos y las lactancias estoy muy poco acostumbrada al alcohol). Finalmente me invitó a un restaurante ruso de bastante renombre, pero que ahora no soy capaz de recordar su nombre. Nos hinchamos a blinis (creps con salmón, nata y salsa agria), Stroganoff de buey, pato confitado... Ummmmm.
Y nada más cenar corriendo a casa que mis pilas no daban para más. Allí me esperaba mi madre que los dos peques ya dormiditos y en medio de la gloria.
Cómo la ley de Murphy existe y se cumple al cien por cien. En cuanto pequé el ojo Iván lo abrió y ya no lo cerró en toda la noche. A las siete de la mañana se lo llevó su padre al salón para que yo pudiera dormir al menos dos horitas.
Me lo pasé genial, pero hoy estoy agotada. La próxima vez que salgamos nos iremos a un hotel a pasar la noche.
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domingo, 22 de enero de 2012
domingo, 25 de julio de 2010
Salir sin Daniel
Los padres también deben dedicar tiempo a la pareja. Es una realidad, pero a veces se hace muy cuesta arriba con el bebé por medio. Solución: deshacerte del bebé por unas horas. El plan parece perfecto. Te permite hasta salir a cenar olvidándote de los horarios del pequeñajo. Pero la realidad es muy distinta. La sensación aparece en el mismo momento en que mi suegra está despistando a Daniel para que nosotros podamos salir por la puerta sin escenita de llantos. Me siento muy rastrera por engañar así a mi hijo. Después pienso que si él quiere estar conmigo como puedo ser tan mala de abandonarlo en otras manos, que por otro lado le van a cuidar muy bien y le van a dar más mimos que su madre, que para eso están las abuelas, para malcriar a los nietos a base de besitos y alabanzas.
La escapada empieza mal. Como estoy un poquito triste lo comparto con Raúl y ya empiezo a amargarle a él también la salida. Aunque se lo toma con paciencia. Luego viene los "¿Estará bien?", "¿Habrá llorado mucho cuando se dio cuenta de que ya no estábamos?", "¿Y si le cuesta dormirse?", "Espero que haya cenado bien". Mi pareja ya empieza a poner cara de desesperación. Hemos dejado al niño con mi suegra para relajarnos y disfrutar de un rato juntos, pero como soy una madre histérica Daniel sigue omnipresente.
Entre mis lamentaciones y preocupaciones tontas áun nos queda un ratito para charlar de otras cosas y disfrutar de la cena a nuestra manera de nuevos padres. La verdad es que sólo lo hemos hecho una vez desde que nació Daniel, pero me sentí tan culpable...
Ahora que le tengo que dejar una semana en el pueblo al cuidado de Chari, no sé si sobreviviré a la separación. Raúl sonríe cuando me escucha y no dice nada, que va a decir. Hasta yo sé que es una tontería. Que el niño se lo va a pasar bomba, que su abuela le va a acuidar estupendamente, pero ¡y lo que le voy a echar de menos!
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