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A finales de los años 70, cuando aparece “Comfortably numb”, está claro que el sueño que se evapora son las ilusiones de transformación social de los 60, percibidas por el rabillo del ojo de ese niño como un destello fugaz. Ahora el niño ha crecido, el sueño se ha esfumado. Estamos a las puertas del ciclo Reagan-Thatcher. Serán necesarios muchos pinchazos, muchas inyecciones para que el público se mantenga en pie durante el espectáculo.
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Cambio de escena, pero sin cambiar de época. Un tipo raro recorre la calle King's Road de Londres. Lleva el pelo pintado de verde y una camiseta de Pink Floyd rota y llena de imperdibles. Él mismo ha escrito sobre ella: "I hate Pink Floyd" ("Odio a Pink Floyd"). Es Johnny Rotten, futuro cantante y líder los Sex Pistols. El punk está a punto de nacer, contra el sistema que vela el sueño confortable, contra los mismos Pink Floyd, juzgados como parte de esa situación anestesiada que no se sabe bien si ellos se limitan a constatar o aprueban con resignación desde su posición de privilegio. Nace el punk, no con la utopía y la confianza en el futuro como en los 60, sino con el "no hay futuro" como palanca de subversión.
Bodies habla de una fan de los Sex Pistols. Johnny Rotten cuenta la historia en su autobiografía
No Irish No Blacks No Dogs: "Pauline era una chica que me enviaba cartas desde un manicomio de Birmingham. Una vez se presentó en la puerta de mi casa vistiendo una bolsa de plástico transparente. Iba dando tumbos por Londres y se presentaba en casa de todos. En la canción hay una frase en la que digo que Pauline vivía en un árbol y era verdad que en los jardines del manicomio tenía una caseta en un árbol. Las enfermeras no podían bajarla y allí se pasaba los días enteros. Al parecer el punk la sacó de su burbuja".
El punk fue la ruptura generalizada de la burbuja social que cantaban los Pink Floyd.
(ver desde 1.20 hasta 4.50)
En No irish, no blacks, no dogs, Johnny Rotten cuenta cómo sentirse una basura era el estado de ánimo más extendido en la Inglaterra de 1977. El humus en el que nace el punk es la pobreza, el aburrimiento, el
racismo y la sociedad disciplinaria, todavía con una fuerte influencia
católica (véanse las anécdotas de Rotten sobre su educación es un
colegio católico). El laborismo inglés se había vuelto una ideología gestora anestesiante. La derecha manipulaba a su antojo la frustración cotidiana, elaborándola como racismo (el mismo título del libro habla de ello: No Irish, no Blacks no Dogs es el letrero que Johnny Rotten se acostumbró a ver durante niño en los pubs de Londres). El punk fue una especie de aspiradora que absorbió la tristeza y la impotencia, y devolvió el asco transformado en una ola de activación, "háztelo tu mismo", rabia creativa y desafío a lo establecido, expresado a través de la música y la estética.
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Toda una serie de clichés orientan hoy en día nuestra percepción sobre el movimiento punk. Esos clichés a los que lo asociamos invariablemente son de cuatro tipos: la consigna política fácil, el punk accesible (que Johnny Rotten asocia malvadamente a los Clash: "citas de Marx con música"); el uniforme de la cresta y el imperdible; el nihilismo autodestructivo; el feísmo o rechazo de la estética.
Pero Johnny Rotten tiene una versión muy distinta de los Sex Pistols y del punk:
(ver desde 0.00 hasta 5.00)
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"No creo que hubiera nada nihilista en los Pistols. Lo nuestro no era un camino de autodestrucción. Quizá hubiera algo de imbecilidad en plan “destrúyelo todo” pero no creo que eso se pueda llamar nihilista. Más bien al contrario. Era constructivo porque ofrecíamos una alternativa, no era anarquía porque sí. Tampoco he creído nunca en las ventajas de convertirme en mártir. Y morir por algo tan vagamente infantil como el rock & roll no me pone en absoluto. Aunque el personaje de Sid Vicious está rodeado de cierta mitología, la gente que se traga esos mitos no son los que compran los discos, sino personas frustradas. El mito de Sid está envuelto en la cultura de las drogas, hecha para perdedores y yonquis, gente que se pasa el día lamentando lo desgraciados que son. Yo no formo parte de ese mundo, ni antes ni ahora. Siempre intento moverme en busca de algo mejor".
