Mensaje en una botella rota
Barba Jacob el
mensajero, de Fernando Vallejo
Supongamos que la propuesta fuera: hacer una biografía del
gran “poeta maldito” colombiano, Miguel Ángel Osorio, (aka) Ricardo Arenales,
(aka) Porfirio Barba Jacob (o Barba-Jacob); una biografía extensa (de casi 500
páginas), sin ninguna división interna (ni secciones, ni capítulos, ¡ni blancos
de texto!) y que no siga ninguna cronología (más bien, que vaya y vuelva en el
tiempo y en el espacio, incluso con repeticiones casi calcadas).
Para cualquier editor razonable, la idea sería, por lo menos
descabellada.
Ahora bien, si agregáramos que el autor va a ser Fernando
Vallejo, la cosa seguramente cambiaría.
En la pluma (o la máquina de escribir, ya que no la
computadora) de su coterráneo, la vida de Barba Jacob adquiere resonancias
inolvidables, míticas y a la vez bien terrenas. Y la forma en que está contada
se vuelve totalmente “natural”, sin necesidad de caer en justificaciones
sofisticadas.
Cierto es que en la actualidad parece canónico que una
biografía debe contar también su proceso de manufactura. Ejemplo extremo de
esto es la accidentada biografía de Salinger hecha (o no hecha) por Ian
Hamilton, que por razones judiciales se volvió sobre sí misma y se convirtió
prácticamente en otra cosa, el relato kafkiano de su propia imposibilidad.
En esto Vallejo, es un maestro; y, además, no resiste la
tentación de estar en primer plano. Durante más de diez años, persiguió la
sombra de su biografiado, de país en país (Colombia, México, Cuba, Guatemala,
etc.), ida y vuelta, encontrando a casi todos los testigos que quedaban…; la
mayoría de ellos, fallecidos hacía poco, meses, días: una carrera contra la
muerte (que eso también es una biografía, o no es otra cosa).
Por supuesto, no es casualidad ni torpeza la metáfora: Vallejo
sabe, y lo dice, que está persiguiendo su propia sombra; que, como tal, siempre
ha estado con él.
La primera versión de la biografía se publicó en México en
1984. La segunda, la que he leído, en 1991. México es, por otra parte, el lugar
de residencia de Vallejo, y la patria adoptiva, la segunda patria, de Porfirio,
profeta sin tierra, si los hubo. Todo esto no impide, al contrario, impulsa,
que Vallejo despotrique contra toda patria, empezando por la natal, Colombia, y
siguiendo por la de adopción, México, sin olvidarse de las pequeñas repúblicas
caribeñas, asoladas —según él— por la tiranía, la desidia y el clima. En esto,
Vallejo se nos aparece como un Thomas Bernhard tropical e internacionalista
(como esas revoluciones que él tanto deplora). Por otra parte, son muy
graciosas las diatribas de Vallejo contra personalidades egregias de la cultura
latinoamericana, especialmente Octavio Paz. Sin duda, un “modelo de poeta”
opuesto al biografiado. (Para los que detestamos al gran Octavius, estas partes
son especialmente regocijantes…)
Nada distinto a lo que hace en cualquier reportaje, sólo que
aquí las razones están a la vista: la burocracia, el arribismo, la corrupción
endémica de los regímenes políticos en los que Barba Jacob se movió
permanentemente, como víctima y, a veces, por qué no, como victimario. Que haya
malgastado todo lo conseguido (sobre todo, en su fluctuante faena como
periodista) y muerto en la mayor pobreza es una cifra de una vida dedicada al
dispendio, la otra cara de la actividad poética, suma de la suma de las
inutilidades. Alguna vez, la estética y la ideología pre-queer (por ejemplo,
Sarduy) apostaron a la diversidad sexual como forma de gasto improductivo; ademán,
deliberadamente o no, opuesto al capitalismo. Vallejo ya es de otra época, no
lo veo interesado en estas disquisiciones teóricas; sin embargo, subyacen —a su
pesar, quizás— en la (forma de) vida de Osorio-Arenales-Barba Jacob.
Vallejo, en fin, sigue al poeta en sus retorcidos
itinerarios, dentro de los cuales seguramente el más conmovedor es el regreso
al pueblo natal, Angostura, en Antioquia. También es conmovedor el encuentro,
en Nicaragua, con Rafael Delgado, hijo adoptivo y ocasional amante, pero fiel
compañía durante muchos años, del autor de la “Canción de la vida profunda”.
La lectura, como adelanté se vuelve intrincada. Fue muy
grande, y vencedora, mi tentación de puntuar el texto cada vez que aparece una
fecha. La tentación consiguiente es adivinar en esos vaivenes temporales un
dibujo secreto, una intencionalidad oculta en las aparentes veleidades del
narrador, de Vallejo. No sé si hay una clave. Sí es cierto que las escenas se
suceden como arrastradas por los azares de la investigación (un amigo aquí, un
documento allá) y por el discurso interior que parece guiar al biógrafo como un
hado. “Barba Jacob soy yo” sería, como ya sugerí, el resumen de ese impulso
interior y de ese hallazgo final (que estaba allí desde el principio).
Vallejo sabe que persigue un fantasma. Él ha sido concebido
(dice) casi exactamente cuando el poeta “homosexual y marihuano” esta muriendo
de tuberculosis (1942). La idea de la transmigración de las almas figura aquí
sólo a título de parodia, ni él se la toma en serio. Pero el dato no deja de
ser significativo.
Con respecto a la obra del poeta (en gran parte perdida o
publicada póstumamente), Vallejo exhibe la idea genial —haya sido o no de él—
de transcribir muchos de sus poemas en forma de prosa, sin ni siquiera las
barras habituales en estos casos, para separar los versos. El resultado es que
la musicalidad de esos fragmentos no sólo sobrevive, sino que fulgura
doblemente: una lección de oído, un recuerdo de que la poesía debe ser (entre
otras cosas, sí) melodía, música.
Esta estructura de “caos ordenado” recuerda un poco a Citizen Kane, claro, otro modelo de
biografía (ficcional). En ésta, los vaivenes también respondían a los azares de
la investigación y a los distintos puntos de vista de los testigos. Muchas de
las “vueltas” que da Vallejo responden a la intención de refutar un testimonio
con otro, de precisar hasta el detalle más mínimo: una fecha, un hecho, una
conversación, una actitud de su biografiado o de los que lo rodearon; quiénes
están en cada foto, quiénes acudieron al funeral del malogrado.
Por supuesto, lo que se escapa siempre es el corazón
inasible de una existencia humana: ¿hay un núcleo luminoso del dolor? Si lo
hay, los poemas supérstites del bardo maldito y maldecido son las cenizas de
una hoguera inútil: “Barba Jacob es humo”.
enero de 2013