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30.10.09

"La noche oscura hace una incursión"

(fragm.)

Difíciles de descubrir son
los alados vertebrados de la prehistoria,
almacenados entre tablillas de pizarra.
Pero si veo ante mí la nervadura
de mi vida pasada, en una imagen,
pienso siempre
que tiene algo que ver con la verdad.
El cerebro trabaja de continuo
con algunas huellas, por débiles
que sean, de autoorganización,
... y a veces de ello surge
un orden, en algunos aspectos hermoso
y tranquilizador, pero más cruel también
que el anterior estado de ignorancia.
¿Hasta dónde retroceder
para encontrar el comienzo?

W. G. Sebald, Del Natural

(gracias a Liliana Cordovero)

1.9.09

2.1.09

Crímenes percibidos

Contra lo que afirmé hace poco, decidí leer por fin Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez. Antes leí también El teatro de la memoria, de Pablo de Santis (de quien también dije varias estupideces hace un tiempo), gracias a una breve referencia de la guruficada China Ludmer. (¡Ah, esas listas de lecturas de fin de año!)
¿Qué me pasa con este tipo de literatura? Pregunta malévola, más que polifónica: ni siquiera sé si la puedo contestar del todo.
¿Debo aclarar que la lectura (que me llevó unas tres horas) me resultó agradable, divertida, apasionante o algún otro calificativo positivo, como concessio retórica para después poder explayarme en el otro sentido? No creo que sea necesario, ya que, en general, nadie lee esto que escribo. Pero igual es bueno practicar.
También debería aclarar que lo que yo escribo (iba a poner “mi obra”) también es “de género”. Mis cuatro novelas —sólo un par se publicó— se reparten así: dos policiales, dos de aventuras. Todas pretenden ser legibles, más o menos lineales, atractivas. Ego confeso: quería tener “éxito”. Ego me absolvo: nunca lo logré. Esto seguramente influye en mis apreciaciones, pero qué le vamos a hacer; el pensamiento, la literatura, el arte también se hacen de envidia y resentimiento, por lo menos parcialmente, aunque sea como impulso inicial. Salieri no era tan malo, después de todo: vivió en una época “mala” (porque era la misma de Mozart...). Como “Martillo” Roldán, como Gaby Sabatini. Me estoy yendo de tema. O no.
¿Qué (me) pasa, entonces, con este tipo de literatura?
Me acuerdo de una frase de Borges. Juro que no es una cita de autoridad, porque el muy turro la aplicaba donde no tenía nada que ver; él decía que en Kafka el planteamiento de la obra era muy superior a su ejecución. Claro, Borges era fiel a su idea de que una novela está llena de detalles “inútiles”, de vueltas innecesarias, de inverosimilitudes; o, lo que es lo mismo, de que en una novela todo es posible, y quizás muy poco es necesario. La forma (una idea de la forma), como valor superior, se vuelve borrosa, indefinida. De ahí su famoso elogio, en su famoso prólogo, a La invención de Morel, de Bioy Casares (anoto al pasar que De Santis me parece el heredero más brillante —quizás el único, es cierto— del a su vez heredero de La Martona).
Repito: esto para Kafka no sólo es injusto, es de mala leche. (Ojo, Borges ha dicho muchas otras cosas, más acertadas, sobre el hombre de Praga, no quiero ser reduccionista.) Pero creo que el concepto se aplica perfectamente al tipo de literatura de la que estoy queriendo hablar.
Pasa como en algunas películas de terror o de suspenso: la primera media hora, generalmente, es muy buena. Se plantea el problema, se conoce a los personajes..., y después todo va decayendo. Algunos personajes van muriendo, todos los demás son sospechosos, se van perfilando dos o tres hipótesis de lo que ocurrió o va a ocurrir. Se trata de una mera combinatoria: el final es elegir una de las posibilidades, y listo. Para colmo, en lo fantástico, por más que los puristas recontraafirmen que hay o debe de haber una lógica, realmente puede pasar de todo.
Guarda: no quiero decir que siempre se pueda adivinar fácilmente. Yo soy un queso para eso, y además no me gusta, porque me saca el poco placer, precisamente, que va quedando guardado para ese final. En realidad, en la novela de Martínez me quedaba muy claro desde el principio que detrás de todo estaba Seldom, pero me jugaba más por Lorna que por Beth. Muy mal para mí; me dejé llevar por lo menos obvio, cuando se trataba de una vuelta de tuerca que ya ensayó varias veces Agatha Christie: el primer sospechoso, el más evidente, sí es el culpable. Otra vez la combinatoria: establecida una regla, en algún momento se agota y debe ser remplazada por otra, por ejemplo la opuesta. Los formalistas llamaban a esto desautomatización del procedimiento: un mecanismo como cualquier otro. Pero la única gracia que queda es tratar de adivinar cuándo se quebrará la regla vigente. O, si coexisten las dos reglas (como ahora), cuál se aplicará. En sí, algo poco atractivo.