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“Lo que Johnny hacía con los Pistols era furia dramatizada que después se ha malinterpretado. Yo siempre he considerado a los Pistols como “teatro de la rabia”, un espacio perfecto para expresar sentimientos violentos. Como consecuencia, mucha gente pensó, equivocadamente, que el punk era violento. Pero la razón de que hubiera violencia en el punk no tenía nada que ver con la esencia del movimiento” (Caroline Coon, en No Irish No Blacks No Dogs).
(ver desde 5.45 hasta 7.26)
"Lo que me enfurecía de los Sex Pistols era la progresiva homogeneización del uniforme punk entre el público, porque echaba por tierra todo. Desde luego con mi aprobación no iban a contar porque aquello demostraba que carecían del concepto de individualidad y que no entendían lo que hacíamos. Lo nuestro no tenía que ver con la uniformización. Odio todos los grupúsculos porque destruyen la personalidad y la individualidad. Quizá una habitación llena de gente con ideas muy distintas sea caótica, pero es un caos maravilloso, con altas dosis de diversión y muy didáctico. Así es como se aprende y no siguiendo la misma doctrina que todo el mundo".
Las claves del punk según Rotten en su autobiografía son otras:
-partir de lo que hay, no de lo que puede haber o debería de haber, sino de los elementos que encuentras en lo cotidiano, desde tu grupo de amigos a unos imperdibles;
-la multiplicidad, la singularidad y la originalidad contra los uniformes, la mezcla contra los compartimentos estancos: alianzas insólitas en el nacimiento del punk entre la escena reggae, la escena gay, los hooligans, los chicos de clase obrera y de clase media, etc.;
-la espontaneidad y la intuición contra los Planes Maestros (es la discusión de Rotten con McLaren, que presenta la historia de los Pistols como un producto diseñado por él de principio a fin);
-la rabia, la energía y la activación del “do it yourself” contra la burbuja de pasividad y obediencia a los moldes establecidos;
-la capacidad de sorprender, asustar y hacer preguntas, no la doctrina, las ideologías ni la identidad (“si te comprenden estás perdido”): atacar lo obvio mediante el caos, la ambigüedad y lo políticamente incorrecto (el uso irónico y catártico de las esvásticas, la ropa sado, etc.);
-el “no hay futuro”, el rechazo de todas las ideologías de la espera (la des-esperación contra la esperanza hippie), la afirmación del aquí y ahora, de un presente intenso.
Etc.
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1977-2012. La crisis actual va dejando un paisaje devastado como el que vio nacer al punk. Y no sólo en lo material (salarios y derechos). Leemos recientemente el siguiente titular en el diario Público:
"los ansiolíticos son ya los fármacos más vendidos en el mercado". Como cantaba Pink Floyd, "he oído que te sientes mal, yo puedo aliviar tu dolor y ponerte en pie otra vez". Pero, ¿queremos ponernos de nuevo en pie como si nada? La necesidad de anestesia es mayor cuanto mayor es el malestar por la vida que llevamos. Si nuestra respuesta frente a esto no es la consigna política fácil, el nihilismo autodestructivo, ninguna clase de uniforme ni tampoco el rechazo de las formas, tendremos que inventar hoy a nuestros propios Sex Pistols. ¿Pero cómo? La música y la estética podían ser en el año 77 un desafío, ¿y hoy? El escándalo aún no estaba planificado en la misma maquinaria de la sociedad del espectáculo. El punk, por un breve momento, consiguió darle la vuelta a lo que también parecía entonces un destino único, fue capaz de hacer que el miedo y la dignidad cambiasen de lado, y que la ausencia de futuro y esperanza, más que asustarnos, nos dotase de fuerza. ¿En qué consistiría hoy una práctica a la vez cultural y política
alquímica capaz de transformar la frustración y el malestar en dignidad y potencia de autoafirmación?