Mucho me temo que el último post del año dirá sólo esto.
31.12.04
30.12.04
Bandera
Nada más aburrido que anécdotas de la colimba. Ahí va otra. (Me la recordó ayer una escena de esa horrible película con Richard Gere y Debra Winger, Reto al destino.)
Una vez, en una formación para un acto patriótico-militar, me mandaron a izar la bandera, típica ocupación de petisos, que deslucen las gloriosas filas del ejército nacional, casi nunca vencido.
Yo no tenía instrucciones específicas, dicho sea en mi defensa, pero lo peor fue que experimenté una especie de déjà vu o experiencia extracorporal y se me cruzó la escena tantas veces repetidas de los años escolares, cuando izar la bandera era un mérito y, especialmente, había que coordinar con suma precisión la subida con la luenga duración de Aurora o alguna otra canción patria.
El tema es que en el cuartel es lo contrario: todo el regimiento está en posición de firmes, haciendo la venia, contracturado... y el izador tiene que apurarse como himno antes de un partido de fútbol. Debo haber tardado mucho más de lo habitual, porque el coronel, un militarote hosco y abotagado, me escupió entre dientes: “Apuresé, soldado.” Ahí sí, le di con todo en el último tramo, hasta clavar la bandera en lo alto del mástil. Pensé que me tocaba calabozo pero zafé, seguramente por piedad o por olvido. (Olvido, mío, es lo que me convendría, pero mi memoria es “como un vaciadero de basuras”).
Una vez, en una formación para un acto patriótico-militar, me mandaron a izar la bandera, típica ocupación de petisos, que deslucen las gloriosas filas del ejército nacional, casi nunca vencido.
Yo no tenía instrucciones específicas, dicho sea en mi defensa, pero lo peor fue que experimenté una especie de déjà vu o experiencia extracorporal y se me cruzó la escena tantas veces repetidas de los años escolares, cuando izar la bandera era un mérito y, especialmente, había que coordinar con suma precisión la subida con la luenga duración de Aurora o alguna otra canción patria.
El tema es que en el cuartel es lo contrario: todo el regimiento está en posición de firmes, haciendo la venia, contracturado... y el izador tiene que apurarse como himno antes de un partido de fútbol. Debo haber tardado mucho más de lo habitual, porque el coronel, un militarote hosco y abotagado, me escupió entre dientes: “Apuresé, soldado.” Ahí sí, le di con todo en el último tramo, hasta clavar la bandera en lo alto del mástil. Pensé que me tocaba calabozo pero zafé, seguramente por piedad o por olvido. (Olvido, mío, es lo que me convendría, pero mi memoria es “como un vaciadero de basuras”).
28.12.04
"El Vaticano impone mucho respeto a la gente. Entre sus riquezas mundanas y sus listas de castigos eternos, el visitante se siente empequeñecido. Los castigos excesivos que prescribía la Iglesia y sus riquezas excesivas eran en realidad complementarios. Sin el infierno, esas riquezas hubieran parecido un robo" (John Berger, El tamaño de una bolsa, citado por Mario Wainfeld en Página de hoy).
27.12.04
En Infobae de hoy: "Alerta en la industria farmacéutica contra Michael Moore. Advierten a sus empleados que estén atentos si ven a un tipo desaliñado, con una gorra de béisbol. Temen que el polémico cineasta esté preparando un documental sobre el tema de los medicamemtos."
Y, si ven a un petisito riojano, con rastros de patillas y gato en la cabeza, y pinta de mono millonario, agárrense los bolsillos.
Y, si ven a un petisito riojano, con rastros de patillas y gato en la cabeza, y pinta de mono millonario, agárrense los bolsillos.
La tarde de verano
La tarde de verano es una frescura indecisa, gris, después de las lluvias.
Pero el jardín, ah, el jardín con la luz de las rosas, frágil y húmeda,
va dando la dulzura del tiempo, la secreta dulzura, irisada, del tiempo.
El momento dorado se abre y mira las flores.
Amigos, y los otros que no saben de la vida de los jardines, luego de las
lluvias,
ni de los sentimientos de las horas a través de las rosas,
ni menos de las relaciones del cielo último con las criaturas que se empinan
para recogerlo?
Amigos, y los otros, entre un agudo mundo de puñales?
Juan L. Ortiz
Pero el jardín, ah, el jardín con la luz de las rosas, frágil y húmeda,
va dando la dulzura del tiempo, la secreta dulzura, irisada, del tiempo.
El momento dorado se abre y mira las flores.
Amigos, y los otros que no saben de la vida de los jardines, luego de las
lluvias,
ni de los sentimientos de las horas a través de las rosas,
ni menos de las relaciones del cielo último con las criaturas que se empinan
para recogerlo?
