Son las dos de la madrugada. No puedo dormir. Creo que no tengo explicación para lo que está pasando. Me gustaría tenerla, pero no la tengo. A veces me pasa que no sé dónde estoy. No tengo un plan claro. A veces dejo que las cosas sucedan y luego no suceden.
Hace días que estoy esperando hacer la presentación de lo que tengo a alguien muy importante. Y luego, pues eso, demasiados problemas que no debería tener, que no son míos, pero los tengo ahí.
Y no puedo escribir.
No me gusta leerme luego. No quiero ser ese que escribe. En realidad yo quería ser otro. Quería ser el personaje que quería salvar a María, ser sólo una líneas durante unas cuantas páginas. Algo que se terminara pronto, una historia con final abierto y quizá una segunda parte.
Me gustaría ser bueno en algo, pero creo que lo soy en nada. Tengo mal carácter y cada vez va a peor. Y lo peor de todo es que cada vez me importa menos.
Estoy seguro que tarde o temprano acabaré con todo. Creo que eso lo llevo en la sangre. Hay algo abisal en el fondo de mí que no quiere vivir eternamente y de vez en cuando me llama. Flojito, como en un susurro. Sólo para que sepa que está ahí. En la oscuridad. Esperando el momento. Un momento que todos sabemos que tarde o temprano llegará.
Todos sabemos que se escribe para no ser consciente de que todo se acaba, para hacer cosas que sustituyan a esa gran espera.
Todos sabemos que, en el fondo, ya estamos muertos.
Que en realidad todo esto no es más que una tregua. En la que cada vez importa menos joderlo todo, mandarlo todo a la mierda.
Pero aún así, siempre hay un momento en el que todo trasciende si existe alguien a quien querer. Maldita sea, siempre se cruza en nuestro camino alguna estrella fugaz a la que perseguir con la mirada durante unos breves instantes.
Y así siempre...
4 comentarios:
yo necesito leerte y me gusta hacerlo, me gusta venir aquí. No dejes de hacerlo, por favor.
No te quedes ahi. Sálvate
Escribe
Tú necesitas leerme y yo necesito saber que existes, que sigues viviendo frente al mar, que existe la posibilidad de sentarnos en un muro bajo, con los pies colgado, una bolsa de regaliz rojo, que podemos ser dos niños taciturnos que no necesitan palabras para entenderse.
Supongo que un día dejaré de escribir. O empezaré a escribir y ya no pararé nunca.
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