viernes, 28 de octubre de 2011

POR TI


A veces, en mitad de la batalla, cuando las letras se me caen de las puntas de los dedos, cuando todo se mezcla y pierde la forma y yo dejo de ser yo y soy todas las que he sido y las que no seré; a veces, entonces, escribo y me doy cuenta de que en el fondo, muy, muy, en el fondo, es decir, bien a la vista, me doy cuenta de que todo, cada palabra, cada beso, cada idea, cada mirada despistada que huye a través de los cristales y se enreda en la lluvia inexistente de este otoño, todo, la escritura, la vida, la desesperación y el miedo, todo, lo hago por ti.

¿Por mí? Te habrás preguntado, y habrás mirado detrás, para ver si hay alguien a quien señale mi dedo manchado de tinta.

Por ti.

Menuda sorpresa, ¿verdad?

¿Sabes que entre tú y yo, entre nosotros, no encuentro ninguna diferencia?


lunes, 24 de octubre de 2011

MI ALMA


A veces organizo batidas en su busca. No necesito perros, con los ladridos del alba me vale. O con esa luz miserable que aún añora al verano y se demora en las hojas amarillas: con esa luz tengo suficiente para tratar de encontrarla. Es de esa materia que, en pleno día, se diluye, y se entrega a soñar, a vivir de ilusiones, a verlo todo bonito. Solo en esos momentos en los que se percibe el contorno de las cosas, o bien la sombra, me molesto en emprender su busca. Hago sonar los cuernos, mando un sms a los halcones para que se despojen de sus caperuzas y, desde lo alto, me orienten.

Luego me doy cuenta de que se ha hecho de noche. De que olvidé domesticar a los halcones. Y además no me vale el abrigo del invierno pasado. Decido que es mejor esperar a que amanezca. Encender la estufa y tumbarme en la alfombra. Echarla de menos aún un rato más. Aprender la lección. Por ponerla en aquello, en ti, en esto otro. En todo lo que nunca mereció la pena. Y sin embargo...

¿Cuántas veces me la habré cruzado sin reconocerla?


sábado, 15 de octubre de 2011

TU NOMBRE


Ya no me acuerdo desde cuándo pienso en ti. Ni siquiera de cuándo me olvidé de olvidarte y acepté que estuvieras siempre pegado a mi nuca, al borde del beso, en los sueños queridos y lejanos. A veces tu nombre acude a mis labios sin quererlo. Se me escapa, en voz alta. Y me sonrojo, y me tapo la boca con una mano blanca que no sabe lo que es tocarte. Que no te conoce. Y me río, porque pienso que tu nombre es más que un mantra, más que la contraseña que abre la puerta del jardín del edén, más que el más poderoso sortilegio. Me río porque me da un poco de vergüenza todo esto, porque sé bien que soy exagerada. Pero a pesar de serlo, exagerada, tu nombre no deja de ser la llave de tu puerta. Y ¿acaso no somos, cada uno, todos, todo eso? ¿Acaso dentro, al fondo del pasillo, no guardamos todos el frescor y lo verde, y la sombra y el agua para quien se atreva a llamarnos en voz alta; para quien nos reclame sin cansancio, para quien se olvide de olvidarnos?