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lunes, 30 de marzo de 2020

Diez años y un día



Bueno, siempre había fantaseado con ello. Que un día me llamaría. Tenía la sensación de que sería inminente.

Así todos los días durante diez años.

Bueno, vivo en el epicentro mundial del coronavirus. No hay ningún lugar de la Tierra con más fallecidos que estas calles por las que camino. De momento vivo en una zona confinada. No nos dejan salir ni entrar a nadie de fuera para que luego vuelva a salir.

Me llamó con eso, me preguntó por cómo estaba la familia.. Hace una semana. Entonces estaba hablando por teléfono con el coordinador de no sé qué biomédico y vi su llamada. Pensé que se había equivocado.

No se la devolví hasta al cabo de unas horas, ya estando solo.

Fue una conversación banal. Nada del otro mundo. Ha pasado demasiado tiempo de todo.

Tiene una niña de diez años.

Le dijo que le dijera Hola y me dijo "hola". Ya sabes, esas cosas tan simples que se complican.

Resulta que vive a menos de la mitad de la distancia que antes nos separaba, y suelo pasar por delante de donde trabaja a veces desde hace unos meses. Hace veinte años yo trabajaba en ese pequeño pueblo

He de confesar que hago esfuerzos para no llamarla con cualquier excusa. Diez años son muchos, pero para mí son menos porque tardé una eternidad en entender que debía pasar página o me quedaría ahí para siempre.

Su voz y su forma de hablar me devolvieron a algo que no recordaba, a una versión de mí que me gustaba, seguro de que estaba con la persona con la que, probablemente, más me he entendido en toda mi vida y con la que no podía llegar a ninguna parte.

Imagino que está con alguien pero no pregunté.

Tenía que haberlo hecho pero no lo hice por no romperme.

Porque sé que de algún modo u otro me hubiera agrietado hasta partirme un día de éstos.

El aislamiento es mi mejor remedio para todo esto. Trabajo de sol a sol para fabricar unos equipos que nadie me va a agradecer hacerlos.

A veces me gustaría ser otra persona, ser otra clase de hombre capaz de hacer cosas que no soy capaz de hacer.

Me pregunto por qué me llamó y si había algo que esperaba de mí

Siempre se espera algo de alguien, supongo.

Fue como hablar con quien dejaste de hablar hace poco pero consciente que habían sido diez años.

Esta tarde me he mensajeado con mi socia de Philadelphia (que vive en Washington). Sigue todo adelante. Me ha dado por pensar que un día viviríamos allí. Los tres.

En realidad lo había pensado ya antes.

No sé. Supongo que desvarío. Sigo siendo un imbécil.

Dicen que el mundo ya no volverá a ser como antes. Esa es la lección supongo.

Que nada vuelve a ser igual después de una hecatombe.

Recuerdo haber leído El país de las últimas cosas, de Paul Auster en donde un americano sobrevivía en una Europa destruida y empobrecida sin poder volver a Estados Unidos.

Era cuando yo era yo, y leía, y tenía un poco de tranquilidad.

Antes de internet y de la locura de la velocidad de estos últimos años.

Y entonces ella llama y yo no puedo dejar de ser aquél hombre de hace una eternidad.

Como si todo este tiempo que ha pasado desde entonces necesitara este cierre de paréntesis.



Aunque sospecho que esta vez las cosas podían haber sido de otra forma.


domingo, 29 de marzo de 2020

Deconstruyendo el futuro



Es cierto que llevo días sin escribir. No tengo tiempo. Anoche me dormí cenando, no podía ni masticar de lo cansado que estaba. Llevamos casi diez días trabajando en un respirador de emergencia para cuando las urgencias de los hospitales se queden sin respiradores y los médicos tengan que elegir entre quien tendrá una oportunidad y quién no.

El proyecto lo empezaron otros y yo me añadí al poco. En unas horas ya estaba llevando una parte de proyecto donde íbamos a crear una red de voluntarios por todo el país, añadiendo talleres, particulares, técnicos... con la idea de crear cientos de mini-fábricas donde construir miles de equipos diarios.

Siempre me había preguntado el porqué de que acabara trabajando de ingeniero y haber creado una empresa de tecnologías más o menos futuristas de biosensores. Supongo que mi yo del pasado tenía claro que un día llegaría algo así. No sé.

Esta mañana salíamos en un periódico digital de cierto corte político, con el que ni siquiera me identifico porque yo no me identifico ni con mi DNI, en el que el vídeo que lo acompaña está plagado de voces que, con la euforia, hacían comentarios... alguno haciéndose el graciosillo, que ni siquiera ha estado en el grupo.

En unas horas, los medios del lado contrario acabarán por aprovecharlo, seguramente, para poner otro ladrillo más en el muro de los que dividen unos de otros.

Da igual, seguiremos en marcha. Pondremos al mal tiempo buena cara y aguantaremos el desprestigio, mientras  milenials que le dan a un botón para hacer cintas de plástico en una impresora 3D a los que les pega una portada DIN A4 transparente salen en todos los medios como unos tecnólogos de la hostia. Que no le quito mérito, espero que se entienda, todo ponemos nuestro granito de arena.

Así que he decidido que aceptaré la oferta para trabajar con los fondos de Estados Unidos y si al final tengo que irme allí, lo haré... si es que el mundo que quedará lo permite y si sigue en pie la propuesta, claro. Ojalá pueda desarrollar esto cerca de los míos, lo intentaré.

Siento escalofríos al ver la frivolidad y la insustancia de la sociedad en la que vivo, en los medios de entretenimiento y en lo difícil que será cambiar este papel couché eterno, este gran reality en el que somos parte del atrezzo, la gran masa, poco más que carne de cañón. Mi gran decepción de estos tiempos es ver de qué estaba hecho y en la poca importancia que le daba a esa frivolidad.

Me gustaría creer que, tarde o temprano, íbamos a despertar de esa Babel, de aquella Metrópolis de Fritz Lang



Pero no lo íbamos a hacer.

No íbamos a despertar.

Seguramente exagero, como siempre, pero el caso es que ahora mismo me invade el desánimo.