(Un ejemplo chusco: por lo menos desde la primera Terminator, el villano nunca muere de una. Esto se repite hasta el hartazgo, cualquiera adivina que siempre va a reaparecer, hasta Robert de Niro hizo el ridículo con eso en la segunda Cape Fear. Pero ya debe de haber ejemplos en que esto no ocurre; no sé, salgo tan poco.)
Otra aclaración: siempre fui un lector compulsivo de novelas policiales, de todo tipo. Como un amigo mío que se ufanaba de ser el único zurdo argentino que había leído todo El Capital, yo me ufano de ser el único tipo que ha leído las 19 novelas de Ross McDonald (las 18 protagonizadas por Lew Archer, más la que no). Y mi primera novela, finalmente, fue una policial (un poco paródica, eso sí). Es decir que hablo por experiencia.
Y comprendo perfectamente —no creo ser tan necio— que la trama policial, fantástica o de aventuras puede ser el “soporte” de un contenido segundo, otro. Donde, por ejemplo, la resolución, finalmente, sea simbólica o, Dios nos libre, alegórica. O donde se pongan en juego cuestiones existenciales o políticas (algo de esto brilla en, nobleza obliga, el gran, irrepetible, cuento de Guillermo Martínez “Infierno grande”).
Esto dividiría al público lector en dos: los que se quedan con el relato que está en la “superficie”, y los que pueden profundizar en él y descubrir el otro relato. Como en Hemingway, quizás; o, más obviamente, en el gran cine de Hollywood (remanidos ejemplos de Hitchcock: Psicosis, Los pájaros.)
Pero por todo esto me dio bronca que Martínez dijera que W. G. Sebald es “aburridísimo”. O que se diga que Saer lo es. O Beckett, o Thomas Bernhard, etc. Porque, en este tipo de literatura, importa precisamente lo que transcurre, pero de otra manera: la incerteza, el detalle aparentemente insignificante, la repetición obsesiva, la búsqueda de algo que no se sabe ni se va a saber qué es.
Recuerdo haber leído novelas de Beckett o de Saer de un tirón, en ascuas, absolutamente asombrado e intrigado, como si fueran policiales: ¿qué va a pasar, cómo va a terminar? Pero no se trataba de saber quién era el culpable (eso se sabía de entrada: era yo, el lector). Se trataba de cómo iba a terminar esa estructura imposible, ese lenguaje arrasador, o incluso si alguna vez iba a terminar.
Cuando uno lee una novela policial o ve una película o una serie, la cantidad de páginas o el reloj nos dan la pauta formal de que se acerca el final, como sea. (En Ángeles torpes yo puse un chiste malo sobre esto. Un personaje le dice al otro que ya todo se terminó. Y el otro le responde que no, que todavía faltan muchas páginas. Y era así.) A partir de ahí todo empieza a encajarse como en un rompecabezas: ¿hay algo más aburrido que un rompecabezas? No para mí, salvo quizás jugar al ajedrez (otra metáfora fácil).
En Sebald, en Beckett, etc., puede parecer que se anuncia alguna revelación, pero es sólo un espejismo, porque nada se revela, nada se sabe con certeza al final. Hay que animarse a esa desazón, a esa falta de fácil consuelo. Cuando leo a Bioy o a De Santis, sé que voy a pasar un buen rato, sé que voy a envidiarles sus habilidades técnicas, su imaginación “inagotable” para “contar el cuento”, su capacidad para entramar un relato excelente que te lleve de narices a ese final que, sí, uno a veces quiere postergar por el placer que va sintiendo en sus páginas.
En cambio, cuando leo a Berger, a Auster (ahora parece que es mala palabra, por eso lo menciono), sé que me espera una experiencia vital tan profunda y abrumadora como la vida, de la cual me quiero alejar a veces, por supuesto, como cualquiera, pero a la que sé que debo volver también, siempre, y sobre la cual, al leer a esos tipos, tengo la sensación de haber compartido momentáneamente (dudosamente), no un secreto, mucho menos un saber, sino un terror, un temblor, un fracaso en común. Quizás esto también sea una especie de consuelo, pero si lo es te lo regalo.
Yo no sé por dónde pasa la literatura (la literatura no es el colectivo 140), pero creo que es más o menos por acá, y más o menos en ese raro, rarísimo, momento, muy de vez en cuando.

