Es una suerte que exista Sting. Mientras haya días, noches, vidas
condenadas a no tener palabras. Y la belleza siga curando... como saber
que hay cosas más grandes que uno, que no hace falta más, que todo
estará bien, que todo sigue su curso natural. Que estamos ni más ni
menos que donde debemos estar. Sólidos, inmutables. Ríos de tiempo y llanto. Mástiles sin velas ni viento, extraviados en mares de silencio.
domingo, 27 de enero de 2013
viernes, 11 de enero de 2013
RESTAURACIÓN
En la India el karma es otra cosa. Como el destino, el fatum: algo de
lo que no se puede huir. Si naces intocable, morirás de todo menos
intacto. Yo no creo en eso, como el Alcoyano, contra viento y marea.
Me voy más al norte, trepo, viajo a la ciudad prohibida, me empapo
del mensaje: podemos cambiar. Nuestras vidas son lo que decidimos,
más sus límites.
Dicen que todos hemos sido madres de los demás innumerables veces, a
lo largo de los océanos del tiempo. Que es bueno recordarlo antes de
hacer daño a alguien. Imaginar otros tiempos, cuando quizá fuimos
un bebé en sus brazos. Cuando de su infinita compasión nos
alimentamos; y su paciencia permitió nuestra vida. Es difícil
decidir hacer daño a una madre, aunque lo hagamos sin querer, de todas formas.
Dicen que tomamos diferentes expresiones, pero que siempre nos rodeamos
de los mismos. Las cuentas pendientes se heredan, regresan
inexorables, pero con otras características. La red que formamos
es intensa, tupida e intrincada. Hay cuestiones que se repiten hasta
que quedan resueltas. Las buenas y las malas. Y se multiplican, si no
se solucionan.
Regresas una y otra vez a clavar tus puñales. En realidad, es a ti a
quien dañas. Yo recuerdo tus ojos e imagino las noches en que
debiste cantarme hasta que me durmiera. Imagino que, quién sabe, lo
mismo un día diste la vida por mí. Y que yo, en algún momento,
debí de causarte una herida que eones después sigue sangrando.Y yo no quiero tu daño, ni dañarme.
Lo siento. Te pido perdón. Por la ofensa, por sus múltiplos. Te
quise una vez y, por tanto, para siempre. Tengo el firme propósito
de, desde la solidez, no hacerte daño. Detén esto de una vez, y
para siempre. No vuelvas, por favor, si no es desarmado. No vuelvas
si no es para sembrar fraternidad, paz, vidas felices.
lunes, 7 de enero de 2013
RUTINA: OCHO DE LA TARDE
Me gusta cuando olvidas que debes ser un hombre. Y me acaricias la
cara y te brilla una lágrima en lo hondo. Me gusta cuando eres quien
eres, sin ponerte etiquetas. Y sabes ser un gato, pero en la arena
dejas que nos coman los leones. Me gusta cuando me hablas solo porque me gusta. Y me dices tonterías
al oído, me cuentas otra vez el mismo cuento, para que me ría. A pesar de que tiene espinas mi risa, o eso
dices: que a veces se te clavan, te hieren, dejan manchas de tinta.
Manchas en tu piel, marcas que trazan el mapa de nuestro territorio.
Me gusta tu dureza, tu contención, tus sombras; esa mudez regia que
te invade cuando repito estribillos, tenemos que hablar, quiero
que me comprendas, qué estás pensando, amor...; entonces, me gustan tus
ganas de correr disfrazadas de mando de la tele.
Me gusta la rutina cuando vuelves del trabajo, y hueles a sudor y a
restos de loción, y te quitas la corbata, y estás cansado y me
sonríes desde el marco de la puerta. Me gusta que me gruñas y me
pidas que cierre de una vez el puto libro, que apaguemos la luz. Y te
pones a hablarme. Al oído, bajito. Me dices tonterías para provocar
mi risa, olvidas las espinas. Hablas con tu mano que acaricia mi pecho. Y me hago la
dormida. O puede que despierte. Y sé que no eres sensible y que no
te hace falta. Que me basta con que sepas acaso ser tierno, y
encuentres un minuto para que algo te conmueva. Con que sepas sonreír
cuando regresas, estar cansado, ponerme la mano en la cara, conservar
esa lágrima en lo hondo, apartarte deprisa si te clavas la espina.
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