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viernes, 15 de noviembre de 2019

Tristeza

Otra vez no sé nada qué escribir. Siempre hay un hilo de esperanza en todo lo que está por llegar. Ayer tuve una conversación con una bruja, dice que oye voces, que ve cosas, que hay un lugar en el que las cosas son de otra forma y que desde allí habla con lo ancestral. Hasta hace poco todo eso a mí me sonaba a locura, pero eso cambió el febrero de hace cuatro años. Ahora escucho y creo que, dentro de las infinitas posibilidades algo nos hace elegir una de ellas por encima de todas las demás.

Puede que sea el azar, o puede que sí exista una inteligencia que lo abarca todo. Me gustaría creer que esto no es una moda, si no que estamos llegando a un salto evolutivo donde tomemos conciencia y cambiemos el rumbo de la explotación salvaje del planeta.

Me oigo hablar y oigo hablar al niño que fui. No me preguntes el porqué, pero entonces ya sabía que haría todo "esto" y que me dedicaría a lo que me dedico.

Pero volvamos a la bruja. Me dijo cosas mientras yo sonreía. Acertó casi todo, me dio consejos y apenas me dio esperanzas en algunas cosas.

Me habló de alguien que vivía lejos.

Que esperara unos meses.

Que el año que viene sería mejor que éste porque es mi año ocho, que no sé lo que significa pero debe de ser bueno.

Luego yo le hablé de la teoría científica del desdoblamiento del tiempo y de las cosas que suceden en el mismo instante a cientos o miles de kilómetros de distancia, lo de la eternidad contenida en un segundo, le hablé de Coney Island y de que en unos meses puede que viva cerca.

Nada va a ser sencillo, me dijo. Lo que no sabe es que hace cuatro años aprendí a seducir al destino con su lenguaje.

Y que al destino le gustan los retos aunque estén a lejos y lleguen tarde, mientras pone obstáculos aparentemente insalvables.

Como en las novelas de aventuras de Stevenson o de Julio Verne.

Aprendí eso de niño.

Y pase lo que pase. Tenga lo que tenga que pasar, le doy gracias por vivir todo esto.