8.11.08

Dice que es aburrido

Ahora entiendo por qué siempre me he resistido a leer a Guillermo Martínez, salvo ese gran cuento (lo admito) que es "Infierno grande".
La misma neurona que considera a Sebald "aburridísimo" no puede escribir algo que me interese a mí.

3.11.08

Diálogo/s

He observado una tendencia muy firme en la literatura argentina actual, que es la de no usar diálogos con los respectivos guiones largos y en líneas separadas, sino incluido dentro de los párrafos, con o sin comillas, o directamente en estilo indirecto (esto último es un fenómeno de otra naturaleza, que habría que considerara aparte).
No es sólo influencia del alemán o del inglés –donde la ortotipografía es muy distinta-, aunque también es eso. (Recordar los interminables dijo que dijo que dijo de Bernhard, Sebald, Saer, Piglia, ¡Feinmann!) Parece que el sistema tradicional está mal visto. Una vez, lo afirmó irónicamente Beatriz Sarlo (en una clase que yo presencié, no sé si lo escribió): el párrafo denso, apretado, sin puntos aparte, es un signo –quizás, seguramente arbitrario- de buena literatura. Decía que ella, cuando buscaba libros para leer, especialmente en otros idiomas, más de una vez se dejaba llevar por este prejuicio, esta suerte de horror vacui que la arrastraba hacia el párrafo interminable. (Con lo cual me perdía siempre a Hemingway, acotaba, risueña.) De paso, este párrafo, y el paréntesis de recién, aunque no debería decirlo, son un ejemplo de lo que estoy diciendo.
El párrafo “abierto”, cortado por diálogos en estilo directo, parece remitir al policial o a la novela de amor o aventuras. Vade retro.
Yo ya he confesado hasta el hartazgo mi admiración absoluta por Beckett, Bernhard, Sebald, etc. Es hora de que confiese también que me encanta escribir con diálogos abiertos en estilo directo. ¿Debería dedicarme al teatro y al cine, o esperar a que cambie el canon?

1.11.08

Leer en papel

A esta altura del partido, he leído (literalmente) toneladas de libros en versión digital, bajados de Internet o no.
No interesa una lista exhaustiva, menciono algunos mamotretos que después ocupan cajas enteras de archivo, de esas de plástico azul: I promesi sposi, de Manzoni; Libro extraño, de Sicardi; el Wilhelm Meister, de Goethe; La guerra del fin del mundo, de Varguitas; casi todo Sebald. No los tiro (aunque sé que deberé hacerlo pronto), porque me cuesta sacrificar mis usuales subrayados y notas al margen, como si ocultaran alguna idea importante.
No sé adónde voy con este post. No, seguramente, a si es mejor o peor que leer el libro. Más caro o más barato, etc. ¿Para qué y cómo comparar, si ya los leí de una manera, y no lo voy a hacer de la otra?
Sólo un detallecito: leer los impresos en A4, letra Times 12 o 14, con márgenes de 2 cm, es como leer originales o galeras de las que trabajo en la editorial, de autores noveles o desconocidos. Y percibir, aun teniendo en cuenta los inevitables prejuicios, las enormes diferencias.
Falta que pueda aplicar el mismo criterio a mis propios escritos, y la utilidad agregada sería enorme.

