Algo dentro se despereza poco a poco. Una planta trepadora que
alumbra flores con olor a madreselva al final del día. Al mismo
tiempo que asciende el frágil tallo, trepa también el tallo
paralelo del miedo, sutil e informe, parásito, oportunista y
necesario. Cuánto adjetivo. Y se me ha olvidado un oxímoron:
diligente pereza, la que exhibe el miedo, antifaz para el maldito ego, cuando
llega el momento de sostener miradas, de echar a andar.
Sin saber bien por qué comprendo de un golpe, un coup de coeur, la
sincronía. Todos los sinsabores y las esperanzas, los besos no
dados, los besos eternos ya en la memoria, las tardes de soledad, el
instante de la epifanía, enamorarse, dejar de ser querido, todo al
mismo tiempo, en una sola nota. Sí, es posible.
Luego viene la ironía y lo desmonta. La distancia. Lope,
(desmayarse, atreverse, estar furioso...). Llegará la noche y
se abrirán tal vez las flores y el aroma. Pero ahora trepa el
mediodía y con la luz nublada del otoño se hace fuerte el otro
tallo. Tópica, en fin, peliculera, olvidando el provecho, amando
el daño, pienso en lo que crece como en una bomba. El cable
rojo, el negro y las tijeras. ...O dejarse hacer, dejarse ir,
comprobar de nuevo las medidas, si es verdad que el cielo en un
infierno cabe.