Después de la aventura culinaria del chocolate con churros diab(-ético)y (-ólico), y de haber quedado muy digno en la preselección de los premios Nobel (a no ser por las carcajadas al otro lado del teléfono mientras me informaban que no había sido seleccionado para la criba final), me decidí a fusionar varias artes buscando la obra total. Como para ser un artista lo principal es el aspecto, me compré una boina de pintor, un caballete, un cincel, un martillo, una caja de vino de Borgoña, un sofá-cama, pinceles, pinturas, una boquilla para cigarrillos, una bata ya pintarrajeada y un bloque de granito de dieciséis toneladas.
Cuando lo tuve todo reunido me di cuenta que me había olvidado alquilar un estudio y que, por lo tanto, todo lo comprado estaba en medio de una calle deteniendo el tráfico rodado. Después de dos horas buscando quien me alquilara un estudio, dí con un inversor en obras de arte al que todos llamaban Padrino, Don Corleone o Porfavornomemate. Supuse que todo pertenecía a un folklore extranjero y les dí muestras de integración con su cultura: me casé en secreto con su hija Miranda, de dieciocho años. Cuando se lo dijimos al padrino le embargó tal alegría que todos los presentes tuvieron que sujetarle para que en su euforia no me asfixiase con sus abrazos (al cuello). Con estudio, esposa, boina y media caja de vino de Borgoña, me dispuse a realizar la obra total, la unificación de todas las artes en una sola.
La inspiración no me llegaba, primero empecé a tallar el bloque de granito que, dentro de un piso abombaba el suelo con alarmante pendiente. El vecino de abajo vino con los ojos como platos para que bajara a ver su casa. Bajé y ví que el techo suyo estaba ligeramente convexo, de tal forma que la lámpara del techo tocaba el suelo en su parte inferior. Le dí dos palmaditas en la espalda y la copa de Borgoña que llevaba en la mano y subí a aporrear el bloque con el cincel y el martillo. Dos horas después me llegó la inspiración: dejarlo como estaba y pintar sobre él monigotes, un sol, una casa y unas nubes... ya había fusionado dos artes, la escultura y la pintura, ahora sólo me quedaban otras cinco. Le puse un tocadiscos viejo encima y lo enchufé, puse el bolero de Ravel a tó trapo y llené de ketchup los agujeros superficiales del granito. Ya sólo me quedaba la poesía y la danza y mi obra sería la concentración de toda la sensibilidad humana. Y entonces ocurrió.
Empecé a recitar a Béquer mientras daba graciosos saltos encima del bloque de granito cuando en uno de éstos hipopótamicos saltos el suelo se vino abajo con gran estruendo, primero llegué al piso de abajo donde el suelo de éste también cedió y así el siguiente piso hasta un número total de nueve plantas. Salí de allí con mi obra efímera documentada por una cámara que llevaba atada con cinta aislante a mi cabeza y me dirigí a registrarla en el registro de la propiedad intelectual.
De camino al registro me sonó el teléfono. Era mi suegro. "Oye, tú no habrás tenido nada que ver con el hundimiento de mi edificio de Gaudí catalogado como patrimonio de la humanidad ¿verdad?". "No, yo no, será cosa del vecino de abajo, me llamó para que viera unas obras que estaba haciendo en casa. Seguro que ha sido él." Y entonces me entró la tristeza... no había caído en la arquitectura como arte... luego me pregunté si el derribo no es, en realidad, otra forma de arquitectura.
En estas, y al cruzar la plaza de Cataluña en dirección al Eixample, alguien me llamó por mi nombre. "Toni", me giré y allí estaba ella, mi musa eterna, mi amor de adolescencia, mi luz, mi fuego, mi hervor de la sangre, con quien hubiera vivido una vida cuerda, la más sensual de las mujeres, la más solidaria de las compañeras... Salí corriendo en dirección opuesta como alma que lleva el diablo. "Ven aquí, desgraciado, no huyas" decía con melodiosa energía. La primera bala me rozó la oreja derecha y fue, afortunadamente, a incrustarse en un camión de reparto de gasoil, menos mal, podía haber herido a alguien. Otra bala me rozó la entrepierna y rebotó en el suelo provocando, en su movimiento de fricción unas simpáticas chispas.
La explosión, dirían después las noticias de las tres, probablemente debida a un atentado aún sin reivindicar pero claramente achacable al partido hippy por la paz, había arrasado media ciudad. Se buscaba a un activista negro (mi foto chamuscao de la explosión) buscándoseme vivo o muerto, se recompensaría lo segundo. Entre los testigos, mi suegro con los ojos desorbitados mirando la foto que le enseñaban la policía por si reconocía al principal sospechoso.
Busco lugar donde pasar la noche.