31.10.08

Adiós a W.G. Sebald

por Hans Magnus Enzensberger

El que más cerca estaba de nosotros
parecía haber llegado de muy lejos
a la patria terrible.
Aquí muy pocas cosas lo retenían.

Más bien nada sino una búsqueda de vestigios
con una varita mágica de palabras
que temblaba en su mano.
Sobre incendios y cementerios la fue siguiendo
hasta la locura vertiginosa
en la campiña de Suffolk.
Is this the promis'd land?

Temprano irrumpió la oscuridad
pero él siguió adelante, con paso tenaz
imperturbable entre tanta pesadilla.
Por tres líneas sabemos
que el polvo le fue leve:
Así me deslicé en silencio
apenas rozando un ala
alejándome de la tierra.

18.10.08

Pathos

Cuando escribo, lo sé, tiendo al patetismo.
Por eso me consoló leer un artículo de Sarlo en Punto de Vista sobre la novela póstuma de Sebald, Austerlitz. Ella justificaba la evidente inclinación del escritor alemán por esa actitud pasada de moda, tan "antiposmoderna". Por fiaca y otras cosas, cito de memoria (seguro que estoy proyectando). Algo así como "no teme caer en el patetismo".
Por eso me hace bien leer a Sebald mientras escribo mi novela Frankfurt. (Como me hizo bien La intemperie, de Gabriela Massuh, de la cual debo alguna reflexión más detallada.) Lo patético y lo confesional, la forma-diario, la búsqueda de la memoria (y la resistencia de ésta, y del sentido del recuerdo) y de las conexiones secretas entre realidades y experiencias distantes. Lo individual imbricado con lo social: qué antiguedad.
Leer una nota de Rodrigo Fresán en contra de Sebald me confirmó que estoy en el buen camino. Lo que no puedo saber, por supuesto, es si llegaré.

6.10.08

Sebald otra vez

Acabo de terminar Vértigo.
Una maravilla.
Pero no creo que pueda escribir nada decente sobre ella, así que por ahora sólo pongo el link a un gran artículo de Susan Sontag, "Sebald: el viajero y su lamento".

