(Entrevista en “El Comercio”, de Gijón)
FRANCISCO CARO SIERRA, XVIII PREMIO DE POESÍA ATENEO JOVELLANOS
«Los poetas nos hemos ido convirtiendo en una secta»
Define su obra 'Calygrafías' como un camino entre el deseo y la muerte
ALBERTO PIQUERO
GIJÓN
Nacido en Piedrabuena, Ciudad Real, en 1947, profesor de Historia en el IES Pío Baroja, de Madrid, el flamante ganador del XVIII Premio de Poesía Ateneo Jovellanos, por la obra 'Calygrafías', Francisco Caro Sierra, se declara poeta de escritura tardía, al tiempo que va acumulando algunos galardones literarios en los últimos años, del Jorge Manrique al Francisco de Quevedo, con última parada en Gijón.
-¿Cuál es el secreto para ir obteniendo el reconocimiento de tantos jurados?
-Ninguno. O tal vez que haya empezado a escribir un poco tarde, hace diez años, lo que puede significar una mayor madurez. Con anterioridad, el pudor me impedía pasar de las muchas lecturas a la escritura, particularmente a la poesía, en la que se siente siempre ese riesgo de caer en el borde del ridículo. Tenía la necesidad de escribir, pero debía vencer esa resistencia. Los libros que ahora van saliendo, no son el fruto de un momento.
-¿Qué alimentó esa necesidad poética en un mundo tan prosaico?
-Con la edad, vas podando las llamadas exteriores y la mirada se vuelve hacia ti, a lo que va quedando de la vida. Es la reflexión de lo vivido, de la plenitud y las pérdidas.
-Se juzga su poesía como de alta calidad, pero también de difícil lectura. ¿Lo asume así?
-Para mí es transparente (bromea), pero entiendo que se considere difícil. Se explica por mi tendencia a prescindir de todas las palabras que no 'trabajen' en el poema. Visto muy poco mis poesías, a la manera del conceptismo.
-¿Cómo surge 'Calygrafías'?
-Empezó con un pequeño poema en el que me preguntaba acerca de si todo deseo muere cuando se escribe. Si sólo somos grafías, palabras, para la cal, para la muerte.
-¿Desde un punto de vista apocalíptico?
-No, hay una serenidad en la muerte, a la que todos estamos abocados. El poemario recorre ese camino entre el deseo y la muerte, sin sello apocalíptico.
-Entre sus poetas de cabecera, están Quevedo, Paul Celan y Jorge Guillén, a los que quizá se podría añadir Ángel González, ¿no?
-Comencé a interesarme por la poesía cuando vívi en Barcelona en los años 70. Y todavía conservo como oro en paño la edición que publicó Barral de 'Palabra sobre palabra'.
-¿Qué significado social tienen hoy los poetas?
-Nos hemos convirtiendo en una secta, que no trasciende al ámbito social. Escribimos para leernos unos a otros en una espiral endogámica. Mi esperanza es internet, donde abundan los foros poéticos, hay otros lectores y abunda el intercambio de pareceres.