Amigos, y los otros, entre un agudo mundo de puñales?
Juan L. Ortiz
24.12.04
El colectivo de las 5
Yo hacía el servicio militar en Campo de Mayo, pero cumplía horario de oficina (salvo cuando hacía guardias). Tenía que presentarme en el cuartel a las 7 de la mañana. Para eso, tomaba desde Villa Maipú hasta José León Suárez el colectivo 187 (una línea que no duraría mucho más de aquella época, años 1981-1982). Pasaba a las 5 en punto. El interno que me tocaba lo manejaba un chofer de bastante edad, quizás cercano a su jubilación. Por otra parte, los lunes tenía franco y nadie lo remplazaba, por lo cual ese día tenía que tomar el que pasaba a las 5 y media y, como comprobé que igual llegaba a horario, cambié permanentemente. Pero, mientras tanto, subí durante bastante tiempo al interno de las 5, que se llenaba de un montón de hombres de cierta edad. Yo notaba que cada uno de ellos subía en la misma parada todos los días y se sentaba en los mismos asientos. Conversaban entre sí, por supuesto, pero yo no les prestaba atención, entre otras cosas porque me dormía casi de inmediato, en el último asiento, y sólo me despertaba al llegar a la terminal. Ah, viajaba gratis, claro está, gracias al uniforme (que me permitía hacer lo mismo en los cines, gloriosamente, pero eso es otra historia). Un día, cuando subí al vehículo, siempre saludando pero con la intención de pasar de largo hacia mi ubicación habitual, el chofer (me acuerdo que tenía bigotes) me hizo una seña como para detenerme y hablarme en voz baja. Me dijo, entonces, que había un pasajero del colectivo, que subía después que yo, que durante años había ocupado el asiento del fondo, en el cual yo me dormía despreocupadamente. Y ahora, por supuesto, con mi presencia, yo había perturbado ese extraño orden, seguramente añoso. Me pedía, el chofer, si podía ocupar otro asiento, para dejarle al viejito que reconstruyera el ritual. Por supuesto, lo hice. Y comprobé que, en efecto, el pasajero ocupaba mi, o más bien su asiento, al fondo de todo. Y ―creo ahora, pero no estoy del todo seguro― que desde entonces las conversaciones entre los pasajeros se hicieron más animadas. No sé, en realidad, porque yo seguía durmiendo hasta José León Suárez.
22.12.04
Luche y no vuelve
Por favor, chicas y chicos: llevaos la mano izquierda al lugar correspondiente de vuestros cuerpos y mantenedla allí todo el tiempo que vuestras ocupaciones lo permitan, porque hoy vuelve el Hombre...
21.12.04
20.12.04
Bancos
A la sucursal de un Banco que atendía mucha gente del campo solía acudir un chacarero que pedía ver su dinero depositado, para asegurarse de que aún estuviera allí. Los empleados no sabían como explicarle (ni se animaban) que eso no era posible, que su depósito era sólo un asiento contable, pero el dinero, físicamente, no estaba. Por fin, el gerente de la sucursal, condescendiente, se encargaba de acompañar al chacarero hasta la bóveda y le mostraba algunos fajos del dinero que allí había. El hombre se iba lo más tranquilo, sin advertir las sonrisitas sobradoras de los empleados y de algún cliente advertido.
Pero, en realidad, la gente que deposita su dinero en bancos, ¿es muy distinta de ese chacarero? ¿Acaso no cree (o prefiere creer), en un rincón irracional de su mente, que el dinero está allí para cuando quiera retirarlo? Por otro lado, ¿es saludable pensar (saber) lo contrario, que el resultado de nuestra voluntad o necesidad depende del encaje (10, 15, 20 por ciento) y, por supuesto, de la voluntad y la necesidad del resto (90, 85, 80 por ciento) de los otros ahorristas?
Pero, en realidad, la gente que deposita su dinero en bancos, ¿es muy distinta de ese chacarero? ¿Acaso no cree (o prefiere creer), en un rincón irracional de su mente, que el dinero está allí para cuando quiera retirarlo? Por otro lado, ¿es saludable pensar (saber) lo contrario, que el resultado de nuestra voluntad o necesidad depende del encaje (10, 15, 20 por ciento) y, por supuesto, de la voluntad y la necesidad del resto (90, 85, 80 por ciento) de los otros ahorristas?
Grasa
Norberto Galasso no es santo de mi devoción, pero hoy en Página/12 suelta una frase muy ingeniosa respecto de la clase media. "Su reserva de grasa le permite no tener urgencia de transformación."
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