22.7.08

50 outstanding translations from the last 50 years

1. Raymond Queneau – Exercises in Style (Barbara Wright, 1958)
2. Primo Levi – If This is a Man (Stuart Woolf, 1959)
3. Giuseppe Tomasi di Lampedusa – The Leopard (Archibald Colquhoun, 1961)
4. Günter Grass – The Tin Drum (Ralph Manheim, 1962)
5. Jorge Luis Borges – Labyrinths (Donald Yates, James Irby, 1962)
6. Leonardo Sciascia – Day of the Owl (Archibald Colquhoun, 1963)
7. Alexander Solzhenitsyn – One Day in the Life of Ivan Denisovich (Ralph Parker, 1963)
8. Yukio Mishima – Death in Midsummer (Seidensticker, Keene, Morris, Sargent, 1965)
9. Heinrich Böll – The Clown (Leila Vennewitz, 1965)
10. Octavio Paz – Labyrinth of Solitude (Lysander Kemp, 1967)
11. Mikhail Bulgakov – The Master and Margarita (Michael Glenny, 1969)
12. Gabriel Garcia Marquez – 100 Years of Solitude (Gregory Rabassa, 1970)
13. Walter Benjamin – Illuminations (Harry Zohn, 1970)
14. Paul Celan – Poems (Michael Hamburger and Christopher Middleton, 1972)
15. Bertolt Brecht – Poems (John Willett, Ralph Manheim, Erich Fried, et al 1976)
16. Michel Foucault – Discipline and Punish (Alan Sheridan, 1977)
17. Emmanuel Le Roy Ladurie - Montaillou (Barbara Bray, 1978)
18. Italo Calvino – If on a Winter’s Night a Traveller (William Weaver, 1981)
19. Roland Barthes – Camera Lucida (Richard Howard, 1981)
20. Christa Wolf – A Model Childhood (Ursule Molinaro, Hedwig Rappolt, 1982)
21. Umberto Eco – The Name of the Rose (William Weaver, 1983)
22. Mario Vargas Llosa – Aunt Julia and the Scriptwriter (Helen R. Lane, 1983)
23. Milan Kundera – The Unbearable Lightness of Being (Michael Henry Heim, 1984)
24. Marguerite Duras – The Lover (Barbara Bray, 1985)
25. Josef Skvorecky – The Engineer of Human Souls (Paul Wilson, 1985)
26. Per Olov Enquist – The March of the Musicians (Joan Tate, 1985)
27. Patrick Süskind – Perfume (John E. Woods, 1986)
28. Isabel Allende – The House of the Spirits (Magda Bodin, 1986)
29. Georges Perec – Life A User’s Manual (David Bellos, 1987)
30. Thomas Bernhard – Cutting Timber (Ewald Osers, 1988)
31. Czeslaw Milosz – Poems (Czeslaw Milosz, Robert Hass, 1988)
32. José Saramago – Year of the Death of Ricardo Reis (Giovanni Pontiero, 1992)
33. Marcel Proust – In Search of Lost Time (Terence Kilmartin, 1992)
34. Roberto Calasso – The Marriage of Cadmus and Harmony (Tim Parks, 1993)
35. Naguib Mahfouz – Cairo Trilogy (Olive E. Kenny, Lorne M. Kenny, Angela Botros Samaan, 1991-3)
36. Laura Esquivel – Like Water for Chocolate (Carol Christensen and Thomas Christensen, 1993)
37. Bao Ninh – The Sorrow of War (Frank Palmos, Phan Thanh Hao, 1994)
38. Victor Klemperer – I Shall Bear Witness (Martin Chalmers, 1998)
39. Beowulf (Seamus Heaney, 1999)
40. Josef Brodsky – Collected Poems (Anthony Hecht et al, 2000)
41. Xingjian Gao – Soul Mountain (Mabel Lee, 2001)
42. Tahar Ben Jelloun – This Blinding Absence of Light (Linda Coverdale, 2002)
43. W.G. Sebald – Austerlitz (Anthea Bell, 2002)
44. Orhan Pamuk – Snow (Maureen Freely, 2004)
45. Amos Oz – A Tale of Love and Darkness (Nicholas de Lange, 2004)
46. Per Petterson – Out Stealing Horses (Ann Born, 2005)
47. Irène Némirovsky – Suite Française (Sandra Smith, 2006)
48. Vassily Grossman – Life and Fate (Robert Chandler, 2006)
49. Alaa Al Aswany – The Yacoubian Building (Humphrey Davies, 2007)
50. Leo Tolstoy – War and Peace (Richard Pevear, Larissa Volokhonsky, 2007)

Compiled by Shaun Whiteside (Chair, TA) and the Committee of the TA (Don Bartlett, Alexandra Büchler, Martin Chalmers, Nicholas de Lange, Sarah Death, Marueen Freely, Daniel Hahn and Christine Shuttleworth).

9.7.08

Sebald

Haciendo un paréntesis en mis lecturas latinoamerican(ist)as, y salteándome mi poco firme propósito de leer sólo en idiomas originales, me rendí a la saludable tentación de Sebald, un escritor que, por otro lado, me debía a mí mismo hace tiempo.
Por ahora sólo leí Sobre la historia natural de la destrucción y Austerlitz, que me parecieron extrañamente complementarias.
Austerlitz es alguien que ha vivido ignorando deliberadamente su pasado traumático: fue un niño checo deportado antes de la guerra, sus padres murieron en campos de concentración. A partir de cierto momento, ya pasada su madurez, “toda una vida”, el pasado le vuelve como un viento macizo que lo sacude completamente, hasta casi volverlo loco. Emprende, claro, la recuperación de ese ayer negado, pero sólo obtiene algunos fragmentos, algunas claridades. La explicación, muy nebulosa, de por qué no puede sostener ninguna relación duradera (¿quién puede, después de todo?). La razón, quizás, de su fascinación por la arquitectura monumentalista que intersecta foucaultianamente edificios como estaciones de tren, hospitales, museos, palacios fortificados.
Por otro lado, Sobre..., que ni siquiera es una novela, sino una reconstrucción documental cruzada con crítica literaria, parece tocar el mismo tema en otro tono, musicalmente hablando.
Aquí, toda Alemania es Austerlitz; quizás, todo el mundo. Se trata de (negar) los horrores producidos por los bombardeos aliados, especialmente británicos, sobre numerosas ciudades alemanas, que fueron reducidas a la nada. Y la consiguiente negación, “austerlitziana”, de esos acontecimientos, que, con toda su importancia y monstruosidad, apenas produjeron un correlato literario (con el cual Sebald es implacable por su precariedad y hasta ligereza). ¿Compensación por la culpa de todos los alemanes, aun los civiles? ¿Imposibilidad (benjaminiana, adorniana) de narrar la experiencia del horror extremo? Todo eso, y un poco más.
Yo he visto algunas de esas ciudades alemanas, y casi no pude creer que estén reconstruidas en su totalidad. Algo de esa incredulidad me fue explicada por esta obra implacable de Sebald, que se empeña en enunciar una verdad para la que “incómoda” sería un adjetivo más que frívolo.

2.7.08

Danke, Sáenz

Muchas veces se habla de la influencia de tal o cual escritor sobre tal o cual otro. Está muy bien, ¿qué duda cabe?
Pero quisiera llamar la atención sobre una cuestión relacionada pero a la vez muy distinta: ¿por qué no considerar la influencia de un traductor brillante como Miguel Sáenz (Bernhard, Sebald) sobre la literatura argentina más o menos reciente?

24.1.05

Erfurt

Algunos posts atrás, mencioné una nota de Sebald en la que, entre otras cosas, hablaba de su "manera de proceder: adherir a la perspectiva histórica exacta, inscribir con paciencia y reunir cosas aparentemente dispares, a la manera de una naturaleza muerta. Desde entonces he estado preguntándome qué conexiones invisibles determinan nuestras vidas y cómo se enhebran los hilos..."
Por esas cosas extrañas de las vacaciones y el zapping, me enganché en el canal Retro con una vieja y valiosa película de Stanley Kramer, El juicio de Nuremberg, que además se filmó el año de mi nacimiento (1961). Solía verla, seguramente en una versión doblada y cortada, en los canales de aire, hace mucho, mucho tiempo. Tiene actuaciones extraordinarias de Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Montgomery Cliff, Judy Garland, Marlene Dietrich. Pero esto no importa demasiado.
Lo que me lleva a Sebald, además de la historia de Alemania en general, es que, en un momento dado de la película, se ve una placa con el nombre de la compañía que fabricaba los hornos crematorios de los campos de concentración (una de ellas, por lo menos). Y el pueblo en la que estaba situada: Erfurt.
¿Recuerdan Erfurt? Es una apacible pequeña ciudad alemana, de esas en las que nunca pasa nada (por eso Osvaldo Soriano lo cargaba a Osvaldo Bayer, diciéndole que los alemanes jamás podían tener novela policial). Bueno, quizás; pero, hace unos años, en Erfurt, un estudiante expulsado de la escuela secundaria volvió y masacró a 18 personas.
Si mal no recuerdo (y para seguir con las asociaciones), decía el personaje de Max von Sydow en Hannah y sus hermanas, respecto del Holocausto: "La pregunta no es por qué pasó, sino por qué no pasa más seguido."
Se entiende, pero me parece que, en cierto sentido, pasa todo el tiempo. Sólo hay que saber verlo, si es que se puede soportar.



23.1.05

"Hay muchas formas de escritura; sólo en la literatura, sin embargo, puede haber un intento de restitución que vaya más allá del mero recitado de los hechos, más allá de la erudición" (W. G. Sebald, en "Historia de una ciudad", Página/12, suplemento Radar de hoy; traducción de Alan Pauls).